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Categoría: Confesiones

No quiero volver a estar sola

Si hablamos de las cosas que deberían ser, yo debería ser una mujer libre de familia, una profesora conocida y reconocida, capaz de crear la solución de la capa de ozono; tener un albergue para animales de la calle, una fundación que apoye a los niños de bajos recursos, una casa enorme donde puedan vivir niños huérfanos, tener una compañía ecologista que sea capaz de brindar múltiples empleos donde se recupere el ambiente con cada acción, y ¿Adivinen qué? NO lo soy.

Soy solo una neurótica, prepotente, paranoica y temperamental mujer, lo sé, tranquilos, se lo que piensan, ¿cómo una mujer de 25 años puede ser tan mefistofélica? Y créanme no tengo una explicación para hacerlos feliz, y mucho menos me interesa. Soy también la dueña de un hermoso canino que alegra mi vida con posar esos aletargados ojos marrones en mi escueto cuerpo. Mas que una mujer parezco una caricatura dramática de Disney. La bella y bestia sería la caricatura que me definiera, aspecto de bella, actitud de bestia. O bueno, eso era lo que decía mi terapeuta una vez a la semana cuando asistía a sus citas. Tal vez dos, si todo se salía de control.

Ver la invitación del gran fracaso que sería esa boda me causaba algo de pena. Era imposible que Richard estuviese enamorado. El muy avieso jamás se había interesado en alguna mujer, debo admitir que llegue a pensar que era pederasta, pero ya ven, no todo es lo que uno cree. Estando acostada con Bernardo a mis pies, pensé en todo lo que había cambiado mi vida en los últimos años, el dejar a mi familia por seguir mis sueños, lograr mi independencia y llegar hacer alguien importante -aunque eso último aún estaba en desarrollo-. Mas que para la vida de alguien más, para mi vida, porque no se puede llamar existencia solo respirar oxígeno y volverlo dióxido de carbono. Eso es solo un traga aire.

Acaricie a mi hermoso cachorro. Entre sus suaves respiraciones me deje llorar un poco. Llorar por recordar mis momentos felices, por no tener momentos felices, por tener que saber de mi familia, por odiar el que me hayan abandonado a mi azar. Por toda la inmundicia que llevo sobre los hombros desde hace tanto tiempo. Llore sin reprimir mi tristeza. En medio de sollozos me dormí, la vida había sido buena conmigo.

El resto del fin de semana; después de la sorpresiva visita de mi pródigo gemelo, y las incontables lagrimas derramadas a mi tristeza, se me escurrió entre los dedos, como agua de río. Mis ocupaciones me hicieron olvidar la charla con Richard y pensar más en mí, y mi vida, en la decisión que ellos en su momento me llevaron a tomar. Era una familia que decía ser feliz bajo el yugo de sombras muertas o seguir mis sueños.

Humberto Rilvers, un hombre de la vieja escuela atolondrado y dictador; desde que nací cayó sobre mí las cadenas de ser abogada, porque como mujer ese era mi sueño y como hombre solo aspirar a ser médico, siguiendo la extensa línea familiar de 5 generaciones ininterrumpidas donde “cada feliz Rilvers dejaba en alto la dinastía”. Cuanta decepción cargara ese hombre aun sobre su cabeza mientras piensa en mí, y las desesperanzas que le cause.

Ahora, Mi vida, aunque no era perfecta, me mantenía feliz. Es que todo era muy simple, y más importante aún, era lo que yo siempre había querido, quizás algo solitaria, pero todo tenía su razón de ser en la cubre del planeta.

Pensando en mis grandes pasos evalué mi ajetreada rutina. De lunes a viernes, era la profesora de educación integral de un grupo de niños en pleno desarrollo en una vanidosa institución privada, donde se mantenía el concepto que la educación privada era mejor que la pública. Por las tardes me dedicaba ayudar en una ONG encargada de rescatar el entorno que cada día se pierde más. Allí tenía un puesto significativo y mi trabajo era el de desarrollar nuevas campañas para la siembra de árboles y reubicación de animales en peligro de extinción.

Los sábados dictaba talleres en la universidad más reconocida del estado, a varios grupos de jóvenes según la asignatura. Algunos querían manejar mejor su dicción. Otros querían tener una buena expresión corporal. Mis honorarios eran bastante buenos. Me ayudaba a pagar mis cuentas. Eso era un gran avance, para alguien que solo quería paz mental y tranquilidad económica.

Y los domingos, era el día donde era solo una simple mortal, por la tarde luego de darles todo el empeño a los jóvenes podía tomar cualquier medio de transporte no contaminante y comenzar mi fiel rutina de maniobras. Se que parecerá exagerado. Pero me ayuda a mantenerme tranquila y controlar un poco mis problemas de ira, los cuales salían a flote cuando yo menos lo esperaba. Pensar en eso me hacía darles la razón a mis padres. Debí ser abogada para poder destruir a cualquier culpable en el juzgado y lograr su pena máxima, pero ser docente, no sé qué pensaba. Aunque con el pasar de los años entendí que no era sólo un capricho, yo en serio amaba educar, sin importar que cada día me acercara a perder el cerebro al escuchar una mala pronunciación.

