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Categoría: Incestos

Mujer Prohibida Parte 1: La tentación

 



Hola a todos. Buenas noches. Este es mi primer relato de una relación prohibida llevada al climax y más allá. Espero les guste



Tentación.



Mujer Prohibida. Parte 1



La Tentación:



Esta es la historia de cómo mi vida y la de mi madre dio un giro de 180º en tan sólo 5 años; de pasar de una vida de clase media a riquezas, de vivir con lo necesario a tener opulencia, de ganarse la vida como los demás a hacerlo de una forma poco ortodoxa pero muy redituable y de tener una relación normal madre-hijo a llevarla al siguiente nivel y exceder esa etapa: el sexo salvaje sin tapujos y remordimientos.



3 de Enero de 2010.



Todo inició un 3 de Enero, era un Domingo, lo recuerdo bien. En aquel entonces yo tenía 15 años, en plena adolescencia. Supongo que era un puberto como cualquiera. Mi vida era normal, tenía buenas calificaciones, no las excelentes, pero sí buenas. Tenía los típicos amigos, estudiaba en la típica preparatoria con los típicos maestros… todo era típico, menos mi madre, o por lo menos en aquel entonces creía que era la típica mamá.



Mi madre. ¿Qué puedo decir de ella? Su nombre es María, pero todos la conocían como Mary, maestra de profesión, de 45 años, 1.66 mts de altura y algo regordeta, algo canosa, de cabello chino y medio largo que siempre peina para atrás, vestida de manera muy conservadora, casada con un hijo (Ósea yo), católica, recatada, educada a la vieja escuela… una típica madre.



A pesar de todo lo que describí, mi madre seguía siendo una mujer muy guapa y tenía un punto fuerte: era curvilínea. No tenía grandes tetas, pero si una figura que a pesar de su sobrepeso la hacían deseable. Unas enormes caderas y unas bien formadas piernas.



Nunca la había visto en ropa interior, hasta eso siempre procuró tener pudor. Pero las pocas veces que la vi sin ropa portaba un camisón largo de color blanco que cubría sus ya descritas piernas hasta los tobillos. Sin embargo, y hasta ese día, nunca llegué a ver a mi madre como una mujer deseable, mucho menos como pareja sexual. Hasta ese 3 de Enero, el día en que ese concepto cambió.



Mi padre no estaba, había salido con sus hermanos a una comida, dejándonos a mi madre y a mí solos en casa. Yo aprovechaba el último día de vacaciones antes de regresar a la escuela después del receso decembrino. Estuve toda la tarde metido en mi cuarto jugando con mi Playstation 3. No sé qué habrá sido, tal vez el destino así lo quiso, pero después de un rato me fastidié de estar pegado detrás del televisor.



Bajé con las intenciones de salir a la calle, pero mi madre me detuvo. Me dijo que si la ayudaba a archivar unos papeles que tenía que entregar para mañana, lo cual me molestó en el momento, pero tuve que acceder, no quería una discusión que me arruinara ese Domingo.



Me acerqué hacia mi madre y pude observar que estaba tensa debido a la urgencia de su labor. Su atuendo era típico de ella en Invierno, un suéter pasado de moda, una falda amplia plisada, medias y unos zapatos negros algo desgastados.



Recuerdo que ella me miró un poco molesta ante mi pasividad de aquel entonces:




  • ¡Rápido, necesito que metas esos papeles en esos folders! – Me contestó ella un poco molesta.



Mi apatía por tal labor era palpable, pero no quería tener problemas así que tomé los papeles y los folders que me dijo, pero había un detalle. El sillón donde estaba sentada ella estaba atascado de papelería, portafolios y demás mierda de la escuela; mi madre se obsesionaba con sus clases a tal grado que en lugar de darle clases a adolescentes sobre matemáticas parecía que iba a dar una conferencia sobre la guerra ante líderes mundiales. Demasiado material para mentes tan pendejas, decía yo en ese entonces. Quizás es uno de los puntos fuertes y a la vez manías de mi madre, es demasiado perfeccionista en lo que hace.



