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Niña Lucía (Madre Luna)

Niña Lucía sonreía. El ordenador frente a la cama donde ella estaba tumbada emitía imágenes a las que no les prestaba mucha atención. La película no era importante.



Eran más importantes los peluches del suelo, los pósters de las paredes, la silla ergonómica echada a un lado… lo importante era que estaba otra vez en su casa y, más importante aún, Joan estaba a su lado.



Tras la puerta cerrada, llegaba el clamoroso ruido de chocar de cacharros. Su madre, en la cocina, al fregar, hacía más ruido del acostumbrado, no fuera a ser que la película aburriera demasiado a los dos adolescentes y se olvidaran que Luna Cortés, madre de Niña Lucía, estaba en la casa.



Niña Lucía, aun a sabiendas de ello, o tal vez por el morbo añadido que ello tenía, quiso probar fortuna.



"Joan, vamos a hacerlo."- dijo en un susurro.



"¿Aquí, ahora, con tu madre en la cocina?"



"Venga, no entrará…"



"Nos va a escuchar, ni de coña… estás loca."



"No nos oirá. Tú no me des muy fuerte y yo me encargaré de mantener la boquita cerrada…"- siguió la joven mientras acariciaba lentamente el paquete de Joan, que iba endureciéndose por momentos.



"Estás loca… estás loca, Luci, como nos pille…"



Niña Lucía sonrió y desabrochó los pantalones de Joan. Faltó automáticamente a su palabra anterior. Abrió la boca, aunque no dijo nada.



La polla de Joan no lo hubiera permitido.



 



I. Luna en llamas



Niña Lucía tuvo que contenerse, y mucho, para no gritar. Joan, o eso le parecía, follaba cada día mejor o acaso ella era más sensitiva a cada día que pasaba. Sea como fuere, acabó corriéndose mientras mordía el hombro de Joan para acallar sus gritos. Joan también se tuvo que contener para no chillar, aunque él de dolor.



Pasado el orgasmo, Lucía obsequió con una experta y placentera mamada el trabajo de Joan, hasta que su chico acabó por derramarse en su boca.



"Joder, Luci, te has pasado…"- murmuró Joan mientras se llevaba con el dedo las dos gotas de sangre que brotaban del mordisco sobre su hombro.



"Anda, vístete y no seas quejica…"- replicó alegremente la muchacha.



"¿Qué no sea quejica? ¿Tú has visto cómo me has dejado el hombro? ¿Qué van a decir mis padres si lo ven?"



"bah, no lo verán. Ahora vístete y vete, que tenemos que hacer acto de presencia antes de que mi madre sospeche…"



"Tu madre ya sospecha, Luci"



"Pues antes de que se asegure…"



Joan y Niña Lucía salieron del cuarto de la joven. Luna seguía en la cocina, fregando platos y vasos con el delantal en una posición que a su hija le pareció exageradamente tópico de ama de casa. Siempre se mostraba así con las amistades de Lucía.



"Mamá, nos vamos, vendré para cenar."- advirtió la pequeña rubia, pasando como al despiste por delante de la puerta de la cocina.



"Está bien, cariño…"- respondió su madre, secándose ambas manos con el delantal y acercándose rápidamente a Lucía para corresponder a su salida con el par de besos de manual de madre protectora.



Mientras Lucía y Joan, una junto al otro, caminaban por el pasillo hacia la puerta de salida, Luna los miraba sonriente.



Abrieron la puerta y Joan salió, sin embargo, Niña Lucía, antes de hacer lo propio, regresó sobre sus pasos para preguntarle al oído algo a su madre.



"Mamá… ¿Le estabas mirando el culo a mi novio?"- inquirió la joven, con alegre complicidad.



Luna Cortés, treintainueve años que parecían diez menos, rió y esbozó una sonrisa radiante.



"Contigo he de tener cuidado…"- añadió Niña Lucía, fingiendo un gesto de desconfianza, antes de responder a la sonrisa de su madre con otra aún más sincera.



*****



Niña Lucía volvió tarde a casa tras horas de charlas y risas con Ángela, Joan y Nacho. Había llamado a su madre para advertirle de la tardanza, sabedora de que su padre doblaría turno en el bar hasta bien pasadas las doce de la noche. Abrió la puerta con sigilo, pasaban algunos minutos de las once de la noche y Niña Lucía ni siquiera tuvo que encender la luz del comedor para reconocer la silueta de su plato y la nota de su madre explicándole que ella ya se habría ido a la cama.



