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Categoría: Maduras

Noche Feliz

Yo acababa de cumplir los 19 años, cuando decidí venir a la capital para estudiar y conseguir un trabajo. Dejé allá  en provincia a mi familia, pero ello no significaba que estuviera solo en la gran ciudad. Aquí vivía mi primo Rolando, tres años mayor que yo, que residía en la capital desde hacía ya tres años.



Rolando era el chico precoz de la familia. Digo esto, porque siempre se comentaban sus diabluras, como aquella vez a los 17 años, en que había sido sorprendido en el asiento trasero del automóvil de su padre, acompañado de una prostituta. Fue también Rolando, quien me enseñó a masturbarme cuando yo tenía 13 años y me llevó por primera vez con una prostituta, cuando yo tenía 16.



Sabiendo cómo era Rolando, no me extrañó cuando ese primer día, recién llegado a la capital, después de descansar un poco, refrescarme y comer algo, Rolando me propuso que nos fuéramos de juerga esa noche.



- Yo conozco un lugar que me gusta mucho -explicó-. Pero no sé si a ti también te gustará.



Me explicó que se trataba de un bar frecuentado por mujeres maduras, buscando acción. Rolando padecía de gerontofilia desde sus años mozos, así que no era extraña su propuesta. Complementariamente, mi primo me explicó que aquel sitio era uno de los que veían más acción de noche:



- Lo frecuentan mujeres mayores, cansadas de sus maridos o mujeres viudas o divorciadas. Todas tienen algo en común: buscan sexo desesperadamente. No tienes que convencerlas, ni seducirlas. Allí todo el mundo sabe a que va y no hay necesidad de subterfugios ni pretextos. ¿Qué dices?



Yo, en realidad, tenía cierta predilección por las mujeres maduras, porque debo confesar que para entonces, ya había tenido relaciones con un par de señoras mayores que yo. Una de ellas era una divorciada de 44 años, que fue mi amante cuando yo tenía 17 y la otra era una señora casada, de unos 46 años, que había tenido una larga relación conmigo, hasta hacía apenas unos meses. Sabía perfectamente, que la mujer madura vuelca en la relación sexual su experiencia y toda su fogosidad, por lo cual eran un verdadero manjar para los jóvenes. Por tanto, decidí aceptar.



A eso de las nueve de la noche, fuimos a aquel lugar, ubicado en una calle tranquila del Centro Histórico y un camarero, me explicó que aquel sitio era famoso por ser el lugar favorito de maduras urgidas de sexo.



Entramos y pude darme cuenta que allí había suficiente material donde escoger. Rolando y yo nos colocamos en la barra, cerca de la pista de baile y pedimos unas bebidas. Revisamos el horizonte en busca de alguna presa interesante aquella noche. Había de todo. En una mesa cercana había un un par de damas, mayores de 50 años, que nos miraban y sonreían sin cesar.



Sin perder tiempo, Rolando se acercó a la mesa de ellas y les sacó conversación y, así, comenzamos a platicar los cuatro. Poco a poco, se fueron formando las dos parejas. Rolando se arrimó muy pronto a la mujer más joven, que tenía unos 54 años. Lucía el cabello corto y teñido de un color corinto rojizo. Era muy platicadora y tenía unos ojos negros muy brillantes. Tenía un busto mediano, que se podía apreciar a través del encaje de su escote y era ligeramente gorda. Dijo llamarse Dorita.



La otra mujer, la que me tocó a mí, era mayor. Le calculé entre 56 y 58 años, aunque más tarde ella misma me confesó que tenía 60. Su cabello era corto, de un color gris platinado y menos expresiva que su compañera, pero tenía un busto de mayores dimensiones y era más rolliza. Su nombre era Edith. Nos dedicamos a invitarles las bebidas y ellas, claro, se despachaban con la cuchara grande.



