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Debo decirles que cuando Saúl me coge, despepito todos mis secretos ante sus preguntas, pero no logro que él lo haga conmigo pues hace comentarios muy ambiguos o cuenta sobre sus fantasías sexuales o simplemente hace juegos de palabras. Va un ejemplo de esto.
Ya estábamos acostados, dispuestos a dormir o coger, lo que ocurriera primero...
—A propósito de aquella vez que te rasuraste para que yo te viera como niña —dijo en referencia a lo que les conté en la entrega número 8 de esta saga—, ¿alguna vez has estado con un menor de edad? —me preguntó mientras con una mano acariciaba mi monte de Venus y con la otra me magreaba las chiches.
—No, no creo que podría hacerlo, aunque sí ha habido adolescentes que se me han insinuado tímidamente o de manera directa y no despegan la vista de mi escote. Les he dado el avión, incluso a uno le dije “A ver si en cinco años te acuerdas de esto que me dijiste sin que te dé vergüenza”. ¿Y tú, has tenido ataques de pedofilia?
—Sí, y los consumé... —contestó Saúl sin inmutarse.
—¡Cuéntame, cuándo y cómo fue! —pregunté sorprendida.
—Cuando era niño, con una vecinita dos años menor que yo, ella ocho años y yo diez; así seguimos hasta que yo cumplí los doce y eyaculé en ella. Nunca más volvimos a tener sexo entre nosotros.
—¡Eso no es pedofilia, no te burles de mí! Oye y ¿algunas veces practicaste la zoofilia? —pregunté creyendo que ya confesaría como a yo con él cuando estamos en la parte previa a hacer el amor.
—Sí se me antojó, pero no lo hice para no quebrantar el reglamento de la Universidad, donde a veces me llaman para dar clase.
Me contestó y me hice miles de preguntas ya que él sólo pasaba por los laboratorios, pero de ninguna manera entraba en ellos. Me preguntaba si se le habrían antojado las changas o las ovejas...
—¡Cuenta qué querías hacer!
—Se me antojaba penetrar a algunas burras que ¡parecían vacas! — contestó jalándome de los pezones como si me estuviera ordeñando.
—¡Ja, ja, ja...! Yo hablo en serio, no de los alumnos burros de quienes siempre te quejas —contesté divertida por sus ocurrencias.
—Bueno, tú sabes cómo nos vuelven locos algunas tetas —dijo chupándome un pezón—. Cuéntame de ese chico que se te lanzó —me pidió bajándose a restregar su cara sobre los vellos de mi pubis...
—Un domingo que estuve en la casa de Pablo, creímos que su sobrino ya se había ido a jugar futbol con el equipo al que pertenece, pero no fue así, porque el niño se quedó dormido y como Pablo se levantó tarde, supuso que no estaba y ni siquiera se le ocurrió abrir la puerta de su cuarto para verificarlo. Cuando yo llegué me recibió eufórico en la sala y empezamos a decirnos cosas sobre nosotros con palabras soeces cubiertas de miel y deseo —empecé a contarle a Saúl y vi cómo él se jalaba el pene que le crece tanto cuando le cuento de mis relaciones con otros.
—El jovencito despertó con nuestro escándalo y al escuchar lo que nos decíamos, a veces a gritos, entreabrió cautelosamente la puerta de su cuarto. Por la pequeña rendija que se fue ensanchando lentamente, pudo mirar perfectamente hacia la sala. Vio cuando Pablo me sirvió una copa y luego empezamos a besarnos y a acariciarnos.
—Detállamelo, putita, quiero saber qué se decían y qué hacían, eso me calienta mucho, mi mujer... —me pidió Saúl jalándose el escroto y dándose viajes del pellejo sobre su tronco... Me excité viendo como el prepucio ocultaba y despejaba al glande y seguí contando.
—Yo le grité a Pablo “¡Encuérate pronto, que me vengo chorreando, mi amor!” y él contestó “¡Eres muy puta, Tita, te voy a coger por donde me lo pidas! Me pones caliente cuando me pides verga, como si tu esposo no te la diera. ¡Seguramente vienes chorreando semen de tu esposo, que sabe muy rico, dámelo puta!” — Saúl se dio otros jalones de verga y me interrumpió.