Pero la rubia adolescente, tras una sesión de comida basura en un "burguer" de la zona, no tenía hambre, y se fue directa a su habitación. No obstante, se detuvo al escuchar unos extraños ruidos provenientes del cuarto de sus padres.



Suspiros, jadeos, gemidos apagados, y solapándose a todo ello, un ronroneo incansable que Lucía identificó con claridad. Incluso, después de la clase recibida en la Casa de las Chicas con Natalia y Carolina, otra de las veteranas, podría adivinar hasta el tipo de vibrador que su madre estaba usando.



La situación, lejos de repelerla, la excitó. Su madre, ignorante de la presencia de su hija en la casa, se masturbaba. Niña Lucía se pegó a la puerta para escuchar mejor los sonidos.



"Mierda de casa, los tabiques parecen de papel."- había escuchado una vez decir a su padre.



La joven de pelo corto y rubio aguantó la respiración para captar mejor cada sonido. Escuchaba, además de los gemidos de rigor, y el incansable sonsonete del motor giratorio del consolador, el casi imperceptible sonido líquido y deslizante del objeto atravesando un coño húmedo.



Niña Lucía no pudo aguantar más y se desabrochó los pantalones para meter una mano dentro de sus bragas. Se sorprendió ella misma de lo mojada que estaba ya, simplemente tras un minuto de escucha.



Luna Cortés seguía sobre la cama, desnuda y sudando, mientras se metía en el coño una polla de goma que giraba y giraba en su interior. Se apuñalaba con el fálico objeto con fuerza descontrolada, soñando en mil hombres y en ninguno en concreto. No necesitaba pensar en una cara, en un cuerpo o en una polla. Le excitaba la situación. Ella era así. Desconocía que su hija, también.



Niña Lucía, cada vez más acelerada se masturbaba buscando el orgasmo rápido mientras, sentada sobre el suelo y apoyada en la pared junto a la puerta, se masturbaba frenéticamente. Tenía que alcanzar a su madre. Se había corrido al mismo tiempo que Joan, y al mismo tiempo que Ángela, y no recordaba si con alguien más le había pasado lo mismo, pero quería que con su madre fuera así. Compartir un orgasmo, compartiendo esos segundos maravillosos tan vetados pero que valen tanto o más que cualquier otro que compartieran madre e hija juntas.



Aunque fuera cada una con sus propios medios, sin contacto de ningún tipo, cosa que no le atraía para nada, prefería, simplemente, aprovecharse de que su madre se masturbaba para hacer ella lo propio. Era, también, una lucha entre generaciones. Los dieciséis años de Lucía contra los treintainueve de Luna. Y la madre tendría en sus manos su polla de mentiras, pero la hija tenía sus dedos hábiles y el morbo añadido de escuchar los gemidos de su progenitora.



Los gemidos de Luna fueron subiendo de volumen, permitiendo que Niña Lucía dejara salir algunos de los suyos que había acallado durante minutos. Las dos estaban cerca del orgasmo. Niña Lucía sabía que su madre lo estaba y Luna desconocía siquiera que su hija se masturbaba escuchándola, dándole caricias a su clítoris mientras ella se follaba una polla de goma.



Estallaron las dos. Madre desnuda, en su cama de matrimonio, arqueándose sobre las sábanas. Hija vestida, con una mano bajo sus pantalones, sentada en el pasillo y con un temblor de piernas que le costó segundos detener.



Exhausta y contenta, Niña Lucía gateó hasta su cuarto, se desnudó y se metió en su cama mientras su madre guardaba la polla de goma que suplía a un marido que últimamente llegaba demasiado cansado y tarde de trabajar.



Las dos se relajaban después de un orgasmo superior.



 



II. Fóllate a mi madre



"Oye, Luci, ¿Qué te pasa?"



"¿Eh?"



Joan no había tardado ni dos minutos en darse cuenta, pero tardó otros trece en atreverse a hacer la pregunta. Niña Lucía llevaba todo el tiempo de recreo en Babia, respondiendo a las frases de su chica con monosílabos o palabras sueltas que alguna vez, ni siquiera formaban una frase coherente.



