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Categoría: Fantasías

Monos o Angeles 3

Cuelga el teléfono y dejando las llaves sobre el mostrador, sale a la dársena de la entrada, subiendo a uno de los remises estacionados. Diez minutos más tarde, hace detener el auto en una elegante esquina residencial. Desde la sombra de un árbol se despega la figura de Petrini y el periodista le estrecha la mano con aire furtivo, casi misterioso. Richard decide seguirle el juego y como una humorada, le habla casi en un susurro, totalmente consciente de que nadie los observa y menos los escucha. - ¿Está allí todavía? - A menos que haya salido por la puerta que da a la otra calle. pero no creo. - ¿Qué es esto? - Un prostíbulo de lujo disfrazado de club privado. ya sabe; alcohol, drogas, bisexualidad, perversiones. Eso sí: sólo para ejecutivos de alto rango, políticos y diplomáticos de ambos sexos, especialmente notorios y discretos. - ¿Y cómo sabe que Elena está allí? - Buenos contactos del oficio. La dueña es una amiga; le debo algunos favores como este, que le pagué con oportunas omisiones informativas demasiado calientes y me llamó por teléfono. - ¿Me dijo que hay otra salida? - Si, por la otra calle. entonces, váyase allí y vigile quién sale. Yo me quedare aquí para ver qué pasa. Petrini lo obedece y durante u rato, quieto en las sombras, Richard disfruta de la calmada noche primaveral del barrio porteño, mientras da un repaso a los acontecimientos vertiginosos de las últimas cuarenta y ocho horas. En medio del silencio lo alerta un sonoro taconear de pasos apresurados. Al pasar el hombre ante un farol, lo identifica como a Mariano Soria y corre a interceptarlo. Cuando este lo ve, mete la mano en su saco en un gesto evidente de desenfundar un arma, pero Richard le gana en el intento y tomándolo de la muñeca, se la retuerce y le quita la pistola, empujándolo luego contra la pared mientras Mariano se debate enfurecido. - ¡La Garrido está adentro. sáqueme las manos de encima! - Ella no se va a esfumar. Dígame qué pasa. - Vine a matarla. déjeme pasar! - Conmigo no se mande la parte. Tal vez ella haya intervenido pero no se olvide que usted mató a su padre. Además. ¿Cómo va a hacer para entrar allí? - Eso no le importa. - Ultimamente, todo lo que se refiera a los Soria me importa y afecta, así que yo voy a entrar en su lugar en ese sitio. Acentúa la presión de la llave con que sujeta a Mariano. -¿Ella lo llamó? Mariano maldice en voz baja y se retuerce, con lo que no hace más que acentuar los dolores de la toma. - Sí. hijo de puta!.Ella cree que yo sé todo lo que sabía el viejo y quiere hacer un trato. - Pero me imagina que a ese lugar no se entra golpeando la puerta y preguntado si por casualidad está Elena Garrido. ¿Cual es la contraseña? - Amparo. sólo pida con Amparo. Sin previo aviso, Richard afloja la llave, lo da vuelta y le pega un puñetazo. Mariano se desploma y lo arrastra hasta dentro del reducido jardín, escondiéndolo detrás de unos arbustos. Prolijando sus ropas, enfila decididamente hacia la puerta. Respondiendo a su llamado, esta se abre y una mujer joven y atractiva lo mira inquisitivamente. -Vine a ver a Amparo. La hermosa boca de la joven se abre en una espléndida sonrisa y lo hace pasar con un gesto casi versallesco. -Lo estábamos esperando. Siga por ese pasillo y entre en la segunda puerta de la izquierda. Richard obedece las indicaciones y, sin golpear, entra en el cuarto. La habitación está en penumbras, iluminada tan sólo por la luz rosada de un pequeño velador y la claridad que entra por el amplio ventanal. Sentada en la cama y apoyada en su cabecera, está Elena. Richard no puede menos que admirar la imponente e impactante belleza de la mujer: Sus formas plenas, maduras y sólidas, casi desbordando las transparencias del camisón y la rojiza cabellera aureolando su rostro casi perfecto pero de facciones que la edad revestía de experiencia y decisión, le otorgaban un aspecto de valkiria