Las convidamos a bailar y salimos a la pista. Al estar junto a ella y tenerla abrazada, pude ver que Edith mediría unos 160 cms, mientras su amiga, era más baja. Dorita tenía un trasero majestuoso que se meneaba de un lado al otro al compás de la música. Edith, por su parte, no estaba nada mal, su busto parecía maravilloso y su trasero era casi tan espectacular como el de Dorita, aunque se movía con menos soltura. Sin embargo, consideré que si lograba llevarla a la cama, todo el gasto de aquella noche habría valido la pena, sólo por tenerla desnuda, ofreciéndome sus encantos sin miramientos.



Pasamos gran rato bebiendo y bailando. De los cuatro, yo era el que menos bebía y pude darme cuenta de que el alcohol ya estaba haciendo estragos, tanto en ellas, como en Rolando. Yo continué platicando con Edith y, cuando pasó una joven vendiendo rosas, le compré una para preparar un ambiente romántico. Encantada, me dio un beso de agradecimiento y se la mostró a su amiga, quien pidió a Rolando que hiciera lo propio.



Ya eran más de las doce y, como la mañana siguiente era laborable, la gente se fue retirando. Eso hizo que la pista de baile fuera quedando libre para nosotros. Al compás de música romántica, abracé estrechamente a Edith y le apoyé en la entrepierna el bulto que ya se hacía evidente en la parte baja de mi pubis . Indudablemente, Edith se dio cuenta de ello y no trató de evitar que yo me restregara más contra ella. Finalmente, las dos mujeres fueron al baño juntas, mientras Rolando me contó sus planes para la ofensiva final.



Pidió cuatro martinis, dos de ellos dobles, y esperamos en la mesa. Las dos los bebieron con singular alegría y luego mi primo ordenó una segunda ronda. Al terminar sus bebidas, pedimos otros dos y ellas se estaban poniendo francamente borrachas. Dorita perdía poco a poco la compostura y Edith, comenzó a liberarse, hablar en abundancia y reirse sin parar. Rolando y yo estábamos a cada segundo más cachondos.



De pronto, Rolando besó a Dorita en la boca y, al verlo, yo hice lo propio con Edith. Aquel beso duró mucho tiempo, me parecieron horas enteras y nuestras lenguas se trenzaron en duelo e intercambio de saliva. Mis manos comenzaron a recorrer la blusa de Edith, contorneando sus enormes pechos y bajando por un costado hasta sentir su cadera y su trasero redondo. De reojo, veía cómo Rolando besaba y abrazaba a su pareja y le metía mano por debajo de la falda.



Sin demorar ni un minuto más, Rolando preguntó a ambas si deseaban ir a otra parte, donde estuviérmos en privado. Ellas no lo pensaron mucho y, un segundo después, aceptaron.



- ¿A dónde iremos? -preguntó Edith con voz pastosa.



- ¿Qué les parece a mi apartamento? -preguntó Rolando.



Dorita aceptó encantada y con gestos le preguntó a su amiga si aceptaba también. Como ella ya había aceptado, Edith no tuvo inconveniente, aunque creo que hubiera preferido ir a un motel. Tomaron sus bolsas y salimos del lugar rumbo al apartamento de Rolando, que estaba a unos veinte minutos de allí.



Nos fuimos en un taxi y, aunque algo apretados, nos acomodamos en el asiento trasero Rolando, Dorita, Edith y yo. Durante todo el viaje fuimos metiéndonos mano y sobándonos, sin importarnos que el chofer del taxi nos observaba y no perdía detalle a través del espejo retrovisor.



Llegamos al edificio donde se encontraba el departamento de Rolando y subimos. No habíamos terminado de subir las escaleras, cuando ya estábamos besándonos Edith y yo. Mientras, Dorita hacía lo mismo con Rolando, quien sólo estaba esperando el momento de estar adentro del departamento, para atacara su pareja con toda la furia.



Una vez adentro, me dediqué a manosear a Edith, especialmente sus impresionantes pechos, los que sin ningún miramiento, le saqué del escote y los dejé expuestos a las miradas de todos. Contemplar aquellos colosales globos de carne, con sus enormes pezones, me provocó una nueva y poderosísima erección, como no recordaba otra antes.



