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Categoría: Lésbicos

Mudanza

No habían pasado muchas semanas desde que me mudé a este edificio. Lo hice porque el barrio parecía algo bohemio, pero tranquilo en el fondo. Luego de un gran cambio de perspectivas de vida, necesitaba un espacio de descanso, de tranquilidad. Algo así como la posibilidad de releer asuntos personales y enfrentar una nueva etapa de mi vida. Mi departamento lo había decorado yo misma. Espacios amplios, pero me gustaba el calor y la acogida que propiciaba la madera. Una textura natural, un color combinable con mis cosas y, por, sobre todo, la posibilidad de sentirme en un reducto propio en medio de una ciudad taladrada de artificiales túneles con gente que vivía como topos con la vista recorriendo el piso.

El día viernes fue cuando ocurrió. Ya había pasado la hora de calor más intenso y como era febrero parecía que la gente no se movía de sus puestos de descanso. Era, sin duda, uno de los momentos más relajados y distendidos en varios meses. Sentí los primeros ruidos, pero no me preocupé. Pero cuando escuché voces pensé que algo nuevo estaba por pasar. Eran voces de personas dando órdenes y dirigiendo un movimiento de objetos de grandes dimensiones. Se sentían unas cinco o seis personas trajinando de allá para acá. Decidí salir a explorar, pero para no ser obvia, decidí salir de compras menores. Alguna chuchería por el barrio para poder entender qué pasaba en mi edificio.

Caminé bastante dando algo de tiempo para ver si la situación se tranquilizaba en mi sector. Quería tranquilidad, pero había algo en mis entrañas que me dejó inquieta, quería indagar más sobre lo nuevo. Por esa razón, volví con una sensación de apresuramiento interior. Al llegar, el camión de mudanzas ya no estaba y supuse que todo volvería a la calma. Al subir la escalera, me percaté que no era así. Había muchas cosas sobre los descansos de las escaleras; cajas, macetas, muebles, espejos. Hasta donde pude apreciar, todo de buen gusto.

Al inspeccionar más detenidamente mis nuevos vecinos, comprobé que se trataba de una pareja de unos treinta y cinco años. Se les veía felices por llegar a su nuevo hogar y decidí visitarlos más tarde para invitarlos a tomar algo a mi casa; había que recibir con los brazos abiertos a los nuevos vecinos.

Cuando encontré que era una hora prudente y ya que no se sentía demasiado movimiento, me decidí ir a invitarlos.

Claro que, antes de partir, me vestí de modo que me viera confiable, bella, distinguida. No quería nada muy sexy, puesto que no quería perturbar el ambiente entre ellos, pero tampoco algo muy sport, puesto que no era mi estilo. Decidí ponerme un vestido. Una tela liviana, de caída graciosa. Dejaba ver hasta mis piernas por sobre las rodillas, nada muy provocativo. Un escote normal, pero que al ser cruzado contorneaba bien mi figura y mis atributos. Para dar un toque especial agregué un pañuelo de seda italiana de colores vivos y unos zapatos sin tacón para evitar todo aire demasiado sofisticado. Un poco de perfume, algo floral, fresco para el día caluroso que había ya terminado.

Llamé a la puerta, no sin un poco de estremecimiento y temor. Pausa de silencio. Llamé otra vez, asegurándome que el aparato funcionaba para tal fin. Cuando me di por vencida, decidí volverme a mi apartamento y al dar el primer paso de regreso, sentí algo que golpeó suavemente mi hombro. - "Hola", siento decir al mismo tiempo del golpecito. Me asusto y me sorprende el gesto y al volverme veo que es la mujer quien me saluda. - "Hola", respondo algo agitada por la sorpresa, y sonriente.

-Sabes -agregó- soy Helena y soy la vecina de enfrente. Quería invitarlos un refresco o un trago a mi departamento, para darles la bienvenida ¿Vienen?

-Pues yo voy, Marcos puede que llegue un poco más tarde, pero seguro se nos unirá.

Quedamos para las nueve de la noche e inmediatamente me puse a organizar el lugar y el convite. Estaba algo nerviosa. No pensé en tener este tipo de invitados en mi casa nueva, pero se veían personas de criterio amplio y buen gusto.

