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Categoría: Infidelidad

Noche de locura

Llevaba dos horas bajo el agua de la ducha y su piel ya estaba enrojecida por el calor del agua. Una sensación de culpabilidad la envolvía, como si de una serpiente se tratase, sin darle posibilidad alguna de escaparse.
Ahora no podría mirarlo a la cara cuando volviera. Lo había engañado aprovechando que se había ido de viaje.
Lo peor de todo era que se sentía culpable por haberle sido infiel pero no se arrepentía de haberse acostado con ese hombre que la había hecho descubrir una parte del sexo desconocida para ella. La había encantado pero, en cierto modo, se sentía mal porque se había jurado a si misma que, aunque las cosas no fueran bien entre ellos, como era el caso, jamás le engañaría y, sin embargo, lo había hecho.
Con su marido, la vida sexual, era prácticamente inexistente, salvo algún encuentro esporádico falto de toda pasión. En cambio, esa noche vivió al fin una autentica jornada de maravilloso sexo que la había dejado exhausta y, en algunos momentos, sin respiración.
Solo el recorcardarlo, la hizo extremecerse y la temperatura de su cuerpo se elevó hasta lugares insospechados. Mientras recordaba cada caricia de aquel hombre, sus manos se deslizaron desde sus pechos hasta su vagina que, igual que la noche anterior, volvía a estar completamente húmeda. Buscó su clítoris con desesperación y se lo acarició una y otra vez mientras que, con la otra mano, comenzó a estrujarse los pechos, recreándose en los juegos de la noche anterior. Sus dedos revoloteaban por su vagina hasta que al final se los introdujo dentro. Ya no aguantaba más y hasta gritó de placer cuando al final llegó al punto culminante y tuvo un orgasmo que la dejó sin respiración.
Salió de la ducha y, la calentura que ahora la perseguía, ya no la dejaba pensar con claridad. Se dirigió al teléfono y quedó en verse, de nuevo, con él esa noche. Necesitaba volver a experimentar todas esas sensaciones que la habían embriagado esa maravillosa noche.
Se sentó en el sofá y, mientras se recreaba de nuevo en lo ocurrido, volvió a masturbarse con una furia salvaje.
Él la había metido, casi a la fuerza, en la habitación, cogiéndola por la cintura, mientras besaba y mordisqueaba su cuello. La tenía bien sujeta y ella notaba en sus nalgas la dureza de ese miembro que tanto deseaba. Le metió la mano por debajo de la blusa, en busca de sus pechos, que comenzó a apretear preso de una pasión incontrolada. Su otra mano empezó a explorar por debajo de su falda hasta que llegó a su concha, que ya estaba totalmente húmeda, y se la cogió con fuerza haciendo que gemidos de placer se escaparan de su boca.
Estaba descontrolada, su temperatura estaba ya por las nubes y al sentir las manbos de él sobandola por todo el cuerpo, sentía que tocaba el cielo. El primer orgasmo se le escapó, sin poder controlarlo, solo con que él le cogiera la concha con la fuerza que lo hacía.
Despues le arrancó la blusa y le beso los pechos por encima del sujetador de donde luchaban por salir de tan duros que los tenía. Al fin la despojó del sujetador y se paró a comtemplar sus pechos duros, tan bien torneados y con los pezones erectos. Los chupó con fuerza mientras la empujaba hacia el tocador donde la sentó con las piernas abiertas.
Revoloteó con sus dedos por debajo del tanga y luego lo apartó sin comtemplaciones para comerse su concha entera que ahora ya estaba más que mojada. Paseaba su lengua con maestría por todos los rincones de su vulva, metiéndola y sacándola a la vez de su vagina mientras ella gemía y le pedía más y más. Cuando ya no aguantó estalló de placer y se corrió en su boca y él siguió chupando y bebiendo de cada uno de esos jugos que ella desprendía.
Loca de placer se levantó y, como una fiera descontrolada, bajó sus pantalones buscando ese pene que tanto deseaba tener en su boca. Su miembro estaba tan duro a estas alturas que ya le costaba contenerse y ella, que lo sabía, empezó a comerselo entero, primero suave y luego adquiriendo mayor velocidad y pasión mientras que con las manos le cogía los huevos y jugueteaba con ellos.
