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Categoría: Incestos

Nuestra soledad nos traiciona (1ª parte)

Después de graduados, mi hermana Sandra y yo, dejamos el seno familiar para tratar de construir nuestras vidas por separado, en ciudades diferentes a la de mis padres.



Yo conseguí poner un pequeño negocio que prospero poco a poco y con mucho trabajo, lo que me dio la oportunidad de comprar una pequeña casa de interés social. Mi hermana mientras tanto, no tuvo tanta suerte pero logro mantenerse a flote por algún tiempo.



Ante la necesidad de ayuda de confianza, invite a Sandra a trabajar conmigo haciéndose cargo de la administración de mi negocio, que para entonces contaba con tres sucursales. De pagar a extraños a apoyar a mi hermana, ni dudarlo. Después de mucho pensarlo accedió y llegó a vivir conmigo, después de todo era una situación temporal, éramos hermanos y yo era soltero.



Medio incómodos al principio por lo pequeño de la casa, pronto nos acostumbramos a compartir. En sus ratos libres, me ayudo a decorar mi hasta entonces fría casa. Poco a poco olvido la idea de mudarse a vivir sola y entablamos una relación muy diferente a la que tuvimos en casa de mis padres.



Concentrada en la dirección del negocio, discutimos varias ideas y decidí confiar en sus predicciones, así que modernizamos los negocios e incursionamos en un programa publicitario barato pero efectivo. Poco a poco las ventas subieron pero aun así tardamos dos años en recuperar la inversión inicial. A partir de ese momento las cosas mejoraron, nuestras finanzas respiraron y digo nuestras, porque ahora éramos socios. Sandra era propietaria de 2 de las 5 sucursales.



Ella era muy reservada en el aspecto social, no tenía amigas verdaderas solo conocidas y compañeras de algunos cursos que tomó. Yo era mucho peor, no trataba con nadie fuera de mi negocio y mis clientes con los que ocasionalmente convivía. Solo contaba con algunos amigos en mi ciudad natal con los que mantenía contacto ocasional pero gustoso. Con esta forma de vida, Sandra y yo nos convertimos en dos hermanos solitarios pero muy unidos. Íbamos juntos a comer, a comprar víveres, a visitar proveedores, clientes e incluso a visitar a nuestros padres en breves vacaciones. No teníamos la menor idea del rumbo que tomaría nuestra relación por este tipo de convivencia.



Empresarios medianamente exitosos a los 32 ella y 30 yo, poco nos interesaba formar nuestras familias o convivir fuera del trabajo, sin embargo el destino decidió darnos una buena lección.



Cierto día Sandra estaba de excelente humor e insistió en enseñarme a bailar, algo que no se me daba, pero por no molestarla accedí. Bailamos parte de un par de piezas movidas acompañadas e varios pisotones y luego surgió una balada muy romántica. Apenado y torpe continué la lección, aceptando su teoría de que algún día tendría que bailar y conquistar alguna chica guapa. Me obligo a abrazarla y bailamos bastante cómodos el resto de la pieza. El roce de nuestros cuerpos, el tocar su cintura y percibir su aroma me excitó un poco y trate de disimularlo.



Al terminar la pieza note nerviosa a Sandra quien enseguida entro al baño y tardo un poco. Luego salió y siguió con su buen humor. En otra ocasión, poco después de visitar a nuestros padres y de regreso en casa, me acompañó un fin de semana a ver una película al cine que resulto algo erótica pero con excelente trama. Me pareció común que mientras veíamos la película, Sandra fuera al baño un par de veces. La verdad yo no sospechaba nada pero pronto me sorprendería.



Fuimos a cenar a un restaurante muy típico donde tocaba en vivo un grupo romántico, la invite a bailar para demostrarle cuanto había mejorado, pero para mi sorpresa no accedió, mostrándose incluso molesta y poco después irritable. Ignore lo sucedido pero una vez en casa, ya tranquila, le pregunte si la había molestado o incomodado en el restaurante.



Sandra se puso muy seria y se sentó a mi lado, tardo en organizar sus ideas y luego me comento torpemente que eran cosas de mujeres. Descanse y asumí que era su periodo, algo con lo que yo no estaba nada familiarizado pero sin embargo, había oído sobre el tema más de una vez con mis empleados y clientes.



