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"Aquel viaje en autobús fue el más placentero de nuestra vida."
Apenas llevábamos un mes de relación, si bien los dos teníamos la sensación de que había pasado más tiempo, como si ya nos conociéramos con anterioridad; realmente esa sensación nos gustaba, porque la relacionábamos con una clara muestra de que las cosas iban realmente bien. La verdad es que, en ese tiempo, nuestra vida sexual había sido muy activa, incluso a veces bromeábamos sobre la necesidad de buscarnos en todo momento, de abrazarnos, besarnos…, lo que en la mayoría de las ocasiones derivaba en el deseo mutuo de desnudarnos y sumergirnos en un mar de caricias. En el terreno sexual, ambos somos muy abiertos, con gran predisposición a disfrutar del otro sin límites; nuestros encuentros representaban una verdadera batalla en la que las únicas armas que causaban dulces heridas sobre los cuerpos eran los besos y las caricias, y en la que ambos disfrutábamos por momentos de la sensación de hacerse con el poder.
Para celebrar nuestro primer mes, decidimos irnos a pasar el fin de semana a otra ciudad; la posibilidad de estar en otro lugar nos situaba ante un amplio abanico de posibilidades, solamente pensar en la estancia en una agradable habitación de hotel dotada de una cama de gran tamaño y reluciente blancura, excitaba sobremanera nuestra imaginación; durante casi todo el fin de semana estuvimos entregados al placer, inmersos en continuas batallas de muy diferente graduación: en ocasiones nos gustaba experimentar la sensación de dejar en el otro la responsabilidad de conducirnos hacia el cielo, lo que por ejemplo se solía traducir en prolongados masajes que incidían en todos y cada uno de los puntos y recovecos del cuerpo; otras veces, nuestros cuerpos se movían de tal forma que finalmente caíamos totalmente rendidos sobre la cama, extasiados y con la sensación de que el corazón nos iba a estallar…
La llegada de la tarde del domingo parecía representar el final de la lujuria y el desenfreno, y la necesidad de tomarnos un descanso; la verdad es que nuestros cuerpos acusaban ya el trote al que habían sido sometidos. Los dos nos sentíamos felices, privilegiados por haber podido disfrutar de nuestro amor en su mayor expresión. A media tarde debíamos coger el autobús que nos llevaría de vuelta a nuestro lugar de residencia, no se trataba de un viaje demasiado largo, pero por lo menos podríamos descansar un poco durante el trayecto. La verdad es que hacía un tiempo estupendo, por lo que ella se animó a vestirse con una vaporosa falda que le gustaba especialmente; ella era tremendamente sensual, y le gustaba pronunciar ese aspecto, se sentía bien así y comprobar también que yo era capaz de percibir su sensualidad. Sin embargo, a pesar del buen tiempo, la temperatura del mes de marzo provocó que ella debiese ponerse medias por debajo de la falda, unas medias negras que estilizaban todavía más sus largas piernas. Completó su vestimenta con una bonita blusa blanca, con un no demasiado pronunciado escote, y una fina chaqueta de lana.
Cuando llegamos a la estación nos sorprendió ver que no había demasiada gente, los que parecía que iban a coger nuestro autobús no debían pasar de diez; cuando le pregunté dónde prefería sentarse, tras ver que el resto de la gente se había acomodado en la zona delantera o media del autobús, me tomó de la mano y me fue conduciendo a la zona trasera, a las últimas filas. El hecho de que no hubiese nadie sentado detrás, posibilitó que diéramos una inclinación total a nuestros asientos, así podríamos descansar un poco. Era agradable estar así, medio tumbados en un bus de transporte interurbano, ajenos al resto de viajeros, a pesar de estar en un mismo espacio; nos besamos tiernamente, realmente nos gustaba alimentarnos continuamente de nuestros besos. Ella tomó mi mano y la condujo hacia su blusa, situándola sobre uno de sus pechos; no desaproveché la ocasión y comencé a juguetear por encima de su blusa, apretando suavemente su pecho con la mano. Ella respondió besándome cada vez más apasionadamente, la viscosidad de su saliva me indicaba que su excitación se iba acrecentando por momentos. Paulatinamente, mis dedos fueron entreabriendo la blusa, dejando entrever un precioso sujetador negro con flores rojas, el mismo que llevaba puesto la primera noche en que hicimos el amor. Las caricias eran cada vez más íntimas, mis dedos se colaban por debajo del sujetador, lo que me posibilitó disfrutar de su pezón erecto.
