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Amaba evadirme de la realidad con buenas historias, bonitas, crueles, fantásticas, despiadadas, no haría asco a ningún género. Excepto a uno, sería incapaz de leer las remilgadas y sensibleras historia de ‘’amor’’ sin notar un cumulo de vomito en la garganta, esas que consiguen dañar la percepción de la realidad de sus lectores, haciéndoles creer una perjudicial mentira en donde, en su mayoría lectoras, creen fielmente en el día en el que conozcan a su príncipe azul, único y verdadero. El cual las trate como a la princesa que se creen, respetándola y culminándolas de felicidad de por vida. Es triste, sí. No podía asumir que por crear falsas esperanzas alejadas de la vida real, después de desatar tal cáncer social, encima, esos ‘’escritores’’ pudiesen vivir rodeados de riqueza, mirándonos con superioridad a las ‘’demás personas’’ desde su lujoso apartamento en Malibu. Era algo despreciable, sentía la necesidad de hacer algo al respecto, aunque aun así no cesasen las ventas de esos idílicos romances en las librerías.
Llevaba ya dos años trabajando, si es que puede llamarse así. Me daba paseos algunas noches en busca de algún tesoro perdido entre la arena de la playa, sin embargo, mi detector de metales solo localizaba algún que otro anillo, collares, alguna pulsera y monedas, bastantes monedas. Por suerte era una ciudad rebosante de peces gordos, en su mayoría eran o actores, músicos, escritores, grandes empresarios, directores de cine, arquitectos, jueces, respetables cirujanos y algún que otro estrella del porno. Estoy seguro de que más de un billete de los que encontraba fueron gracias a que su pudiente dueño no quiso agacharse a por esa ‘’fusca’’. Odiaba el hecho de vivir de sus sobras, prefería no pensar en ello y me ayudaba el ir pegado a la botella de wiski.
De momento no podía quejarme, me llegaba para pagarme mis caprichos y mantener mi casa en las afueras de la ciudad, aunque mantener para mí era un término bastante difuso. Pero algo debía cambiar en mi vida. Tenía tres únicos vicios: la bebida, el sexo y el deseo de triunfar, sin tener fama. Pero aún no había encontrado mi joya de dos millones y mi impaciencia me iba consumiendo por dentro.
Con frecuencia me recomendaban nuevos libros para leer, este hará volar tu imaginación, me decían. Pero bebía con demasiada regularidad como para que no vibrasen las letras, o era mi cabeza, nunca lo supe con certeza. Por ello aquel día decidí enfrentarme a la máquina de escribir, vieja y polvorienta en su escritorio al fondo del salón, deseosa de que algún atrevido consiguiese ordenar sus ideas y las plasmara con su tinta. Más de una vez había llegado a encontrarme en dicha situación, pero era vago hasta para verter cada uno de mis pensamientos en papel. Lo cual no quiere decir que no se me ocurriesen, es más, me sentía aglutinado de asuntos que podría tratar de expresar, saturado de opiniones e ideales que profundamente quería transmitir a alguien. Hoy era diferente, me notaba con algo menos de dejadez de lo normal, harto de criticar y no actuar, debía sacar a luz mi ingenio. Acto seguido, retire el precinto de una botella de wiski barato y me lo serví en un gran vaso junto a un par de hielos. Aun no veía el momento de sentarme a teclear, necesitaba mejor ambiente. Me acerque a la escasa colección de vinilos que guardaba junto al escritorio y cogí uno al azar, no me arrepentiría de escuchar a Pink Floyd esa noche. Antes de poder llegar acomodarme en el sofá mi vaso había tocado fondo, me estiré para llegar a la botella y lo llené el doble, ya me daba igual el hielo, mi garganta estaba más que familiarizada con ese tórrido sabor. Tras beber varios placenteros vasos y rellenarme de wiski, me levante y me senté frente al temible escritorio.
