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¡Hola de nuevo! Espero que disfrutarais de mi anterior relato. Hoy quiero contaros como fue el segundo encuentro con mi compañera Isabel.
Durante la semana Isabel y yo actuamos como siempre en la oficina. Nada parecía indicar que el sábado pasado Isabel me había fustigado en su casa ni que yo la hubiese realizado sexo oral tras ello. Nosotras tampoco comentamos nada el respecto hasta el miércoles, mientras comíamos las dos fuera.
“Sonia”. Me dijo Isabel mientras daba un sorbo a su copa de agua. Deje la mía a un lado. “¿Sí?”. Isabel carraspeó un poco. “Oye”, empezó algo dubitativa. “Este sábado”. La mire fijamente expectante. “¿Quieres que repitamos lo mismo del sábado pasado exactamente igual o te parece bien probar alguna cosa nueva?”. Lo medité como medio segundo y le respondí sonriendo. “Si quieres añadir cosas nuevas me parece bien”. Isabel me miró con alegría, aunque rápidamente puso cara de curiosidad. “Ni has preguntado en que estaba pensando”. Negué con la cabeza sonriendo. “No quiero saberlo”. Isabel me miró extrañada. “¿No?”. Volví a negar. “No”. Mi compañera me miró sorprendida durante unos segundos. “Mm…¿por qué?”. Di un sorbo a mi copa de agua antes de responder. “Porque prefiero que sean una sorpresa”. Le respondí divertida. “Como descubrir que te corres como una fuente”. Le dije con tono de malicia. Isabel se puso roja como un tomate. “¡Oye!”. Respondió avergonzada. No puede evitar reírme ante su reacción. Seguimos comiendo hablando de intranscendencias. El resto de la semana pasó rápida, hasta llegar a la tarde del sábado.
Eran las 18:30 y de nuevo estaba frente a mi espejo revisando mi aspecto. Había vuelto a maquillarme de forma sueva, pero en esta ocasión me había decantado por un vestido azul que me llegaba a mitad de muslo. Debajo llevaba un conjunto de lencería blanco y en los pies unas sandalias a juego con el vestido. Tras un último repaso salí hacia casa de Isabel.
Igual que la semana pasada, veinte minutos después estaba llamando a la puerta de mi compañera, la que no tardó en abrir. “Bienvenida”. Me recibió con una sonrisa, dos besos y me invitó a pasar. “Gracias”. Le respondí mientras entraba. Isabel vestía en esta ocasión con una blusa negra y un vaquero azul. Llevaba las mismas zapatillas de andar por casa que la última vez. “¿Qué tal estás Sonia? ¿Quieres tomar algo?”. Le sonreí. Estaba nerviosa, pero no tanto como la primera vez. “Bien, más relajada. Agua”. Isabel asintió y fue a por un vaso. En cuanto me lo trajo di un sorbo y volví a darle las gracias. “Gracias”. Señalé hacia la puerta de su dormitorio. “¿Empezamos?”. Isabel sonrió. Tendió la mano hacia su cuarto y asintió. “Adelante”. Entré en la habitación. De nuevo la fusta estaba sobre la cómoda, lista para que Isabel la cogiera, cosa que no tardó en hacer. Me situé frente a la cama, igual que la semana pasada. “¿Lista?”. Me preguntó Isabel. Asentí sonriendo. “Sí Señora”. Un escalofrío me recorrió el estómago y subió por mi espalda. Isabel sonrió ante el tratamiento. “Bien”. Dijo alegre y acto seguido se sentó en una silla frente a mí, separada un par de metros. “Desnúdate”. Ordenó. Otro escalofrío me recorrió el cuerpo al recibir la primera orden de la tarde. “Sí Señora”.