Por lo menos hoy, miércoles. Aquí estaba mi migraña asesinando mi poca cordura. Los días pasados había sido controlable, pero estaba próxima a mis días, y los cambios de humor eran inevitables.

– Profesora, ¿necesita algo? -me pregunto Juliano, viendo como tallaba mis manos contra mis sienes.

– Si, que ustedes aprendan.

– Ay, profesora. -hizo una mueca de tristeza- nosotros aprenderemos.

Quisiera decir que él me enterneció, pero solo me tomó de la mano para volver a su asiento.

Por mi parte me levante para comenzar con el nuevo módulo.

– Muy bien jóvenes. -dije haciendo sonar mis tacones mientras caminaba, todos parecían expectantes- hoy hablaremos de situaciones comunicativas estructuradas, en base a el seminario.

En cuestión de segundos todo el grupo estaba ansioso por la clase, nadie hablaba, solo se lanzaban miradas llenas de interrogantes

– ¿Cuál será el tema a tratar, profesora?

– ¿Que desean aprender? -mi plan de aprendizaje con los más jóvenes era fácil, la psicología inversa en ocasiones, mensajes subliminales otras veces, desinterés por en señarles y ahí estaban ellos, ansiosos por aprender.

– El cáncer -dijo una de las niñas más calladas de la clase-

– Ideología religiosa -acoto otro al fondo-

– Medios de comunicación -las ideas seguían apareciendo mientras yo las iba plasmando en la pizarra-

Luego de 10 minutos debatiendo en medio de una lluvia de ideas llegamos a una conclusión.

– Aquí está la información. -les hablé- Tienen quince minutos para… -hice una pausa observándolos- hacer equipos, elegir un relator y exponer el punto asignado. Comiencen.

De pronto un fuerte alboroto se hizo en todo el salón, para luego terminar en completa calma. Observe mi reloj después de 17 minutos. Los niños estaban tan concentrados. Debatían en silencio. Hasta que el tiempo caduco.

– Muy bien imberbes, se ha culminado el tiempo, comenzaremos con el grupo número 4 -eran cuatro grupos, de 8 personas cada uno- me comentan ustedes, quien es su relator, dan su punto de vista y proseguimos.

Tome mi libreta de apuntes, y una pequeña grabadora, una niña con el cabello pulcramente peinado se levantó, alisando las arrugas diminutas que poseía su falda.

– Abrahams Venezuela. -dijo segura- el cáncer… – a final de cuentas se habían decidido por la mortal enfermedad. –

La presentación de Venezuela fue bastante buena, era una niña muy correcta, y atenta para su corta edad, le gustaba experimentar y siempre quería seguir aprendiendo, bien decían que la educación viene de casa, quizás esta joven si tenía unos padres que apoyaban sus estudios y sus sueños por avanzar. Por continuar construyendo el futuro que ella quería, porque a pesar de ser una simple niña de ocho años -creo- se desenvolvía bastante bien.

– Las células cancerosas pueden extenderse del tejido u órgano donde se originaron a otros órganos y tejidos, extensión llamada metástasis. El cáncer no es contagioso y aun no existen pruebas de que sea hereditario.

Al finalizar la clase me di cuenta conjuntamente con la directora que había estado supervisando mi catedra de mis métodos de aprendizaje, aunque heterodoxos eran efectivos.

– Excelente Rilvers, me parece muy jactancioso lo que has hecho con estos jóvenes en tan poco tiempo. Tus tutores han sido muy honestos.

– Gracias -respondí recogiendo mis cosas- es mi labor.

– Una muy pasional.

– Para educar nací. -intente sonreír, pero yo en definitiva no era buena con las relaciones interpersonales-

– Tienes el puesto. -eso logro atraer del todo mi atención. –

– -levante una ceja observándola finalmente, ella sonreía- Ya lo sabía, aunque gracias.

– Tus tutores tuvieron razón, -la observe de manera penetrante, mientras ella caminaba por un salón ya desierto- tus técnicas cambian nuestro sistema de educación, pero son efectivas y a los niños le gusta tu novedad. -intento irse, pero se detuvo al borde de la puerta- sólo recuerda que siguen siendo niños, y aún están en crecimiento, no puedes arrebatarles su niñez de un tajo para obligarlos a crecer por un aprendizaje que les llevara más años de los necesarios.

– Lo tendré en cuenta directora. Procurare darles postre después de la comida principal. -Sonreí forzada- ahora si me disculpa, tengo actividades pendientes.