A partir de ese momento ya no hubo vuelta atrás, el autobús había salido ya de la estación, dando comienzo al viaje más placentero que he tenido en mi vida. Mi mano comenzó a bajar por su vientre hasta alcanzar sus piernas, me encantaba la suavidad de su falda, y lo fácil que resultaba deslizarla por encima de sus medias. Me aseguré de que ninguno de los viajeros estuviese mirando y deje que mi mano se deslizara por debajo de la falda, deseando entrever su tanga negro, a juego con el sujetador, conformando ambos un precioso conjunto de ropa interior. Note su calidez por encima del tanga, mientras sentía que su respiración era cada vez más agitada; se revolvió en el asiento, deseosa de facilitar el acceso de mis dedos entre su ropa interior… Logré colar mi mano por debajo de sus medias y del tanga, y mis dedos comenzaron a percibir cómo su sexo se iba entreabriendo, noté cómo su humedad iba inundando la zona, lo que provocó que, junto con sus besos apasionados, mi excitación también fuese en aumento. Ella quiso sentirla, y acarició mi sexo por encima del pantalón, notando un bulto que cada vez era más visible; eso provocó que la humedad que inundaba su sexo fuese todavía a más, mis besos apasionados, así como la forma en que mis dedos acariciaban su clítoris y en ocasiones se adentraban ligeramente en su sexo, hicieron que ella comenzase a gemir muy suavemente, consciente de que corría el peligro de que cualquiera pudiese oírla. La velocidad y la presión con la que mis dedos acariciaban su sexo iban en aumento; a pesar de que ella se mordía la lengua intentando acallar los gemidos que realmente deseaba expresar libremente, lo cierto es que el morbo de la situación la excitaba sobremanera. Por un lado, de vez en cuando abría sus ojos para asegurarse de que nadie estuviese mirando, pero por otro, cuando los cerraba, notaba cómo en su interior se iba generando una ola de placer de considerables dimensiones, sentía cómo se iba haciendo más y más grande, cómo estaba a punto de estallar… Deseaba poder gritar, pero no podía, le hubiese gustado situarse sobre mí y cabalgarme con su movimiento de caderas, pero resultaba demasiado arriesgado. Noté que ella iba a estallar en la forma en que apretaba sus labios con los míos, en la extraordinaria viscosidad de su saliva, en su agitadísima respiración…; el estallido de placer hizo que soltara un gemido que estuvo a punto de ser oído por el resto de viajeros.
Pero la cosa no quedó ahí: tras una breve pausa, ella desabrochó los botones de mi pantalón e introdujo su mano por mi boxer. Mi excitación resultaba evidente, y ella comenzó a masturbarme suavemente, dejando que la piel de mi sexo se deslizase arriba y abajo…; la verdad es que para entonces yo ya estaba muy caliente, puesto que disfruto muchísimo acariciándola y provocando que estalle de placer una y otra vez… Le susurré al oído que estábamos locos por estar haciendo eso, pero que me encantaba esa situación, puesto que nunca había hecho una locura así. En ese momento ocurrió algo que realmente no me esperaba: ella se inclinó sobre mí e introdujo mi sexo en su boca, comenzando a acariciarme con su calidez y su suavidad; me estremecí de placer, la sensación que tuve cuando noté sus caricias orales fue indescriptible. Sin embargo, preocupado porque alguien pudiese mirar, intenté separarla, pero ella se aferró todavía más a mi sexo, demostrándome que aquello ya no iba a tener retorno, que estaba dispuesta a llegar hasta el final. Cada vez me acariciaba más profundamente, y entonces era yo el que debía acallar mis suaves gemidos, veía cómo su cabeza se movía arriba y abajo, y cada uno de esos movimientos servía para ir intensificando mi placer. Ella era perfectamente consciente de que, si seguía así, yo no iba a poder aguantar más, pero eso no parecía importarle, realmente estaba deseosa de hacerme estallar, de ver si era capaz de aguantar mis gemidos… Ya no podía más, noté como mi estallido de placer se hacía cada vez más inminente, iba recorriendo mi cuerpo y deslizándose hacia mi sexo para provocar una tremenda explosión… Ya era tarde para el retorno, no había marcha atrás, mi estallido de placer provocó que ella recibiese en su boca una tremenda descarga, me estaba corriendo en su boca, y ella estaba recibiendo gustosamente mi descarga, degustándola e ingiriéndola sin reparos. Mi cuerpo había descargado toda su tensión, y ella no permitió que quedase ni una sola gota. Después se acercó a mi boca y me dio un profundo beso, lo que me permitió saborear mi propio elixir, disfrutar de la dulzura de mis propios fluidos… Después nos fundimos en un enorme abrazo, y seguimos inundándonos de besos durante todo el trayecto.
Realmente, ese fue el viaje más placentero de mi vida, nunca hubiese pensado que lo que ocurrió aquella tarde en el autobús pudiese llegar a ocurrir, pero la verdad es que la experiencia nos encantó a los dos, el morbo de la situación acrecentó nuestro deseo de tal forma que ahora ya contemplamos nuevos y arriesgados escenarios, pero éstos quizás conformen otra bella historia.
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