Parecía tener una conversación visual con la máquina de escribir, sus folios en blanco me retaban a plasmar un deslumbrante relato. Volví a vaciar y llenar. Quería pasión, electricidad y fuerza al mismo tiempo. Acercarme al máximo a la realidad, provocar la suprema empatía, que prenda esa chispa en el cuerpo que no te deje ni parpadear. Me desesperaba la desorbitada cantidad de pensamientos que estaba manejando, incliné el vaso por completo y lo vacié sobre mi garganta. No sabría describir lo que fue subiendo desde mis pies a mi cabeza con ese trago, me dejo aturdido unos segundos cuando de pronto, se me vino vagamente un recuerdo a la cabeza; una de mis noches como caza tesoros, no tengo una nítida rememoración, pero no fue un buen día. No conseguí recolectar ni cuatro monedas en varias horas, momento que no me agachaba a esparcir la arena momento que empinaba petaca. Estaba bastante desorientado y con la mirada perdida, cuando de repente, pude oír un escalofriante gemido, mis ojos se abrieron rápidamente y pude ver como un chico le daba placer con sus dedos en la espalda a una mujer, entre mi pérdida de memoria provocada por el alcohol y la oscuridad no me dejaba apreciar su rostro con claridad, aun así recuerdo unas curvas perfectas. Aun no creía como podía sollozar así de placer, como si hubiese adentrado en su fruto.
Mi mente, desconcertada, daba vagas ideas que mis dedos transformaban en idílicas parrafadas, cuando en cambio, mi boca hubiese respondido a las mismas ideas con absurdas parrafadas carentes de sentido alguno. Bebí aún más. Esto sí que era volar la imaginación, y no leer, más cómodo y podía hacerlo ebrio. Lo mío era expresarme por escrito. Mis dedos tecleaban a ritmo de David Gilmour, no pensaba en concentrarme, solo actuaba mientras las letras me acompañaban bailando un vals. Perdí la noción del tiempo, seguía bebiendo, fumando y tecleando, era una maquina únicamente diseñada para esas tres acciones, las compenetraba de forma alucinante. Estaba en una realidad aparte, sin ser consciente de lo que estaba pensado o escribiendo.
Abrí los ojos, no sabía cómo ni porque estaba ahí, despegué la mejilla de la pegajosa alfombra, tenía a dos centímetros de mi cara un cenicero rebosante de colillas, no tenía ni un leve recuerdo de anoche. Se apreciaba un hedor a queso y wiski fundidos entre sí. Me incorporé, me frote bien fuerte los ojos y entre latas de cervezas pude apreciar cómo se ocultaban algunas páginas escritas a máquina, aun no concebía que fuesen mías. Las recogí una a una, ordenando las pegajosas páginas, me tumbé en el sofá y encendí un cigarrillo. Comencé a leer:
Navegando en placer
Todo comenzó tras un cálido día en la playa. Nos quedamos hasta altas horas de la noche, mi amigo Ángel y mi amiga Julia, su novia, ella estaba radiante, era el tipo de mujer que todo hombre alabaría. De las que causan tu entrecortada voz, tu tímida mirada por unos segundos a sus ojos, verdaderamente el cabrón tenía suerte, pero bueno, supongo que se lo merecería. Habíamos estado bebiendo, fumando y jugando a las cartas junto con más amigos.
Nos presentaron unos amigos en común el verano pasado, y aunque no los conociese mucho nos divertíamos juntos y decidimos quedar ese día. Hacía bastante tiempo que no sabía de sus vidas, pero ya conocía que discutían con demasiada frecuencia y no disfrutaban el uno del otro, es algo que se aprecia fácilmente.
Nada más enterrar en la arena las últimas caladas del placentero verde, mi mente comenzó flotar en una esponjosa nube de la que no quería bajar. Me sentía junto a Adán y Eva, con todo el paraíso para mí solo. Todo era perfecto, nada podría quitarme tal sensación de comodidad. Estuvimos unos minutos cautivos por el sonido del mar, escuchando como te invitaba a entrar al estado máximo de relajación. Pero de pronto, Ángel rompió el maravilloso silencio y decidió irse a casa porque supuestamente tenía que jugar un partido de futbol por la mañana temprano, aunque realmente, yo había percibido una gran tensión y rencor acumulado cuando hablaban entre ellos, pero no quise preguntarles.