"Llevas todo el patio en la luna… ¿Qué coño te cruza por esa cabecita?"



"Oye Joan… ¿A ti te parece que un polvo con alguien necesitado puede ser una buena acción?"



"Ya estamos…"



Joan puso los ojos en blanco. Le gustaba que Niña Lucía no fuera una mojigata melindrosa igual que muchas otras compañeras, amigas y novias de amigos que conocía, pero muchas veces, su vicio rayaba en lo insano y se pensaba si, en realidad, Lucía no tendría un extraño problema con el sexo.



"No, verás, Joan, lo he estado pensando… Imagínate que conoces a un tío tuyo que quieres mucho, pero el tío no se come una rosca hace tiempo y su mujer no quiere follar nunca. ¿Le contratarías una puta que a saber qué tiene, lo dejarías matarse a pajas o convencerías a alguna chica que tú supieras lo iba a hacer mejor y además con cariño y sin riesgo de nada?"



"Jodeeeeer… ¿A quién te quieres follar tú?"- preguntó Joan con sorna. Se había acostumbrado a que Lucía estuviera de vuelta de todo lo que él sabía de sexo, y se había hecho la firme proposición de no preguntar si Lucía se había follado a alguien estando con él ni enfadarse si se enteraba de que lo hacía, siempre que sólo fuera sexo.



"Yo no. Tú."



Joan abrió los ojos como platos.



*****



A la salida de clases, Niña Lucía le contó lo básico a su chico y Joan abrió aún más los ojos, que a estas alturas ya parecían platos soperos.



"¿Quieres que me folle a tu madre?"



El callejón que habían escogido para hablar, el mismo que normalmente les servía para comerse la boca a la salida del instituto, era poco transitado y muy discreto. Además, salvaban las indeseables compañías poco recomendables ya que el otro callejón elegido por estos "estudiantes" quedaba más cercano a la otra salida del centro.



"No. Quiero que le hagas el amor a mi madre como sólo tú sabes hacerlo. Mi padre últimamente no le da una alegría y la otra noche l oí follarse una polla de plástico."



"¿Qué tu madre qué?"



Joan intentó hacerse a la idea. Se imaginó a Luna Cortés masturbándose con un dildo. Se arrepintió automáticamente de haber tenido ese pensamiento. La erección fue casi instantánea. Rezó para que Lucía no se diera cuenta.



"Mírate, si sólo con decirte eso te has empalmado imagínate lo que podríais disfrutar los dos juntos."



Que a Niña Lucía se le escapara su polla tiesa. Claro. Y Liechtenstein invadiendo Alemania. Joan suspiró y trató de recomponerse.



"Vale ¿y cómo pensarías decírselo? No creo que aceptase que fuéramos ahora a casa y le dijeras ‘Mira mamá, te traigo a mi novio para que te folle’ ¿No?"



"Primero… ¿Sabes que cada vez hablas más como yo? Pasas demasiado tiempo conmigo…"- sonrió Niña Lucía mientras Joan pensaba que donde pasaba demasiado tiempo era "en" ella.- "Segundo… confío en tus aptitudes, sólo tendrías que seducirla. Cuando una mujer está necesitada, con que la mimes un poco la tienes vencida."



"Ya, y va a acceder a follarse al novio de su hija, menor de edad, te lo recuerdo, sin titubeos."



"A ver, Joan, yo creo que mi vicio lo he heredado de mi madre. Que luego tendrá remordimientos, claro, pero ya me encargaré yo de quitárselos. Pero que puedes follarte a mi madre, es cierto."



"Joder, joder, joder…"



"Mira, hoy y mañana no, porque está toda la tarde en el bar. Pero el miércoles, que salimos antes, yo llegaré a casa, saldré y entonces entrarás tú, para ‘esperarme hasta que venga’ ¿Lo entiendes?"



"Luci, vas a dejarme que lo piense. Eso primero. Y luego ya te diré si quiero o si no."



"Mira que sigo trabajando para Nati y no veas la de tíos buenos que hay por ahí."



"Sí, dos gays, un negrazo y un tío delgaducho que se parece a Andrés Iniesta, por lo que me has contado."



"El negro folla muy bien."-dijo Niña Lucía, enfurruñándose en un gesto que le dio una apariencia aún más infantil.