Mientras tanto, Rolando sacó una botella de vodka y comenzó a repartir bebidas. Ellas siguieron consumiendo y muy poronto, Dorita estaba borracha como una cuba. Fuimos hasta la habitación de Rolando, que tenía una cama muy ancha, que él usaba para sus aventuras. Ellas se sorprendieron de ver que íbamos a estar juntos los cuatro, pero creo que estaban demasiado bebidas para protestar.



Nos tumbamos en la cama los cuatro y comencé a desvestir a mi pareja, mientras Rolando se quitaba los pantalones y Dorita de despojaba de la blusa, mostrando que abajo no tenía brassier. Edith y yo comenzamos una nueva ronda de caricias y pude darme cuenta de que ella estaba muy caliente, al igual que yo.



Besé a Edith y comencé a bajar por sus pechos, ya desnudos, y a recorrer con mi lengua su abdomen. Le fui bajando el vestido, hasta quitárselo por completo. Lamí sus muslos y sus rodillas, antes de finalmente subir hasta su tanga y removerla por completo. Al descubierto estaba finalmente su arbusto, que acaricié superficialmente con la lengua, pero sin entrar totalmente. Ella emitió un gemido y yo apliqué mi boca y mi lengua directamente a su vulva, mordisqueándole el clítoris y haciéndola retorcerse de placer. Tomé los grandes muslos de Edith con mis manos y levanté sus piernas por los aires, mientras, me la comí una y otra vez, jugando a lo largo y ancho de su raja, subiendo y bajando por las nalgas, del clítoris al ano y viceversa. De muslo a muslo, no hubo rincón de su entrepierna que escapara a mi lengua. Estoy seguro, por sus espasmos y contracciones, que en ese momento, tuvo un orgasmo.



Subí de nuevo, mientras Edith me desabrochaba el pantalón y yo terminaba de quitármelo. Mi verga estaba al descubierto, y Edith me la tomaba con una de sus manos y me estrujaba los huevos con fuerza. De reojo vi a Dorita, boca arriba y por debajo de Rolando, quién se la comía a besos en los pechos y el cuello, mientras la penetraba completamente con su pene en erección.



Finalmente, tomé a Edith de las caderas, la levanté hacia mí y la comencé a penetrar. Desde el principio, no fue difícil, ya que estaba tan lubricada a causa de su excitación, que mi instrumento resbaló gozoso hasta el interior de ella. Dorita, mientras tanto, rugía de placer como una perra, y yo bombeaba más fuerte en el interior de Edith, que estaba en su propio sueño sexual con los ojos cerrados.



Dorita levantaba las piernas más y más, para que Rolando llegara aún más profundo. Pocos minutos transcurrieron, antes de que ella se viniera entre jadeos. Rolando lanzó un gemido profundo, como señal de que su orgasmo lo había acometido también.



 



Luego vino el turno de nosotros. Bombeando sin parar, como un émbolo de carne, mi pene no pudo resistir más y, sin poder evitarlo, eyaculé. Me corrí largamente entre las piernas de Edith, sin interrumpir mi rítmico movimiento de mete-saca. Unos momentos después, ella gimió largamente, indicando que su orgasmo la acometía también.



Los cuatro nos desconectamos y fuimos presa de los efectos de la fatiga y el sopor alcohólico. No sé cuanto tiempo pasó, pero cuando reaccioné, vi que estábamos los cuatro allí, adormilados. Edith estaba en la orilla izquierda de la cama, dándome la espalda. Junto a mí, estaba Rolando y, hacia la orilla derecha, Dorita dormía profundamente.



Me incorporé y, al sentir mi movimiento, Rolando se despertó. Contempló la escena, con las dos hembras maduras y rollzas dormidas a nuestro lado y, guiñándome un ojo, me dijo:



- ¿Cambiamos pareja?



