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Los años pasaron y las aventuras terminaron. También disminuyeron los encuentros con mis amantes, dos de ellos, Eduardo y Lorca, se fueron a radicar a otras ciudades y pocas veces vienen a visitarme, además, sus correos son esporádicos. Roberto se fue con su esposa a Dinamarca. Saúl, quien se volvió a casar y tuvo dos hijos más, es el más constante en las visitas.
Debo decir que hay muchos problemas pues mi salud es precaria y no puedo trabajar. Me siento como una verdadera carga para los familiares que me apoyan, los cuales se reducen a mis hijos y mi hermana, ya que son frecuentes mis ingresos a cirugías, además de los gastos para cuidados médicos cotidianos. De mis amantes, sólo cuento con una pensión que me pasa Saúl, sin que tenga obligación de ello y ha costeado varias veces parte de los gastos hospitalarios para ayudar a mis hijos con ello. Sé que también lo hace por amor.
Sí, por amor... aunque tenemos sexo muy eventualmente. Hace un año me prometió llevarme a un hotel y lo cumplió hace una semana. No es que no me desee, es que en mi estado es difícil. Cuando nos vemos me abraza y me mete mano furtivamente. Yo le llamo la atención, porque esto ocurre en las reuniones familiares (cumpleaños de los hijos o los nietos) y él se aleja.
Sin embargo, la semana pasada todo fue distinto. Llegó por mí muy temprano. Me llevó a desayunar (sólo pedí fruta, mi dieta es muy rigurosa y como en casa). Cuando salimos del restaurante me llevó del brazo y así entramos a una farmacia donde él, divertido y abrazándome, pidió un paquete de condones. Yo sentía que la cara se me caía de vergüenza y con una cara de sorpresa, la dependiente que nos atendió no dejaba de mirarnos y sonrió cuando Saúl me preguntó “¿Están bien éstos o quieres de sabores?” No contesté y volteé hacia afuera dándole un pellizco en el brazo, de lo cual me arrepentí cuando él gritó “¡Ay!”
—¿Por qué eres así? —le pregunté cuando nos alejamos del lugar
—¿Cómo? —dijo “extrañándose” de mi pregunta.
—¿Por qué se tienen que enterar todos que vamos a coger? Hubiera sido mejor que antes de pasar por mí los hubieras comprado tú.
—Yo no acostumbro a usar condones, lo hago por ti, no te vaya a pasar algún bicho que te haga recaer.
—Sí, ya sé, seguramente que a tu esposa ni a tus amigas de hace varios años te las coges con condón, ellas están muy saludables —dije con tristeza y él me abrazó con mucha ternura.
Caminando llegamos al hotel y suspiré. Saúl se dio cuenta de mis suspiros y simplemente dijo “¿De cuántas cosas te acuerdas?”
—Tú debes saberlas. Aquí venimos una vez que ya estábamos casados y otras dos más ya estando divorciados —dije.
—Las nuestras sí las sé, y otras, pero no sé por cuál de todas suspiraste —contestó provocándome un ligero disgusto.
No era para menos su comentario, aquí estuve con Roberto dos veces, también vine con un músico, amigo de Saúl, y seguramente él supo todo o lo dedujo.
—Por las nuestras, amor, no por la de tus amigas —respondí, obviando lo demás, y lo abracé fuerte.
Pidió un cuarto. Nos dieron una llave magnética y recordé que las veces anteriores habían sido llaves metálicas y que después fueron cambiadas por tarjetas plásticas perforadas. ¡Cuántos años han pasado! Aun así, caminé hacia el elevador como lo hice antes, tratando de no ser notados. “¿De qué te escondes?”, me preguntó. “No sea que alguien nos vea y le diga a tu esposa, podrías tener problemas”, contesté y Saúl soltó una sonora carcajada. Quise taparle la boca y rio más fuerte, afortunadamente se abrió la puerta del elevador y nos metimos, pero él siguió con su risa. Una vez que llegamos al cuarto, abrió la puerta y me cargó llevándome así hasta la cama. Regresó a cerrar la puerta, después abrió las cortinas de la ventana.
—¿Por qué abres?
—¡Para que vean encuerada a la chichona más hermosa del mundo!
—Hermosa... con tantas cicatrices en el cuerpo...
—Para mí sí eres la más hermosa —afirmó.
—Bety, tu esposa, sí es muy bonita y doce años menor que yo, no seas mentiroso.
—Seguramente sí, pero no tiene unas tetas tan lindas como las tuyas. Además, te voy a tomar muchas fotos.
—¿Para qué las quieres?
—Para masturbarme pensando en ti, mi Nena... —contestó dándome un beso en la mejilla y otro “tronado” en los labios y acostándose sobre mí haciéndome sentir la gran erección que traía.
—¿Eso te lo provoco yo? —pregunté bajando mi mano hacia su pene para acariciarlo sobre el pantalón.
—Claro que sí...
—Mentiroso... Ahora sé que no era medicina la pastilla que tomaste antes de desayunar... —le dije metiendo la mano en el pantalón y apretándole la verga.
—Así es, si las tomo para divertir a mi esposa, ¿por qué no tomarlas para ti que te amo más? —me dijo al oído mientras le extendía el líquido preseminal en el glande y me sentí feliz por sus palabras, las cuales sabía verdaderas.
Me desvistió poco a poco, besándome y lamiendo cada parte que me descubría, dedicándole atención especial a las múltiples cicatrices que me han dejado los cirujanos, incluida la de la cesárea de hace más de cuarenta años. Antes de colocar cada prenda sobre el sillón la olía y suspiraba. Yo me sentía muy feliz, enamorada y... cada vez más caliente.
