Llevo diez minutos de espera, soplando en el tazón de chocolate. Se me hacen eternos; pero me gusta dejar pasar un rato para que se enfríe y endurezca esa fina capa de la superficie y se vuelva terso y cálido por fuera, pero caliente por dentro como tu ardoroso cuerpo. Me gusta también ver cómo se forma ese manto para que, una vez afianzado a las paredes de la taza como un bebé al pecho de su madre, inclinarlo levemente para dibujar las ondulaciones de tu cuerpo azabache: tu cintura, tus nalgas, tus senos... Pero aún despide humo el tazón. Tengo que esperar un poquito más para ver tu piel de chocolate.
Decías del chocolate que era el alimento de los dioses y que estaba asociado a la pasión y al romance, que era el afrodisíaco perfecto, que te desinhibía. Por eso hicimos del chocolate nuestro fetiche particular. Tú, yo y el chocolate en todas sus variantes. Los tres participando activamente de nuestro apetito sexual. Por esta razón voy a tomar uno ahora. Para que su aroma me transporte a tu piso de alquiler, a tu habitación, a tu cama, a nuestros juegos de alcoba.
¡Cuánto te echo de menos!
No pude impedir que te marcharas; la ley cerró todas mis opciones. Venció el plazo de tu estancia en España. Te convertiste en una sin papeles y tuviste que volver a Colombia; pero sé que algún día volverás. Y para entonces yo estaré esperándote. Porque nadie podrá suplirte ahora en los excitantes y pasionales juegos que practicábamos. Nadie. Porque dime, ¿cómo voy a besar a otra mujer, aunque tenga el color negro de tu piel, mientras mantenga en mi retina los momentos de cuando nos pasábamos de una boca a otra ese trocito de chocolate puro, sin que tu lengua y tus labios sean los que jueguen con los míos, en esa lucha de igual a igual, como dos serpientes entrelazadas en pugna por apoderarse del trocito de chocolate? ¿Cómo podré beber el dulce riachuelo que escapa de la ardorosa batalla por la comisura de unos labios que no sen los tuyos? ¿Cómo podrá alquien suplir tu presencia, cuando me hacías jugar con los ojos vendados y guiado por tu sensual voz, a lamer la cascada de chocolate frío que echabas por tu cuerpo en pequeñas dosis, sobre tus pezones, en tu vientre, en tus ingles y sobre tu rasurado sexo?... Nadie podrá suplirte. Porque tampoco habrá nadie como tú para acariciar mi cuerpo atado a la cama y bañado de chocolate....
Pero estoy feliz. Porque esos indescriptibles momentos los mantendré siempre vivos en mi recuerdo, mientras pruebe, mire, prepare o coma algo de nuestro objeto de culto. Ese alimento fetichista y afrodisíaco que tú hiciste que formara parte de nuestras vidas y que me hace sentir mejor ahora que tú no estás. Debe tener alguna sustancia, algo místico que lo hace irresistible; por eso sigo venerándolo mientras espero tu regreso. Y por eso ahora, por esta apasionada asociación de ideas, hasta su nombre me resulta sensual y romántico. Su textura cremosa y sedosas me recuerda a la esponjosidad de tus labios; su color, un negro oscuro y elegante, a cuando te paseabas desnuda alrededor de la cama mientras me atabas; su exquisita dulzura al rico sabor canela de tus besos; y su seductor aroma a la frangancia de tu negra piel. Todo él me recuerda a ti.
Ya ha dejado de salir humo del tazón... Estoy solo... Desnudo... Echado sobre la cama... Es la hora. La taza aún está caliente, pero ya hay una fina capa en la superficie que frena la presión de mi dedo corazón. Aunque, tras un ligero empuje, logro penetrar la barrera e introducirlo dentro. Un calor intenso quema mi piel. Luego introduzco el índice, con la misma sensación. Con ritmo lento y acompasado, mis dos dedos entran y salen de la taza impregnados de chocolate... Una y otra vez se sumergen en el espeso fetiche. Me recuerda el vaivén de mi sexo en el tuyo, esperando el vértigo que me haga perder el sentido... Me los llevo a la boca para que mi lengua se retuerza entre ellos... Comienzan mis eróticos recuerdos.
Me encanta la manera en que te expresas, es muy agradable, de verdad. Espero que os reencontreis pronto.