Poco después, sucedió de nuevo y le comente que había medicamentos para controlar las molestias de su periodo. Para mi sorpresa, Sandra me miró y comento que no se trataba de su periodo. Me preocupe y asumí una enfermedad peligrosa. Seguí insistiendo para saber si padecía algún problema distinto del que tal vez quisiera hablarme o incluso convencerla de acudir con un especialista. Ella enmudeció y tardó casi una hora en ordenar sus ideas.



Mientras yo evadía su lucha interna viendo un programa del cable, de reojo la miraba perturbada y dudosa. Finalmente me soltó el problema diciendo:



― No es la regla ni una enfermedad grave, es una especie de incontinencia.



― ¿Vejiga caída? Le pregunte apresurado.



― Algo más incómodo.



Ahora era yo el que analizaba los comentarios y trataba en vano de adivinar el padecimiento cuando ella me aclaró que se trataba de un fuerte orgasmo.



Enmudecí sin comprender en el momento lo que decía, para agregar:



― No entiendo Sandra, ¿Qué tiene que ver un orgasmo con lo que te ocurre?



― Tengo un problema de sensibilidad que me provoca fácilmente un orgasmo.



― ¿Cómo es eso?



― Sucede que la más mínima excitación acelera mi organismo y me produce un orgasmo que no puedo evitar.



― Perdóname si te pregunto, pero me preocupas. Te quiero mucho, trato de cuidarte y requiero saber para que juntos lo resolvamos.



― Lo sé solo que es muy vergonzoso para mí.



― Y ¿Cuál es el problema?, ¿te provoca dolor?, ¿algún malestar…



― No nada de eso, simplemente el fluido me incomoda, es como reglar a la menor excitación.



Discutimos largo rato para tratar de entender el problema y tomar alguna decisión.



Remembró la vez del baile en casa y el par de veces en el cine que fue al baño, además de otras ocasiones que no percibí, como un masaje de hombros que le aplique cierta vez que estaba muy tensa por un problema de falta de liquidez de uno de los negocios de ella, que poco después resolvimos.



Después de reseñarme esos desagradables momentos para ella en público, me dijo algo que me tomo por total sorpresa:



― El problema no es el orgasmo, lo incomodo es que me mojo en exceso.



Trataba de imaginar lo que me acaba de decir cuando prosiguió.



― Cada vez que me excito tengo un orgasmo muy fuerte, me mojo toda y debo ir al baño para asearme y calmar mis nervios de ser notada.



― Si te sirve que lo diga, nunca pensé en eso y dudo que alguien lo notara.



― ¿De veras?, ¿no me noto rara?



― Nada, si no me lo cuentas ni en mil años hubiera acertado.



Esto la calmo mucho y le permitió sincerarse de todo lo que le ocurría. En la semana buscamos información en internet discretamente para documentarnos antes de decir si acudíamos con un especialista.



Más tranquila, asumió poco a poco la normalidad de su situación y comenzó a guiñarme un ojo, darme una patada bajo la mesa o darme una señal cuando le ocurría lo mismo. Me convertí en su cómplice íntimo.



Tratando el caso más a detalle y con más confianza, Sandra me relató que en ocasiones solo se mojaba, pero en otras verdaderamente se empapaba. Mientras me explicaba, yo comenzaba a excitarme por lo relatado, a imaginarla mojándose y peor aún a pensar en ella como una mujer y no como mi hermana. Recobraba el control de mi instinto animal cuando ella explicaba con lujo de detalle, la deliciosa sensación que percibía al venirse y lo incomodo que le resultaba reprimirlo para evitar ser notada en público. Dicho esto, se empujó para atrás en el sillón de la sala y comenzó a llorar bastante molesta. Entre asombrado y asustado, solo la miraba. De pronto, me miro y dijo:



― ¿Ahora entiendes lo que me pasa?



― Bueno… creo que sí.



Para mi sorpresa, tomo mi mano y la metió bajo su falda y sin dejarme ver, sentí entonces sus piernas empapadas y su ropa interior mojada. Acaricie un poco su ropa interior para percibir la magnitud de su orgasmo y percibí un enorme pelaje bajo la prenda, bastante mojado. Mientras exploraba su problema, Sandra suspiró, definitivamente estaba muy sensible, pero no retiro mi mano, hasta hoy, ignoro la razón.



Curioso recorrí su entrepierna mientras notaba en mi mano una gran humedad. Al sacar finalmente mi mano, la confirme empapada y de pronto, me golpeo ese aroma de mujer que disparo mi excitación.



