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Devolví las cartas a su lugar de origen, el suelo. Debía prepararme para la ocasión, lo cual no penséis que significaba ducharme y arreglarme, no, lo que necesitaba para estar vivaz era acabar con la última botella de la estantería. Coloque la aguja sobre el vinilo y lleve a cabo mi cometido mientras llamaba al susodicho número de teléfono.
No llevaba ni cuatro wiskis cuando de repente tocaron a la puerta. Eso que no solían durarme más de tres minutos. Si alguna mujer pudiese llegar a enamorarme algún día, siendo más posible que el sol se extinguiera al anochecer, esta preciosa joven sabía cuál era la mejor manera de intentar conseguirlo. A parte de estar deslumbrante, no me fije en su cuerpo a priori, lo cual no recordaba que me hubiese pasado jamás. Su largo cabello castaño relucía al sol al igual que sus intimidantes ojos verdes, poseía una belleza desmesurada para venir a casa de alguien que no conoce y que podría ser su padre para joder con él. Pero ahí estaba ella, sonriente, agarrando ese wiski barato, esa bolsa repleta de marihuana y un vinilo de The Velvet Underground. Mi cabeza dedujo que se sabía todo de mi vida y quería complacerme con aquellos obsequios, no podía ser tan perfecta de no ser así.
Nos acomodamos en el sofá, e inmediatamente ella comenzó a liarse uno mientras yo llenaba dos buenos tragos. Estuvimos charlando no más de dos minutos, se respiraba demasiada tensión sexual como para mantener una conversación. Me pasó la humeante llama a la vez que se agachaba frente a mí en el sofá, tocaba suavemente mi paquete, mordiéndose esos húmedos labios con esa cara de traviesa que tanto me cautivaba.
Mis expectativas sobre su apetito hacia mí ya eran muy altas, pero sorprendentemente, y por suerte, si, la estaba chupando bastante mejor de lo esperado, la absorbía ansiosa de complacerme. Podía pasar de una velocidad inmensa a una lentitud y cariño que no me dejaba respirar casi. Me miraba en todo momento a mis ojos, jugaba con ella a darse en la cara y pegarle lametazos, desde mi perspectiva se les veía una buena pareja, hechos tal para cual. Sin esperármelo, mis dos bolas fueron absorbidas por su boca (nunca pensé que llegasen a caber en ninguna) después de decirme que nunca se lo había hecho a su novio. Tenían la norma de poder follarse a un ‘’famoso’’ si la ocasión lo permitía. Si, habéis leído bien, poder, el uno le permitía al otro, cual dueño permite a su perro defecar en la alfombra. Quien aún no lo haya experimentado, podéis haceros a la idea como pudre la personalidad de uno mismo algunas relaciones, por no decir la mayoría. Normas en las relaciones, me pregunto qué clase de persona pensaría que le beneficiaria. Que será lo próximo, me pregunte, ¿poder lamer el glande a un vagabundo los días impares? Me enfurecía, pero al segundo volvía a relajarme, ella ponía demasiada dedicación en mi capullo como para que mi mente se indignara. Di una buena calada mientras ella ponía más pasión, cada centímetro de mi cuerpo se estremecía, quería permanecer en ese instante lo que me quedase de existencia. Movía su lengua en círculos a gran velocidad, notaba el frescor momentáneo de su piercing en la lengua, los pelillos de mi escroto se elevaron cual planta en busca de luz solar. Ella parecía tener planeado cada movimiento a realizar con su lengua. No sabía si había estudiado durante días el comérmela así, o que realmente era su mayor vicio. Sin esperarlo, escupió sobre mi miembro una mezcla de saliva y semen, ese acto no podía estar ensayado, le había salido del alma. En efecto, era muy cerda, y me gustaba. Ella succionaba poniéndole un eminente empeño, parecía querer sacar a mi yo interior. Anhelaba sentir tanto goce al ver como una preciosa joven disfrutaba exprimiéndome así. Mi cabeza se atormentaba pensado porque no habría hecho esto antes. Al fin comenzaba a ver florecer el tan esperado cambio en mi vida.