—¡Es que cogida sabes muy rica, mi Nena, era eso lo que consolaba mi tristeza cuando regresabas a la casa después de verte con tus amantes! —exclamó Saúl sin control abrevando la viscosidad que tenía de lo excitada que estaba al verlo tan caliente—. ¡Sigue putita, sigue!
Ya sospechaba yo que a Saúl también le gustaba chuparme la panocha cogida, como a Othón y a Pablo, porque desde la primera vez que le di a mi esposo lo de Roberto no dejaba de mamarme la vagina y, esa vez, con mi clítoris en los labios de mi esposo, ¡casi me vengo cuando lo confirmé! Así que seguí contando ante el exhorto de mi marido, créanme que me humedezco ahora que lo estoy escribiendo y recordando...
—Besé a Pablo y luego lo obligué a que me besara el escote hasta que metió la mano y me sacó una chiche para chuparla, luego yo saqué la otra y le dije “Ésta también quiere...”. Pablo se acostó en el sofá y comenzó a mamar lo que yo le daba como si fuera bebé. Nos volvimos a besar, nos levantamos y nos fuimos a su recámara. El escuincle me dijo después que yo me veía hermosa con el pecho descubierto y cómo al caminar, mis pasos le daban movimiento a las grandes masas.
—¡Tus chiches mi amor, tus chiches! ¡Qué hermosura hizo Dios para apagar nuestra sed de lujuria! —gritó Saúl y se abalanzó hacia mis tetas. Al terminar de darme unas mamadas y sin sacarse los pezones que juntó apretándome las tetas hizo un gesto que a las claras pedía que continuara mi narración.
—El muchacho no perdió tiempo y abrió con sigilo la puerta que da al balcón para caminar por fuera hacia la ventana del cuarto de Pablo. Agazapado en una esquina, gracias a que la cortina no estaba completamente cerrada, pudo ver por la pequeña apertura cuando yo desnudé y acosté a su tío para chuparle el pene. Vio cómo lo masturbé para acelerar su venida y tragarme su semen. Pablo se quedó acostado descansando y yo, saboreando “mi yogurt” me desvestí. Pero cuando puse mi ropa en la silla que está junto a la ventana ¡lo descubrí! Tenía una cara de sorpresa y no quise que se asustara, además me encanta ser exhibicionista involuntaria.
—¿Cómo es eso de involuntaria? —preguntó extrañado mi esposo.
—Desde que salía con Roberto, me gustaba no traer brasier para qué el pudiera acariciarme sin problemas. Algunas veces los paseantes nos miraban cuando él o Eduardo me mamaban. Eso me ponía más caliente...
—Me gustas puta, putita... —dijo Saúl entrecerrando los ojos y seguí mi relato.
—Así que hice lo mismo que otras veces en las que algún transeúnte veía cómo fajábamos: le sonreí y, después de enviarle un beso al aire puse mi dedo índice en los labios para pedirle que no hiciera ruido si quería seguir viendo.
—Puta... —me dijo con cariño mi esposo y me gustó.
—Supongo que al escuincle le dejé clara mi complicidad pues, además, acomodé la silla para que el respaldo separara más la cortina y su margen de visión fuera mayor. Una vez desnuda me puse a modelar y preguntarle en voz alta a Pablo qué le gustaba más de mí: “¿Te gustan ms tetas?” dije tomándolas al mostrártelas; después sin soltarlas le di la espalda y dije “Seguramente mis nalgas y piernas no porque están flacas”, pero volteada hacia la ventana lo miré y, al mover las caderas para Pablo, empecé a jugar con mi pecho, me chupé un pezón, solté la teta que tenía en la boca y tomé la otra para hacer lo mismo. Seguramente el niño se la sacó y comenzó a jalársela como tú lo haces ahorita, cornudito... —le dije a Saúl acariciando su mano y continué.