wagneriana. - Entre Soria. entre y cierre la puerta. El lo hace, va hacia la cama y se sienta a los pies de la misma. - Bienvenido. aunque lamento que nos encontremos en un lugar como este. - Pensé que era para estar en su ambiente. - ¿Realmente?.No lo esperaba de usted; esta no es una cuestión personal. Todavía está enojado por lo de la chica, no? - ¿No sería lógico? Yo la tenía y necesitaba toda la información que pudiera darme. - Y nosotros estamos enojados por la forma en que solucionó lo de su padre! - Ese fue un accidente. lo sabe mejor que nadie. - En todo caso, ese es problema suyo. Su padre ya está muerto y eso sí nos perjudica a nosotros. Quienes nos dan las órdenes lo querían vivo y ellos no simpatizan con fallas y excusas. Veremos si la chica es buena o mala sustituta de él. Pero eso no le concierne, es nuestro problema. Lo que sí nos concierne a los dos es el tema del dinero. - Entonces no cometa la idiotez de entregársela a sus jefes Si lo hace, nunca sabremos nada. - No soy tan idiota como supone. a voy a entregar cuando llegue el momento, pero no antes. - ¿Y donde la tiene ahora? - Sigue pensando que soy una idiota y se lo voy a decir porque es bonito. No se preocupe, con mi hermano está segura. Y. ¿A usted que le dijo su viejo sobre la plata? - Bastante. casi todo, pero si pudiera hablar con la chica, entre los dos podríamos reconstruir la historia completa. A ella no le interesa la guita, sólo quiere saber la verdad sobre su padre. entréguemela. - Ah no, mi querido.A usted le toca jugar primero y si me dice todo lo que sabe y, si me gusta.ya veremos. - ¿La tienen escondida en Rosario? Elena asimila inmutable la sorpresa de la pregunta: Levantándose de la cama, enciende un cigarrillo y se apoya pensativa en el marco de la ventana. Richard admira su cuerpo escultural, revelado a la perfección por el contraluz del exterior. Sabe que la mujer es consciente de la seducción que ejerce, pero decide seguirle el tren y saber hasta donde es capaz de llegar. Ella se da vuelta y lo mira fijamente a los ojos. - Uno de los dos debería aflojar; la cuestión es saber quien tiene más para negociar, pero como no confiamos el uno en el otro. - Y. por ahora, yo tengo más. Elena sonría con sugestiva picardía y con felina lentitud camina hacia él, deteniéndose sólo a centímetros, sabiendo que de ella emanan fragancias de primitiva sexualidad y la evidencia de un calor insoslayable. - ¿Podríamos darnos el gusto de confiar en el otro? - La estoy escuchando. - Mi hermano está consagrado a lo que él llama su misión; el pobre está un poco desquiciado por la desaparición del comunismo y los cambios que hay en el mundo. En realidad, no sabe para donde apuntar. y en parte no le falta razón. Pero, en definitiva, a él no le interesa el dinero. Entonces, esa fortuna está para ser repartida entre los más aptos, en este caso, usted y yo. Supongo que toda esa plata junto a usted, me va a hacer disfrutar más que junto a mi hermano. o no? - De acuerdo; muéstreme donde esta la chica y confiaré en usted. - Primero su versión de la historia. pero, ya que insiste, le voy a demostrar prácticamente lo que puede haber para nosotros, además del dinero. Con leve y ágil movimiento, se desprende de los breteles para dejar caer el camisón, mostrando la plenitud de su cuerpo desnudo. Tendiendo sus brazos, lo toma de la cabeza obligándolo a pararse y apretando su cuerpo contra el suyo, lo besa vorazmente en los labios. El siente a través de la camisa el calor y la turgencia de los senos, mientras una mano de ella juguetea con el cierre de la bragueta, extrayendo su miembro. Enardecida, lo empuja y los dos caen sobre la cama. Elena se desliza por su pecho con la lengua tremolante a la búsqueda del falo. En ese momento, la puerta se abre con estrépito y entra Mariano Soria. - ¡Elena. Elena. él es un impostor! Yo soy Mariano Soria. Demasiado dolorosamente, Richard comprueba las advertencias sobre la peligrosidad de Elena quien, respondiendo al grito de