Me desperté, estaba despatarrado en el suelo, desnudo, solo, resacoso y maloliente, lo cual tampoco era nada fuera de lo habitual. Al parecer ella se había pirado mientras dormíamos, o mientras jodiamos. Sinceramente, el alcohol no me dejo recordar mucho después de la primera penetración. Mi miembro viril estaba candente, cual espada recién forjada, sin embargo, parecía darme las gracias por el regalo que le había hecho anoche.
Ahora comenzaba mi momento de disfrutar la vida. Esto era nuevo. Tenía todo el tiempo para mí y mis vicios pero con un toque diferente. No sé qué haría con el dinero que me estaban dando, pero tampoco me preocupaba, nunca lo quise, no quería verlo siquiera. Quizás me comprase una nevera para el salón o algunos vinilos en la tienda de la esquina. Si escribía era por mí, no por billetes o fama. Simplemente quería disfrutar. Hay veces que las personas tiene que luchar tanto por la vida que no tienen tiempo de vivirla. Ese no iba a ser mi caso. Yo me tomaba las cosas con bastante calma.
La falta de esperanza es lo que hunde al hombre, al menos a la mayoría de ellos, pero yo era la persona más feliz del mundo careciendo de ella. Nunca espere nada a cambio de nadie, ni quería que lo esperasen de mí. Cada vez que podía me evadía de este cumulo de problemas donde entre ellos, con suerte, podías encontrar algunos dulces momentos. Un paso al frente y dos para atrás, esa era mi escueta definición de este caos llamado vida.
Al menos, para mí la felicidad llegaba puntualmente al evadirme con el sexo o el arte, o en su defecto con el alcohol. El arte, cuatro letras que definen el único regalo que te da la vida para disfrutar de tu existencia, esa motivación para seguir viviendo. La opción única para evadirte de la realidad sin consumir drogas, siendo glorioso en algunos casos mezclar ambas. Desde leer, escuchar música (no todos los géneros claro está), ver películas, ir a un museo y las otras muchas formas de disfrutar la vida, es algo necesario para la humanidad. Pero algo supremo a ello, aquello que te transmite la gran motivación de vivir un día más, llevándote a cambiar la visión del mundo al transmitirte tal cantidad ideas y valores, inherentes a cualquier cultura humana a lo largo del espacio y el tiempo. Todo ello lo consigues al crear ese arte. Ya sea escribiendo, levantando edificios, actuando en obras o películas, cantando, tocando cualquier instrumento musical, dibujando maravillosos cuadros, moldeando perfectas esculturas… creando obras de arte. Beethoven se regodeaba en una realidad aparte colmada de placer, mientras que los que disfrutaban de su música solo podían evadirse de sus problemas el tiempo que pudiesen deleitarse con ella.
La música y la literatura prenderían en mí la diminuta llama que daba algo de sentido a mi existencia. Ya que el sexo solo te incendiaba al máximo de felicidad, haciéndote sentir el dueño y creador de la humanidad por unos momentos. Pero cuando notas su ausencia, tal felicidad se desborda volviendo al nivel del suelo, llegando al subsuelo en algunos casos. Ya que al recrear tan efusivo momento necesitas más, es una droga altamente toxica que provoca un sentimiento incontrolable de saciar tus deseos. Ese frenesí tan pasional no podrías encontrarlo en ningún supermercado junto al alcohol, si en otros lugares, pero no con ese verdadero deseo de satisfacción mutuo. Pero aun así, la vida sin sexo sería un fallo, una catástrofe donde nadie tendría aspiraciones de ningún tipo. Explotaríamos, derramaríamos el veneno acumulado por las contrariedades de la vida por cada orificio de nuestro cuerpo.
Quien diría que escribir podía abrir tantas bragas. Beber hasta llegar al edén y desvelar mis más oscuros pensamientos, no solo me daba dinero, podría darme placenteros momentos junto a jovencitas deslumbrantes cada semana, cada día y cada hora a la que quisiera. Crear arte daba la suprema felicidad, llevaba toda mi vida apreciándolo y disfrutando de él, pero nunca habría imaginado tan abismal diferencia. Escribir, pintar dibujos en un lienzo, pintar notas musicales en el aire, y demás formas de expresión. Todo ello te seria gratificado con las tres claves para la felicidad: Sexo, dinero y evadirte de esta descabellada sociedad irracional, desprendiéndote de cualquier preocupación o inquietud. Era difícil no querer acostumbrarse a esto. No era consciente, ni creo que llegue a serlo algún día, de las cosas que habré perdido debido a mi pasividad ante el mundo, mi total despreocupación por lo que pasara tras estas cuatro paredes. Pero era feliz habiendo perdido, si así hubiese sido, esas ‘’grandes’’ oportunidades. Mi forma de vida era bastante indisciplinada, antisocial y perezosa. Me sentía afortunado de ser así, como si solo yo viese lo que realmente estaba pasando a mí alrededor. Detestaba demasiado salir a la calle y chocarme de cara con una sociedad artificial tan moldeada por ella misma, llena de prejuicios y convencionalismos, ciertamente sentía aflicción por ellos.