Nos habíamos quedado Julia y yo solos. Abrí el último par de botellines de Heineken mientras ella buscaba los cigarrillos en su bolso de playa. Estuvimos hablando de la manera en que cambiaría su vida al irse a estudiar fuera, ella me lo contaba angustiada, con temor de dar tal alteración en su forma de vida, carente de un mínimo espíritu aventurero que pueda hacerle conocer la mejor parte de sí misma, de darle esa libertad descuidada al no ser condicionado por nadie.
Ella me preguntó sobre la relación que tuve con una chica hace apenas unos seis meses, la cual no había acabado muy bien, mejor dicho, nada bien. Pero no me apetecía releer páginas ya olvidadas.
-¿Porque no me cuentas mejor como te va con Ángel? – le pregunté.
Me aparto la mirada automáticamente, se apreciaba como su rostro reflejaba un leve gesto de desasosiego.
-Sinceramente… desde hace varios meses esta insoportable, le molesta que salga de fiesta con mis amigas, no se… me siento atada. Pero no quiero hablar de él en este momento, solo quiero descansar y relajarme, aunque sea solo por un instante – contestó.
Mi cuerpo ardía de rabia, no comprendía cómo podía despilfarrar tantos valiosos minutos de su vida en vez de vivirlos locamente, queriéndose a sí misma, disfrutando sin más preocupaciones que únicamente saber dónde has dejado el alcohol, que si marrón o verde, viviendo lascivamente sin atormentarse, o simplemente invertirlos leyendo un buen libro. Pero no asimilaba que los compartiese con una persona que limita sus actos y no provoca en ella ni una instintiva sonrisa. Con frecuencia se llega a un extremo en donde el amor se convierte en una colosal bola de hierro macizo esposada a tu cuerpo, la cual hay que arrancar firmemente sin mirar atrás, aunque al desprenderla te sientas vacío sin ella, con el tiempo se agradecerá la grandiosa liberación. Sin poder llegar a darte cuenta, puede absorberte llegando a transformarse en la más exitosa heroína de toda Europa, cautivándote en cuerpo y alma a pesar del desmesurado daño que causa en ti. Amándola apasionadamente en su presencia, y al segundo desesperándote por la idea de que vuestro vínculo hará de tu vida un caos.
Ella no se merecía sentirse así, era una bellísima persona, sin doble fondo, sin vuelta de hoja, no hacía falta ni un minuto junto a ella para saber que no tenía ni la más insignificante pizca de maldad. Mi necesidad de complacerla como fuese no cesaba, deseaba ver su cara resplandecer de verdadera felicidad, que sus ojos deslumbraran de placer como bien se merecía.
Dime si puedo hacer algo que te haga sentir mejor – le dije apoyando mi mano sobre su rodilla derecha de forma involuntaria. Mi mente no tenía planeada tal contestación con ese liguero tono de indirecta, pero así salió de mí.
-Ahora que lo dices, podrías abanicarme, prepararme un buen Gin Tonic, hacerme un buen masaje… – me respondió bromeando mientras disimulaba una leve carcajada para desviar el tema de conversación.
Aun no sé cómo, pero al momento estaba sobre ella moldeando sus hombros. Me estiré para llegar a alcanzar la crema hidratante y dibuje una línea siguiendo su columna vertebral mientras su bello se erizaba, la esparcí con suma dedicación por su espalda. Lo que empezó como un inocente masaje se convirtió en algo más, había caído empicado de mi esponjosa nube para caer de boca en un cuerpo que me seducía más a cada instante. Al cabo del rato me estaba recreando todo lo que podía en acariciar su piel. Era algo inédito en mí, intentaba eliminar la idea de que pasaría algo más que un simple masaje, pero mi cabeza estaba salvaje, solo podía centrarse en ansiar su cuerpo.
