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Dicen que la venganza es un plato que se come frío, esta muchacha comió algo bien caliente.
Situación inédita y jamás imaginada, ni aún en la más afiebrada de mis lujuriosas fantasías, pero... la vida tiene te da sorpresas, realidad arrolladora como locomotora fuera de control.
A mis sesenta y algo más, los vivo a pleno, con toda la pimienta, adicción casi compulsiva al sexo, su práctica constante es la medicina que me hace vivir a full cada día, postura filosófica y actitud frente a la vida me conserva el deseo y la práctica en plenitud; claro en ocasiones recurro a un “ayudín” para sustentar la “autoestima” y hacer frente al desafío de la carne joven, platillo preferido en el banquete de la diversidad femenina.
La experiencia y rendir a pleno en los desafíos del encuentro sexual siempre da beneficios adicionales: que vuelva por más…
La diversificación de tareas y la asistencia al gimnasio son complementos indispensables para optimizar la maquinaria física y mental. Por estos tiempos me dedico a trabajos free-lance, disponer libremente de mi tiempo para dedicarlo a jugar al deporte que más me gusta: El sexo.
Esa mañana venía alegre, casi en exceso, por haber cerrado el contrato con una revista técnica que me permitiría cierta holgura en el presupuesto. Volvía a casa con una sonrisa, de esas que el buen humor nos dibuja para que todo el mundo se entere, esperaba el ascensor cuando se acerca para compartir el viaje, Giselle (nieta en el afecto, amiga íntima de la mía propia, desde pequeñas). Recién ingresada en la mayoría de edad, que por cierto le sienta más que bien, los años habían corregido y mejorado las proporciones, ahora ante el modelo terminado, justificaba en mis permisivos recuerdos haber despertado de mis fantasías prohibidas.
Después de bastante tiempo sin verla, volvemos a encontrarnos con esta preciosa jovencita que venía a ver a su abuela, vecina de apartamento.
No hacía falta ser demasiado perspicaz para notar el aire de contrariedad, desencanto y tristeza que tenía, sentí el impulso protector que la relación de considerarme como su abuelo me autoriza; tomarla de los hombros y darle esa contención que parecía necesitar, se entregó mansa al abrazo, como paloma herida.
De pronto, giró la cabeza, de frente, la mirada suplicaba contención, leve sonrisa, su boca se dejó estar cerca de la mía, parecía detenerse el mundo, también el ascensor… La brusca parada nos hizo vibrar, acercarnos… sentirla pegada a mí, por un instante, el acto reflejo de excitación, inocultable, no le pasó desapercibido, sus ojos certifican el “causal” roce…
Beso, breve, inocente e instintivo, no fue sorpresa, tampoco el siguiente y un tercero, no tan inocente lleno de fragor y deseo. Abrió la puerta del ascensor, de la mano, sin hablarnos fuimos a mi apartamento.
La espalda de Giselle presionada fuertemente contra la puerta terminó de cerrarla, los abrazos efusivos hacían subir los colores a esas mejillas inyectadas de repentino rubor, el candor de la inocencia cambió a brasas incandescente de lujuria.
En medio del fragor de los sucesos era casi imposible medir y sopesar las consecuencias, la fricción y movimiento de los cuerpos nos hizo tropezar con una mesita y caer ella encima de mí, sentada al mejor estilo de una nieta sobre su abuelo...
En un momento de lucidez, la vi como hace unos años, de la misma edad de mi nieta, amiga de sus correrías, cuando venía a este mismo apartamento y las veía retozar sobre la alfombra, esta misma que ahora es testigo de mis pensamientos inconfesables y lascivos... como para poner un freno a mi lujuriosa fantasía que se gestaba saltando por encima de todo sentido de prudencia y recato.
- ¿Tomamos un café?, dije simulando no estar tan alterado, simulando dominio de la situación que no era tal. –¡Sí “abu” ...! –dicho al mejor estilo de “bebota” con esos mohines de nietita consentida.
Mientras preparaba el café intentaba poner un poco de claridad en los sucesos previos, pero... estaba visto que fallan los frenos morales, tampoco las consecuencias e implicancias sociales y éticas hacen mella en el resto de conciencia que me queda. El dique de la razón rebasado por la pasión.
Toda esta disquisición moral, sucedió en instantes, tomé real cuenta cuando en un acto, hábito casi reflejo condicionado, ya había ingerido una pastilla para reforzar la imaginada performance sexual, estar con las energías dispuestas por si se larga la carrera del deseo en pos de la carne tierna.
Giselle no esperó que terminara de preparar la infusión, se acercó peligrosamente y… de un salto, sentó sobre la mesada de la cocina, espontánea y natural, la falda subía con la frescura y osadía de sus pocos años y muchos deseos. Balancea y abre las piernas, ofrece la inquietante vista de su peludito trofeo, escabullido bajo el blanco triángulo, último escollo al cofre mágico de su juventud palpitante.