Joan sonrió. Sabía que lo decía para picarlo. Pero tampoco quería pensar mucho en si aquello era verdad o no. No le interesaba saber si su novia se había follado a un negro.



 



III. Luna y Joan



Joan aceptó el plan. No tenía elección y lo sabía aún cuando le dijo a Niña Lucía que lo pensaría.



Llegó a las tres y cuarto a casa de Lucía, justo cinco minutos después de que esta saliera y lo esperara fumándose un pitillo cerca del portal.



"¿Tú eres tonta? ¿Cómo fumas por tu barrio? ¿No sabes que las paredes hablan?"- le recriminó, medio en serio, medio en broma, Joan.



"A esta hora no pasa ni dios por las calles. Ahora sube ahí y remata la faena como buen torero. Ah, por cierto, me he enterado, por si lo necesitas para hacerla estallar, guarda el vibrador en el segundo cajón de su mesita, debajo de una revista de moda."



Joan se encogió de hombros en un gesto de resignación, y tocó al timbre.



*****



"Pues Lucía no sé cuánto tardará. No me ha dicho donde iba."- replicó Luna, haciendo patente su molestia por la falta de información a la que se veía obligada.



"Anda, es verdad, qué tonto, si me dijo que hoy se iba de compras con Angie…"- dijo Joan, palmeándose en la frente.- "bueno, da igual, la esperaré si no le molesta, igual a los cinco minutos se cansa…"



"Claro que no es molestia, pero creo que van a tardar mucho más."- dijo la madre de Lucía mostrando una sonrisa que iluminaría la noche más oscura. Joan pensó que no tendría mejor oportunidad que esa para empezar el acoso y derribo y procedió con el primer halago.



"Tiene usted una sonrisa preciosa… Ya entiendo de dónde ha sacado Lucía toda su belleza."



Luna se ruborizó. Hacía mucho que no recibía un piropo tan amable, normalmente era un borracho desaforado el que la "obsequiaba" con algún comentario soez que la asqueaba.



"Primero, tutéame, no me hables de usted que no soy vieja todavía"



"Es cierto, no lo es…"- añadió Joan con la más pícara de sus sonrisas, pensando en lo mucho que se parecían Luna y Lucía, hasta en la forma de hablar.



"Y la verdad es que Lucía ha salido hermosa, está mal que lo diga yo, que soy su madre, pero si se dejara crecer el pelo, estaría para presentarla a miss… Además, no tiene esas tetas tan exageradas de algunas modelos siliconadas…"



Tras el comentario, Joan no pudo evitar bajar la vista de los azules ojos de Luna a sus pechos, que se adivinaban redondos y llenos bajo la fina tela de poliéster de su camiseta. A la mujer no se le pasó inadvertido el movimiento de Joan, y aunque su primera intención fue taparse los pechos y reprender al joven por su desfachatez, dentro de ella nació una sensación que creía olvidada desde que se casó y sentó cabeza.



Era el morbo de la conquista.



*****



Luna Cortés no lograba comprender cómo había llegado hasta allí, en qué punto se le fue de las manos el juego que había empezado con el novio de su hija. ¿Tal vez fuera cuando se había inclinado sobre las estanterías del salón, elevando las nalgas buscando la reacción de Joan? ¿Quizá cuando aceptó que el joven la ayudara a fregar los platos en la cocina? ¿O fue cuando sintió la polla dura del chaval presionar sobre sus nalgas al intentar ambos guardar unos vasos en el armario? No podía pensar en ello. Ahora, mientras sus labios resbalaban sobre los de Joan, tampoco podía pensar en su marido, de todas formas él tenía la culpa.



Pero a su mente volvía una y otra vez la imagen de Lucía, su pequeña Lucía, su hija Lucía, su Niña Lucía. ¿Qué diría su hija si se enterase de esto? Oh… Joan besaba tan bien… Sus manos jóvenes e impetuosas resbalaban sobre su cuerpo maduro. Se estaba excitando. Quería follar con un hombre de verdad, aunque ese hombre fuera el novio de su propia hija.



*****



Joan la había levantado en vilo, con la fuerza propia de la juventud. La echó sobre la cama, y Luna no pudo reprimir un gritito nervioso. El muchacho la observaba, y en sus ojos veía algo que ella llevaba mucho tiempo sin observar. El deseo desmedido de un hombre por una hembra.