Bajé la cremallera del vestido y con facilidad me deshice de el, quedándome solo con mi conjunto blanco de lencería frente a Isabel, la cual me miraba intensamente. Aunque sabía que Isabel no era lesbiana, su mirada me encendía y teñía mis mejillas de rojo. Sin mucha demora, desabroche mi sujetador y deslice mis bragas quedándome totalmente desnuda. Isabel señaló otra silla con la fusta y deje mi ropa ordenada sobre ella. Volví a mi sitio frente a la cama y me quedé firme esperando. Isabel alargó el momento, mirándome de arriba abajo durante un eterno minuto. Pasado ese tiempo se puso en pie y se acercó a mí con la fusta en la mano. Con suavidad la apoyó en mi barriga y se dedicó a hacer círculos con ella causándome cosquillas. “Separa un poco las piernas Sonia”. Asentí y obedecí, separando mis piernas. En cuanto lo hice, Isabel empezó a recorrer mi cuerpo con la fusta. De mi ombligo subió a mi pecho. Recorrió ambos senos y bajó de nuevo hasta mi cintura, pasó por mi ingle hasta rozar mi sexo, arrancándome un ligero suspiro que le dibujó una sonrisa a Isabel. Después llevó la fusta hasta el interior de mis muslos y los recorrió con delicadeza. Sentía como un calor interno subía por mi cuerpo poco a poco con las caricias de la fusta. De forma repentina, Isabel separó la fusta de mi muslo y con precisión me dio un suave golpe en mi sexo. No puede evitar soltar un pequeño gemido y un bote al notar el impacto, cosa que dibujó una nueva sonrisa a Isabel. Tras el pequeño sobresalto, Isabel volvió a recorrer mi cuerpo con la fusta. Notaba como mis pezones estaban ya duros e Isabel les dedicó especial atención, moviendo la punta de la fusta sobre ellos de forma insistente. Cuando un nuevo gemido amenazaba con salir de mis labios a causa de la excitación, Isabel volvió a aparta la fusta de mi cuerpo y de nuevo golpeó mi sexo con ella, más fuerte en esta ocasión. “Ah”. Solté un ligero quejido que fue mezcla de dolor y excitación. No pude evitar sonrojarme. Sin perder la sonrisa, Isabel volvió a acariciarme con la fusta. Me rodeó lentamente y paseó la fusta por mi espalda y nalgas. La anticipación me hizo estremecer de placer. Cuando terminó de rodearme, Isabel volvió a darme un golpe en mi sexo, más fuerte que los anteriores. “Ah”. Un nuevo quejido salió de mis labios. Mi sexo empezó a arderme, no solo de excitación sino también de dolor. Isabel me miró y sonrió. “Arrodíllate”. Ordenó. “Sí Señora”. Le respondí y obedecí su orden. Mientras lo hacía, Isabel decidió regresar a silla y se sentó. Durante otro minuto me miró mientras permanecía arrodillada con la cabeza gacha, avergonzada. Pasado el minuto, Isabel carraspeó para llamar mi atención. Levanté la cabeza para mirarla y vi cómo se quitaba la zapatilla derecha y extendía la pierna hacía mí, apuntándome con los dedos del pie. Sin decir nada, solo mirándome con expectación entendí.
Me acerqué hasta Isabel gateando a cuatro patas hasta alcanzar su pie. Sentía como mis pechos se balanceaban y mi sexo ardía mientras me acercaba. En cuanto llegue cogí el pie con la mano y me dispuse a arrodillarme de nuevo. Sin esperar orden alguna, llevé el pie hasta mi boca y le lamí la planta. “Uf”. Isabel suspiró al sentir mi lengua en su planta. Tras recorrerla con mi lengua, le di una serie de suaves besos y tas ellos atrapé su pulgar con mis labios. Lo succioné con fruición y lo liberé para recorrer con mi lengua el espacio entre sus dedos. Isabel suspiraba de vez en cuando e incluso soltaba alguna risita cuando le hacía cosquillas con mi lengua. Permanecí arrodillada y lamiendo su pie durante cerca de cinco minutos hasta que Isabel apartó el pie. “Uf”. Dijo con un nuevo suspiro. “Eso ha sido mejor de lo que esperaba”. Sonreí ante su comentario. “Gracias Señora”. Isabel sonrió y me agitó el pelo de forma cariñosa con la mano libre. “Venga, ponte como el otro día”. Asentí y me puse en pie. “Sí Señora”. Nada más ponerme en pie me acerqué hasta la cama y apoyé mis manos sobre ella, sacando el culo.
