Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Relato
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Relato
Categoría: Varios

Nacido para follar

~~Nacido
 para Follar No cabe duda que recordar
 es un verbo irregular. No porque el hecho de hacerlo sea diferente para
 todas las personas, sino porque este verbo se ve necesariamente marcado
 por su contenido, es decir, por la materia del recuerdo. No es lo mismo
 decir vaso de agua fresca que decir vaso de mierda. Por eso, en este
 instante en el que este ratón de biblioteca, como todo buen amenizador
 de discursos de una ceremonia de graduación que es, se va por
 lo emotivo al decir con un falso nudo en la garganta mientras se pregunta
 cómo se le ve la toga justo ahora que está en el estrado
 y parloteando su retocado discurso que: Hoy, que es el primer
 día del resto de nuestra vida, nuestro inicio como abogados,
 nuestro nacimiento al verdadero estudio que sólo da la vida práctica,
 no podemos evitar el recordar con nostalgia todas esas memorias que
 luego nos parecerán inocentes juegos de estudiantes , yo
 no puedo más que pensar que este sujeto al decir eso es, cuando
 menos, ingenuo. Inocente lo será él. Mis memorias, al
 igual que todo aquello que me hace aprender algo, no puede ser inocente,
 y si bien juego es una palabra que me gusta, no me agrada como este
 imbécil pronuncia aquello de inocentes juegos de estudiantes .
 Mis recuerdos son de otra naturaleza.En 1998 yo no era José Saldivar,
 sino Pepe. Ese mote era mi nombre en la resistencia. ¿Resistencia
 a qué? No me pregunten, es irrelevante, pues de hecho resistíamos
 a todo aquello que pudiera ser resistido. Desde el gobierno hasta un
 elástico apretado de cualquier calzón. Pasando por Dios,
 los impuestos, el horario de verano, la ecología, la lectura
 banal, la televisión comercial, Hollywood, El Papa, el uso de
 cubiertos al comer pollo, los anuncios panorámicos, la hambruna
 en Somalia, la planeación familiar, la ilegalidad de las drogas,
 contra los que contaminan, contra los de Greenpeace, contra Estados
 Unidos, la Coca Cola, contra el ajedrez y el uso moderado de la reina,
 contra los que ganan mucho, contra los canguros, contra los diputados
 de derecha, contra los partidos políticos, contra las que no
 prestan las nalgas, contra el SIDA, contra los cigarrillos de lechuga
 y las zonas residenciales, contra los autos del año y todo aquello
 que nos costara esfuerzo tener, contra la comida extranjera y la ropa
 hecha en fábricas, el plástico, contra la idea diferente
 a la nuestra y, sobre todo, en contra de la intolerancia. En fin, contra
 casi cualquier cosa que exigiera el más mínimo gesto de
 orden, es decir, de represión.Vivía en una Casa del Estudiante,
 de nombre Casa del Estudiante Emiliano Zapata . Cuando
 entré, no sabía yo qué era exactamente lo que ahí
 se hacía, suponía que estudiar. De hecho yo entré
 a vivir ahí con un entusiasmo que no tardó en menguar,
 me gustaba la lectura, la formación, el estudio; había
 tenido buenas notas durante toda mi instrucción primaria y secundaria,
 de ahí que pensaba que el bachillerato no debía representarme
 problema. Mis padres sufrieron mucho para enviarme de nuestro pueblito
 a la Capital, no sólo por el gasto que ello implicaba, sino por
 lo difícil que fue convencer a los de la Casa de Estudiantes
 para que me admitieran, ello pese a que mi alto promedio escolar y paupérrima
 condición económica, me hacían candidato perfecto
 para gozar de este beneficio. Mi idea acerca de las casas de estudiantes
 era muy clara, aunque totalmente errónea; yo pensaba que eran
 albergues que el gobierno apoyaba con recursos suficientes para solventar
 nuestras necesidades de techo y comida, obviamente con becas de estudio
 incluidas. El dinero para gastar en diversión lo tendría
 que ganar uno trabajando fuera del horario escolar. Creía, dentro
 de mi cretinez, que el objetivo era precisamente apoyar a los estudiantes
 de escasos recursos para que no vieran frenado su desarrollo por falta
 de dinero. Pero repito, estaba equivocado.Bien pronto me di cuenta que
 todo era como yo pensaba, sólo que al revés. Cuando menos
 lo esperaba era novio de Argelia, una chica un poco mayor que yo. Tenía
 ella una boca muy bonita, con su par de labios muy carnositos y con
 un perímetro muy bien delineado, tanto que aun cuando estaba
 seria, sonreía. Me gustó al instante, pues al conocernos
 dije yo un chiste de esos rompe hielos y ella comenzó a reírse
 de buena gana, como si estuviera drogada, aunque luego supe que lo estaba.
