muy real
Mi despacho es uno de los cuatro principales de mi empresa.
Apenas llegué a la misma, mi primera impresión fue la de
un tren de alta velocidad al que tenía que subirme en marcha.
Afortunadamente, mi secretaria es la persona más eficaz
que jamás haya trabajado para mi. Aparte de una excelente
profesional es el alma de la oficina con esa sonrisa siempre
dispuesta para todos y esa facilidad para escuchar los
problemas de todo el mundo.
Los míos no eran particularmente graves. Tan sólo los de
un recién llegado a la empresa que tiene que ir enterándose
de todo antes de que su propio jefe se le eche encima.
Me imagino que fue la necesidad que tenía de sus consejos
y experiencia lo que me llevaron a fijarme en ella mucho
más de lo que había hecho hasta entonces. También es cierto
que en absoluto era el primero que reparaba en su preciosa
sonrisa, sus tiernos ojos y, ¿por qué no decirlo? la firmeza
de sus pechos y lo provocativo de su modo de vestir.
Ni era una cría ni lo era yo. Estábamos más bien acabando
la treintena y con nuestros más y nuestros menos a la espalda.
Entre consulta y consulta se empezaron a intercalar bromas
y risas. Entre peticiones de informes y dictados, peticiones
de teléfonos y citas.
Así que, cuando llegó el momento de ir a aquella fiesta de
empresa al principio del verano, no me extrañó que acabáramos
charlando durante buena parte de la tarde. Ni en exclusiva
ni de temas especialmente íntimos.
Bebimos bastante pero ambos tenemos una cierta resistencia
y conocemos nuestros límites. Era cerca de la medianoche
cuando me dijo que la disculpara un momento porque tenía
que aliviarse después de tanta ingesta de líquido. Como
las luces de los servicios estaban estropeadas y era tarde
decidí acompañarla en un gesto que fue, sinceramente,
de caballerosidad.
Apenas penetramos en la oscuridad del recinto, un escalofrío
me recorrió la columna vertebral. La noche era cálida y
yo no estaba, en absoluto, nervioso. Empecé a estarlo cuando
la vi, recortada su silueta contra la pálida claridad de
la ventana, acercarse hacia mi con absoluta determinación
y apoyar sin recato sus labios en los míos.
Si hay algo que un hombre aprecia en una mujer es la iniciativa
en el campo sexual. Aunque sólo sea por lo inusual del caso.
Así que me quedé prisionero de mi propia admiración y respondí
al beso con un abrazo y a sus labios con mi lengua. Me agarré
- casi por el vértigo de la emoción - a unas nalgas prietas
bajo los pantalones vaqueros que llevaba y mucho más propias
de una jovencita de la mitad de su edad.
Lo cierto es que no puedo estar muy orgulloso de lo que siguió.
Apenas si sacamos una pierna cada uno de nuestros pantalones,
me senté en el retrete cerrado y ella lo hizo sobre mi. Me
hundí en sus profundidades con facilidad pero sintiendo
como me aprisionaba con ansia. Demasiada debió ser porque
la empapé por dentro al tiempo que el agua procedente de
la cisterna que acabábamos de romper nos empapaba por fuera.
Podía haber estado soñando - no me habría extrañado ya que
coincidía perfectamente con alguna de mis fantasías-
pero no, era perfectamente real como la siguiente semana
se encargaría de hacerme entender