Quería que mi querido, mi ansiado Johann me partiese el cuerpo por la mitad. A la mañana siguiente, después de habernos pasado la noche follando como desesperados, él había salido a hacer unos asuntos. Me quedé durmiendo en su cama, pues estaba un poco cansada. Sin embargo, no dormí demasiado, el poco tiempo de sueño solo me había servido para tener un sueño realmente húmedo y despertarme alterada. Johann aún no había llegado y fui a ducharme. No sé cuanto tiempo me quedé bajo el chorro de agua caliente, desnuda y excitada, pensando en Johann, en sus ojos brillantes, en su cara distorsionada por el placer cuando se corría. Querría estar haciéndolo con él cada instante de mi vida, y le oí entrar por la puerta. Me sequé rápidamente en cuerpo y salí a verle.
Johann estaba sentada en un sillón, tenía ojeras, pero me miró con esa expresión insaciable y su sonrisa pícara, y me dijo que fuese allí con él.
Me acerqué y le besé en la boca sensualmente, despacio. Sus manos subieron de mi cintura a mis pechos, que recubrió con su boca sin dejar ni un centímetro. Me senté a sus pies y le desabroché el pantalón, dejando libre su pene, que empecé a besar y a lamer con pasión y con ternura, mientras él me acariciaba el pelo. Johann ardía por dentro. Parecía muy vulnerable tal como estaba, con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás y la boca algo abierta, gimiendo.
Le cogí de la mano y sobre la cama lo desnudé completamente. Se veía tan bello allí, su cuerpo blanco, su expresión anhelante. Me senté abierta de pierna sen él, hasta que le noté entero, dentro de mí, y así nos quedamos quietos y besándonos unos momentos. Empecé a cabalgarle despacio, y luego cada vez más deprisa. Me sobrevino casi desprevenida en la oleada de placer un orgasmo impresionante que me hizo caer sobre él temblando, y entonces noté que se corría. Su calidez en mi interior me hizo sentirle más mío. Johann y yo nos quedamos dormidos así, en las últimas horas habíamos tenido tanta actividad sexual que estábamos agotados. Pero yo ya estaba deseando recobrar unas mínimas fuerzas para hacerlo otra vez. Y él también.