 Sin embargo, ello no tenía nada que ver con ese sello particular
 suyo de dar la sensación de que sus ojos comenzaban a sonreír
 dos segundos antes que su boca. Es decir, ante la presencia de algún
 chiste u ocurrencia (generalmente mis chistes y ocurrencias eran los
 que activaban de mejor manera su hilaridad), sus ojos comenzaban a acrecentarse
 como en medio de un fuego inverso que emanaba del centro del ojo hacia
 los lados, para abrir luego los párpados como un par de manos
 que sueltan una paloma al viento y luego tensar las cejas hacia fuera,
 para, acto seguido, comenzar a sonreír con esa boca suya llena
 de dientes blancos y grandes. Su nariz era normal, su cabello con rizos
 nunca atendidos, su cuello largo, sus hombros algo delgados y sus pechos
 escasos, su cintura muy estilizada daba paso a una cadera muy bien formada
 que, vista por la espalda, hacía encima de su pelvis un par de
 hoyuelos que sencillamente me hicieron perder la razón. Buenas
 piernas y lindos pies. ¿Qué más podía yo
 pedir?. Argelia siempre fumaba Marihuana. Nunca compraba pero en la
 Emiliano Zapata siempre había suficiente. Ella fue mi maestra
 en ese arte de fumar. Yo, que nunca había fumado ni siquiera
 tabaco, tuve en ella una maestra muy paciente que soportó mis
 múltiples toses. El día de la primera vez ella sacó
 un papelillo y abrió uno de los libros de texto que tenía
 apoltronados sobre un pequeño escritorio que estaba a lado de
 su cama, Biología 4, creo que era. Abrió las páginas
 y comenzó a deshojar una ramita de yerba con sus dedos, de manera
 que las hojillas rotas cayeran como nieve verde en la canaleta que se
 hacía entre las páginas del libro. Con sus dedos extrajo
 unas pequeñas bolitas. Si se te pasa uno de estos cocos
 el cigarro te sabrá horrible me dijo. Fuera del
 sabor, ¿Qué te pasa si los fumas? le pregunté.
 Igual te pone sabroso, pero pica más en la garganta ,
 continuó con aires de una maestra divina. Con su mano me hizo
 una seña y me dijo al oído: Te voy a confesar un
 secreto, y vaya que me expongo al contártelo, pero te lo diré
 sólo porque me gustas mucho: Una vez estaba tan eriza que me
 hice un pinche cigarrito de puros de estos. Yo ya ni le pregunté
 qué jodidos significaba estar erizo, lo cierto es que me reí
 de buena gana sólo de imaginarla pasando ese trago amargo, y
 sobre todo, tomaba nota en mi alma de aquellas palabras suyas de sólo
 porque me gustas mucho . Fue la primera vez que me dijo eso, que
 le gustaba, fue la primera vez que me lo decían, de hecho. Una
 vez limpiada la yerba, cerró el libro, luego lo abrió
 y vi como quedaba una hilera de mota atrapada justo en medio de la página
 55 y 56, mismas que en la primera había una gráfica transversal
 de los genitales masculinos y en la otra de los femeninos, ella puso
 el papelillo sobre la hilera de cannabis y volteó el libro con
 rapidez. Separó el libro del papelillo con Marihuana, luego sacó
 una lengua enorme y roja y, empapando el papelillo, forjó un
 cigarrillo perfecto. Con su boca abierta, su enorme lengua de fuera,
 el cigarrillo girando sobre ésta mojándose de saliva,
 sus labios esbozando en sus comisuras una sonrisa pese a tener la boca
 ocupada y sus ojos bien abiertos, me hicieron sentir un escalofrío.
