Vivía en un piso pequeño de una céntrica calle gris de Madrid, uno de esos con apenas una o dos habitaciones y un salón del tamaño de un dormitorio y una cocina que más bien parecía un zulo donde hubieran tenido a alguien secuestrado y lo hubiesen convertido en cocina. El baño, no mucho más grande que todo lo demás, daba a un patio interior. Desde ahí podía oír y ver a todos los vecinos, cotillear que hacían, que se decían..., sobre todo los oía discutir y a veces me despertaban y me daban ganas de mandarles a tomar culo, más cuando discutían desde bien temprano, ese era su desayuno, pelear. Me levantaba de mala gana y me metía en la ducha, no lo hacía por ganas, sino por no oírles con el ruido de la ducha, aunque era difícil no hacerlo; al salir de la ducha abría la pequeña ventana que daba al patio interior y asomaba la cabeza aprovechando que en las primeras horas de la mañana daba el sol, y de paso la veía a ella, veía a Bea, mi vecina de enfrente, baño con baño, ventana con ventana.
Bea llevaba siendo mi vecina de enfrente un par de años, se mudó unos meses después que yo, así que la veo desde el primer día, y desde ese primer día me tiene loco. Bea es una morenaza de treinta y tantos calculo yo, guapísima, de pelo negro y largo, de ojos azules y labios rojo pasión a la que intento ver cada mañana, algunas lo consigo. Veo su silueta desnuda, una silueta estilizada que se contonea al pasar por la ventana, una ventana con un efecto esmeralda o lluvia que apenas me deja verla como me gustaría. Ella sabe que la miro, me ve y no parece importarle, porque no me ha dicho nada, no ha puesto el grito en el cielo; más bien todo lo contrario, a veces pasa y mira, me mira y se para con una toalla o no sé qué, tapando sus pechos y dejando que adivine la silueta de su espalda y algo más, que inevitablemente me excita. Empalmado y mojado suspiro para aliviar la excitación, aunque de poco y nada me sirve. Seguro que lo sabe, me mira y sonríe, lo puedo adivinar. Esto se ha convertido en un juego que le gusta, y a mi también.
Uno de esos días en los me la quedaba mirando por la ventana, me sorprendió al quedarse parada en la ventana y solamente tapada ligeramente por una toalla, me vocalizó en silencio:
"No te quedes mirando"
Y ante mi cara atónita de embobado, cerró y desapareció. No sé qué me impresionó más, si verla medio desnuda o el mensaje que no terminaba de saber si lo había entendido bien. ¿Que no me quede mirando?, ¿qué quería que hiciera?, ¿era una invitación para ir a su piso?, ¿sería eso? Me quedé tan petrificado que literal y físicamente me quedé helado, tanto que la consabida erección que me provocaba menguó notablemente. Su piso quedaba al otro lado de los ascensores, no era difícil dar con él, la cuestión era si ir y dar el pelotazo del año o quedar como un gilipollas tanto si iba como si no. ¡No te quedes mirando, joder! No me quedaría mirando, me vestí, me peiné, me perfumé y con más nervios que vergüenza, y con las pelotas como dos conguitos de pequeñas, me planté en su puerta.
Al llegar a su casa, me paré y respiré en silencio, no sabía si ella estaría detrás de la puerta y me estaría escuchando, o peor aún, viéndome por la mirilla, descojonada de mi. No sabía que diría cuando abriese la puerta, no la conocía de nada, nunca habíamos hablado, simplemente la veía pasar. No lo pensé más, llamé y esperé, ella vestida solo con un albornoz abrió y sonrió divertida, como si supiera que iba a ir, o porque sabía que me manipulaba como a un títere entre sus manos.
-No me quedé mirando- la dije. Aquello dentro de mi cabeza sonó como si se lo dijera un niño. Muy cutre para un tío con pelos en los huevos.
-Pasa, no te quedes ahí. Ponte cómodo, voy a vestirme, no tardo - me dijo con toda la normalidad del mundo, como si no fuera la primera vez que estoy en su casa.
Su casa era como la mía, el mismo tamaño, la diferencia es que en la suya estaba todo al lado contrario de la mía, y por su puesto mejor decorada y más ordenada que la mía. Me quedé esperando en el pequeño salón con la puerta abierta. Bea se fue a su cuarto, y sin cerrar su puerta, se quitó el albornoz y lo dejó en la cama. Yo desde el salón pude verlo todo, la veía a ella desnuda, no llevaba nada debajo. De espaldas a mí me dejaba verlo todo, pude adivinar entre sus piernas que no se depilaba. Suspiros en silencio y excitación. Trago saliva en un intento de controlarla mientras ella nada más que se pone un vestido fino de color azul cielo. Su cuerpo vestido de azul cielo me provoca mucho calor. Salió de la habitación y fue a la cocina a por un par de cervezas, al entrar me encontró sentado en su sofá con el móvil en la mano, en un inútil intento de normalidad y disimulo tras haberla visto desnuda. Se sentó a mi lado con su vestido azul cielo, las cervezas y nada más. Me dio una, estaba bien fría, lo cual agradecí, ayudaría a apaciguar mi estado.
-Sé que me miras- dijo ella sonriendo.
-No puedo negarlo- le dije. -Me gustas mucho desde el primer día que te vi y no puedo evitar verte cada mañana, aunque algunas no lo consigo. Creo que cuando voy a verte ya no estas-.
-No pasa nada- dijo ella, dejando una mano sobre mi pierna. Pareciera que con ella nunca pasa nada, da la impresión de que con ella todo es normal. -No me importa que me mires, me gusta, pero solo tú. Y sé que lo haces desnudo, eso me excita-.
Excitado estaba yo, excitado y nervioso, no sabía dónde meterme, y su mano sobre mi pierna no llamaba a la calma. Ella sabía que yo no daría el primer paso, o al menos sabía que me costaría bastante, y es que una cosa era fantasear con ella, y otra tenerla a mi lado, tapada solo por un vestido. Dejó su cerveza en la mesa, e hizo lo mismo con la mía, y horcajadas se sentó sobre mi regazo empalmado.
-Sé lo que quieres- me dijo, y casi sin dejarme reaccionar, me besó, y yo me dejé llevar por ese beso. Abracé su cintura olvidándome del vestido azul cielo y mis manos enlazaron su cintura desnuda. Sus muslos eran suaves y cálidos, al igual que sus labios y su lengua que me devoraba.
No sé si era yo o allí hacía calor, pero en un momento de respiro que ella me dio, me quité la chaqueta, al tiempo que ella se quitaba el vestido, dejando a la vista aquel cuerpo desnudo que tantas veces vi en penumbras y que más que ver, me tuve que imaginar. Divertida como una niña juguetona, me desabrochó la camisa y el pantalón, y con su mano en mi bragueta nos volvimos a besar, instintivamente mis manos taparon sus pechos pequeños y juguetones que no me privé de saborear, la agitada respiración de ambos llenaba el pequeño salón. Bea se levantó y tiró de mi llevándome a su pequeña habitación solo iluminada por la luz de la calle, allí terminó de bajarme el pantalón y dejarme como tantas veces la había visto desde mi baño, desnudo, sudoroso y empalmado. Entre besos, jugó con mi erección cada vez más pronunciada, jugaba con ella entre sus manos, la acariciaba y la apretaba, la hacía arder, y entre la llama de sus manos la besaba y entre sus labios la hacía desaparecer hasta su garganta. Con la respiración entrecortada Bea se dejó caer en la cama y con las piernas abiertas, sin dejarme nada a la imaginación, me dijo:
-No te quedes mirando.