—Me volteé otra vez a mirar a Pablo diciéndole “quizá mi vagina que no me gusta rasurar...” y me abrí los labios para que me la viera con claridad. “Me gustas toda”, me contestó, entonces me agaché para besarlo y ofrecerte mi pecho; subí las rodillas a la cama y abrí las piernas mientras lo besaba para enseñarle al sobrino cómo se me veían el ano y mi raja en esa posición. Pablo me metió los dedos en la vagina mientras nos besábamos, después me jaló el clítoris y le pregunté ‘a Pablo para que lo oyera Pedro’, “¿Te gustaría chuparlo?”; Pablo contestó que sí y me acomodé poniendo mis piernas sobre la almohada para que mi vagina quedara en su boca y, mientras yo me movía con suavidad para disfrutar de las caricias de su lengua, volteaba hacia donde estaba el sobrino y le sonreía a éste; él también me sonreía, pero empezó a masturbarse, lo cual me di cuenta por sus gestos y movimientos.
—¡Eres una puta provocadora, Nena! ¡Hasta los niños quieren contigo! —me dijo Saúl tomándome de las chiches y empezó a chuparme la vagina y el ano hasta que, gritando, me vine. Yo, aletargada, veía como tragaba mi flujo que salía a mares
Exangüe, traté de descansar un poco mientras Saúl extendía con la lengua mi humedad en los vellos de mi pubis y en mis nalgas; yo parecía un juguete de trapo al cual volteaba mi esposo de un lado a otro para lamerme completa. No cabía duda, ¡le excitaba ser un cornudo!
—Sigue, mi amor, ¡me tienes ardiendo! ¿Qué hicieron después Pablo y tú? Ya sé que coger, pero ¿cómo? —suplicó mi esposo, pero le hice señas de que me permitiera reponerme un poco de los orgasmos que siguieron cuando paseó su lengua por mi vientre y nalgas mientras sus dedos nadaban juntos o por turnos en mi raja. Se quedó quieto para que yo reposara y mojó el tronco de su pene con la viscosidad que cubrían sus dedos, paseándolos, de un lado a otro varias veces. ¡Lo tenía paradísimo!
—A Pablo ya se le había vuelto a parar la verga —continué sin dejar de mirar cómo jugaba mi esposo con su pene—. Entonces hice que me chupara el ano; después fui resbalando mi cadera hacia abajo, acariciándole el cuerpo con mi abundante mata, después fueron mi ombligo y mis chiches las que pasaron por su cara y su pecho hasta que me ensarté en su falo. Me senté y comencé a moverme. Seguramente el patojo veía claramente cómo me entraba y salía el pene de su tío completamente mojado, volteando hacia el espejo confirmé que salir se veían mis labios acariciando su tronco cubierto por sus vellos; al entrar miraba cómo mis nalgas golpeaban sus testículos. Mi pelo largo se movía al ritmo de mis saltos. Así continué hasta que grité porque me vine y, volteando hacia la ventana, rematé con “¿Verdad que sí te gustó?”; Pablo gritó “¡Sí!” y el niño también respondió “Sí”, afirmando con la cabeza y se vino también, pues un par de gotas de esperma salpicaron el vidrio de la ventana, Me reí al ver las gotas que empezaban a escurrir en el vidrio y el mozuelo cerró los ojos para disfrutar el sopor de su eyaculación. Quizá el niño pensó que ahí habría acabado todo, pero luego, sin sacármela me volteé y comencé a cabalgar otra vez, ahora era Pablo quien tendría una vista similar a la que yo le acababa de mostrar a su sobrino pues en el espejo miraba que Pablo no dejaba de mirarme las nalgas mientras me tomaba con firmeza de la cintura... y aunque el sobrino ya se había venido, seguramente le volvió a crecer pues comenzó a masturbarse con mayor descaro , yo lo miraba y me relamía los labios; entrecerraba los ojos y lanzaba unos gemidos sensuales para que me disfrutaran Pablo y su sobrino. Ahora fuimos los tres los que nos venimos al mismo tiempo... Me incliné hacia adelante y se salió el pene de Pablo ya flácido. Desde mi pepa mojada escurrían mis jugos y el semen que Pablo me había dejado. Cansados, nos dormimos un buen rato.
—¿Y el niño, qué hizo? —preguntó Saúl.