 No sólo sería la primera vez que fumara de esto, ni la
 primera vez que alguien me dijera que le gustaba, sino que pude notar
 que sería mi primera vez en todo. Esa imagen de ella mojando
 el cigarro y sonriendo con las orillitas de los labios, con sus ojos
 devorándome en una sonrisa desquiciada, es quizá la estampa
 que más añoro.Le dimos unas cuantas caladas al cigarro.
 Yo tosí bastante. Ella rió bastante. Luego nos tendimos
 sobre su cama y nos pusimos a ver el techo, ella de lado, de cara a
 mi pero acompañándome a ver mi espectacular techo, yo
 egoísta de cara al techo, con los brazos alzados hasta arriba,
 con las manos sobre la nuca. Yo sentía que cada latido del corazón
 retumbaba en toda mi piel, y a cada latido esbozaba yo una sonrisa sin
 razón, una sonrisa sin motivo, es decir, una risa de ser, o lo
 que es lo mismo, la felicidad. Argelia comenzó a recorrer con
 sus uñas uno de mis brazos, que al estar alzados se desnudaban
 casi hasta la axila, y al estar también doblados hacían
 la fuerza necesaria para que se viesen anchos y fuertes. Tras el recorrer
 de sus uñas mis poros se volvieron hacia fuera, justo como la
 piel de un pollo recién pelado. Comencé a tener una erección.
 Argelia continuó recorriendo mi pecho con su tacto etéreo,
 encaminándose cada vez más en dirección a mi sexo.
 Sentía que me evaporaba.Por fin la mano de ella llegó
 hasta mi miembro, que estaba más hinchado que nunca, y sobre
 mi pantalón de mezclilla comenzó a hacer sus pronósticos
 de aquello que había debajo de la ropa. No sé si fue la
 genética o consecuencia de pasarme la infancia tomando leche
 de verdad que mi verga se desarrolló tan bien. Más larga
 que lo normal, más ancha de lo normal, acompañada de unos
 testículos que la verdad siempre me gustaron, mi verga ese día
 habría de estar en su mejor momento. Ella me miraba a los ojos
 con esa mirada suya, su boca con esa eterna y estridente sonrisa, mientras,
 su mano iba bajando el cierre de mi pantalón. Mal estuvo abierto
 mi pantalón, saltó hacia fuera mi verga, flamante y entusiasta
 como era. Ella sonrió nerviosa y sorprendida de aquello que ya
 más o menos imaginaba con solo tocar; se tumbó a un lado
 de la cama y muy despacio comenzó a llenarse la boca con mi sexo.
 Con una de sus manos sujetó el tronco de mi verga y con otra
 mis testículos, y empleando su lengua comenzó a comerse
 mi instrumento.Estiró una de sus manos y de uno de los cajones
 de su buró sacó un tubito de lubricante, se colocó
 un poco en la palma de la mano y empezó a distender ese gel a
 todo lo largo de mis pelotas y mi palo. Esa mano suya tan fuerte y tan
 deseosa de descubrir cada vena y cada forma, resbalaba lenta pero fuertemente
 a todo lo largo de mi verga. Luego colocó mi pieza entre sus
 dedos, como si empuñara un taco de billar y la subía y
 la bajaba, sintiendo la dureza, mientras yo me estremecía por
 completo. Ya bien lubricada mi verga, la volvió a meter en su
 boca, esta vez la boca resbalaba con mayor comodidad. Mientras antes
 era mi verga jugando y su boca jugando lo que existía, ahora
 nada de eso era, sino sólo el juego, ya no existía ni
 verga ni boca, sino sólo la sensación de cuando ambas
 se encontraban. Se paró de donde estaba y acomodó un espejo
 de pedestal que tenía en una esquina de su muy pequeña
 habitación y lo colocó frente a donde estábamos.
 Quería ver cómo nos veíamos al hacer todo aquello.Volvio
 a lo suyo, cuidando de no perder detalle en el espejo. Cuando la tenía
 completamente engullida, sonreía con esa risa suya, y luego retiraba
 su boca dedicándose a amenazar con sus dientes cada centímetro
 de la piel de mi falo. La mano hizo un puño alrededor de mi sexo
 y comenzó a masturbarme. Esta sensación puso en entredicho
 mi vieja teoría de que el hombre, al masturbarse, sólo
 experimenta la sensación en su verga mientras su mano está
 muerta, pues la magia de aquella mano sólo tenía una explicación:
 que la mano deseaba tocar aquella virilidad. Es probable que nunca me
 proponga a masturbarme cuidando de degustar el penetrar en mi verga
 y la de ser penetrado en mi mano, sin embargo, en aquel momento me resultaba
 muy claro que sólo una intención de golosearse tocando
 mi verga podía producirme, o transmitirme, ese toque especial.