Había momentos en los que me incordiaban dichos pensamientos, pero eso solo era como una gota en el Océano Pacífico de mis problemas, realmente me irritaba llevar horas bebiendo en el sofá mirando la máquina de escribir, necesitaba inspiración, la buscaba por todos los re cobijos de mi cabeza, buscando cualquier recuerdo o idea que desarrollar, como si la inspiración pudiese ser encontrada a la vuelta de la esquina solo pensando en ello. Me incorporé, me acerqué al frigorífico, cogí una cerveza, me encendí un cigarrillo y me fui a rellenar el váter. Era la mezcla de factores necesarios para hacer volar mi faceta inventiva, si existiese una situación donde la inspiración divina pudiese atravesar mi cuerpo de repente, aquel era el momento idóneo. Necesitaba escribir, lo cual causaba que no pudiese, las palabras salen del hombre, él no las busca en su cabeza, ellas piden a gritos ser ordenadas en papel, solo salen instintivamente de los más profundo, sin pararte a pensar lo más mínimo en conseguir la inspiración, directamente ellas solas eyaculan de tu cuerpo para ser liberadas. Mi mente estaba demasiado aturdida y desorientada entre el alfabeto. La inspiración se encontraba en un universo paralelo y sin ninguna intención de volver.
Necesitaba escupir una multitud de pensamientos, no escribir, expulsarlos. Pero mis neuronas, al igual que la mayoría de mi sangre, se encontraban en la zona celestial de mi cuerpo, no podía pensar en palabras. Solo en su coño, su dulce y húmedo túnel ovárico, sus labios, sus bonitas piernas, solo tenía pensamientos para ella, sentía su ausencia relacionada con mi falta de creatividad, era algo insólito en mí que el motivo de mi falta de inspiración no fuese causa de mi insuficiente embriaguez. Se erizaron los pelillos de mis testículos de solo pensar en ello, y parecía ser no solo por volver a enterrar el tallo, sentía algo de aprecio incondicional hacia ella, aunque tras aquel día haya jodido con más lectoras de mi relato, entre otras, solo ella ocupaba mis pensamientos, obstaculizando mi habitual perspicacia, aún más en mis noches entre humo y wiski. ¿El motivo?, nunca pude saberlo con certeza, pero entre ese cumulo de causas por las que aún sigo acordándome de ella seguramente estaría lo jodidamente bien que la come, en el sentido estricto de la palabra, no chupar, lamer, besar, lengüetear… o como queráis llamarlo. Comer era la definición del acto, jugaba a devorarla, ansiosa como si fuese ella la que ascendía al séptimo cielo. Ese pudo ser el motivo del alzar de mis pelillos. Pero el motivo por el cual su rostro no se me borraba de la mente no lo sabía, bloqueaba mi raciocinio, mi vida, mi yo. Aun siendo lo más probable, no quería asumir que la causa fuese el poco interés que mostro hacia mí. Desapareciendo de mi casa plenamente satisfecha sin tener ninguna razón para volver, amaba su despreocupación ante mí, la anhelaba. Ella había cumplido su fantasía y se esfumó sin dejar rastro alguno. No era como las demás, ella no quería vivir su idílica historia de amor conmigo. Solo darme un caramelo de la más toxica nicotina que me haría desearla noche y día, en un mañana y ahora, en mi desoladora postura tirado en el sofá, con mis pelillos en decadencia, abatido, con la mirada perdida entre los laberintos de la alfombra que desprendía un hedor nauseabundo, solitario, pero a la vez acompañado por mi habitual wiski a rebosar.
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