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¡Qué noche buena!
La navidad es excusa para reunir a la familia, festejar, comer, y beber a morir. El orden de los factores altera el producto: no es lo mismo disfrutar la noche buena, que disfrutar una buena noche.
Con Patricia, mi cuñada preferida, más joven y más tetona, festejamos una buena noche, quedó llena de frías burbujas de champán y caliente leche de mi verga.
Nos reunimos en la quinta familiar, cinco familias para festejar, entre ellos está Patricia, que ronda los 35 y tiene un trasero que corta el aliento. Ella es sabedora que es la dueña de mis desvelos, se lo estoy diciendo cada vez que nos encontramos, insinuaciones de todas las formas posibles, pero hasta esa noche sin progresar en mis atrevidas y lascivas intenciones, no pasó más que recibir esos besos que no dicen mucho y los abrazos enmarcados en el compromiso del protocolo familiar.
Patricia, Pato en la intimidad familiar, esta noche particularmente “entonada” porque las burbujas del chispeante champán le han jugado una mala pasada, le han bajado la guardia, y lentificado la capacidad defensiva. No sería tan peligroso si el adversario ocasional, quien está contando la historia, estuviera esa noche con todas las neuronas alerta para capitalizar cualquier falla de la contendiente y ponerla knock aut en la primera oportunidad.
Me ocupé de tenerla bien atendida, de llenarle la copa, para tenerla bien entonada. Tanta gentileza de mi parte consiguió buenos frutos, y prontito ella comenzó a dejarse llevar por mis insinuaciones, jugar al filo de lo prudente, nos prodigamos amagues e insinuaciones, hasta el frágil límite de la intimidad física. Como todos habían saciado su capacidad de absorción del buen espumante, nadie prestaba demasiada atención, bien entrada la noche todos estaban mucho más alegres que de costumbre.
Después de los repetidos brindis, todos nos fuimos desperdigados por el parque, unos con champán, otros entretenidos con disparar los fuegos artificiales y cohetes, el resto en la modorra de tanta bebida y comida. Alejado del ruido, de la música y los petardos, cómodo recostado en añoso roble, ojos cerrados esperaba que se me diera la ocasión de volver a avanzar en la ímproba tarea de seducir a la Pato.
—¡Cuco!, ¿Quién soy? —Dos manos cubren mis ojos— ¿A ver?... ¿Arriesga?
—Eres... – Se colocó delante, besé una mano.
—¡Cuñadito qué hacés aquí... solito!, ¿Alejado del mundo?
—¡Estoy fundido! He bebido un poco de más…
—¡Ja! Somos dos ya.
Displicente, se sentó sobre junto a mí, apoyando su cabeza en mi regazo, flexioné la pierna izquierda para quedar acomodada donde más lo necesitaba. Giró, para colocarse de costado, frente de mí, seguía el ritmo de la música frotando su mano sobre mi parte más sensible para sacarla de su modorra y despertarla en su instinto más elemental, dicho de manera menos poética, calentándome la pija.
A la fricción se mano, el miembro se erecta, toma forma y volumen en el hueco de su mano, mientras desde la sobra del árbol vemos al resto de la familia jugar y danzar en el desorden propio de los momentos de exceso.
—Estás jugando con fuego… y si sigues te puedes quemar en él…
—Y si me gusta quemarme, ¡Qué!
Astucia y malicia entran a jugar su localía, se monta a caballito sobre la pierna izquierda, mano derecha palpa, calcula tamaño y dureza del miembro. Froté la rodilla en su entrepierna, ella misma se terminó de acomodar para que la rodilla diera justo sobre la cuca. Se movía, frotándose, deslizándose, como para sacarle chispas a su sexo. Bajó el cierre de la bragueta del jean, libero del encierro a la verga, lo atrapa para que no se le escape, palpa las ganas de entrar en acción. Está dispuesta a ayudarlo a ser libre del todo.
Cierra la mano sobre la verga, desliza la piel, pajea como para entrar en confianza, subibaja, excitación intensa, el jugo pre seminal comienza a mostrarse como adelanto de tiempos mejores. Pato usa la falda amplia para ocultarme el sexo y hacerse poseer ahí mismo. Había venido sin bombacha, preparada para hacerlo, ella solita hacía todo, yo era el vigía mientras ella comienza la travesía del viaje placentero.
La vagina es un delicado terciopelo sedoso, suavemente húmedo y caliente, se la enterró todita, se dejaba caer hasta metérsela bien dentro, impulsada con sus manos sobre mis rodillas, hacía de punto de apoyo para mover el mundo del placer.
No era el lugar más apto para coger, pero la urgencia de ella amerita permitirle hacer cualquier cosa, las sacudidas se multiplican, los jadeos se intensifican, los jugos aumentan. Se desespera en la urgencia por llegar a espacio celestial del orgasmo. Siguen los jadeos, las palabras sin sentido, su espalda se pone tensa como resorte, arquea buscando el mejor ángulo para empalarse más profundo, acelera el ritmo y por fin… le llega el orgasmo tan temido.