Mi apatía se volvió frustración al ver que no tenía donde sentarme ni mucho menos dónde poner tanto material que me había enjaretado ella:




  • ¡¿Y en dónde me siento con tanto trique?! – Le dije molesto por tal desorden.

  • ¡Siéntate en el suelo, no puedo escombrarte ahorita! – Me contestó enojada.



 



Yo seguía en la misma “no hagas pedos, haz lo que te pide para que te botes a la verga y listo” por lo que opté por sentarme en el suelo cerca de una mesita que teníamos en la sala para las visitas, justo al lado de mi madre y empecé a ordenar los condenados papeles.



Pasaron como unos 20 minutos, llevaba más de la mitad de la documentación, pero francamente me estaba fastidiando de estar sentado en el suelo y pegado a una pequeña mesita de té. Pensaba que mi madre sólo me estaba jodiendo con tal de que no me saliera de la casa, que era una forma de educarme.



Folder tras folder, papel tras papel, estuve a punto de pararme e iniciar una pelea campal con mi madre sobre el eterno debate de la relación madre-hijo, pero, antes de pararme alcé mi mirada y ví algo que me detuvo, que cambió la percepción que tenía de ese momento y que dictaría mi camino en los meses venideros.



Enfrente de mi había un antiguo televisor de los años 40 con un enorme cinescopio que parecía un espejo. En esa imagen que me daba aquel viejo televisor, en ese reflejo algo llamó poderosamente mi atención.



En frente de mí mi madre se reflejaba, concentrada en su tarea, tan concentrada que no se dio cuenta que al cruzar sus piernas la falda amplia plisada que traía puesta le llegaba casi hasta la cadera.



Y entonces, lentamente voltee a verla y observé mejor aquella escena. Unas contorneadas y carnosas piernas adornadas por un par de medias de color chocolate que le llegaban hasta los muslos.



Estaba helado, petrificado. En mi nerviosismo regresé la mirada hacia aquel reflejo, intentando apartar la vista de él. Me concentraba en los folders y papeles, pero, algo dentro de mí hacía que viera de reojo.



Una fuerza imparable hacía que mis pupilas se concentraran en esas piernas bien torneadas y carnosas. Intentaba con toda mi fuerza de voluntad no verlas. Toda mi concentración, todo mi espíritu estaba enfocado en no alzar la vista.



Pero mi corazón latía rápidamente, estaba muy nervioso, pero algo dentro de mí hacía que quisiera ver más. Temeroso, voltee otra vez de reojo a las piernas de mi madre, ella seguía inmersa en sus broncas, no se había dado cuenta de que su falda estaba casi a la cadera.



Noté que estaba muy concentrada y me centré en esas piernas. Tersas, carnosas, curvilíneas, sin rastros de várices o estrías debido a la edad, y esas medias, de color chocolate claro las hacían verse muy sensuales.



Mi ritmo cardiaco subía rápidamente y mi nerviosismo se incrementaba a la par al ver esos poderosos muslos y esas bien formadas pantorrillas. No sabía qué sentía en esos momentos, una extraña combinación de miedo, placer, remordimiento, erotismo y nerviosismo.



Y casi por instinto empecé a llevar mi mano a mi entrepierna para tocarme mientras veía aquella imagen edípica, pero antes de que lo hiciera escuché que se abría la puerta de mi casa.



Como un relámpago que golpea un árbol con toda su fuerza, regresé en mí y aparté rápidamente la vista de mi madre, concentrándome de nueva cuenta en aquellos papeles.



Mi padre había regresado, lo cual provocó que mi madre dejará sus documentos y se levantara acomodándose su falda amplia plisada para recibirlo.



Después de un rato terminé la tarea que me había encomendado ella, pero antes de hacerlo me cercioraba si ella volvía a tener ese descuido, pero ya no lo volvió a tener.



Dejé los documentos ordenados y me subí a mi habitación, ya no tenía deseos de salir. Me encerré y prendí de nuevo mi consola, tratando de distraerme, pero sólo podía pensar en una cosa… en esas piernas portentosas pertenecientes a mi madre…


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 5.71
  • Votos: 7
  • Envios: 0
  • Lecturas: 9884
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