Obnubilado dejé caer la cuchara al piso, al mismo tiempo que los últimos vestigios de reservas morales, inclino la cabeza y levanto la breve faldita, con todo el tiempo del mundo sin poder evitar encandilarme de emoción al ver el destello de sus vellos enrulados, abultan unos y otros asoman, desafiantes, el triángulo de la escueta tanga. Hubiera demorado un siglo, venerando esa visión maravillosa, el nirvana del deseo y como si no fuera suficiente tanto y bueno, Giselle le agregó un plus: Separó con displicencia natural las piernas, mostrando más allá de lo que mi prudencia podía soportar. Se limitó a sonreírme y remover sus dedos en mis cenicientos cabellos.
De pie, entre sus piernas, escondía la lujuria que brilla en mis ojos, sentía crecer mi orgullo de hombre, como nunca, lo nota y sonríe, me rodea con sus piernotas, se libera del calzado y los talones masajean mi espalda húmeda por el fragor de la situación. El masaje capilar es la excusa elegida por la niña para presionar mi cabeza sobre su falda, más y más subida, el perfume de su intimidad embriaga, el aroma de mujer caliente incita, empuja para que “vea” más de cerca, puedo sentir en mi nariz el húmedo sabor del deseo palpitante de su sexo sediento de acción.
Todo está dicho, nada queda por imaginar o preguntar, la clave de acceso disponible, todo lo que no sea urgencia sexual está fuera de lugar y de tiempo. Es ¡Ahora o Nunca!: Fue ¡El Ahora!
Metí “manos a la obra”, una a cada lado de sus nalguitas, llenarlas de carne trémula, ella reclina algo la espalda al mismo tiempo que se deja deslizar hacia mí, separa más las piernas, eleva las rodillas hasta quedar con los talones sobre mis hombros, ofreciéndome el ángulo preciso para el acercamiento. Con los dedos enganchados en el elástico de la bombachita, jalo hacia abajo, sus manos apoyadas en el mármol, eleva los glúteos para facilitar la salida de la prenda. Jugando a prestidigitador la deslizo por sus piernas, me la coloco a modo de collar.
Con el trofeo aromático, voy derecho al objetivo, levo un poco más la falda para entrar al escenario principal. Se acomoda mejor, deslizándose despacio para la ofrenda total, un poco más y todo el manjar está a pedir de mi boca. El deseo ríe en su sonrisa vertical, se inflama en el “boca a boca”, besos tibios y húmedos, mansamente se deja poseer, devuelve favores con jugos de vida.
Quisiera poder mirar sus ojos, en esos momentos mágicos, bajo la carpa de tela me siento un fotógrafo a la antigua, robando la instantánea de su delirio sexual. Los gemidos me llegan lejanos, distantes, como en otra dimensión, tan sólo el estremecer de sus entrañas dicen con fidelidad el tamaño del orgasmo urgente y avasallante que la invade y la posee.
La tormenta pasional retumba en mi corazón, se acelera; la lujuria es una visita a los infiernos, todo fuego, toda brasa, agitación, convulsión, latidos por donde se escapa la vida en cada segundo. Estoy en el epicentro de todos los temblores, el centro del deseo vibra en mis labios húmedos de jugos, al límite de sus fuerzas, me aprieta contra sí y grita:
-¡Basta, basta!, ¡Basta ya! ¡Cojeeemeeee!... - palabras, pronunciadas con decisión y autoridad, el deseo urge incontenible.
En mis brazos viajó hasta el lecho, sobre la cama, las piernas colgando de ella y la falda levantada cubriendo su rostro transfigurado por el deseo y la lujuria, aguardó que me colocara en posición, con el apremio de la insoportable calentura me deshice del cinto, con los pies me desentendía del pantalón, sus piernas en mis hombros, bien elevadas y entré en ella, todo en tiempo irreal, a velocidad de relámpago y ensordecer como trueno.
Me brotó el rugir de un animal en celo, era un hombre gozando de su hembra, respondió ahogada en gemidos, preludio del sexo y antesala del placer. Al segundo envión, con más ansiedad que brusquedad, gestos primarios y salvajes son decodificados en el lenguaje de la calentura como mimos de la pasión.
En el momento de máxima penetración, enterrado en el fondo de su sexo, nos quedamos atascados, atorados en la emoción, breve “impasse” que nos sirvió para entender que estábamos al borde del abismo, lo prohibido había madurado en nuestro deseo, ahora era el momento preciso de concretarlo, saltamos al vacío.
