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Era fuerte, dura, mostraba la pura realidad, siendo pasional, sucia y sutil a partes iguales. Y si, anoche estaba más cachondo de lo que pensaba, siendo ya un nivel muy alto en una situación usual. No sabía con certeza si escribí sobre comérselo a una mujer o realmente había comido uno anoche, o en el mejor de los casos, hice ambas a la vez.
Realmente no podía quejarme de mi actividad sexual, cada semana por norma general conseguía a una o dos mujeres que quisiesen tomarse la última copa en mi casa. La cual nunca era esa ‘’última copa’’ prometida, o frungíamos sin más dilación desde abrir la puerta hasta la encimera de la cocina o seguíamos bebiendo hasta reventar. Quería joder con alguien, es más, después de leer lo que había escrito supe que quería y necesitaba joder. Llevaba más de una semana sin suerte y empezaba a desesperarme, lo quería ya. Pero también que fuese diferente, quería alejarme de mi oscura rutina aunque sea por un instante.
Pero normalmente me daba demasiada pereza levantarme del sofá para salir a la calle, ya sea por excesiva embriaguez o por el hecho de tener que ponerme los pantalones, tener que conducir sobre varias carreteras y llegar a un garito en donde solo se ven divorciadas afligidas, audaces como víboras, en busca de dar el braguetazo que les de esa riqueza tangible que nunca se molestaron en intentar conseguir por ellas mismas. Es más fácil engatusar a un gentil viejo verde que lo único que desea es poder morir con el miembro aun húmedo. Amargas caras e involuntarios gestos que desprenden miedo en cada una de ellas, un miedo atroz al verse en unos años en soledad frente al televisor, pensado que el momento para ponerse sus labios y pechos de plástico no llegará nunca. Arrepintiéndose, en el mejor de los casos. Querían encontrar a su príncipe para apropiase de sus pertenencias, al menos, no para vivir su perfecto y planeado romance de ensueño. No sabría decir que detestaba más.
Pensé más de una vez en sacar a luz el relato, pero las editoriales estaban corrompidas por el dinero, era un sistema inhumano, una gran máquina insaciable de billetes y carentes de sentimientos, aun sin compasión a la hora de rechazar obras y relatos sublimes, llenos de vida, calidad y esfuerzo por no ser ‘’comerciales’’, por no ser ‘’lo que vende’’. Más de uno escribía lo que querían leer cierto sector de lectores, no lo que sintiesen, escuchaban caer una moneda por cada letra presionada, ¿Pero en qué clase de mundo vivimos? Solo se centraban en un único objetivo: aumentar sus beneficios sin preocuparse lo más mínimo por los daños colaterales que puedan provocar sus firmas. Pero claro, ¿Por qué por escribir un fantasioso relato del amor perfecto, intentando afirmar que existe, podía mirarme en mis noches de playa con gesto de superioridad ese lamentable ‘’escritor’’? Me clavaba la mirada, intentando hacer que sintiese envidia de él. Pero ciertamente me daban lastima sus pobres y perjudiciales ideas.
Cada hora que transcurría me incitaba más el ir a visitar a un viejo conocido que trabajaba en la única librería de la ciudad que poseía su propia editorial. Nunca me calló en gracia ese tipo, era demasiado halagador, cuadriculado como sus gafas, fino y educado a niveles exagerados. Pero yo podía abrir los ojos a la juventud sin engañarles, mostrarles una realidad estremecedora a la par que consiguiese que dejasen de leer esa mierda.
Después de leer mi gran trabajo, pese a que no recordase haber sido yo el que escribía esa noche, saque de mi mesilla de noche algo con lo que celebrar aún no sé muy bien el qué. Prendí la llama de la victoria. No solía colocarme con marihuana, el alcohol quería ser la única sustancia que alterase mi mente, y yo no quería que otro vicio se interpusiese entre él y mi cuerpo, pero debo admitir que jamás me había relajado tanto. Tras evadirme de este mundo varios minutos, u horas, sentí la repentina necesidad de hacer algo productivo en mi vida. Efectos del colocón, de sentirme cada día más viejo, más indignado… nunca lo supe. Pero parecieron diluirse tales causas haciéndome tomar una decisión que cambiaría mi vida.
Ya estaba dentro, aun no sabía si me estaba arrepintiendo de lo que estaría a punto de hacer. Se apreciaba un intenso hedor a maldad en los pasillos, me desorientaba entre ellos. Pero solo debía buscar a la que con seguridad sería la única secretaria de la editorial que fuese pelirroja.
Hay estaba ella, concentrada frente a su ordenador sin pestañear, la verdad, excesivamente concentrada, seguro que jugaba a algún juego o cotilleaba sobre la vida de los demás en internet. De ser así, prefiero que invierta su tiempo en eso antes que en derramar la basura por la ventana.
