Es medianoche y mi marido ronca a mi lado, no consigo dormir, mi mente es como una película que va repasando en varios cortos distintos capítulos de me vida, son como destellos que iluminan brevemente cada escena, no existe orden ni lógica entre mis recuerdos, sólo un denominador común, sexo, placer, gozo, lujuria o como tu quieras llamarlo.
Sí, sé perfectamente que estoy caliente, desde hace unos meses que la escena se repite y cada vez soy más consciente de ella.
Amo a mi marido y el me ama, de eso estoy segura, pero por su enfermedad cada vez nuestras relaciones intimas son mas distanciadas, mas distanciadas y más breves, dolorosamente breves para mi.
Esta vez no ha sido distinto, sabe prepararme, definitivamente siempre fue bueno excitándome, me gusta como me toca, me gusta como me besa, me gusta como me habla cochinadas al oído y como me va desvistiendo, como se va adueñando de mi cuerpo y de mi voluntad.
Cuando él pone mis piernas en sus hombros, yo hace rato que estoy lista, mi conchita es una fábrica de jugos y me duele por lo congestionada que está, él desliza su pene por mi rajita llegando a tocar mi clítoris con su glande, disfruto mucho esa caricias tan especiales pero quiero carne, carne de verdad, dura, ansiosa, penetrándome, llenándome.
Deslizo mi mano entre mi piernas y tomo su pene, aún no está completamente duro, pero sirve, lo aprieto con los dedos en la base y logro que se endurezca un poco más, dirijo su glande a mi vagina y levantando las caderas logro mi ansiado objetivo, la cabeza de su pene ha traspasado mi entrada. Se siente tan rico, me siento tan bien, querida, amada, deseada, gozada, si, sobretodo eso, su gozo es evidente.
Trato de no pensar, de concentrarme en él, en sus embestidas y en su sexo recorriendo y llenado el mio, pero mi mente parece tener vida propia y cuenta sus movimientos, igual trato de estimularlo con mis palabras, 4, 5, m, que rico papito, así, dale, dale, 6,7, que rico se siente, 8, métemelo papito métemelo, 9 acaba y se acaba, siento su leche calientita, siento su pene latiendo dentro mio y luego como se achica, pero mi orgasmo no llega, hace tantos meses que no llega.
Él casi se desmaya al lado mio, me besa apasionadamente y se duerme casi de inmediato. Me duele en la entrepierna, me miro, mis labios están gruesos y muy obscuros, de un color violáceo, mi clítoris duro y alzado como un pequeñisimo pene, mi abertura se nota muy claramente, como una boca ansiosa, hambrienta, su semen escurre de ella como burlándose de mis ansias, me meto un dedo, entra con mucha facilidad, me meto el segundo, se siente más apretado y mejor, pero no es lo que quiero, ¿quiero?, más bien necesito, si eso es más claro, necesito un pico que me haga gozar, que me haga gritar de placer y que me quite estas ganas de una buen vez.
Recuerdo que hace un buen tiempo me sentía así, pero era muy joven para darme cuenta y muy pudorosa para reconocerlo. Fue casi un año después de separarme de mi primer marido, un patán alcohólico y bueno para nada, salvo para la cama, me embarazó a los 17 años cuando aún estaba yo en el liceo, antes de cumplir tres meses de embarazo me casé con él pese a la oposición de mis padres y mi vida cambió.
Antes de casarme el sexo había sido algo muy poco frecuente en mi vida, ese mismo año había perdido de virginidad con un compañero de curso, nada especial, ni traumático ni especialmente rico, sólo pasó.
Luego conocí a Juan, mi primer marido, pololeamos y rápidamente llegamos a la cama, siempre escondidos y sin mucho placer de mi parte, me embaracé y culeábamos menos, ahora mis padres me cuidaban más que antes y se nos hacía más difícil el estar juntos.
La noche de bodas mi vida cambió 100%, aún con el vestido de novia puesto y en el baño del hotel donde se realizaba la fiesta nos comenzamos a poner al día, parados, yo de espaldas a él y afirmado mis manos en la taza del baño, mi vestido arremangado en mis caderas y él afirmado de ellas, me sacó los calzones y se los guardó en su chaqueta, luego su verga penetrándome, rico, sin miedos y sin culpas, ahora era legalmente su mujer.