Se deja morir en un mar de jadeos y epítetos groseros, libera sus sensaciones más primarias, y las emociones más intensas para dejarse morir recostada sobre mí, viajando en ese momento de éxtasis de sensualidad y locura.
El orgasmo urgente de Pato me cortó la inspiración, se demoró mi eyaculación, pero tuve la gentil delicadez de esperar que sus convulsiones de disolvieran entre mis brazos.
—Te corté el polvo ¿no?
—Sí, estaba… casi llego
—Deja que me levante y vemos cómo te sacamos esa lechita.
Se colocó de cara al árbol, del lado oculto para el resto de la familia, se levantó la falda y me invitó a recorrer el interior de su vagina, de parados era la única opción viable. Se retiró todo lo posible, haciendo el ángulo más propicio para penetrarla desde atrás, de pie entré en su vagina de una sola estocada. Aferrado a sus caderas me impulso y muevo a todo vapor, las ganas pueden más que cualquier cosa, el riesgo de ser descubiertas le ponía a este polvo el plus de excitación. Por las circunstancias tan particulares y la calentura previa no demoré mucho en llegar a una eyaculación presurosa. El polvo furtivo nos hizo gozar del sexo y olvidar precauciones.
Volvimos con el resto de la familia, por separado, con cara de “yo no fui”, formando parte del grupo que entraba en la navidad.
El marido, muchas copas y pocos reflejos para conducir, decidieron que era prudente que se volvieran en nuestro automóvil, es casi una obviedad la decisión de llevar a Pato y su marido a su casa, después de dejar a los míos. Me ocupé en bajar a Edu, un poco dormido y otro mucho ebrio, lo dejamos en la cama, dormido y roncando como un tronco. Bajamos y me convidó con un café.
—¿El café lo tomarás así, solo y negro? —quedó esperando la respuesta— digo ¿no te gustaría mejor con leche?
—Si me das la tuya, me gustaría con leche. Con tu leche.
—¡Qué buena estás! Tengo ganas de cogerte otra vez.
—¿Y.… si te gusta...?
Estaba todo dicho, el tiempo urge, el deseo apremia, las ganas de coger son un león hambriento que muerde por dentro. De la cintura, desde atrás, la besé en el cuello, ardiendo como tea me remolcó al cuarto de servicio, sobre la cama arraso todo con la lengua, entre sus piernas el magma interior hizo erupción cuando capturé la cereza del placer entre los labios, robándole los primeros gemidos, lamiendo y escrutando en la vulva con la lengua retuve los primeros jadeos...
Cuatro llegadas, dos con la boca, los restantes con la verga a tope. En los últimos hace lo que mejor sabe, aprisionarme la pija con los músculos vaginales de maravilla, está regalada, para cualquier cosa los cuatro o más orgasmos desgastaron su resistencia. Agotada por los orgasmos y vencida por el champán no está en condiciones de oponerse a la voluntad del macho dominante, es mi tiempo, mi decisión, mi deseo el que gobierna y manda.
Con algo de brusquedad y mucho de dominador, la volqué de bruces, las nalgas erguidas, me hace sentir el poder de dominarla, someter a la yegua arisca, juega a resistirse, goza ser sometida y castigada con palmadas en las ancas, como parece gustarle, repito las nalgadas.
Vencida accede al jinete, de pronto todo se hace intenso y urgente, la cogida se torna más salvaje, la cuca cerca y aprieta el músculo sobre la verga, pero pude contenerme y aguantarme para ir por ese tentador hoyo que tengo en la mira. Me tumbo sobre ella y desenfundo el miembro de la vagina, se la puerteo en el chiquito, controlo el primer intento de zafarse, al primer empujón pleno vuelve a intentarlo.
La serené con una fuerte nalgada, y otra más para que no lo intente otra vez, en verdad me sentía otra persona, como más ardiente, más salvaje. Todo se precipitó, más se resistía más me violentaba, todo era una vorágine de calentura y brusca penetración anal.
Los jadeos se confunden con los gemidos, los ruegos de que la saque con el lloriqueo por algo de dolor, los tiempos se miden de distinto modo, para ella fue una eternidad para mí solo un instante. La vorágine de la calentura me hacía castigar sus nalgas, apretarla toda y hasta morderla en algún momento, sujetada de sus cabellos me encaramé sobre su cuerpo y me mandé con toda la furia de mis ganas de macho rompedor de culos.
Lástima que todo tiene sus límites, también mi calentura había llegado, era tiempo, la pija comienza a sentir los síntomas de la inminencia de la acabada. Una profusa eyaculación me deslecho dentro del culo de Pato.
Quejidos y gemidos a dúo sincronizan el placer del macho dominante y de la hembra dolorida. Parte del semen se escurre cuando me retiro.
Nos besamos, por primera vez en la boca, intenso y sentido, no hubo disculpas, ni promesas, todo se dio como se relató en esta historia, los hechos reflejaron esta historia chiquita en el desarrollo, pero inmensa en el significado que aún está por develarse.
Habrá muchas noches, pero tan buena como la de nuestra historia…
Lobo Feroz
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