—No sé, supongo que se limpió la mano en la piyama y volvió gateando a su cuarto. Pero al día siguiente me habló por teléfono y me dijo “Por favor, señora, le tengo que decir lo que me pasa”. “Adelante”, le contesté. “Le ruego que no me interrumpa. Anoche, antes de dormir, me pasé un buen rato acariciándome el pene, recordando su hermoso cuerpo, desde que la vi en la sala y cuando sus tetas se movían por ir rápido a la cama de mi tío. No niego que me masturbé otras dos veces mientras recordaba, en ambas saltaron chorros tan potentes como en la mañana que la veía tan cerca, pero inalcanzable. Pensé en qué le diría y así me alcanzó el sueño. Soñé con usted, haciendo el amor conmigo. Ayer me dio tristeza no poder cruzar algunas palabras con usted y por eso, antes de que pase más tiempo, me he decidido a hablarle. Quiero que me conceda unas horas a su lado para hacerle sentir todo el amor que en mí ha nacido. Eso es todo. ¿Qué me contesta?”, concluyó.
—¿Qué le contestaste, mi Nena? —preguntó Saúl intrigado y suspendiendo las caricias que me hacía.
—Pues que eso sería una falta de lealtad para su tío, tanto de mi parte como de la suya y que era producto de las hormonas que surgen en la adolescencia. “Verás que en unos cinco años más verás jocoso haberme pedido esto a mí, casi un cuarto de siglo mayor que tú. Mejor ve con las muchachas de tu edad, que seguramente te verán tan atractivo y estarán con tantas ganas como tú”, rematé y aunque insistió, lo corté pronto y con amabilidad. Sí, ya sé lo que piensas —dije a Saúl antes de dejarlo articular la primera palabra—, que cómo era posible que yo hablara de lealtad, yo, quien seduje a varios de tus amigos y a quienes no logré hacerlo se alejaron de nosotros, y que te he puesto el cuerno con decenas de hombres haya dicho eso. Tengo mis principios: ¡No a la pedofilia!
Saúl se rio, me dio un beso en la mejilla y me dijo “Te amo, mi Nena”. Le dije “Yo también te amo” y nos metimos a la ducha para seguir amándonos.
Como han visto, mi esposo Saúl, por amor, primero se resignó a tener los cuernos que yo le ponía, aprendió a vivir con ellos y por último a disfrutarlos; así llevamos más de veinte años felices. Además, mis otros amantes, muy pocos ya, siguen atendiendo mis necesidades, ahora menores, sin descuidar a sus esposas, amigas mías ya, y nos visitan. Los atendemos, Saúl les pide a ellas que lo acompañen a algún lado y dispongo de algunas horas sin molestias; a veces Saúl ve los videos de tres cámaras que tiene instaladas para esos casos y se chaquetea muy rico. Ni se diga cómo me trata esa noche una vez que se han ido nuestras amistades.
El empieza desvistiéndome y ya encuerados me chupa la pepa mientras yo le cuento cómo me fue, qué hicimos y cómo lo hicimos, yo se la jalo mientras hablo hasta que le pido que hagamos un 69. ¡Nos venimos mucho! Dormimos y al día siguiente me despierto con unas ricas mamadas. Saúl dice que fermento la leche muy rico, mete la lengua hasta donde puede en mi vagina y se toma lo que le faltó la noche anterior. Obviamente me vengo con las chupadas que me da mi esposo. Después, de misionero, con sus manos en mis chiches, me comparte el sabor de mi vagina con un rico beso, ¡trae una tranca grande y firme! Se mueve en círculos “Para batir el atole que te queda, Nenita”, me dice, luego viene el mete saca lento... más rápido... ¡trepidante...! Y es hasta que Saúl siente mis orgasmos, cuando él se viene gritando “¡Te amo, mi Nena putaaa!”
Me di cuenta que a mi esposo lo buscaban frecuentemente algunas de sus amiguitas, casi todas muy nalgonas y él se desaparecía dos o tres horas. “Voy a la universidad a dar unas asesorías de tesis”, “Voy a una junta de la compañía”, “Voy a cobrar unos cheques y haré unos pagos”, etc. Esos son varios de los pretextos que da. Al regresar, yo molesta y él feliz, le preguntó “¿Cómo te fue en tu junta ‘ombligatoria’?”, Saúl sonríe y contesta “Bien, ¿se me nota?”, ¡Descarado!