Joan se quitó la camisa mientras Luna hacía lo propio con su blusa. La falda fue literalmente arrancada de sus piernas por las rápidas manos del joven.



*****



La boca de Joan era experta pero actuaba con cautela. Era lo único que pensaba Luna. Esa boca se enfrentaba a un territorio desconocido, acostumbrada a otro más joven y activo. Gimió la madre de Lucía mientras pensaba que esa boca no le pertenecía a ella, si no a su hija, aunque sólo fuera por edad. Ella le doblaba, y de largo, los años a Joan. Su hija sólo tenía un año menos que su novio.



La lengua lamía el clítoris, y tras escasos segundos parecía haberse aprendido las nuevas coordenadas. Luna hundía los dedos en la cabellera de Joan mientras los gemidos se le escapaban, y un eco extraño se los devolvía rejuvenecidos. Ya no tenía cuarenta años. Tenía veinte. Menos aún. Los mismos que Joan. ¿Y Lucía? Lucía no se enterará nunca. Sigue, Joan, sigue.



Luna arqueó su cuerpo al notar dos dedos colándose de repente por su coño. Espiró, le costó volver a inspirar, no recordaba lo enormemente placentero de esas sensaciones. Gritó de placer cuando los notó moverse en su interior, no de dentro a fuera, como cabría esperar de un joven inexperto. Se movieron dibujando un arco y buscando su punto G.



Joan, más de veinte años menor que ella, el novio de su hija, le lamía el coño mientras lo penetraba con dos dedos. Y cada vez más fuerte, más violento. Un pinchazo de dolor. Un estallido de placer. Había encontrado el botón y no se cansó de pulsarlo repetidamente.



La madre de Lucía comenzó a gritar. Levantó sus caderas como si quisiera llevarse con ellas los dedos del joven, mientras sus piernas temblaban sin control. Los gritos se sucedían uno al otro ¿Qué dirían los vecinos? No le importaba.



Los ojos se le quedaron en blanco, quedó desvaída sobre la cama durante algunos segundos mientras Joan extraía sus dedos mojadísimos del anegado sexo de la madre de su novia y los lamía con una sonrisa.



¿Tan bien follaba Joan?



¿Tanto habría follado con Lucía?



Un miedo nació en el corazón de Luna al tiempo que, poco a poco, iba recuperando el control de su cuerpo. Miedo por su hija. Rodrigo siempre decía que madre e hija eran como dos gotas de agua. Y ese hijo de puta no solía equivocarse. Rezó para que Lucía no fuera tan idéntica a ella. Luna sabía por lo que había pasado.



Su sexo aún latía cuando consiguió incorporarse. La polla erecta de Joan borró al instante cualquier pensamiento sobre Lucía. Aparentaba tan sabrosa.



La metió en su boca, la lamió con la sabiduría que le otorgaban sus años de experiencia. Joan gimió un "joder" que a Luna le tranquilizó un poco. Aún la chupaba mejor que Lucía.



A gatas sobre la cama, mientras mamaba el falo del muchacho, comenzó a frotarse las piernas para aliviar la picazón que comenzaba a extenderse. Sólo consiguió el efecto contrario, avivar el fuego.



Empujó a Joan para que se tumbara completamente sobre las arrugadas sábanas de su cama de matrimonio y rápidamente se empaló con la tiesa tranca del chaval. Tenía una buena polla para su edad. Quizá ya fuera del mismo tamaño que la de Jorge, su marido. Más que la de Ernesto, sin duda, quizá no tanto como la de Rodrigo, o la de Jonás. De la de Carlos y la de Antonio no se acordaba, igual que de la de Ramón. Ya hacía muchos años de todas ellas.



Saltó sobre Joan una y otra, y otra vez, esa polla parecía abrirse en su interior. Gemía sin control. También gemía Joan. Y el eco, a pesar de que nunca notó eco en su habitación.



La mano de Joan abandonó sus pechos y, a tientas, buscó la mesita de noche. Como si supiera lo que buscaba, encontró el segundo cajón y lo abrió.



"No, no busques ahí"- pensaba Luna, mientras botaba sin pausa, y deseando con toda su lujuria que Joan encontrara lo que buscaba. Y lo encontró. Los dedos del joven se cerraron sobre el falo de goma que Luna guardaba y lo llevaron hacia la espalda de Luna.