― Ves, me mojo en exceso, siento delicioso y debo ocultarlo en todo momento cuando estoy acompañada.



― Ahora entiendo lo incomodo que te resulta, no tenía la menor idea.



― Después de eso, me relajo mucho y solo quiero descansar.



― Al menos frente a mí no debes sentir pena, ahora conozco tu problema, hay confianza y cariño.



― Lo sé hermanito, pero me da mucha pena. Ahora debo limpiarme y limpiar el sillón.



Yo quede entre excitado, caliente e impresionado con el comportamiento de mi hermana conmigo. Nunca más la vería como alguien más, ahora veía una mujer que fácilmente se calentaba, una mujer lista para procrear.



Pensé en ella como todo menos mi hermana, la analice por primera vez como mujer y descubrí algo fascinante. Con 1.72 m de altura, cabello castaño oscuro a los hombros, piel blanca, ojos café claros, ni delgada ni llenita, con senos bastante normales y una cadera bien acentuada, tiene las piernas más hermosas que jamás he visto.



Lo soberbio era verla cuando se ponía ropa ajustada en casa, sus nalgas se veían muy atractivas, compitiendo con su cadera bien dibujada y sus muslos atléticos. Mientras pensaba este montón de tonterías, salió de ducharse vestida con su pijama holgada, fue entonces cuando se acercó a mí.



― Ves, que pena me da.



Dicho esto comenzó a llorar de pie. Me incorpore, la abracé y desato su llanto abrazándome fuertemente. La besaba en la mejilla mientras ella lloraba.



― Gracias por contarme, ahora te entiendo y puedo cuidarte mejor. Verás que buscaremos como controlarte y te sentirás mejor.



― Ya me siento mejor. Decía aferrada al abrazo.



― Conmigo no tengas pena, somos hermanos y lo que te pasa me preocupa.



Las cosas cambiaron y su estado de ánimo se normalizó haciendo más fuerte nuestra relación íntima, lo que permitía sincerarnos respecto a temas que antes eran tabú para nosotros.



Finalmente dimos con el problema, era hipersensibilidad, un problema poco frecuente y menos aún documentado por lo incómodo que resulta a las mujeres que lo padecen explicarlo. Aplicamos las recomendaciones que brindaba la página web e incluso empezó un tratamiento con una especialista mujer.



Cierto día le pregunte porque su bello en aquella zona era tan abundante, explicando que lo había notado cuando sentí su humedad. Sin mucho pensarlo me explicó que había pensado recortarlo, pero sin necesidad aparente y por temor a cortarse lo había pospuesto hasta la fecha.



― Me lo he emparejado y recortado un poco, pero no totalmente y menos rasurado. Y tú, ¿te recortas el vello púbico?



― Igual, lo recorto un poco pero no le doy forma, le tengo pánico al uso de una rasuradora en esa zona, además me resulta una postura difícil para hacérmelo yo mismo, y a falta de novia, pues mejor así me quedo.



― ¿Dejarías que tu novia lo recortara?



― No sé, tal vez si tuviéramos la suficiente intimidad.



― Estamos iguales, aunque nunca he pensado en que alguien más me lo haga.



― Mientras tratábamos el tema, recordaba la sensación de su bello e imaginaba como se vería aquel pelambre que asumía era negro azabache, contrastando con su blanca piel.



― Al día siguiente retomamos el tema y nos prometimos recortarnos el bello un poco cada quien por su lado. Antes de ducharme apenas lo recorte dándole cierta forma. Al llegar su turno, salió del baño y me dijo que le daba algo de miedo y que apenas lo había recortado. Le comente que estaba en la misma situación, no teníamos remedio, seguiríamos con el bello rebelde.



― Después de cenar, Sandra me sorprendió con una propuesta que me resultaba tan excitante como controversial.



― Lo he pensado y creo que hay otra solución para recortar el bello. - Comentó Sandra mientras servía la cena.



― Ir con alguien más, no gracias. Conteste casi automáticamente.



― No, si confías en mi pericia con la rasuradora, yo te lo recortó.



― No dudo de tu pericia pero me apena un poco, es algo muy íntimo.



― Lo sé, lo mismo me pareció a mí.



Cenamos y nos postramos en el sofá, buscaba un programa mientras ella parecía pensativa.



― Me da pena insistir pero quiero recortarte.



― ¿No te da pena?