Cuando saludé a Tatiana, la nueva vecina, me alegré de verla. Se veía una mujer divertida, suelta de espíritu, alegre. Ella tiene el cabello ligeramente rizado, algunas pequitas sobre la nariz y sobre los pómulos. Su figura era como la mía y creo que coincidíamos también en los años. Su marido, Marcos, parecía un tipo alto. También con el cabello rizado, pero no pude observarlo más, puesto que sólo lo divisé cuando estaban los de la mudanza. Puntualmente a las nueve llamaron a la puerta. Hice pasar a Tatiana que no vestía el atuendo sport de la tarde, sino una falda de seda negra. Era amplia, con un forro que le daba volumen y presencia. Complementaba con un top strapless muy bello, lleno de flores y motivos vegetales orientales. Sin duda la chica quería verse femenina y lo consiguió.

Luego de disculpar a Marcos, pasamos a beber una copa de vino blanco. Un Chardonay muy especial que tenía guardado. Conversamos un rato y me sorprendió una confesión que me hizo. Marcos no era su marido, sino su hermano. Ella nunca se había casado, aunque tenía ese rostro típico de las mujeres que nos habíamos enamorado. Conversamos muy animadamente, yo miraba su cabello porque me gustaba mucho, pero lo que más me tenía hipnotizada eran sus ojos azules. Dos lumbreras que me tenían muy pendiente de sus movimientos.

-¿Colocamos música? -Sugirió Tatiana.

-Por supuesto, escoge tú lo que quieras.

Yo fui en busca de una barra de incienso para aromatizar el ambiente. Siempre me gusta hacerlo cuando invito gente desconocida a casa. Es una forma de acoger, de inducir al pensamiento bello, de evitar malas vibraciones también.

Al reingresar a la salita, Tatiana estaba sentada en el sofá con los ojos cerrados y las manos sobre sus piernas.

Parecía que estaba meditando, soñando ¿fantaseaba? Aproveché que ella no se percataba de mi presencia para mirarla más detenidamente, para observar a mi vecina nueva. Había algo que me fascinaba de ella, algo más que sus ojos, no sabía qué, pero pretendía averiguarlo esa misma tarde. Me acerqué y seguro que se sorprendió cuando me vio en frente de ella con mi rostro enternecido y mis manos estiradas hacia ella.

- ¿Bailamos?, le digo. Con cierto temor de verme rechazada.

- Estupendo, sí.

Estiró sus manos y las cogí. Tiré suavemente de ellas y se incorporó. Tenía manos suaves, cuidadas, uñas bien tratadas, piel tersa. La música era lenta, una compilación hecha por mí de piezas estilo soul. Mientras bailábamos ella no me daba la cara. Estaba algo sonrojada y la notaba un tanto tensa e incómoda.

-¿Estás cómoda? Le pregunto directamente.

-No… sí; no sé por qué estamos bailando.

-Porque la música nos lo pide.

Es así, comienzan a sonar los compases y nuestros corazones laten al ritmo de la soledad. Así que acá estamos, vecinas, tomadas de la mano y la cintura moviéndonos como mariposas.

Creo que no la convencí de que no había nada malo en lo que hacíamos. Al fin y al cabo, éramos dos mujeres adultas y responsables. Aunque esto último no lo tenía tan claro. Ella se quiso sentar. Estaba algo complicada y no muy tranquila.

-Tatiana, ¿Estás tensa? -Sí, de verdad, creo que no quiero hacer esto.

-¿Qué cosa? ¿Bailar? -Ella mantuvo un silencio largo. Largo para mí.

-Sí, bailar contigo. No había bailado nunca con otra chica, jamás en mi vida.

-Entiendo, -le digo mientras acaricio su mano-. Tatiana, te propongo algo distinto.

Le propuse ir a mi sala de ejercicios personales. Una habitación donde uno se puede relajar tranquilamente. Le propuse hacer unos masajes relajantes y ella aceptó.

Tatiana se tendió boca abajo. Le pedí que se desnudara. Yo la dejé sola, pero miraba desde fuera de la habitación. Creo que no sabía por dónde comenzar, si por la falda o por su strapless oriental. Cruzó las piernas, en un gesto de niña pequeña. Seguro que estaba tensa, pero se puso de pie y decididamente desabrochó la falda y resueltamente bajó la cremallera y se sacó la prenda.