Mariano casi instintivamente, descarga sus puños cerrados contra los testículos. Junto con un sufrimiento insoportable, su vista se nubla y entre las lágrimas distingue sus figuras borrosas, mientras sus pulmones buscan oxígeno afanosamente. - Vámonos. póngase lo primero que encuentre y salgamos de aquí! ¿El llegó a contarle algo? - No. ¿El hijo de puta!.Lo voy a matar. - Hasta hace un momento parecía dispuesta a todo lo contrario. Déjelo, no vale la pena; no sabe nada y da golpes de ciego. Nosotros dos tenemos mucho más en común y es mejor que lo compartamos. Richard ha conseguido enfocar sus ojos y mira como Elena, envuelta en una elegante capa, se aproxima a él y en cámara lenta ve llegar su puño para estrellarse en su sien, hundiéndose en una oscuridad impenetrable mientras rueda desmayado. Rato después, reacciona bruscamente al sentir como un chorro de agua helada cae sobre su rostro. Sacude la cabeza y trata de ajustar la vista, Está acostado en el suelo y casi jocosamente, a pesar del dolor, advierte que no puede dejar de mirar con lujuria la entrepierna en dónde se pierden las monumentales piernas de la muchacha que le abriera la puerta. - ¡Ya me parecía que usted no era para Amparo! ¿Cómo está su cabeza? - Lo que me está matando no es precisamente el dolor de cabeza, pero gracias por preocuparse. - Por lo menos no le afectó órganos vitales. - le dice irónicamente la muchacha al tiempo que le tiende una mano sorpresivamente fuerte y lo ayuda a incorporarse. El se apoya tambaleante sobre el cálido hombro de la mujer que le seca solícita el rostro con una toalla. Richard pretende desasirse de la joven pero todo gira vertiginosamente a su alrededor y vuelve a la seguridad de sus brazos, alternativa que no le disgusta. - Gracias por ser tan confortable, pero ya estoy mejor. - ¿Seguro que se siente bien? No quiere descansar un rato o lo que resta de la noche conmigo? - No, gracias. Usted es muy generosa y le aseguro que en otro momento sabría como agradecérselo, pero no hoy. Sólo acompáñeme hasta la puerta y me recuperaré. ROSARIO, 18 de septiembre de 1996 17 hs Richard deja la revista en el asiento vecino, tras escuchar a la azafata que les anuncia su arribo al aeropuerto de Fisherton, a la par que les recomienda no fumar y abrocharse los cinturones. Minutos después y ya desembarcado, atraviesa la aeroestación, sube al primer taxi de la fila y le indica una dirección en el centro. Luego de un rato, el auto lo deja en la esquina de Corrientes y Córdoba, frente al imponente edificio de la Bolsa de Cereales y Richard se adentra en la elegante calle peatonal. Dos cuadras más adelante se detiene frente a un edificio de oficinas y tras comprobar la dirección, penetra al vestíbulo y sube por las escaleras al primer piso. Todo en él es lujo y sofisticación, pleno de fotos de artistas y modelos famosas, así como varios discos de oro y estatuillas de premios. Tan espectacular como el lugar resulta ser la recepcionista. - ¿Señor? - El señor Suárez, por favor. - No. él no está, pero lo atenderá su asistente. Levantándose, hace temblar la impasibilidad de Richard ante el despliegue de sus formas infartantes y lo precede hasta una soleada oficina, donde, aun no repuesto de la impresión, debe enfrentarse con otra sonriente beldad, quien le tiende la mano con desenvuelta familiaridad. - Mucho gusto, soy Marita, la asistente del señor Suárez. ¿Usted tenía algún tipo de cita con él, señor. - Green. Richard Green. No, no tengo cita, pero es muy importante que hable con él. - Lo lamento, pero no regresará hasta mañana. ¿Le puedo ser útil en algo? Richard apenas reprime la tentación de explicarle en cuantas cosas podría serle útil y, casi con resignación, le tiende la tarjeta de Petrini. Luego de leerla cuidadosamente, la chica se recuesta en su sillón y le sonríe expectantemente inquisitiva. - Necesito la dirección de uno de sus clientes o representados o cualquier cosa que sean. - Usted comprenderá que eso es confidencial. no