Sin apenas darme cuenta, ya estaba transmitiendo con mis dedos toda la electricidad que llevaba dentro. Subía con los pulgares a través de su columna vertebral y luego bajaba por su espalda presionando con todas las yemas de los dedos. Luego apreté más fuerte su espalda bajando con los pulgares hasta llegar a la parte inferior de su espalda, donde al llegar ella cogió una bocanada de aire estremecedora. Entonces mis dedos inocentes se transformaron en dedos que tenían sed y vida propia. La recopilación de imágenes perversas que se cruzaban por mi cabeza era desesperante. Quise controlar todo ese tipo de pensamientos, pero el incendio ya estaba desatado, era como tratar de apagar un volcán en erupción.
Después la acaricié con más pasión. El biquini que atravesaba su espalda me molestaba para hacerlo bien y traté de quitárselo sin decirle nada. Ella se echó las manos a la espalda y se quitó el biquini y volvió a apoyar sus manos. Entonces bajé hasta su culo. Metí la punta de mis dedos por dentro de su ceñida braguita y los volví a sacar rápidamente. Le acaricié los costados volviendo de nuevo a sus hombros lentamente, no quería apresurarme, lo cual era algo realmente difícil. Baje por los costados deslizando a la vez mis manos, poco a poco iba acariciando su perfecta cadera dibujando su figura con las yemas de los dedos, presione más fuerte aun.
Ya no estaba pensando en nada, solo sintiendo, cuando de repente se le escapó un escalofriante gemido. Ahora el que respiraba fuerte era yo. Ya estaba perdido y no podía hacer nada para remediarlo. No pude ni quise controlarme. Me incliné sobre ella, aparté el pelo y le di un suave beso el cuello. Seguidamente me aparte para ver como reaccionaba, pero ella siguió tumbada respirando de manera entrecortada.
Bajé con mi boca por su espalda. No quise parecer desesperado ni que se me notara lo que quería hacerle en realidad. Se me hacía irresistible, comenzaba a recorrer con mis labios su costado mientras levemente colocaba mi mano sobre su muslo, lo cual no parecía molestarle. Por momentos comencé a notar como su respiración y pulso se aceleraban, estaba sintiendo lo que ella sentía. Baje sin tocar su culo hacia sus muslos, los acaricie lentamente con los labios acompañados de las manos, entonces arqueó su espalda denotando un gran placer. Mi cuerpo respondió instintivamente, le di la vuelta a su cuerpo de forma cuidadosa pero firme a la vez, ella acompaño el movimiento con sus caderas entre mis manos. De pronto me acerqué a los muslos y comencé a acariciarle la parte interior aún más lentamente. Entonces le abrí un poco más las piernas, no opuso resistencia y le pasé la lengua por la cara interior de los muslos subiendo peligrosamente. Me acerque más aun, acompañando lengua y labios hacia las puertas del cielo, ella respiro como si ya le estuviese comiendo su manjar, suspiré yo aun con más fuerza. Era una situación demasiado incontrolable. No aguantaba más, puse mi mano sobre su culo, el cual levanto para que pudiese bajarle la húmeda braguita.
La miré a ella y estaba respirando aceleradamente y alzando su barbilla hacia el cielo, me acerqué más, quería recrearme justo en ese momento. Quería hacerla sufrir. Ambos sabíamos lo que le iba a hacer y me gustaba prolongar el momento, me mordí el labio para resistirme, estuve al menos un minuto acariciándole los muslos mientras disfrutaba de su ansiedad. Me contuve todo lo que pude, podía sentir como aumentaba la temperatura a cada centímetro. Se había prendido la chispa que ocasionaría el colosal incendio.
Ella ya estaba suficientemente ansiosa. Yo ya me había divertido bastante haciéndola esperar, así que comencé a lamer delicadamente sus labios mayores, no quería ir directo al clítoris. Mi lengua estaba insaciable, incontrolable y podía notar como me transmitía todo el placer que ella estaba sintiendo. Me había metido en la trinchera de primera línea y sentía el fuego en el territorio hostil. El clítoris ya estaba desorbitado, se lo acaricie suavemente de forma intermitente. Noté que ella ya estaba desesperada y me cogió de la cabeza para tratar de apretarme contra ella. Me resistía pero me dejé vencer lentamente. Entonces cogí sus labios menores entre los míos y comencé a chupar suavemente, como si estuviese comiendo un manjar delicado. Sus gemidos ya eran incesantes y muy potentes, me sentía poderoso en ese idílico lugar, estaba fuera de sí, fue como si dentro de ella hubiera encontrado la última gota de agua que me diese la vida en un desierto.