No se había dado cuenta todavía que la otra mano ya había colado dos dedos en su ano.



"Hazlo".- ordenó la mujer, con el tono de una madre que obliga a su hijo a hacer los deberes. Joan sonreía pensando que Luna tal vez, sólo tal vez, tuviera más vicio que su novia. No lo creía.



Los dedos salieron y fueron sustituidos por la punta del consolador, que tras un par de segundos de quietud de Luna, pudo abrirse paso por los esfínteres de la casi cuarentona. Cuando lo sintió bien adentro, presionado por la mano de Joan, continuó el placentero movimiento vertical.



Ya no podía detenerse, pero un pensamiento luchaba por salir a la luz aunque sus movimientos y sensaciones lo dificultaban. Lucía. No, no podía pensar en Lucía. Sí, tenía que pensar en ella. Estaba follándose a su novio.



"A Lucía no le importará."- dijo Joan, pero Luna no pudo ni quiso contestar. Esperaba que sí. Gemía cada vez a más volumen, igual que Joan, igual que el eco.



Joan no la miraba a los ojos. Apretaba los pechos de la mujer con sus manos lozanas y suaves, y respondía con hábiles movimientos de cadera al subibaja de Luna, pero no la miraba. Miraba a la puerta de la habitación mientras Luna gemía y gemía.



Luna también desvió levemente la mirada hacia la puerta.



No.



Debía ser una alucinación producida por la culpa.



No lo era.



Niña Lucía los miraba follar, sonriendo. Vestía sólo unas braguitas y su mano se hundía bajo ella.



Su hija se masturbaba viéndola follar con su novio. Menuda puta. Quiso parar, se gritó a si misma que tenía que parar, pero su cuerpo no le respondía y siguió follándose a Joan mientras Lucía se masturbaba, con las mejillas y el vientre incendiados de color, que sobresalía mucho más en su piel pálida.



Era toda una mujercita ya.



Luna no pudo evitarlo y mientras repetía como una confusa letanía "No, no, no", se corrió. El clímax la asaltó mientras miraba a los ojos a su propia hija y la polla del novio de ésta le perforaba las entrañas.



"Ngaaaaa…."- Lucía no quiso detenerse tampoco y cayó al suelo de rodillas, mientras miraba al infinito con la boca abierta al máximo.



Se había corrido.



Joan quiso sacarse de encima a Luna sabiendo lo que se le venía pero la madre de Niña Lucía, en un último arranque de vicio, lo impidió. El semen de Joan salió a borbotones de su polla y se mezcló en el interior de Luna con su flujo de mujer madura.



La madre recuperó instantáneamente el razonamiento y en un pueril ataque de pudor, botó del cuerpo de Joan y se cubrió con las sábanas.



"Lu… Lucía…"- balbució Luna mientras miraba a su hija caer hacia delante, quedando a gatas sobre el suelo.



"Ha… estado… bien… ¿No, mamá?"- suspiró Niña Lucía sin levantar la mirada del suelo.



"Lucía… no…"



*****



Niña Lucía echó a Joan de la casa con cajas destempladas. Necesitaba hablarlo con su madre. Vestida, por supuesto.



"Lucía… has de parar todo esto…"- dijo Luna, que se frotaba nerviosamente las manos, sentada a la mesa de la cocina.



"¿Por qué? ¿Acaso no te gustó?"



"Es peligroso, Lucía… sé de lo que hablo… no se lo contemos a tu padre… pero tienes que parar esto antes de que pase algo malo."



"Mamá… no te entiendo… ¿No te has corrido como una guarra? ¿No has disfrutado como hacía años que no te oía disfrutar?"



"¡Lucía, por dios! ¡Lo digo en serio! Esto es más una maldición que otra cosa."



"Oh, una maldición de familia, me encanta esto…"- dijo la pequeña rubia sin abandonar en ningún momento su sonrisa.



"Lucía, te tengo que confesar algo… pero lo hago sólo para que pienses en lo que haces… prométeme que no se lo contarás a tu padre…"



"Mamá, me estás preocupando. Dime."



Por primera vez, Niña Lucía dejó de sonreír. El semblante de Luna estaba marcado de preocupación.



"Lucía… yo…"



 



CONTINUARÁ


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