De fondo se escuchaba una romántica canción de Luis Miguel cuando me corrí por primera vez en mi vida. Luego el baile, la fiesta y la diversión, yo bailando vestida de blanco como toda novia, pero sin calzones y con su leche escurriendo por mis piernas. Ese fue el principio de mi placer.
Juan era realmente bueno en la cama, ahora lo sé, tengo con que comparar, tengo mucho con que comparar, desde que nos casamos y hasta casi el día antes que naciera la bebe fue pico, pico y mas pico. Era lo primero que hacíamos en la mañana y lo último en hacer antes de dormirnos, durante el día me llamaba por teléfono solo para decirme cosas calientes, los fines de semana no nos levantábamos de la cama, era culear y volver a culear.
Yo me sentía tan sexy, tan deseada, tan linda, con mis pechos enormes y con mi guatita de embarazada también cada día más grande. Me gustaba cabalgarlo, así controlaba el ritmo y la profundidad de la penetración. Mientras lo hacíamos Juan me acariciaba la barriga y la bebe se movía mucho, es como si sintiera que lo estábamos disfrutando. El último mes de mi embarazo me daba miedo que me penetrara, así que yo me ponía de espaldas en la cama y habría bien las piernas, Juan se conformaba con deslizar su pico entre los labios de mi conchita, sólo rozándome, sin meterla, cuando estaba próximo a terminar se levantaba y se masturbaba hasta acabar, mojándome con su leche la barriga y las tetas, luego me la desparramaba con su manos como haciéndome masajes, er tan rico, tan erótico. Visto en retrospectiva fue un tiempo de mucho placer. Un placer casi animal, uf como extraño culear así, como un par de perros en celo y acabar entre gritos y garabatos,
Nació nuestra linda Bebe, que cuarentena ni que nada, como a los 20 días ya lo tenía encima mio,a Juan le gustaba mamarme las tetas mientras me culeaba y tomarse la leche de la Bebe. Lamentablemente rápidamente comenzaron las peleas, que la plata no alcanza, que ya no te puedo culear cuando quiero porque está la Bebe, etc.
Juan comenzó a llegar borracho y con eso comenzaron los golpes y malos tratos, yo por orgullo me callé y aguanté todo, incluso el sexo violento o cuando yo no quería y me tomaba a la fuerza, un día lo sorprendí con una prostituta en nuestra cama. Me callé y aguanté, pero rápidamente me vengué de él.
Una tarde muy fría, sin saber mucho cómo ni porqué, me encontré en pelotas cabalgando al vecino, un estudiante universitario no muy agraciado. Él insistía en usar preservativo pero yo me negué, quería sentirlo, quería que me acabara adentro, lo hicimos casi toda la tarde, hasta poco antes que llegará Juan.
Juan llegó borracho y con ganas de pelear, yo no hice nada que le molestara, era la mujer más tiernas y cariñosa, con mimos y arrumacos lo lleve a la cama, lo desvestí y me desvestí bailando para él, Juan se excitó de inmediato y me quiso coger, yo me hice la loca, y comencé a chupárselo, lentamente me dí maña para poner mi vagina es su boca, si haciendo un 69 muy húmedo, creo que nunca se lo había chupado tan rico, sentir su lengua hurgueteando en mi vagina, tomándose sin darse cuenta la leche de mi vecino fue un afrodisiaco muy fuerte. Ambos duramos mucho rato, yo porque no quería terminar, él porque yo prolongaba su placer con mi boca, retirándome cuando sentía cerca su orgasmo y apretando la base del pene o ligeramente los testículos para que durara más, mientras tanto yo me follaba su boca, me movía como loca, deslizando mi vaginas por toda su cara, embadurnando su rostro con el semen de otro hombre, sintiendo a ratos que él no podía respirar porque su nariz se había metido en mi conchita o en mi culo.
Terminé gloriosamente, con su pico tomado con ambas manos y eyaculando en mi cara, a cambio su cara estaba toda pegajosa con el semen de mi vecino y mi maridito me había chupado y metido la lengua hasta por el culo.
