~~Entré en el bar a la misma hora de todas las tardes. Me senté al final de la barra y pedí al camarero lo de siempre. Bebí un trago de mi Schrull de importación y me quedé absortó mirando un póster que había enfrente de mí. Decía: ¿Necesidad o placer? Recuerda, tú eliges. Llevaba más de media hora mirando aquel cartel, cuando se me vino a la memoria el recuerdo de la primera vez que me pagaron por hacer lo que más me gusta, comer. Me faltaban unos meses para recibir mi título de crítico de cocina y un importante periódico me ofreció la oportunidad de publicarme un articulo sobre una prometedora cocinera. Ella era la Gran Guaraná, que por aquel entonces era joven e inexperta. Pero, a pesar de esto, dejo que viese todo el proceso de elaboración del plato.
Me preparó su propio sexo siguiendo el método tradicional. Así que, como es costumbre, se desnudó completamente y se colocó sobre la mesa de la cocina con las piernas abiertas dejando todo su ya inflamado sexo a la vista. Poco a poco sus manos recorrieron toda su piel caliente hasta llegar a lo más profundo de su entrepierna.
A continuación, como suele hacerse, amasó cada parte de su cuerpo. Poco a poco sus manos fueron bajando por su largo cuello, sus enormes pechos, su suave vientre hasta llegar a lo más profundo de su entrepierna. Mientras una mano acariciaba la hinchada pepita que se encontraba entre el vello de su sexo, los largos dedos de la otra se sumergían entre sus labios, quedando atrapados en su boca caliente. Los besó, mordió, lamió, saboreó como si de un enorme falo se tratase. Cuando sus dedos estuvieron cubiertos por su saliva, los dirigió hacia la raja de su trasero. Pasó sus hábiles dedos por los alrededores de su ano, hasta que estuvo perfectamente lubricado. Entonces sumergió dos de sus dedos en su culo. Mientras la otra mano seguía ocupada con aquella pepita que estaba a punto de estallar. Los dedos que estaban en su culo comenzaron a salir y entrar de aquel oscuro agujero. Cada vez los movía más y más fuerte, más y más rápido hasta que una oleada de placer recorrió su cuerpo. Sacó los dedos de su culo y los introdujo lentamente en su vagina. Desde mi posición podía ver como los pelos de su sexo estaban llenos de pringosos y espesos flujos que desprendían un olor que te abría el apetito. Sacó sus dedos de su inundado coño, los saboreó y me anunció que el plato estaba listo para ser degustado.
Rápidamente me enterré en aquel enorme sexo abierto para probar todo lo que se me ofrecía en aquel interior cálido, húmedo, oscuro y profundo. Al entrar noté como algo se rompía a mi paso y se liberaban una gran cantidad de flujos que pronto saciarían mi apetito. Encontré en aquella cavidad algo realmente delicioso, un sabor único, el sabor de la virginidad.
En este punto, mi atención se desvió de mis pensamientos para centrarse en un personaje que se había subido en una silla. Estaba a punto de contar una historia a un grupo de excitados espectadores que se lo exigían.
Yo, que soy el presidente de la asociación nacional de críticos de cocina, que otorgan cada año el gran premio al cocinero del año. (Los espectadores impacientes empiezan a dispersarse.) Esperen, señores. No se vayan todavía. Les contaré una historia que les abrirá el apetito. Todo sucedió hace ya algunos años. El periódico para el que trabajaba me pidió que hiciera la crítica de uno de los mejores cocineros del momento. Todos deben conocerlo, era el señor Destrell.
(Se escucha un gran oh producido por todos los presentes, incluido yo.) Entré en la elegante cocina de este gran chef y me coloqué en una de las encimeras del centro, desde donde podía ver toda la cocina. Desde allí podía oler lo que se acercaba y se me hacía la boca agua. Mis ojos no paraban quietos mirando de un lado para otro excitados.
(Los espectadores se empiezan a impacientarse otra vez) Se abrió la puerta y entraron dos mujeres completamente desnudas. Una de ellas era la pinche. Lo deduje porque nada más entrar se colocó un delantal blanco y se dirigió a mí para comunicarme que todo iba a empezar.
(Todos se quedan quietos y escuchan con atención. Parece que muy pronto su sed de historias será calmada) Me dio lástima que no fuera su sexo el cocinado, parecía tan jugoso. Pero deje de pensar en ello cuando contemplé el sexo de la otra en todo su esplendor. La pinche la había colocado con las piernas abiertas y su sexo orientado hacía mí, sobre una superficie fría y dura de mármol.
Mientras la pinche lo preparaba todo para la limpieza de aquella enorme, rosada y jugosa concha, la propietaria tenia la mirada clavada en mí. Sus ojos estaban llenos de deseo y su mirada era una invitación a que la probase. Era muy consciente de la excitación que le producía verse envuelta en aquella situación y eso me ponía el plástico de gallina. No sé como pude contener las ganas que tenía de sumergirme completamente en aquella vagina.
Cuando volví a mirar hacía su sexo, abierto de par en par para mí, la pinche ya había iniciado el proceso de limpieza. Tenia una cuchilla de afeitar en la mano y comenzaba a eliminar el vello de aquel sexo que comenzaba ya a producir una gran cantidad de flujos. Poco a poco la afilada hoja de la cuchilla se llevaba cada uno de los pelitos que recubrían cada pliegue de la almeja que dentro de muy poco estaría lista para comer.