Estuvimos conversando varios minutos sobre mi relato y sobre las condiciones a cumplir a la hora de publicarlo. Ella no parecía muy entusiasmada, normal, yo era uno más de las decenas de personas a las que fulminaba su autoestima cada día. Le deje mi relato encima de la mesa para que le echase un vistazo unos minutos, aunque dudaba que lo acabase siquiera. Aproveche para fumarme un cigarrillo en la puerta, cualquiera en mi situación hubiese tenido un mínimo síntoma de nerviosismo, pero yo me encontraba a gusto conmigo mismo, sin ilusiones, algo de lo que siempre he carecido, reconcomiéndome en ciertos momentos de la misma manera que favoreciéndome en situaciones como la actual. Era el momento de subir y enfrentarse a la cruda realidad. Entre en el ascensor, subí hasta la sexta planta junto a dos hombres, si es que podían llamarse así, parecían seres inertes observando fijamente su teléfonos móviles. Salí de aquel incomodo lugar, atravesé el interminable pasillo, donde me cruzaba con hombres enchaquetados corriendo de un lado para otro y con algún que otro que se dirigía al ascensor con sus obras en la mano despendiendo tristeza y rabia en sus rostros. Por fin llegué a la mesa, ella me clavó la mirada nada más verme aparecer.
Esas palabras eran demasiado extrañas en boca de una trabajadora de una prestigiosa editorial. Comenzaba a pensar que quería compartir momentos locos junto a mí, aunque eso lo pensase de todas las mujeres con demasiada frecuencia.
Debía volver a casa y que el alcohol desate mi delirio. Conduciendo de vuelta no sentía ningún nervio, pero estaba fumando el doble de cigarrillos de lo habitual, mi subconsciente parecía saber el repentino cambio que podría producirse en mi vida.
Antes de lo esperado ya estaba sonando mi teléfono, me contuve lo suficiente para no parecer desesperado y contesté. Tras un eterno instante explicándome las condiciones de publicación, pagos y porcentajes, los cuales ni me importaban ni escuché, recibí la grata noticia tan esperada, la publicarían mañana mismo. Aun no podía asimilar tal tesitura, no sé si fue por el hecho de ser diferente realmente, porque la secretaria que sostenía los testículos del jefe quería joder conmigo o por motivos ajenos, pero tampoco me inquietaba el no saberlo.
Con el paso de los días recibía más llamadas, llegaban más ejemplares a las librerías. Los colocarían junto a los fantasiosos relatos amorosos, pero mi realidad estaría años luz por encima. Pero realmente, yo no les estaba vendiendo hojas ficticias, ellas mismas podrían comprobar las sensaciones descritas en cualquier momento y lugar, con quien quisieran ya es algo diferente.
Cada tarde que pasaba con el coche por la avenida podía observar como las universitarias chorreaban en el escaparate de la librería, no quería provocar tal cosa, odiaba el fanatismo hacia alguien. No quería seguidores de ningún tipo, como ya sabréis, suelo pasar bastante de todo y de todos, y en general, soy feliz en mi burbuja.
Estos últimos días había visto llegar al cartero por la ventana más que en el último año. Las cartas entraban incesantemente por la rejilla de la puerta, pero siempre tenía algo mejor que hacer antes que cogerlas, aunque ese algo fuese acomodarme en el sofá. Se acumulaba un gran montón detrás de la puerta principal, hasta que un día me costó bastante abrir la puerta. Fue entonces, cuando pensé que había llegado el momento de cogerlas y echarles un vistazo. Me llene una buena copa mientras tomaba posición en el sofá, esta vez mis expectativas de futuro decidieron dejar darme un capricho, cambie el wiski barato por Jack Daniel’s. Al cabo de un rato pensaba con mucha más claridad, más lucidez. De no haberme puesto a escribir aquella noche nunca hubiese sabido que salía rentable gastarse unas monedas de más en alcohol, entre otras muchas cosas que nunca hubiera experimentado, pero esta para mí era verdaderamente importante.
Hasta no vaciar unos pocos vasos no comencé a abrir cartas. Como era de esperar, editoriales de otras ciudades habían venido a buscarme a mí, enviándome cartas personales a mi casa. Junte el montón que pude distinguir y las hice pedazos, unos tres o cuatro, esos despiadados vendedores eran duros hasta en sus folios. Cuando comencé a leer cartas de mis ‘’seguidoras’’, no sé si fruto de esta exquisitez de wiski, pero debo confesar que desataron una mínima ilusión en mí. Describían mi lengua como algo mágico, mitificaban mi polla, estaban deseosas de que les produjese tal inundación vaginal. Me sentí lleno de fuerzas, más completo, algo mejor conmigo mismo. Sentí que debía dejar de lado la búsqueda furtiva de tesoros y de cazatesoros. Es decir, limpiar el polvo de la máquina de escribir para colocarlo sobre el detector de metales, y a la vez, dejar de volver a casa lo fines de semana con divorciadas que solo buscaban complacerse sexualmente conmigo, en el término más egoísta de follar.
Debía probar con alguno de los números de teléfono de los remitentes. Tras varias copas y varias cartas leídas, la encontré, era lo que buscaba, aunque admito no esperarme una foto de ella desnuda, joder con la foto, quería leer la carta pero cada cinco absurdas palabras que leía mis ojos se desviaban directamente a sus senos, esas curvas parecían haber sido sacadas de una escultura griega del periodo helenístico. Deseaba experimentar la sensación de cómo debía idolatrarme con su cuerpo. Aun siendo el hombre más vago en la faz de la tierra, no estaba hecho de piedra como para ignorar tales insinuaciones.
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