Me fui esa misma noche, sin decirle nada, sin despedirme y sin escándalos, él nunca me buscó ni a la niña.
Perdón, me fui del tema, te decía que antes había sentido ese dolor en la entrepierna, dolor de falta de sexo y de necesidad de pico. Fue casi un años después de separarme, mas o menos tres meses antes que ese dolorcillo me acompañaba y yo no sabía a que atribuirlo. Trataba de hacer mi vida normal pero no había permitido que ningún hombre se me acercara, siempre he sido naturalmente coqueta y pretendientes no me faltaban, pero yo no quería nada de los hombres
Orgullosa, vivía con mis padres pero subsistía con mi trabajo, en un pequeño almacén de barrio que instalé en la cochera. Necesitaba con urgencia algunas cosas que las distribuidoras de gaseosas regalaban o prestaban a sus clientes, un mejor letrero, un par de mesas plásticas con sillas y quitasol, pero sobretodo una conservadora refrigerada. El problema es que como cliente era muy pequeña y no calzaba con sus políticas de Marketing, además, recién acababa de cumplir 20 años y no les daba ninguna garantía.
Llevaba tres meses tratando de que me recibiera Roberto, el encargado de Marketing de la distribuidora pero nada, decidida, me fui sin cita previa y dispuesta a esperar hasta que me recibiera. Era un lugar en el barrio industrial alejado de la movilización pero me las arreglé para llegar, me hizo esperar dos horas pero me recibió, no me prometió nada pero al menos me escuchó, yo insistía e insistía, creo que molesté tanto que me dijo “ok, vamos a ver tu pequeño negocio y veremos si tiene tanto potencial como dices”
Fuimos en su camioneta, desde el barrio industrial llegamos a un avenida donde pasaba movilización, se detuvo, quitó los seguros de las puertas y me dijo “Mira, allí en la esquina puedes tomar movilización hasta tu casa”. Lo mire intrigada y traté de protestar, estaba echándose para atrás y dejándome sin las cosas que yo tanto necesitaba. Intenté protestar pero él no me dejó, puso su mano en mi rodilla, me molestó mucho su patudez pero algo me dijo que era mejor escucharlo; “No me estoy arrepintiendo, si quieres te puedes bajar ahora y aquí no ha pasado nada, mañana ira un técnico a evaluar el local y su informe decidirá, si es como dices las cosas son tuyas” Gracias, gracias le dije espontáneamente, el cinturón de seguridad evito que me abalanzara sobre el y lo abrazara, me hizo callar nuevamente; “ahora, si quieres no te bajas”.
Me sonrió, lo pensé una fracción de segundo, baje la mirada y en silenció bajé el seguro de mi puerta. Roberto puso en marcha su camioneta y se metió en el tráfico, manejaba con una mano, la otra mano acariciaba mi pierna y lenta pero inexorablemente se dirigía a mi tesoro, cuando me tocó la vagina por sobre mis calzones dí un respingo y entendí al fin que era ese dolorcillo y cual era el remedio, necesitaba coger, llevaba casi un año sin hacerlo y lo necesitaba imperiosamente.
Avanzamos una pocas cuadras entre el tráfico en silencio, él con su mano en mi entrepierna y yo con la mía en la suya, quería tocarlo, sentirlo mío, me daba la ilusión que si dejaba de tocar su verga me despertaría de un sueño, un rico y caliente sueño.
Rápidamente Roberto dobló hacia un pequeño hotel para parejas, nada más entrar a la habitación me afirmó contra la pared y mientras me besaba me desabrochaba el vestido, me tocaba los senos, me apretaba el culo, me acariciaba las piernas, parecía tener muchas manos y todas sabían donde tocarme, una mano se metió bajo mi ropa interior y un dedo se deslizó por mi húmedo canal, ahahahah, ahahahah, gemí fuertemente, él respondió metiéndome la puntita del dedo en mi conchita, que rico se sentía, que caliente me ponía ese hombre, él metía su lengua en mi boca y yo se la chupaba como si le estuviera chupando el pico.