Isabel no tardó en seguirme y ponerse tras de mi con la fusta preparada. La apoyó gentilmente en mi nalga derecha y la acarició. Tras unos instantes, separó la fusta de mi piel y con un silbido suave sentí el impacto del primer azote sobre mi nalga derecha. Fue un golpe suave pero contundente, que hizo que mis nalgas se agitaran. Tras el primer azote, el segundo no tardó en descargar sobre mi nalga izquierda, con algo más de intensidad. Poco a poco Isabel fue cogiendo ritmo y descargó la fusta sobre mis nalgas diez veces antes de hacer un alto. Tas el décimo fustazo se acercó a mí y apoyó una mano sobre mi espalda. “¿Todo va bien Sonia?”. Se preocupó con su tono de preocupación maternal. Giré un poco la cara para mirarla y la sonreí. “Todo bien Isa”. Isabel asintió y regresó a su posición. Tras un minuto de receso más, descargó la fusta sobre mi nalga derecha una vez más. En esta ocasión el golpe fue intensó y me hizo dar un pequeño respingo. Isabel me observó durante unos instantes evaluando mi reacción, imaginé que con preocupación. Para afirmarme en mi anterior declaración volví a poner el culo firme esperando el siguiente golpe. Isabel suspiró y decidió seguir. Golpeó mi nalga izquierda y de nuevo me estremecí. Dejando una breve pausa, Isabel golpeó de nuevo. Esta nueva tanda de azotes fue intensa. A cada golpe me estremecía y daba respingos, notando como mis nalgas empezaban a arder. Isabel continuó con la tanda y no volvió a tomar una pausa hasta sumar veinte nuevos fustazos. Cuando dio el último golpe, mi cuerpo estaba sudado por el esfuerzo y me dolían los brazos por la tensión. Isabel se acercó de nuevo a mí y recorrió mis nalgas con suavidad con las yemas de sus dedos. Permaneció un par de minutos rozándome suavemente y eso me alivió un poco. Tras las caricias me dio una suave palmada y volvió a su posición. La oí respirar y un instante después el silbido de la fusta cortando el aire me estremeció justo antes de notar el impacto. “Ah”. Gemí ostensiblemente. Mis piernas se doblaron un poco y unas lágrimas escaparon de mis ojos cerrados. Había sido un golpe muy fuerte, más que los anteriores. Isabel se acercó dubitativa. “¿Sonia?”. Negué con la cabeza sin decir nada y volví a enderezar las piernas ofreciéndole mi culo. Isabel suspiró y me dio un par de palmadas en la espalda. Se puso en posición, tomó aire y descargó la fusta con fuerza sobre mi nalga izquierda. “Ah”. Gemí de nuevo. Mis piernas volvieron a doblarse. Antes de que Isabel volviera a acércame a mí, volví a enderezar las piernas ofreciéndome de nuevo. Isabel tomo aire y descargó un tercer golpe. “Ah”. De nuevo gemí y doble las rodillas. Sentía como las lágrimas descorrían mi suave maquillaje. Cogí aire y me enderecé de nuevo. Isabel continuó con la tanda, golpeando fuertemente. Tras cada golpe me daba tiempo para recuperarme y volver a ponerme firme, sin meterme prisa. Isabel siguió hasta completar otros veinte fustazos. “Ya”. Dijo Isabel tras soltar el último fustazo, lo que me permitió relajar un poco la postura. Sentía como mi culo ardía cruzado por las líneas de dolor que la fusta me había dejado en la piel. Isabel se acercó y me ayudó a incorporarme. “¿Estás bien Sonia?”. Me enderecé y me llevé las manos a las nalgas tratando de aliviar el dolor, pero solo sentí el escozor de los golpes. Pese a todo sonreí. “Sí Isa. Estoy bien”. Isabel me miró preocupada. “¿Segura?”. Asentí. “Sí. Has estado intensa, pero estoy bien”. Le dije. Isabel me dio un abrazo que me reconforto. “Está bien. Dejémoslo aquí” Me dijo. La mire extrañada. ”¿Hoy no quieres que te coma el coño?”. La pregunté. Sentí como se avergonzaba ante la pregunta. “Sí”, respondió algo apurada, “pero ya ha sido demasiado”. Negué con la cabeza. “Estoy bien Isa, de verdad”, me afirme de nuevo. “Si quieres que te coma el coño o haga otra cosa solo tienes que ordenarlo”. Isabel me miró fijamente. “¿Segura?”. Volví a sonreír. “Segura”. Isabel suspiró y desvió la mirada avergonzada. “Arrodíllate y cómeme el coño Sonia”. Solté una pequeña risita ante su tono vergonzoso. “Sí Señora”. Le respondí.