 En el espejo se veía una imagen muy fuerte de ella con la boca
 tensa al estar llena de verga, mientras el brillo del dorso de mi miembro
 dibujaba una espina dorsal de carne brillante, cual anguila bautizada
 en saliva. Eventualmente ella se sacaba el pene de la garganta y lo
 azotaba en sus mejillas, bañándolas de saliva y lubricante.Dejó
 de mamar y, sin dejar que me levantara, me colocó su sexo en
 la boca. De cuclillas y de cara a la cabecera de la cama, ella se regodeaba
 sentada en mi lengua que libaba el dulce sabor de su sexo, que era tibio
 y carnoso. Con mis labios, y cuidando de no colocar diente alguno, mordía
 su sexo con devoción, como si fuese un viejo desdentado al que
 le han dicho que le queda una hora de vida y le dan a elegir entre morir
 tosiendo o mamando un coño. De pronto su sexo estaba muy hinchado.
 Ella se paró sobre la cama como un coloso y mirándome
 me dijo: Agítate la verga como si estuvieras a punto de
 regarte . Lo hice. En medio del meneo ella colocó su sexo
 encima del mío y comenzó a bajarlo lentamente. Creí
 que estando ella ahí la idea era que dejara de agitarme el falo,
 pero ella espetó muy oportunamente No. No pares .
 Y así, amenazó con dejarse caer y ser empalada varias
 veces, pero quedándose en un mero intento en el cual la agitación
 que hacía con mi mano hacía las veces de metrónomo
 frenético que con su punta daba golpecillos en el sexo de Argelia.
 Por fin se dejó penetrar, pero yo seguía agitando mi verga,
 la cual chocaba dentro de la vagina de Argelia. Mis caderas, por instinto,
 comenzaron a moverse de atrás para adelante con un ritmo poderoso.Argelia
 se inclinó hacia mi para besarme en la boca. Mi primer beso en
 la boca. Sabía a mi, sabía a su saliva, sabía a
 un dulce sutil del lubricante. Nos besamos como si del contacto labial
 dependiera nuestra respiración, mientras las lenguas reñían
 como boas enemigas. Nos separamos un poco porque Argelia quería
 voltear hacia el espejo para ver como era empalada su carne. Su vulva
 hacía un arillo bellísimo y mi verga parecía hecha
 de caoba, dura, labrada, sensual, doblándose un poco al entrar.
 Luego siguió sentada Graciela, pero de cara al espejo. Qué
 verga tan rica tienes dijo, y con ello despertó una animalidad
 para mí desconocida, nacida de tener que demostrar que estaba
 en lo correcto. Me alcé un poco y la empiné, poniéndola
 en cuatro patas y con cara al espejo. Su culo se veía tan hermoso
 que me incliné a besárselo más, mucho más,
 con más intensidad. Sabía más a mi, más
 a ella. Me coloqué nuevamente detrás de ella y enfilando
 la punta de mi miembro la comencé a penetrar de nuevo. Su culo
 amplio, ideal, comenzó a ser penetrado con mucho ímpetu,
 y a cada golpe de mi pelvis sus nalgas temblaban. Comenzó ella
 a dar de gemidos muy dulces, diciendo que si. Yo, hipnotizado por los
 pocitos que se le hacían encima de la cadera cuidé de
 colocar en ellos mis pulgares, para con el resto de la mano sujetar
 las caderas para acompasar mi embiste con un violento atraer de sus
 caderas. Cada metida era el choque de las olas del mar con un acantilado
 duro y majestuoso. Estaba fascinado no sólo de penetrarla, sino
 absorbido por como se veía tal hecho. Era tan salvaje, tan crudo,
 pero tan fuerte y tan real, que pensé que la naturaleza toda
 consistía en este simple acto. Ella, tal vez sorprendida de verme
 tan absorto en ver el entronque de nuestros sexos, me preguntó:
 ¿Qué pasa? . Te ves preciosa –contesté
 Se te hacen unos pocitos deliciosos sobre las caderas . Ella bajó
 su torso para verlos, y ahí aparecieron, frente al espejo, los
 dos hoyuelos. Arremetí más fuerte para que viera cómo
 temblaba toda su carne y cómo se veían mis manos atrapando
 sus nalgas y penetrando su piel. Ella se veía divina con el torso
 completamente pegado al colchón para ver bien la escena, con
 su cabeza algo torcida. Alzó su cuerpo mientras yo seguía
 penetrándola, ella volvió la cabeza para besarme en la