Ahora era él el que le pedía más placer y suplicaba que no parara agarrandola del pelo y obligandola a que se le metiera más en la boca. Ella volvía a sentir toda su vulva empapada de ver el placer que le estaba haciendo alcanzar y de escuchar los continuos gemidos que emitía así que le pidió que tambien él se corriera en su boca. Ya no podía más así que en medio de gritos hizo lo que ella le pedía. Se corrió en su boca y ella no paraba de chuparsela para que nada se le escapara.
Se dejó caer agotado encima de la cama y ella se recostó a su lado. Entonces la cogió de nuevo y comenzo a succionarle los pezones duros mientras la colocaba debajo suyo y con la otra mano buscó su concha empapada hasta introducirle en ella los desdos. Ella sentía los dedos de él removerse en su interior y cada vez se volvía más loca. Y así, con sus dedos en el interior de su oscura y húmeda cueva, tuvo otro orgasmo. Él le dió la vuelta y comenzó a comerle sus prietas nalgas y empezó a pasear su lengua por medio de ellas hasta que se encontró con lo que buscaba. Le metió la lengua en el ano y empezó a lubricarla con su saliva y los restos de los jugos que ella había expulsado.
A estas alturas, su miembro volvía a estar duro como una piedra y con unas ganas locas de embestirla así que, en medio de los gritos de ella, le dió la vuelta y la penetró. Ella que sentía ese mienbro tan duro dentro de ella le pedía cada vez más y le suplicaba que se lo diera más fuerte. La embistió de manera de salvaje arrancandole otro orgasmo que la subió al cielo.
Él, solo de verla asi de caliente, ya apenas aguantaba y entonces ella le pidió que estrenara su culo porque se moría de ganas de sentir ese pene tan duro entre sus nalgas. Estaba dispuesta a atravesar todas las barreras que, hasta entonces, tenía impuestas y se dejó hacer.
Antes de correrse se la sacó de la vagina y le dió la vuelta para introducirsela en su ano virgen que se abría para él. La penetró con delicadeza para no hacerle daño y, una vez dentro, ella le pidió que, con más fuerza, se la metiera entera y, por supuesto, él obedeció sus deseos. Metiéndosela con fuerza empezó a darle pequeños cachetes en el culo.
Ella ya no se aguantaba de la calentura de la que estaba presa y cogió la mano de él para llevarsela a la concha y que una vez allí le intodujera los dedos. En esa posición ella empezó a gritar que se corría y él ya no aguantó más. Llegaron juntos al orgasmo y, mientras ella gritaba como animal en celo, él se corrió en prieto culo.
Ambos cayeron sobre la cama, desfallecidos y sudorosos, donde durmieron hasta el amanecer.
Cuando despertó él se había ido dejándole una nota con su número de teléfono y una frase en la que le decía que había sido la mejor noche de su vida y que esperaba que ella quisiera repetirlo.
Ahora, en el sofá, y con sus dedos en el interior de su vagina, tambien llegó a un orgasmo que la hizo empaparse.
Se levantó y fue a por un lápiz y un papel.
Le escribió una carta a su marido en la que le explicaba que había conocido a otro y que se iba con él.
Se vistió, cogió sus cosas y se fue en busca del perfecto amante sabiendo que, pasara lo que pasara, jamás volvería con su marido.
Datos del Relato
  • Autor: Crystal I
  • Código: 3913
  • Fecha: 13-08-2003
  • Categoría: Infidelidad
  • Media: 5.44
  • Votos: 61
  • Envios: 14
  • Lecturas: 2446
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Laila
invitado-Laila 17-08-2003 00:00:00

Buena historia, suena a verdad aunque yo prefiero no despertar con el cuerpo multiforme de alguien a mi lado por lo que no correría en pos de nadie. Sencillamente me gusto mucho.

Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 15-08-2003 00:00:00

Jajaja, le faltó haber leído " Bendita Infidelidad", para el tema de las absurdas culpas. Muy bien escrito, convincente.

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