Me arrodillé frente a ella notando como el culo me ardía. Su cintura quedó frente a mi cara. Antes de que Isabel hiciera nada, llevé mis manos hasta el cierre de su pantalón y lo solté. Bajé la cremallera y le bajé los pantalones hasta los tobillos. Una vez allí Isabel levantó los pies para que se los quitara por completo. Frente a mi tenía el sexo de Isabel tapado solo por un tanga rojo terriblemente sexy. Suspiré al verlo y con delicadeza le ayudé a quitárselo. Por segunda vez veía el coño de mi compañera y notaba el calor que emanaba de ella. A simple vista se apreciaba la humedad que lo recorría. Sin más dilación, acerqué mi cara y empecé a lamer. “Ah”. Isabel empezó a gemir nada más notar mi lengua en su sexo. Moviéndola suavemente al principio fui recorriendo su humedad, recogiéndola con mi lengua y saboreándola. Isabel estaba muy excitada y se notaba. Localicé su clítoris y lo succioné con ganas, arrancándole más suspiros a Isabel. Tras soltar su ardiente clítoris, le agarré las nalgas con las manos y empecé a acariciarlas. Isabel dio un pequeño respingo al notar mis manos en sus tiernas nalgas y suspiró más fuerte. Seguí lamiendo su sexo mientras acariciaba sus nalgas hasta que sentí que Isabel agarraba mis manos y las separaba de su cuerpo. Dejé de lamer y levanté la mirada. Isabel estaba encendida como una linterna. “¿Estas bien Isa? ¿No lo estoy haciendo bien?”. Isabel negó enérgicamente. “¡No! No es eso”. Respiraba fuertemente, excitada. “Es que…” La notaba dudar, insegura de lo que iba a decir. “Déjalo, esto es más que suficiente. Perdona, sigue”. Me dijo soltando mis manos. La miré extrañada. El otro día no había tenido los mismos problemas cuando le comí el coño. Una punzada de dolor en mis nalgas hizo que se me encendiera una bombilla. “Isa”. Le dije con suavidad. “¿Quieres que te coma algo además del coño?”. Isa logró enrojecerse aún más, cosa que creía imposible. Tomándolo como una afirmación silenciosa seguí. “¿Quieres que te coma el culo?”. Isabel me miró avergonzada mientras se mordía el labio inferior. Asintió sin decir nada. Le sonreí. “Pues te tendrás que dar la vuelta”. Isabel asintió y se giró, dejándome sus nalgas a la altura de mi cara. Sin dilación, sostuve sus nalgas entre mis manos y empecé a besarlas. Isabel gimió ostensiblemente al notar los besos. Tras un rato breve de besos, le separé las nalgas con suavidad dejando a la vista su sonrosado ano. Sin dudar lo bese. “Uf”. Suspiró Isabel. Sentía como le temblaban las piernas. Vi como Isabel tendía los brazos y los apoyaba sobre la cama, en la misma pose que había adoptado yo para los azotes, dejándome su culo dispuesto a mis atenciones. Besé de nuevo su ano, saqué la lengua y empecé a lamerlo en círculos. Lamí durante unos segundos y después empecé a recorrer su perineo, arrancando gemidos a Isabel. Solté su nalga derecha y llevé la mano libre hasta su sexo, el cual estaba empapado y empecé a masturbarla. “Ah”. Con un gemido Isabel empezó a moverse suavemente, mientras sentía como mi lengua acariciaba su ano y mi mano acariciaba su clítoris. Tras unos pocos minutos, sentí como Isabel se ponía rígida, su sexo se tensaba y oleadas de fluidos empezaban a escaparse de su interior. Una vez más me sorprendió el modo de correrse de Isabel. Mi mano quedó empapada al instante y sentí como sus fluidos se deslizaban por sus muslos. Sus piernas se doblaron y cayó de rodillas sobre la cama. Aprovechando su momento de debilidad, la di la vuelta y la puse bocarriba mientras aún jadeaba. Ya en una posición más cómoda, empecé a lamer su sexo de nuevo, recogiendo todos sus fluidos, saboreándolos. Isabel gemía a cada contacto de mi boca sobre su sexo y sus muslos, pero no decía nada. Tras varios minutos había recogido todo lo que podía. Me quedé de rodillas en mi sitio observando como Isabel se recuperaba del orgasmo. “Uf”. Soltó un gran suspiro. “Es magnífico”. Sonreí ante su declaración. “Me alegro de oírlo Señora”. Le respondí. Isabel sonrió agotada, aun mirando al techo. “Tiene un culo delicioso”. Le dije con malicia. Isabel agarró una de las almohadas de la cama y me la arrojó sin acertar. Me puse a reír. Aún de rodillas le pregunté. “¿Me da permiso a ducharme?”. Isabel asintió. Me incorporé, cogí mi ropa y me acerqué a su baño. “¿Puedo masturbarme y correrme Señora?”. Isabel me miró fijamente unos segundos. “Sí, puedes”. Le sonreí antes de entrar al baño. “Gracias Señora”. Me metí en el baño y no tarde en encontrarme bajo el agua caliente.