Debo confesar que el sexo con Edith había sido plenamente satisfactorio, pero el solo pensar en aquel intercambio, me provocó una inmediata erección. Rolando cotempló mi pene erguido y, con una sonrisa maliciosa, intercambió posiciones conmigo, deseando iniciar otra jornada de pasión desenfrenada.



Comenzó a acariciar a Edith y ella reaccionó, correspondiendo a su acionar. La situación me provocó un morbo terrible y, rápidamente, comencé a hacer lo propio con Dorita pero, ¡oh decepción!. El exceso de licor y el agotamiento causado por el sexo, evidentemente habían sido demasiado para ella y estaba profundamente dormida. Mis esfuerzos por moverla y despertarla, fueron inútiles.



Rolando y Edith estaban ya trenzados en un duelo de caricias y eso me hizo sentir frustrado. Edith se dio cuenta de mi situación y con un gesto alegre, me dijo:



- Veo que estás caliente y tu pareja no te responde. Eso habrá que arreglarlo.



Comprendí entonces que ella se ofrecía a atendernos a los dos. A pesar de estar un poco sorprendido por lo inesperada de la situación, me lancé sobre ella y la abracé. Rolando reaccionó negativamente, pero Edith rápidamente lo convenció. Nuestros labios se unieron en un beso que ella hizo largo y profundo, mientras Rolando comenzaba a cubrir de besos su entrepierna. Me incliné un poco y lamí y chupé sus enormes pechos, pero a pesar de su volumen y la edad, aun desafiaban con orgullo la ley de la gravedad. Ella se apoderó de mi pene con su mano, mientras yo seguía devorando esos enormes pezones, en una tarea que se me hacia gozosamente eterna.



Entre gemidos de placer, ya que estaba siendo atacada por partida doble, Edith me sujetó mi miembro, empezando a masajearlo con suavidad, endureciéndolo más, hasta que me hizo acercarme para poder comenzar a besarlo e, inmediatamente después, empezar a tragárselo. Lo hizo con una rapidez increíble: casi antes de saber que había sucedido, ella ya había tragado la totalidad de mis 18 cms de miembro. Dentro de su boca, pasaba su lengua alrededor de mi miembro, retirándose para apretar levemente con sus labios mi glande y volver a tragársela por completo. Temblando de placer, tuve que apoyarme contra la cabecera de la cama, para no caerme hasta el suelo.



No sé cuanto tiempo exacto estuvo Edith mamándome la verga hasta que Rolando dejó de mamarla y subió hasta ponerse a la par de la cara de la mujer, quien inició una tanda de caricias sobre el miembro de Rolando, acariciándolo con la mano. Edith supo apreciar la magnitud del miembro viril de mi primo, pues se lo llevó de inmediato a la boca, tragándoselo por completo casi tan rápido como se había tragado el mío.



Edith alternó un rato nuestros miembros por igual, pero no tardó en dedicarse por completó al de Rolando, a quien hizo tumbar en la cama, para tragársela bien. Cuando se inclinó sobre su miembro, que se elevaba como una torre, se volvió hacia mi y me hizo un inconfundible gesto acompañado con un mucho más que sugerente movimiento de su cuerpo. Yo no me hice espera y me situé detrás de ella cuando se arrodilló entre las piernas de Rolando. Apunté mi capullo a la entrada de su vagina, y empujé. Edith gimió con la verga de Rolando aún en su boca cuando mi verga entró con gran facilidad. La sujeté por sus amplias caderas y empecé a empujar como nunca antes había hecho con otra mujer. A Edith no solo no le importó la fuerza de mis embestidas, sino que parecía disfrutarlas mucho.



- ¡Así, muy bien! ¡Aaaaahhh! ¡Qué bien lo haces! ¡No pares, no pares! –decía ella las contadas ocasiones que soltó el miembro de mi primo de su golosa boca. Después de varios minutos en esa posición, Edith cambió. Se irguió sobre Rolando y, liberándose de mi pene, lentamente se dejó caer sobre su erguido y orgulloso miembro:



- ¡Ohhh! –gritó Rolando cuando ella comenzó a subir y bajar.