 boca. Nos comimos la lengua y mis manos seguían aprisionando
 sus nalgas. Solté su nalga izquierda para tocarle su pecho izquierdo,
 y ella gimió con más fuerza. Comenzó a llorar,
 y pese a ello, su risa me decía que no sufría. Le limpié
 las lágrimas con la mano que tenís libre, misma que ella
 comenzó a besar como si yo fuese un pontífice de algo,
 con respeto casi infantil, contrastante con lo que le estaba yo haciendo
 en las caderas. Sin embargo ese beso de monaguilla se tornó en
 un acto de engullir mis dedos, justo como si fuesen mi propia verga,
 sólo que aquí ella podía meter la lengua entre
 mis dedos, pero siempre siguiendo el impulso de mamar mi mano fálica.
 El verla comiéndome con tanta ansiedad la mano e imaginarme que
 era mi propia verga lo que ella comía, sumado a la sensación
 de sus dientes en mis dedos y a un gritito en que ella decía
 ¡Me vengo, me vengo! , y aderezado con que al comenzar
 a tener su orgasmo se sacara de la vagina mi verga para colocársela
 en los labios exteriores de su sexo que besaban por su parte superior
 el mío, más su mano que apretaba mi falo contra sus labios
 horizontales, provocaron que yo mismo comenzara a derramarme de una
 manera tan violenta que poco me importó el grito que lancé,
 pese a que la habitación era tan pequeña y había
 más gente en la casa, lo cierto es que la fuerza del universo
 se escapó por la rendija más pequeña, la de mi
 pene, manando tanta leche que le mojé a Argelia hasta el antebrazo,
 sin contar la enorme gota que fue a dar al espejo que atento nos miraba.Ella
 se llevó la mano con semen a sus pechos y los impregnó
 de mi semilla. Luego se llevó esa mano a la boca. Se volteó
 hacia mi y fue en busca de mi boca. Yo desde luego la besé. Nos
 quedamos esa noche mirando el techo durante más horas, fumando
 más.Así transcurrieron los meses, cada día me aparecía
 menos en las aulas de la escuela, convencido por mis compañeros
 de que al estar dentro de la casa de estudiantes no era necesario estudiar,
 que bastaba con que los maestros supieran que estaba en este lugar y
 listo. Efectivamente, de rato ya no me paraba en la escuela y sin embargo
 tenía la mayoría de las materias acreditadas. No me gustaba
 que fuesen muy llevaditos con Argelia, quien cuidaba de poner en su
 lugar a los compañeros. A mi no me importaba su pasado.Fue entonces
 que comencé a advertir situaciones un tanto extrañas.
 El líder de la Emiliano Zapata se aparecía muy de vez
 en cuando, y cuando lo hacía me miraba con recelo, como si no
 le gustara nadita que Argelia quisiera estar todo el tiempo conmigo.
 Cuando visitaba la Casa de Estudiantes, casi siempre hablaba en un lenguaje
 que yo no entendía: Represión policial, mal gobierno,
 conservadores, violación a derechos humanos. Lo cierto es que
 siempre nos metía en la cabeza que éramos unos pocos pero
 con una causa muy importante, que el país caería en manos
 de ladrones si no manifestábamos nuestros derechos y los del
 pueblo. Casi siempre nos convocaba a un mitin o a alguna manifestación,
 y nosotros en apoyo acudíamos. Al principio yo trabajaba, porque
 me gustaba llevar a Argelia a comer fuera o al cine, pero un día
 el líder, de nombre Jan, me dijo: No pierdas tu tiempo
 en ese trabajo de esclavos. Prefiero darte yo dinero a que trabajes
 donde lo haces. Hay capital norteamericano detrás de esa empresa
 y ello puede dañar tus convicciones revolucionarias . Yo
 no sabía que estuviéramos en una revolución, pues
 no veía yo balazos, o muertes, o guerra, sin embargo no me quejé
 porque por no hacer hada me pagaban el doble de lo que me pagaban en
 la empresa. Eso sí, bastaba con que asistiera a todos los eventos
 que nos convocaban y listo.Jan no me reconoció nunca, hasta aquel
 día en que gané relativa celebridad por introducir en
 la vida revolucionaria un invento que en realidad no era invención
 mía, sino de mi pueblo, un invento al que llamamos: El terrón.