Otras veces, cuando regresa muy tarde y se desnuda para acostarse, me doy cuenta que aún trae en el pene restos secos de semen y seguramente flujo, ¡me da asco!
—¡Mira cómo vienes! ¿Con quién cogiste? —Le reclamo.
—¡Calma!, es una exalumna de la maestría, tímida y hasta hace medio año era virgen a pesar de sus treinta y tres años. Me pidió que la ayudara pues ella siempre ahuyentaba a sus pretendientes. Le ayudé con sus traumas y hoy me dio la noticia de que ya tenía novio y que pensaban casarse. Me lo agradeció de esa manera...
—¿Crees que soy tu burla? —reclamé airada— ¡Ella y otras más con quienes sé que has andado tienen la edad de tus hijos! Saúl se carcajeó y se durmió.
Sí, soy muy celosa... Pero soy más celosa con las mujeres de mi edad, casadas, y que son sus amistades desde que teníamos problemas en nuestro matrimonio. Seguro estoy que desde entonces lo consolaban y ahora él lo agradece de la misma manera. No puedo contenerme cuando recuerdo las veces que me ha puesto los cuernos con esas tipas y me enojo mucho. Cuando, de la nada lo recuerdo, aunque esté trabajando en su estudio, voy y le busco bronca.
—Hace poco vi a Sol, Soledad, hace más de veinte años que no la veía.
—¿Cuando la viste? Yo tengo más de treinta años que no la veo, desde que se casó con Ricardo y luego supe que se divorciaron.
—Sí, seguramente te lo dijo “La Güera” —le dije empezando el pleito y refiriéndome a una novia que tuvo antes que yo—. Porque Sol me contó que sus hijos te vieron en la casa de ella.
—¡Uhhh, eso fue hace mucho, aún eran unos niños!
—¿Qué hacías con ella?
—Habíamos dejado algo pendiente y lo concluimos... —me contestó levantando los hombros.
—¿Qué hicieron?
—El amor —dijo con displicencia —Fue hace mucho, cuando tú me dijiste que yo me buscara a alguien, que hiciera lo que quisiera y eso a ti no te importaba.
Me sentí humillada, a pesar de los años que habían pasado, a sabiendas que mi comportamiento era el de una mujer que hacía el amor con otros sólo por darle a mi cuerpo lo que me apremiaba. De ninguna manera podría compararlo, Saúl la había amado mucho y rompieron porque ella quiso (no sé por qué haya querido, pero seguramente fue una estupidez o un capricho de niña de 17 años). El hecho es que yo estaba muy indignada.
—¡Pues con ella y algunas otras, sí me importa! —dije mostrando mis celos —También me molesta no saber con cuántas ni con quiénes te acuestas.
—No te pongas celosa. A ti te amo y para siempre, por ti tuve que cambiar mi manera de pensar y de ser, te lo he demostrado en tantos años. Por estas tetas me he quedado a tu lado —dijo mientras me magreaba el cuerpo y me desvestía prendiéndose por último a mi pecho.
—Pero yo no tengo las nalgas de tus amigas, las cuales has de disfrutar muy rico “de perrito” —dije empezando a sucumbir a sus caricias.
—Sí, me gustan nalgonas también, pero ninguna huele y sabe como tú, tampoco tienen unas chiches tan ricas...
—Mentiroso, ya están todas caídas y los pezones apuntan para el piso. Sé que te gustan porque las conociste y las tuviste en su esplendor... —contesté cuando me cargó al sofá-cama.
—Sí, me gustan por eso, lo mismo que a “mis socios” que te siguen buscando para lo mismo de hace decenas de años, y me calienta mucho que te cojan... —dijo antes de meter su cara entre mis piernas, me mamó un poco y se subió sobre de mí, penetrándome y dándome un riquísimo beso —Amo a mi esposa y me gusta que sea tan puta, que los años nos hayan sido benéficos para decantar el amor verdadero.
Saúl se movió como sabe hacerlo y me puse a gritar de felicidad viniéndome una y otra vez. Se vino y lo exprimí con mi “perrito”, ése que les gusta tanto como mis tetas a mis amores y que, estoy segura, no tienen otras mujeres con las que ellos han hecho el amor.
—¡Te amo, Saúl! —dije ya reposada y con la certeza de que así era.
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