Nos miramos, nos besamos, como amantes de toda la vida, mientras hurgaba en sus entrañas con mi deseo erecto, liberaba sus pechos para que pudiera verlos y besarlos, ofrecen a mis labios sedientos sus pezones gordos y rosados. Las nalgas son capullos de algodón en mis manos grandes, la atraigo hacia mí mientras entierro la vega hasta el fondo de su conchita, elevo su cuerpo y la coloco sobre mí, movimiento convulsivo y urgente, profundo, llegando al útero según dijo sentir, al frotar la cabezota contra el fondo vaginal. La calentura de años condensada en un momento, en un instante, el orgasmo le estalla nuevamente sin darle tiempo, sofoca y opaca el sonido de los gemidos llevando sus manos a la boca, una segunda oleada, y una tercera repiten el mismo efecto, en la postrer oleada de placer se sacude y estremece. Los gemidos libres llenan el cuarto de música pasional.
-¡Ven, ven, te necesito! ¡Dame, dame, dame másss! -Urge, quiere sentir como me corro en ella, voy en pos de ese momento de liberación interior del macho cabrío.
El momento de la verdad está cercano, empujo con más fuerza en su sexo, entro a fondo y con toda la potencia que mis fuerzas me permiten, brusco y vehemente, disfruta esa forma de hacerlo, incita y desafía, pide más, exige más.
-¡Dame más!, ¡Rompe todo! ¡Soy tuya!, ¡Más soy tuya! ¡Dame, dame!
Un destello de cordura y lucidez acude en mi ayuda, titubeo para decirle:
-No.… no tengo condón. ¡Esperaaa!...
La palabra inconclusa, y su actitud irreverente me sorprende, se agarra de mis nalgas, jala hacia ella, me contiene y retiene hasta dejar que se me escape la vida dentro de ella.
-¡Ah, ahhhhhhh! -fue lo más que pude decir, como un estertor, broto desde el fondo mi pecho, con el primer chorro de semen, un segundo y un tercero. Sentía la visión borrosa, zumbar los oídos, como en aquellas primeras experiencias de adolescente. Nada más importa, solo dejarme ir en ella y gozarlo, aunque me costara la vida.
Eran sensaciones olvidadas, sentirme latir en ella, en la intimidad de su carne joven, beber el elíxir de su juventud de su fuente de la vida eterna, a cambio, mi experiencia de mil batallas, pero esta, sí que era la madre de todas las batallas.
Seguía latiendo en ella, nos miramos en silencio, nos sentimos libres, alegres como palomas, cómplices y llenos de vida nueva. Podíamos entender que ese deseo brotado de la nada, desde una vida anterior creció y maduró en nuestra existencia, tomó forma y se expandió, permaneció latente, pero con el detonador activado, solo necesitó el precursor y el momento adecuado para estallar. La lujuria de ese encuentro carnal nos llenó de placer, la carne en la carne, el deseo en el deseo, la vida en la vida.
Deleite sin par mirar como mi latente vara de carne dejaba la cueva de los placeres, en el retroceso libera algo del líquido vital entregado en el instante previo, tan duro como había ingresado. Lo tomó en sus manos, frota la mano en la brillante humedad, acercas su bocao para lamer la última “lágrima” que asoma de ese “cíclope”. Con esa muestra de vida, vuelve a mirarme con toda la malicia y perversa lujuria juvenil.
-¡Qué gruesa!, ¡qué dura es! – Traga ese licor de vida hecho y vuelve a decir, con esa voz de nenita y “bebota” caprichosita: - Abu, estuvo maravilloso, gustito algo salado tiene la lechita de mi hombre, pero… la nenita caprichosita…quiere más, complaceme... hmmm...
– Nena, eres mucha mujer para un solo hombre. –dije haciendo gala de un cumplido en honor a sus cualidades de hembra, pletórica de sinuosas curvas y redondeces, que, por la premura de llegar al nudo central de los hechos, obvie describir, pero lo haré más adelante.
-Abu (siguiendo el tono y los mohines de bebota) si te parece que soy mucho para un solo hombre, por qué no piensas como hacerlo… – ¿Te gustaría...? –dejo clavada la espina de la pregunta inconclusa. - Nada lerda ni perezosa, apuró a responder al supuesto envite:
-¿Por qué no probarlo?, ¿Si.. me acompañás?...
Hasta aquí llegué, sabrán comprender que contar esto no es tan fácil como parece, esta primera vez con esta “nieta” tan peculiar no terminó aquí, este fue solo el inicio, no se vayan a perder lo que sigue, que “aún falta lo mejor” y si el postre es compartido siempre sabe mucho mejor.
Luego de poder tomar un poco de aire vuelvo con ustedes para relatar el resto de la historia.
En el “mientras tanto”, me gustaría saber el parecer respecto de esta historia absoluta y realmente auténtica, porque la realidad no está regida por tener que cumplir un derrotero lógico en el desarrollo de los hechos, sino que precisamente la realidad se puede dar de un modo no convencional y sin responder a lógica alguna, por eso suele decirse que la realidad casi siempre supera a la ficción.
Lobo Feroz
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