― Un poco, sé que es íntimo pero soy tu única alternativa.



― Lo sé pero eres mi hermana y eso de que veas mi zona privada mientras recortas el bello, es algo incómodo y antinatural, tal vez si fueras otra mujer accedería.



― Y si fingimos que soy tu novia y que solo te cuido un poco para mi servicio.



― Déjame pensarlo, pero no creo somos hermanos no novios.



La verdad me excitaba la idea de pensar que Sandra me recortara mi bello, rasurara la zona y manipulara el pene, pero yo deseaba hacerle exactamente lo mismo. Por otro lado, pensaba que estaba mal, que empezaríamos un camino peligroso más allá de lo moral, un camino tachado como tabú.



― ¿Y qué decides? Insistió Sandra apenas unos minutos después.



― Me gustaría si no fuera porque somos hermanos, de la misma sangre.



― Lo sé, pero nadie lo sabría solo nosotros dos.



― Sandra…



― Luis…



― Esta bien, te dejaré recortarlo pero…



― Verás que no te lastimo nada, seré muy cuidadosa.



Corrió hacia la habitación y regresó con los utensilios y mi crema e afeitar. Apenas vi el rastrillo y empecé a dudar.



― Tan pronto, mejor que sea otro día.



― ¿Por qué?, ya estoy lista.



― Me sigue dando pena, sorry.



― Tienes razón, no es justo.



― No es por justicia, es solo bochornoso.



― Esta bien, piensa que soy tu novia en este momento y que tú también me harás lo mismo cuando termine.



― ¿Quieres que te rasure?



― ¿Tengo otro remedio? Tú me dejas y yo te dejo, pero solo piensa que somos novios ¿OK?



― ¿Estas segura?



― Es lo correcto, así ambos superamos la pena y resolvemos el problema salomónicamente. Ahora colócate en el sillón recostado, solo déjame poner una toalla abajo.



Obedecí y me acomode sobre el colchón mientras Sandra revisaba que todo lo que iba a ocupar estuviera reunido.



― Listo amor, ahora bájate el pans. Me dijo segura, como si fuera a operarme.



― ¿Me ayudas?



Sandra dejo las tijeras sobre el sillón y de rodillas, me jaló el pans y el bóxer de una sola vez. Irremediablemente surgió aquel tupido panorama acompañado de una penosa gran erección. Sandra rápido se sobrepuso a la inesperada erección y comenzó a recortar con las tijeras el bello sobresaliente. Se tomó su tiempo para cortar y remover el bello cortado sin tocar el pene, hasta que pareció dudar sobre si debía recortar el bello del pene.



― Creo que debes sujetarlo para…



Sin dejarme terminar, sujetó el pene con la mano izquierda y cortó los pequeños bellos sujetos al falo. Después aplicó la espuma sobre las orillas de la zona, donde se presentaba un bello apenas visible y comenzó a rasurar. Después repitió la operación en el pene y continuó. Al llegar a mis testículos, me moví y me dio algo de temor pero bromeando me los rasuró con mucho cuidado hasta que quedaron relucientes igual que mi pene. Solo dejo un pequeño bello bien delimitado antes del pene.



― Listo, ves que fácil fue y sigues completo amor mío.



― Eso espero.



― Ahora te toca a ti amor, nada más te quito el bello de alrededor y listo.



Después de terminar, me subió el bóxer y el pans sin que la erección disminuyera un ápice. Me puse en pie con la sensación de algo extraño en aquella zona, nunca antes vista y tocada por dama alguna, después de mi pubertad.



― ¿Cómo te sientes?



― Extraño.



Sin decir más, Sandra se recostó en la misma posición que yo estaba mientras me hincaba junto a ella. Apenas me acomodé, flexionó su cintura hacia arriba como haciendo un ejercicio y se bajó la pijama y su panty impecablemente blanca, hasta mediados de su muslo. Ante mi surgió una escena diferente a lo que imagine, su bello era un matorral asombrosamente erótico que no dejaba mirar en su interior su blanca piel; además veía claramente sus labios vaginales, igualmente cubiertos de bello aunque en mucha menor densidad, pero lo que más me impresionó es que todo estaba empapado. Obviamente se vino mientras me rasuraba.



― Me da un poco de pena que trabajarás en lo mojadito pero no pude evitarlo.



― No te preocupes no hay problema.