Contemplé excitado y masturbándome, como mi primo se la cogía hasta que ella, para no dejarme de lado, hizo que me situara frente de ella con las piernas bien abiertas para seguir chupándome mi verga. Lo hacia tan bien que por un momento creí que me iba a correr inmediatamente, pero ella debió intuirlo, porque rápidamente apretó la base de mi glande y bajó el ritmo de su felación, lo cual me calmó lo suficiente para evitar que me corriera.



- ¡Dame por detrás! -exclamó de pronto y al ver mi expresión de asombro, añadió-: ¡Cógeme por el culo!



Nunca había tenido sexo anal, por ello mi entusiasmo volvió a crecer. Me coloqué rápido detrás de ella, que se había inclinado sobre el pecho de Rolando para facilitarme la tarea, elevando su culo. El orificio anal parecía distendido, pues mientras estaba sentada follada por Rolando, se lo había estimulado con los dedos de una mano. Nuevamente en su retaguardia, apunté con mi miembro a la entrada y presioné. Contuve la respiración cuando sentí la presión de las paredes de su recto contra mi miembro, si bien ella no acusó mi intrusión hasta que introduje varios centímetros de miembro en su culo. Hizo un alto cuando se le escapó un leve gemido de protesta, que inmediatamente acalló mandándome continuar:



- ¡Sigue, no pares! Así... ¡Hasta el fondo!



Cuando introduje todo mi miembro, comencé a moverlo muy despacio, con precaución, pero sentía que la resistencia y rigidez desaparecía muy rápida. La única dureza que percibía era la del miembro de Rolando en su vagina, y la de los pezones de Edith, que acariciaba con mis manos. Con más confianza, me moví más rápido y ella me animó, si bien nos hizo parar a Rolando y a mí, para indicarnos como debíamos seguir el ritmo y coordinarnos.



Era la primera vez que cogía por el culo y la cosa me encantaba. Rolando, que veía mi cara podía dar buena cuenta de ello, e incluso en un momento dado parecía envidioso.



A esas alturas, Edith acababa de tener otro orgasmo y, cuando se recuperó, se movió nuevamente y se notaba que lo estaba disfrutando mucho. Retrocedí mi pene, casi hasta salir de ella, quien apurada, exclamó:



- ¡No! ¡No me la saques!



Yo no había pensado sacarla, así que embestí con fuerza y penetré de un golpe hasta el fondo.



- ¡Aaaaaaahhhh!! –gimió ella cuando mi miembro entró por completó en su ano.



Esperé un momento, hasta que logré coordinarme nuevamente al ritmo de Rolando, para empezar otra vez el mete-saca. Finalmente llegó un momento en que ya no pude más y, en un violento espasmo, eyaculé.



- ¡Oooooooooooggghhhh!!! –aullé cuando finalmente me corrí.



Tres gruesos chorros de semen saltaron de mi pene, directos a la profundidad de sus entrañas. Rolando gritó en ese momento, pues se acababa de correr dentro de la vagina de Edith. Cuando mi pene fue perdiendo la erección, retrocedí y pude ver como mi semen escapaba a chorros de su delcioso orificio. Cuando me desensarté, Edith se levantó, y cogiendo nuestros miembros, los limpió con su lengua y boca con una pasión inusitada.



Tras un lago rato de reposo y sueño, lentamente me fui dando vuelta hasta ponerme boca arriba. Cuando abrí los ojos, vi a Rolando que salía del baño. Le pregunté por las mujeres y me dijo que ya se habían marchado y que, como yo estaba bien dormido, le habían pedido que las despidiera de mi. Me senté en la cama y recordé las delicias vividas la noche anterior.



Lamentablemente, nunca volví a ver a Edith. Unos meses después, en una visita al bar, me encontré con Dorita, quien me contó que Edith se había marchado del país. Esa noche, Dorita y yo la pasamos juntos pero... ¡eso es otra historia!



Autor: Amadeo


Datos del Relato
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