El calor me liberó de la tensión acumulada y el resto se fue junto con un monumental orgasmo. Cuando salí de la ducha y me vi en el espejo del baño recorrí mi cuerpo reparando en mis nalgas. Veinte líneas rojas las recorrían de lado a lado, diez en cada nalga. Las miré un rato más y terminé de vestirme.
Cuando salí del baño Isabel ya no estaba en el cuarto. Sabía que ella iba al otro baño para dejarme tranquilamente en el suyo recuperándome, cosa que agradecía. Salí al salón y me la encontré en el sofá sirviendo dos vasos de agua. En cuanto me acerque me ofreció uno. “Gracias”. Le dije mientras daba un sorbo y me sentaba. “¿Qué tal estas?” Me preguntó preocupada. “¿Me he pasado?”. Le sonreí y me levanté, le di la espalda y me levanté el vestido para que viera las marcas que cruzaban mis nalgas. Isabel abrió la boca asombrada. Volví a sentarme y le dije. “Estas al menos me duraran un par de días”. Isabel parecía realmente apurada. “Yo…” Antes de que pudiera decir nada, tendí el brazo y le sostuve la mano. “Eso está bien. Me gusta. Hoy lo he pasado muy bien Isabel, eres una Ama magnifica”. Nada más soltarlo no pude evitar sonrojarme. Isabel también lo hizo. Rápidamente solté su mano y di un nuevo sorbo a mi vaso. “¿Lo dices de verdad o para que me sienta bien?”. Dijo con tono ya no tan preocupado. Sonreí una vez más. “Totalmente en serio”. Isabel sonrió y asintió.
Continuamos charlando un rato relajándonos. Cuando oscureció decidimos ir a cenar fuera, igual que la semana pasaba. Cuando ya nos disponíamos a salir, Isabel me llamó. “Sonia”. Dijo con tono distendido. “¿Sí?”. La miré mientras me miraba de arriba abajo y sonreía con malicia. “Dame tus bragas”. La miré sorprendida. “¿Mis bragas?” La pregunté extrañada. Un ligero cosquilleo me recorrió el estómago. Isabel asintió. “Sí, tus bragas”. Isabel seguía hablando con tono travieso. “Tu Ama”. He hizo un especial hincapié en la palabra Ama que causó que me sonrojara al momento. “Quiere que vayas a cenar sin bragas”. Tragué saliva y sonrojada asentí. “Sí Seño…”. Una idea maliciosa recorrió mi mente. La miré fijamente y respondí. “Sí Ama”. Hice hincapié igual que ella sobre la palabra Ama al mismo tiempo que metía las manos bajo mi falda y me quitaba las bragas. Isabel también se sonrojó. Se las tendí. Isabel se rio y yo no pude evitar la risa también. Cogió las bragas que le ofrecía y se las guardó en el bolsillo del vaquero. “Venga, a cenar”. Dijo mientras abría la puerta. Asentí y salí sonriendo de su apartamento.
Espero que hayas disfrutado de este relato tanto como yo escribiéndolo.
¡Saludos a tod@s!
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