Mientras comenzaba a recortar el largo bello, apreciaba lo hermoso de su cintura desnuda, lo erótico de su monte de Venus y sus sensuales labios hinchados pero virginalmente sellados. Recorte su bello, retirándolo a la vez hasta que percibí su blanca piel, luego le di forma de rectángulo alargado hacia abajo.



Al llegar a sus labios, le pregunte si los rasuraba a los que dijo que sí y procedía a separar un poco más sus piernas para lograrlo. Sandra me detuvo y se cambió de posición, se quitó completamente la pijama y panty sentándose frente a mí. Abrió las piernas y se recostó cerrando los ojos. La vista era soberbia.



Ver las piernas abiertas de mi única hermana, mostrando su concha completamente virgen a mi disposición era inexplicable. Además apreciaba el corte de su bello que lucía con algunas imperfecciones que debía rasurar. Toque sus labios para iniciar la rasurada, eran de una textura suave en extremo, inicie el proceso cuando percibí que apuraba un orgasmo. Un enorme chorro de líquido empapo la zona trabajo, sus manos bloquearon el golpe del fluido evitando así, que me empapara.



Seque la zona con la toalla y seguí con más prisa, mientras Sandra se volvía a recostar ahora más relajada. Termine y retorne al monte de Venus para rasurar los bordes esperando que luciera perfecto. Terminado el trabajo, peine su bello sobrante, limpie sus labios vaginales y admire aquel paisaje.



Su coño era ahora hermoso, alineado, sus labios vaginales provocativos al igual que sus insinuantes piernas abiertas. Sus ojos seguían cerrados y parecía esperar a que le pidiera vestirse. Su ano era invisible en esa posición, pero decidí arriesgarme.



― Date vuelta, debo recortar el bello entre tus pompis.



― ¿Qué?



― Tú me harás lo mismo, no debes olvidar esa zona.



― Extrañada, obedeció y giro, mirándome de reojo.



Ante mí, su gran trasero que bajaba de esa cintura tan femenina, sus nalgas blancas ocultaban apenas su rosado ano. Sin perder tiempo, separe la nalga izquierda decepcionándome al ver que no tenía un solo bello en el lugar. Para mi sorpresa, Sandra sujeto sus nalgas y las separó presentándome el ano totalmente a mi disposición. Fingí cortar algunos bellos mientras rozaba apropósito su ano.



Sucedió lo esperado, soltó solo su mano derecha para evitar el disparo de su nuevo, pero pequeño, orgasmo. Esta vez percibí ese espectáculo casi claramente. Su mano izquierda, seguía aferrada a su nalga izquierda para facilitar mi trabajo. Apenas terminó, retorno su mano libre y reabrió sus nalgas. Nunca me apresuró, ni yo quería hacerlo tampoco. Termine y limpie sus nalgas y ano suavemente mientras me despedía en silencio de ellos. Seque su coño empapado y listo.



Retome mi anterior lugar, me hinque sobre el sillón de espaldas, abrí mis pompis y Sandra se esmeró el rasurarme sin ninguna prisa y con igual interés.



Hecho lo anterior, nos desplomamos en el delicioso y útil sillón a relajarnos un poco. Al poco nos duchamos nuevamente por separado descubriendo en mi caso, que rasurado, el pene y los testículos se sienten muy bien.



Al terminar su ducha, Sandra salió contenta y me beso la mejilla provocativamente:



― Quede muy sensual, me encantó, gracias.



Pienso sin temor a equivocarme, que tanto Sandra como yo, solo deseábamos que el bello creciera rápidamente para repetir aquel momento, sin embargo el destino tenía nuevos planes.



Nuestra rutina volvió a la normalidad, solo el recuerdo de aquel momento seguía aferrado a mi mente. Nuestra relación era idéntica con la variante de que ahora tratábamos temas muy íntimos, mucho muy seguido.



Los negocios iban bien bajo su administración y mis ideas sobre el mercado. Un lunes, llamó papá explicando que mamá enfermo súbitamente y estaba delicada de salud, tenía problemas con su matriz y debían extraerla para evitar que una pequeña hemorragia, le trajese problemas de anemia. Sandra viajo para cuidarla y supervisar todo su tratamiento. Las semanas se convirtieron en meses y Sandra se ausentó por medio año.



Mientras, yo luchaba por mantener la administración del negocio, pero debo reconocer que es un asunto complicado, así que finalmente contrate los servicios de un bufete. Me mantenía en contacto con Sandra y ella me ponía al tanto de la salud de mis padres.