 En mi pueblo, lugar campesino, los niños jugábamos con
 montículos de tierra roja que guardábamos en telillas
 que daba el maíz. Esas telillas terminaban por disolverse dejando
 pelotas de tierra roja que eran duras como para lanzarse pero blandas
 para desintegrarse al golpear el objetivo que fuese. Estos terrones
 provocaban mucha diversión entre los niños. Un día
 que fui a mi pueblo, vi que un primito mío había cultivado
 media docena de terrones. Me dio tanta nostalgia que se los compré.
 La verdad es que esta maravilla de la tecnología debía
 conocerla Argelia. Era pan de cada día manifestarnos en contra
 de algo y pintar con aerosol las paredes, o con chapopote, que es más
 molesto de quitar que la pintura. Se prohibía hacer daño
 a los bienes, salvo que ese fuera el plan, sin embargo, estos terrones
 eran como piedras, en lo ofensivo, pero incapaces de romper nada.Aquella
 tarde se nos había convocado para hacer acto de presencia en
 un evento que daría el Presidente Municipal, en el que iba a
 jugarles el dedo en la boca a unos comerciantes ambulantes que querían
 reubicar del centro de la ciudad a un mercado establecido pero lejano,
 so pretexto de mejorar su nivel de vida. La consigna era gritar: Mentirosos.
 No nos moveremos. Mentirosos. No nos moveremos sin cesar. Lo
 hicimos, sin embargo, el Presidente Municipal comenzó a perder
 el control y a gritar que nosotros, los estudiantes, no nos metiéramos,
 que no era asunto nuestro, y cometió el error de arrojarle de
 manera despectiva una goma de mascar a uno de nuestros compañeros.
 Desobedeciendo las indicaciones de no lanzar nada, y confiado en que
 tenía un hermoso terrón en un bolso que llevaba, decidí
 darle comedia al mitin. Apunté y lancé el terrón.
 Dio en el blanco, que fue, la mismísima boca del Presidente Municipal,
 quien pasó del grito al tosido de manera instantánea,
 de tener la boca llena de autoridad a tenerla llena de mierda roja.
 Fue tan patético verlo que Argelia y yo no paramos de reír
 pese a que tuvimos que huir cuando empezó la policía a
 aventar gases a los comerciantes. El mitin fue todo un éxito
 porque ante la prensa el Presidente Municipal quedó como un intolerante
 y violento representante del gobierno corrupto y ratero. En sesión
 privada, Jan me reconoció ante los demás compañeros
 mi valor, y dijo: Te admiro Pépe. Se necesitan tener tamaños
 cojones para hacer algo así. Argelia me miró con picardía,
 ella sí que sabía el tipo de cojones que yo tenía.
 Esa noche, con mi boleta de calificaciones acreditada con un 95 uniforme,
 con la cartera nutrida de una relativa riqueza, muy colocado bajo una
 nube de marihuana, enclavado hasta el fondo del culo de Argelia mientras
 ella con su garra de halcón sujetaba mis elogiados testículos,
 no podía estar más lejos de titularme en la carrera que
 sea, nunca estuve más lejos de considerarme estudiante, pues
 esta vida, la otra vida, me gustaba. Apenas comenzaría mi travesía
 hacia descubrir mi verdadera vocación.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
  • Media: 0
  • Votos: 0
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1605
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.117.75.218

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Relatos: 38.473
»Autores Activos: 2.273
»Total Comentarios: 11.905
»Total Votos: 512.063
»Total Envios 21.926
»Total Lecturas 105.323.149
Últimas Búsquedas