estamos autorizados, pero, como lo manda Petrini. ¿Qué cliente? - Los hermanos Garrido. - Ah. pero ellos no son clientes nuestros. con sus antecedentes. - El no me dijo que fueran clientes de ustedes, sino que podrían ayudarme a ubicarlos. - No sé si debería, pero después de todo, no tenemos nada que ver con ellos. Girando su sillón, manipula en teclado de una computadora y finalmente, se da vuelta. - Lo siento; tenemos hasta sus datos antropométricos pero ningún domicilio conocido. Eso no me extraña. Se comenta que andan en cosas raras; drogas, extorsión, pornografía y otras yerbas similares. Sólo figura el lugar donde supuestamente trabajan como tapadera legal. El Oasis. ¿Le sirve? - Usted es un ángel. gracias por la molestia! Cuando se dirige hacia la puerta, ella le advierte. - Cuídese de ellos. no me disgustaría volver a verlo entero. ROSARIO, 19 de septiembre de 1996 3 hs Richard está apostado en la protectora seguridad que le da el zaguán de un viejo edificio, contratando con la chabacana parafernalia lumínica de los carteles del Oasis. Después de más de dos horas de espera y medio atado de cigarrillo, ve por fin salir a los Garrido del cabaret. Dejándolos alejarse media cuadra, emprende un discreto seguimiento que no se prolonga demasiado. A las cinco cuadras, los Garrido se pierden en el portal de una casa sencilla, cuya entrada está flanqueada por un ventanal con las persianas cerradas. Richard espera aun unos minutos, para luego, como un paseante más en la noche primaveral, pasar frente a la casa. Se detiene y sacando un cigarrillo, lo enciende calmosamente mientras examina de reojo la puerta, calculando las posibilidades de entrar. Ocupado en ese examen, no advierte a un hombre que se ha acercado sigilosamente a él. -Buenas noches, señor Green. Maldiciéndose internamente por su distracción, Richard se da vuelta, simulando sorpresa ante la presencia de Juárez. -Bueno. qué sorpresa! No imaginé que Ponce lo mandaría hasta aquí! Los Garrido están adentro y tienen a la chica. Juárez lo interrumpe con una expresión dura en su rostro y adusta, mientras saca la pistola y le apunta con ella. - Correcto. Muy bien, Mister Entrometido. Entre, por favor. - Deberíamos avisar a la policía. - Mire Green, no se haga el tarado. Es tarde y quisiera dormir – Mueve perentoriamente la pistola – Entre y no me cree problemas, sí? Abre la puerta con su llave y Richard penetra en una especie de vestíbulo, al final del cual hay otra puerta, evidentemente blindada. Juárez se acerca a ella y golpea alternativamente un código. Finalmente, esta es abierta por Raúl Garrido y Juárez empuja a Richard con la pistola al interior de un living. - Aquí lo tiene, Raúl. es Green, el americano. Este se aproxima a Richard y tomándolo por las solapas, lo sacude con una furia inesperada. - Si no fuera por usted, hubiéramos capturado a Soria con vida. ¡Mire ahora que qué lío estamos metidos! Súbitamente y pareciendo haber descargado su ira, lo suelta y palmeando amistosamente a Juárez, esboza una sonrisa. - Gracias Juárez. no sabía que estuviera con nosotros. - ¿Y quién le hizo creer eso? - Mariano Soria. Sentándose en un sillón, Juárez menea sonriente la cabeza. - Yo quiero lo mismo que él, que su hermana y usted; parte de la guita. Le traje este regalo y eso vale algo, no es cierto? - ¡Todos quieren algo de esa sucia plata! No es para ninguno de nosotros. Mañana arreglaremos la entrega de la chica a nuestros jefes y todos nosotros recibiremos apoyo para desaparecer. - ¡Usted está loco! ¿Acaso cree que voy a formar parte de su pandilla subversiva como está la cosa? - ¿Es que no comprende el valor de nuestra lucha? - Usted es el que está fuera de la realidad!. ¿No se da cuenta que el comunismo se acabó? Yo lo único que entiendo es por qué me juego el cuero y doscientos mil dólares es un buen precio por un tipo importado. No me diga que es caro ni me haga arengas políticas. Si no hay acuerdo, dentro de diez minutos ustedes son