Ella se apartó de la puerta y yo baje las escaleras, me direccione a la oficina de docentes a buscar mis cosas, llámese cosas a un casco, protectores y las llaves de la cadena la cual tenía retenida a mi bicicleta. Al llegar al estacionamiento la solté, luego de tener mi indumentaria encima, subí, los días buenos para la bicicleta eran aquellos donde vestía falda, creo que, seria inverosímil ver a una mujer con un traje de falda alta y tacones de punta montada en una patineta o en un viejo monopatín.

Me detuve a mitad de vía al ver a Venezuela, la niña de la escuela, sentada en la acera con un libro en sus manos “Martinica round trip”

– Profe -sonrió- buen día

– Abrahams, ¿qué hace aun aquí? Y, ¿el humano encargado de usted?

– -ella observo su reloj- se supone ese homosapiens llegaría antes de la una por mí, y como ya ve.

– Son las dos de la tarde, menos doce minutos. Malo, malo, el retraso… -me interrumpió-

– La impuntualidad habla de una persona irresponsable y falta de compromiso. Lo sé, no tiene que recordármelo.

– -sonreí por la arrogancia de la pequeña-Yo no soy buena en estas cosas, pero esto está solo, podría llevarte.

– ¿Llevarme? -levanto una ceja- ¿usted? -Sonreí con suficiencia- ¿En eso?

– Si se sienta usted en el sittwo, genio.

– Creo que esa sería una escena bastante buena para una película de los locos Adams. -asentí- ¿está segura de querer hacer esto?

– La verdad no, porque puedes creer que me agradas. -fue su turno de sonreír- pero; ¿Esta segura de querer seguir esperando? -ella me sostuvo la mirada-

– Tiene usted un excelente punto. Ya veo porque es la docente y no yo. -esta niña sí que podría sacarle arrugas a cualquiera, a cualquiera menos a mí. Si no fuese su educadora nos llevaríamos muy bien; si tuviese una hija, pudiese ser como ella-

– Abrahams tienes dos opciones, o te quedas a solas con el Sr. Portero, a la espera de tu irresponsable responsable o aceptar que la llevé.

– No hay muchas opciones. -se resignó- vivo por la calle 7ma, a cuadra media de la petrolera nacional.

– Úsalo -le entregue mi casco- no sueñe con que esto se repetirá señorita.

– Ni usted sueñe con tener una segunda oportunidad de transportar a la futura ganadora del premio Nobel de la paz. -en definitiva, no me había equivocado con esta niña- después de hoy, cero acosos.

– Después de hoy tendrá usted que besar la suela de mis tacones para obtener mi atención.

– Es buena usted con esto -haciendo referencia a la interesante platica que desarrollábamos-

– Quizás tú igual lo seas al crecer -reímos- Sujétate -le ordene luego de subirse a mi preciosa bicicleta. –

Tardamos diez minutos en llegar a su conjunto residencial. Un conjunto de varios edificios, se veían modestos, no humildes para considerarle podre, sólo modestos, con aspecto colonial y eso podría hablar del dinero que poseía su familia. Mientras aparcaba a la orilla de la acera, y observaba las pequeñas cosas a su alrededor paso una enorme gandola de la petrolera. El pitazo que dio quizás haya fundido mi tímpano para siempre. Luego tendría que ir al otorrinolaringólogo para descartar cualquier atrofiamiento.

– Esto no me puede pasar a mí -dijo la niña quitándose el casco, se veía fúrica-

– ¿Es tu padre? -Le pregunte aceptando el casco nuevamente, ella negó-

– Peor aún, eso es lo que tengo por madre.

Y se estaba congelando el desierto del Sahara, porque la naturaleza me decía justo en ese momento “Si Guadalupe Rilvers no fue abogada, ¿quién le prohíbe a una mujer manejar una gandola portadora de contaminación?”

– Tienes razón, esto no debió pasarte a ti. -susurré más para mí que para la niña-

De la gandola bajo una mujer vestida casi de administradora de circo. Su peculiar atuendo, me hizo replantearme el hecho de si las palabras dichas por Venezuela eran ciertas, ¿este era su hogar? ¿Esa en realidad era su madre? Yo jamás fui de juzgar, pero bastaba verle el caminar para saber que estaba muy lejos de tener si quiera un estudio académico, tal vez vivirían de la pensión que le habría dejado el padre de la niña, y la mujer vista su circunstancia le toco intentar manejar esa clase de vehículos, aunque para ser honesta le fuese resultado mejor ir administrar el circo. Solo a alguien de su… Índole se le ocurría usar una franela verde manzana, con un pantalón de lino color uva y unas sandalias hechas de cuero de algún mamífero muy peludo. Compadecí a la pobre niña quien ya no soportaba la vergüenza. Todo termino de estallar cuando aquella mujer hablo.

Sentí un crujido en mi estomago al estar recriminando el origen de alguien, por un segundo sentí vergüenza y grima de mí.

Datos del Relato
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