Al tenerme sin ropa, él se quitó la suya y la colocó sobre la mía en el mismo sillón. Desnudos y acostados nos abrazamos. Se puso a mamarme las tetas y yo, con una mano, a jalarle de arriba a abajo la piel del tronco y con la otra a jalarle el escroto. Casi media hora de caricias y besos antes de que me pidiera que le pusiera un condón. Al ponérselo no pude resistir ponerme a chuparle la verga enhiesta.
—¡Mámame, Nenita, hazme venir con tu linda boca! —gritó con frenesí y yo seguí varios minutos más hasta lograr lo que Saúl me pedía. ¡Lástima que traía condón! ¡Cuánto extraño el sabor de la leche!
—¡Déjame chupártela sin nada! —le dije empezando a quitarle el condón.
—¡No, ya no debes hacerlo así! —dijo levantándose y yo me puse a llorar.
—¡No me importa que me pase algo! —le grité en mis lamentos y él se fue al baño a limpiar con agua y jabón.
Regresó y yo ya estaba tranquila, con las piernas abiertas. Tomó su teléfono, lo puso en modo de video y me pidió que posara de vaca. Me reí y posé como me pedía. Con la cámara prendida, dio vuelta lentamente a mi alrededor. Dejó la cámara y con un beso me pidió que le pusiera otro condón.
—¡Uy, esas pastillas sí son buenas! —dije cuando se lo estaba poniendo pues ya tenía el falo parado otra vez.
—No son las pastillas, Nena, eres tú, sigues oliendo a hembra... —dijo jalándome de los pezones para darme un beso en la frente. Me abrazó manteniendo la verga entre mis tetas y volví a sentirme feliz.
—Ahora te toca a ti, párate —me pidió y supe que me cogería cargada.
Lo abracé y quise besarlo en la boca, traté de meterle la lengua, pero apartó la boca “No, Nena, no debes hacerlo”, dijo y volví a sentirme triste. ¡También los besos me los han prohibido los médicos! ¿Acaso esto es vida? ¡Tan rico que me besaba antes y me chupaba la vagina, ahora sólo su esposa y sus amiguitas lo disfrutan completo! Tomándome de las nalgas, me besó la cara y dijo “Acomódate bien, pues te voy a mover mucho”. Desde joven, tenía que poner mis tetas pegadas a su pecho y con los pezones hacia arriba, porque con tanto meneo me las podía lastimar, ahora que están sumamente caídas y con más volumen tengo que cuidarlas más pues el dolor sería mucho. Coloqué las tetas en posición y me colgué para apretarlo con mis piernas alrededor de su cintura. ¡Qué rico sentí! ¡Tanto tiempo sin verga y ahora la tenía adentro provocándome muchos orgasmos, uno tras otro! ¡Un tren de pasiones! No sé cuánto duró, pero Saúl aguantó el esfuerzo hasta que yo me desvanecí en sus brazos. Sentí que me iba de la tierra. Me depositó con cuidado sobre la cama y me preguntó si me sentía bien. “¡Sí, feliz! ¡Tanta felicidad, al tener al hombre que amo!”, contesté para que supiera que sólo estaba agotada por tanta felicidad que me daba. “Sí, siempre has sido así...”, contestó con tristeza y yo pensé en mis otros amores con quienes gocé de igual forma... Sentí frío pues quedé llena de sudor en el pecho, el cual se estaba evaporando, era sudor de Saúl. Dos gotas resbalaron de su nariz y cayeron en mi cara. Abrí los ojos pensando que él lloraba porque posiblemente supo lo que yo estaba pensando (¡qué tonta!).
Dormimos abrazados. Cuando desperté le acaricié los testículos y se los chupé hasta que se le puso erecto el pene. Él no se había venido cuando me cargó y el condón seguía ahí. Se lo cambié para evitar que por la resequedad se pudiese romper y me puse a cabalgarlo. Él puso varias almohadas para poder mamarme las chiches mientras yo me movía. Al venirme me recargué en Saúl y él rápidamente quitó unas almohadas para que yo descansara horizontalmente. Volvimos a dormir abrazados. Dos horas después despertamos
—Ya hace hambre, vamos a comer, ¿a dónde quieres ir? —preguntó Saúl.
—A mi casa, no debo comer fuera —respondí.
—Bueno, vamos, no quiero que te malpases.
—¡Ah, no, primero te vienes cogiéndome! —exigí y me acosté abriendo las piernas.
—Ja, ja, ja, ¡Qué puta me conseguí hoy, celosa de su deber! Ja, ja, ja dijo antes de besar mi ombligo, y sus besos bajaron por la cicatriz de mi cesárea hasta llegar a mi clítoris que acarició con la nariz.
—¡Mámame aunque me muera! ¡No importa que me contagies con los jugos de Bety o de Teresa o de todas las putas que te coges!
—Ja, ja, ja —rio y subió mis piernas a sus hombros para penetrarme con más facilidad.
—Te amo a ti, te amo a ti... —decía en cada embestida... —¡Te amo, mi Nena! —gritó cuando se vino.
Se quitó el condón y me preguntó si me bañaría. Respondí que no y él decidió no bañarse. El olor de mis flujos que escurrieron es sus bolas y en sus piernas seguramente lo delatarían con su esposa si no se bañaba antes de acostarse a dormir...
No sé cuánto tiempo transcurra antes de volver a estar así con Saúl. Estos momentos me dan mucha alegría y esperarlos me ha mantenido cuatro años más de lo que, según las expectativas de los médicos, a lo más viviría. No importa que sea así, ni que Bety acepte que Saúl me mantenga y me dé amor de vez en cuando, no es una limosna, ¡es la vida misma!
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