Ya no podía pensar en otra cosa. Los movimientos lentos se fueron haciendo cada vez más intensos, torpes y rápidos. Ella comenzó a arquear la espalda apasionada presa de un lujurioso frenesí. Ya no disimulaba los gemidos, su piel estaba incendiada y cada humareda desprendía placer. Le agarre con mis hambrientas manos por debajo de sus muslos, aproximándola hacia mí aún más. Sentía una inevitable necesidad en ese momento de llegar a la cúspide del Everest con mi lengua.
Volví de nuevo al clítoris, lo manejaba incesantemente como si estuviese poseído por una fuerza superior a mí, sentía mi lengua con vida propia. Sus gemidos aumentaban a medida que iba metiendo lentamente mi dedo. Entraba con una facilidad sorprendente, pero parecía insuficiente, así que le metí un dedo más. Ya me estiraba del pelo desenfrenada y sin pensarlo le metí el tercer dedo. Parecían ser los de Jimi Hendrix en el solo de ‘’Machine Gun’’, el ritmo con el que se los metía ya era alucinante, con esa pasión que únicamente aparece al tener algo tan sublime en tus manos. No como la que procuré anteriormente dar a luz, convencido de que la pasión estaba en el aire, cuando realmente en mi subconsciente sabía que podía llegar a su punto máximo, en el que me estaba regocijando en este momento.
Su cuerpo estaba comenzando a temblar y podía notar como se acumulaban todos sus flujos. Su espalda se arqueaba más y sus piernas se abrieron impacientes por ser navegadas con más furia. Yo puse más entusiasmo aun. Cuando de pronto, dio un gemido involuntario que le salió del alma, fue ese tipo de gemido que todo hombre guarda en su memoria de por vida. Podía apreciar entre incesantes sollozos como se aproximaba una descomunal ola de satisfacción hacia mí, las puertas del paraíso se abrían y todos sus flujos vaginales salieron disparados como si llevasen años queriendo escapar de su dulce refugio.
Se quedó unos segundos con la mirada perdida mientras poco a poco iba normalizando su respiración. La miré y tenía las mejillas rojizas, sus ojos deslumbraban, parecían encharcados en lágrimas pero a la vez desprendían felicidad, su rostro había cambiado, como si hubiese sido liberada de todo el mal que sintiera. El rasgo de satisfacción con el que me clavaba la mirada hablaba por ella. Me incorporé, la besé y antes de que me diese cuenta la tenía entre mis brazos, y de pronto, noté un leve gimoteo sobre mi hombro.
¿Estás bien? – le pregunté.
Tras un breve silencio ella contesto – Si, es más, estoy mejor que nunca.
Entonces, ¿Por qué estas así? – le dije perplejo ante la situación.
Ella inhalo aire con fuerza desviando la mirada, como si estuviese aun construyendo en su mente lo que iba a decir. Y me respondió – Me entran ganas de llorar por la rabia que me da el pensar que he tardado tanto tiempo en darme cuenta de lo que realmente me estaba perdiendo atada en esa irritante relación, mis días apenas tenían aventuras, y las escasas que habían me las reprochaba Ángel. Nunca había ansiado tanto la plena libertad como en este momento. Gracias por abrirme ojos y labios, por haberme recordado que la vida está hecha para disfrutarla. Nunca me habían hecho sentir lo que he sentido esta noche. Jamás podré olvidarlo.
Me llenaron de luz sus palabras, aun no era consciente del desentonado cambio de vida que había producido en ella. De repente, ella colocó su mano dulcemente sobre mi paquete, que estaba deseando entrar en la conversación. Mis ideas fueron eclipsadas por mi compañero de juego, impaciente por salir de su jaula. De ahí en adelante, solo recuerdo un merecido frenesí descomunal.
- FIN -
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