Bajo la falda vestía una pantaleta que modelaba su figura muy bien. Era de color negro, con diseños en tela transparente. Era muy sensual. ¿Por qué había venido así? Me preguntaba, de verdad, tan bien preparada, tan bien escogidas sus vestimentas.

Creo que comprendí que era crucial el paso siguiente que ella tomaría. Si continuaba desvistiéndose o si se volvía a tender tal como ahora estaba. Creo que ella también lo pensaba, porque se detuvo a mirar su cuerpo en el espejo de enfrente. Decidí que era tiempo de dejarla sola, de salir unos segundos y dejar que la música y el ambiente hicieran sus trabajos con Tatiana. Entré a la habitación.

- Sí, me entrego a tus manos.

- Bueno, veo que has dejado tus pantaletas y tu top, no te preocupes, me concentraré en tus hombros y piernas.

Realicé los masajes de rigor, notaba como ella se estaba relajando un poco. Mi idea, por cierto, no era que se durmiera, sino realizar un pequeño relajo para luego proceder a un masaje más estimulante. Le pedí que se volviera boca arriba. Puse aceite de manzana en mis manos y comencé a aplicarlos sobre los dedos de sus pies y luego en la palma del pie. Luego en el rostro, aceitando el contorno de los labios, el cuello, los hombros.

Quería estimular algunas zonas que a mí particularmente me excita mucho tocarme. Parece que dio resultado, puesto que sentía como su respiración se hacía más profunda y más rápida. Sus pezones comenzaron a notarse por sobre la tela, qué belleza. Le pedí que levantara su top hasta dejar gran parte de su tronco al descubierto. Así aceité hasta la base de sus senos. Tenía tantas ganas de traspasar ese límite, pero no lo hice. Jugué con su ombligo un rato largo, noté que separaba sus piernas. De seguro estaba sintiendo un calorcito entre sus piernas, igual que yo. Tomé sus pantaletas.

En ese momento, le dije que la dejaría sola por un momento, porque debía salir a hacer unas compras. Ella asintió con la cabeza, creo que no pudo sacar la voz. La besé en su ombligo y partí. Simulé que salía de casa, pero me escondí en un lugar discreto para ver qué hacía Tatiana. Ella se quedó como quieta en la habitación. Pensé que se había dormido, pero de pronto estiró una de sus manos y tomando el strapless lo tiró hacia arriba mientras se incorporaba.

El volver a su postura boca arriba, comenzó a tocarlos, prolongando mis masajes a la areola de sus pezones. Con sus dedos rondaba hasta que los tomaba con la punta de sus dedos. Luego comenzaba otra vez, subiendo desde el ombligo hasta sus labios. De pronto, comenzó un movimiento en dirección opuesta, desde el ombligo hasta su pubis. Parecía que no quería romper el límite que yo no franqueé, pero pronto su mano comenzó a perderse bajo su pantaleta y sólo podía seguir su movimiento por el bulto que creaba su mano bajo ella. Al separar más sus piernas, supe que su incursión sería mucho más profunda que la mía. Su mano ya no emergía, se había quedado haciendo movimientos diversos bajo la ropa íntima, seguramente recorriendo sus labios o la entrada de su sexo.

En ese momento pensé que era hora de reaparecer en escena, ya tenía clara la dirección que podrían tomar los acontecimientos.

Abrí y cerré la puerta de ingreso al departamento y dije con voz fuerte que ya estaba en casa.

Cuando entré a la habitación, Tatiana estaba casi completamente vestida, estaba colocando en su sitio la falta negra. Estaba algo sonrojada.

-Me dormí, disculpa. Es que tus masajes me relajaron tanto que me dormí a penas saliste de casa.

La tomé de la mano y la llevé hacia el pasillo. Al frente de la puerta de mi habitación nos detuvimos, apoyó su espalda en la muralla con las manos escondidas tras ella. La miré fijamente y colocando mis manos una a cada lado de su rostro, apoyadas en la muralla, me acerqué para besarla en los labios. Ella cerró los ojos, sentí como su respiración cesó cuando mis labios tocaron los suyos mientras yo cerraba los míos. Al retirarnos, nos miramos y ella me dijo:

- Creo que es hora.

 

Y nos despedimos en la puerta de su departamento.

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