Dejé escapar un largo y sensual ah, tomé su mano con la mía y la empuje hacia mí, su dedo se deslizó completamente en mi conchita, hay, hay, Roberto retiró su dedo, no tontito se siente rico, volví a empujar su mano contra mi conchita, ahora fueron dos dedos lo que entraban y salían, sin proponérmelo mis caderas subían y bajaban, si, yo me estaba follando sus dedos como una viciosa, él sólo me miraba embobado. Yo en el séptimo cielo.
Fue muy rápido pero muy intenso, con un fuerte suspiro terminé en su mano, se me doblaron las piernas y Roberto tuvo que sujetarme, como pudo me arrastró hasta la cama y me tiró sobre ella, yo me dí vuelta y quede boca abajo, me faltaba el aire y me sentía mareada.
Por el gran espejo que cubría una de las paredes de la habitación vi como Roberto se desnudaba, era alto y no tenía mal físico, si una pequeña barriga pero que no le sentaba mal, su pene estaba derechito y húmedo en la punta, ¿como no?, si con el numerito que me había mandado podría haber revivido hasta un muerto.
Completamente desnudo se acercó a mí y me sacó los calzones y los zapatos, las únicas prendas que aún conservaba, como vio que yo lo miraba por el espejo se tomó las bolas con la mano y me mostró su sexo, haciéndome un sexo obsceno, avergonzada como niña tonta oculté mi cara entre las sábanas. ¿Qué diablos estaba yo haciendo allí?, ¿porqué no me había bajado de la camioneta?, ¿qué me seducía de él?.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por su inesperada maniobra, me tomó ambas manos y las llevó a mi espalda, si decirme nada me las amarró con su corbata, me asusté bastante, no sabía que pretendía, él me tomó de las caderas y me levantó hasta quedar yo de rodillas en la cama, en pelotas, con el culo bien levantado, la cabeza apoyada en la cama y mis manos amarradas a mi espalda.
Un temor muy grande me inmovilizó, no podía articular palabra, sin embargo ese mismo terror me excitaba terriblemente, Roberto se arrodilló por detrás mió, me tomó de las caderas y paso su verga en mi lubricado canal y la dejó allí quieto, como saboreando el momento. Mi mente trabajaba a mil por hora, anhelaba su verga pero temía su penetarción, por el culo no, por el culo no, las palabras se repetían en mi mente pero no salían de mi boca, yo miraba la escena a través del espejo sin hacer nada, distante como si estuviera viendo una película porno, pero mi agitada respiración me decía que estaba yo allí, a su merced.
Un segundo, dos segundos y la escena aún inmóvil, no se si más, a mi me pareció eterno, pero mi mente trabajaba tan alocadamente por el temor que me rompieran el culo que rápidamente encontré una salida, moviendo mis caderas en círculo logré que su glande se ubicara en mi entrada, y cambiando los movimientos de atrás para adelante logre que la cabeza de su verga me penetrara, m, que rico, que salvaje, pero los pequeños movimientos que lograba hacer no eran suficientes para mi, necesitaba más, mucho más, quería sentir toda su verga dentro, recorriéndome, quitandome al fin esa ansiedad que me mataba.
No se como pude, pero logre arrastrarme caminando de rodillas hacia atrás que al fin Roberto me penetrara completamente, uf, m, no podía ni respirar pero me sentía en la gloria, con mi culo a salvo y mi conchita empalada con su verga.
Muevete, muevete concha de tu madre, esas palabras salieron de mi boca, primero como un susurro, luego como una orden perentoria, mis caderas se movían masajeando su verga, pero no era suficiente, necesitaba ritmo, fuerza, velocidad y hombría. Mi cuerpoo llevaba demasiado tiempo sin sexo, extrañando, soñando, anhelando ese momento, como para conformarse con un canapé, necesitaba sentir que me estaban culeando con pasión, con potencia, con mucho deseo. Necesitaba gritar de gusto y escuchar sus gritos, sus garabatos mientras me culeaba, Pero sobretodo necesitaba acabar con su verga chorreando dentro mio. Muevete concha de tu madre.
Mi marido se mueve inquieto en su cama, temo despertarlo y apago la luz, mis recuerdos son demasiados vívidos y teme que él se de cuenta, cierro los ojos y me fuerzo a dormir.