Mamá empeoró y regrese a casa para enterarme de que tenía cáncer y requería ahora de tratamientos más severos. Sandra estaba de planta junto a mamá y yo regresaba una vez por mes. Apenas y hablábamos de algo que no fuera sobre la salud de mamá y la preocupación de mi padre, era obvio que ahora ellos nos necesitaban.



Al cumplir Sandra 9 meses de enfermera, regrese y le rendí un informe del estado de la empresa, era bueno pero apenas alcanzaba sus expectativas, era claro que el negocio la requería también. Después de analizar y tomar algunas decisiones de socios, descansamos un momento y le pregunte como estaba ella, como se sentía de nuevo en casa, si visitaba a sus amigas o si aprovechaba su tiempo libre. Me miró y sonrió.



― Necesito descansar, volver a casa y tirarme en la pereza por días.



Entendí que estaba agotada y necesitaba distraerse de la rutina médica de mamá o también enfermaría. Por la tarde, la secuestre y fuimos a cenar a un viejo restaurante al que acudimos algunas veces con mis padres cuando éramos pequeños.



Cenamos sin prisa y remembramos aquellos lejanos días. El lugar apenas había cambiado un poco su decoración, pero los platillos y la atención seguían siendo excelentes, no en balde seguía siendo un sitio muy concurrido.



― Una semana después, me encontraba ya en mi casa, luchaba con el control para encontrar algún programa cautivante en el cable, cuando de pronto, escuche llegar a un taxi y para mi sorpresa, Sandra bajó de él con un par de enormes maletas. Salí a recibirla, pague el taxi y cargue sus maletas con rumbo a su habitación.



― Vaya sorpresa, ¿cómo sigue mamá?



― Estable, su cáncer se detuvo con la quimioterapia.



― Son buenas noticias.



― Sí, me permiten regresar un tiempo a poner en orden los libros y la casa.



― Te extrañe.



― Yo también.



Nuestra rutina de trabajo poco a poco se normalizó. Puso en orden los asuntos de la casa, no sin antes reprenderme por mi descuido y volvió a la administración detallada de nuestra empresa.



Mientras ella parecía haber olvidado aquel bello momento de intimidad y confianza entre nosotros, yo no hacía otra cosa que darle vueltas y vueltas en mi cabeza sin llegar a nada. Días después decidí olvidarlo pensando que no ocurriría más, la cordura había regresado. Triste me refugie en mis viejos hábitos y comencé a pasar más tiempo solo, reparando cosas, ordenando otras, siempre sin descuidar nuestra relación de hermanos en el trabajo y la casa.



Un sábado por la noche, mientras revisábamos algunos detalles de los negocios, notamos que estábamos solos en la oficina, todos se habían marchado e incluso habían ya apagado algunas luces por lo que decidimos irnos y continuar el lunes siguiente. Mientras organizaba los documentos para guardarlos, Sandra se sentó frente al escritorio y después de un breve silencio me sorprendió.



― Piensas que lo que hicimos fue… malo.



― Te refieres a…



― Sí cuando nos cortamos el vello.



― No lo sé, no lo vi desde ese punto de vista.



― Entonces como lo viste.



― Como una locura que nos dominó brevemente pero que al final, no tuvo consecuencias.



― Para mí fue diferente… nunca me había sentido así, es como si lo hubiera deseado mucho… como…



― Como si disfrutarás ser vista, como si…



― No, no… El confiarte mi desnudez, mi intimidad es lo que me excitó fuertemente. Mostrarme desnuda a tu vista, dejar que tus manos me tocaran, que cortaras mi bello… esa serie de sensaciones tan difíciles de explicar es lo que provoca que siga presa de ese recuerdo. ¿Tú que sentiste?, cuéntame, anda…



― Al principio un poco apenado, sobre todo con mi erección, pero al ver que te concentrabas en el corte me tranquilice un poco.



― Creo que entiendo, solo que yo disfrute que me vieras, que me tocaras…



Platicamos largamente aquellos recuerdos como si se tratara de una película ajena a nosotros dos, como si habláramos de dos personas distintas a nosotros, era extraño pero cautivante.



― Yo no me arrepiento, disfrute lo que vi y creo que tú también – resumí.



― Estoy de acuerdo, fue un bello momento.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 2
  • Votos: 2
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1938
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