Ya estaba completamente limpia en el momento en que el cocinero apareció en escena. Nada más entrar ordenó a su joven ayudante que siguiese con el método moderno. El método moderno, para su información, es una de las múltiples variantes surgidas de la cocina tradicional. su mayor esplendor se produjo en los años ochenta y sus más destacados exponentes son.
(Sus fans inquietos comenzaron a gritar. Ellos no querían clases de historia de la cocina, querían saciar su hambre con fantasías. ¿Y usted, también está empezando a impacientarse?) Bueno, bueno. No se enfaden. Ya sigo, ya sigo. Entonces ella, la pinche, obedeciéndole, hundió su boca en aquella concha abierta. La recorrió entera sorbiendo sus jugos. La lamió acompasadamente, en un vaivén suave unas veces y violento otras sin olvidar un solo rincón de su vulva. La acarició, la besó, la palpó, la mojó, la sorbió, la secó, la mordió, la torturó, la saboreó.
(Al llegar a este punto, el público estalló en aplausos de agradecimiento ante un viejo crítico profundamente emocionado.) Hasta que su jefe le pidió que parase. Para comprobar como iba todo, introdujo un dedo en la vagina que cocinaba, lo sacó y se lo metió en la boca probando aquel manjar por el que cualquiera de nosotros mataría.
de un cesto cogió un pepino. Era el más grande y duro de todos los que había allí y lo introdujo poco a poco en la vagina inundada. En el momento en el que estuvo completamente enterrado en ella, lo sacó rápidamente. Entonces ordenó a su ayudante que colocase a la cocinada, así se suele llamar en este mundillo a la poseedora del alimento, en la posición de Baungell. Cuando la cocinada estaba ya a cuatro patas con la cabeza apoyada en la encimera, comprobó que el pepino seguía recubierto de los flujos de la cocinada e introdujo con rapidez el pepino en el culo en pompa de ella. Se apartó y pidió a su pinche que lo moviese hacía adelante y hacía atrás, mientras él presionaba la pepita de la cocinada con un par de dedos que movía rápidamente de un lado para otro. Cuando la pepita estaba a punto de estallar se apartó y pidió a su ayudante que también lo hiciera. Se quitó el delantal, dejando al descubierto aquel miembro poderoso y completamente rígido que se encontraba entre sus piernas. Lo introdujo completamente en esa jugosa vagina y una vez estuvo completamente sumergido en ella, se retiró rápidamente de allí. Una vez fuera pidió a su pinche que probase el plato, y ella se introdujo toda aquella enorme verga en la boca. Lamió todo rastro de flujos de ella, se levantó y beso al cocinero. Esta es una forma de comunicación muy divulgada entre ellos. El cocinero se quedó pensativo durante unos momentos, saboreando lo que había llegado hasta su boca.
Ordenó a su pinche que quitase el pepino del culo de la cocinada, la colocase en la posición inicial y se retirase. Cuando la ayudante ya estaba fuera de la habitación el cocinero miró a la cocinada, la agarró fuertemente de las piernas y clavó todo su enorme falo en aquella oscura, profunda, inundada, palpitante caverna que lo acogió sin problemas. El cocinero se movía de delante a atrás. Cada vez su pelvis golpeaba con mayor fuerza contra aquel chorreante sexo. Y el ritmo de las embestidas era casi tan acelerado como el de los gemidos de ambos. Todo se hacía cada vez más y más rápido hasta que él se vació en aquella concha que estaba a punto de reventar. Entonces salió y me comunicó que todo estaba ya listo. Me acerqué a aquella vagina que palpitaba de placer. De su entrada salían unos flujos casi transparentes mezclados con otros más blancos y compactos. Me sumergí completamente en aquella caverna sin pensarlo y morí de placer al probar aquello que desprendían sus paredes. Allí dentro arropado por la calidez, la humedad y el contacto de aquel interior sentí como la cocinada se derritió de placer y salían de ella una cantidad nunca vista de fluidos que me llenaron la boca y saciaron mi voraz apetito. Fue lo mejor que había probado nunca, lo mejor que he probado en todos estos años. Dulce, afrutado, fresco, diferente,. El silencio que se había producido tras las palabras del crítico se transformó en una gran ovación. De pronto entre los aplausos se escuchó una vocecilla de un viejo y gastado consolador que se había puesto en pie. Los aplausos cesaron y el viejo se convirtió en el centro de todas las miradas. Empezó a hablar.
Nosotros, los consoladores, debemos ser fuertes y no dejar que estos mequetrefes que se hacen llamar críticos de cocina nos llenen la cabeza con sus tonterías. Debemos acostumbrarnos a comer lo que sea. No importa si está cocinado o no. Comer es una necesidad y no un placer ni mucho menos un arte. Cuando el viejo cascarrabias salió del bar, de nuevo el silencio invadió el bar. El gran crítico se sentó, sus fans se dispersaron y yo le pedí al camarero un Guaraná. Al fin y al cabo, para mi comer siempre será un placer.