finados.Todavía soy alguien en la policía. Raúl lo enfrenta sin dejarse amedrentar por sus amenazas y ambos parecen estar dispuestos a la pelea, pero en ese momento entra Elena y se interpone entre ellos. Toma cariñosamente a Raúl por los hombros y le habla calmosamente, como a un niño. - Tranquilo, Raúl. estás muy nervioso y cansado. Vení, acostémonos un ratito así te relajás. Después, los dos juntos discutiremos con Juárez. Pasándole amorosamente un brazo sobre la espalda, lo va sacando de la habitación, pero antes de salir le ordena a Juárez. - Usted vigílelo y no la deje escapar. en un rato vuelvo. Con un gruñido de satisfacción, Juárez le indica a Richard que se siente y él hace lo propio con la pistola en la mano. - Ahora estamos libres para hablar tranquilos, Juárez. - No tenemos nada de qué hablar. - No. a menos que no le importe ganar nada más que doscientos mil dólares sobre un total de diez millones. - ¿Y va ha decirme que a usted sí? - ¿Sinceramente cree que me he metido en todo este lío, sólo porque me gusta como se peina Patty owen? - ¿Qué es lo que está pensando? - La chica confía en mi. ¿Cree que ella desconfiaría de usted si se lo presento como un agente de Ponce, lo que, además, es cierto? Juárez se levanta de su asiento, paseándose por el cuarto, meditando dubitativo. - No. me imagino que no. qué se yo; pero cómo. - Use su cabeza, tenemos que escapar con la chica! - ¿Vamos. usted me subestima solamente porque soy policía! Todo lo que quiere, en realidad, es escapar con la chica. - Le daría un diez por ciento. - Ahora que me acuerdo. Ponce me dijo que usted estaba buscando a un tal Farrant. ¿Cómo calza en esto? - Si, ese era el trabajo original, pero los caminos se cruzan y entre él y la chica nos llevaran a la plata. Claro, si usted prefiere jugarse por una pareja de viejos guerrilleros y desquiciados, por moneditas. El veinte por ciento, tómelo o déjelo. - Sin mi ayuda usted es hombre muerto. no lo dude. - Mierda. el veinticinco. - Un tercio o no hay negocio. - De acuerdo. de acuerdo. dividiremos por tres, pero me seguirá hasta el final. ¿Puede sacarnos de acá? En es momento los interrumpe la entrada de Elena que, un tanto desarreglada y transpirada, entra de la mano de Mariano, como dos jovencitos. - Juárez, lleve a Green adentro, con la chica. Todos necesitamos dormir un poco. - Mire Elena, yo no estoy interesado en la política. Por mi pueden ser comunistas, anarquistas o fascistas. todo lo que yo quiero es. - Para mí está muy claro lo que usted quiere pero eso lo discutiremos mejor por la mañana. Juárez indica a Richard que se levante y Elena los conduce por un corredor en el que abre una puerta. - Usted cubrirá la primera guardia y, vigílelos bien. Nosotros dos tenemos algo que hacer. Tomando cariñosamente del brazo a Mariano, entra al cuarto y cierra la puerta detrás de él. Juárez abre la puerta contigua con la llave que tiene colocada y, una vez dentro de la habitación, Richard ve a Patty sentada en el borde de una cama. Al levantar la vista, esta se levanta a y corre a su encuentro, abrazándose sollozante a él. Con una sonrisa sardónica, Juárez cierra la puerta con llave y apoyándose en ella, los deja tranquilos por un momento. Luego de que Richard ha calmado con besos y caricias a Patty, se acerca a los dos. - Bueno chicos. basta de mimos. Creo que la mejor forma de escapar será por la ventana. - Parece que lo pensó mejor. - Su oferta es más alta y, además, hay ciertas cosas en ellos que no terminan de convencerme. Como le dije; todavía soy policía. Como fondo de sus palabras, comienzan a escucharse los gemidos de Mariano y Elena, al compás del rítmico golpetear de una cama en la habitación contigua. -¡Esos sí que les sacaron ventaja a ustedes! Es una yegua. Aprovechemos para escapar, que el sexo provoca sordera. Va hacia la ventana y comprueba que esta cerrada por un pasador con candado. Sacando de su bolsillo algún tipo de herramienta, traquetea un poco en el cerrojo y consigue abrirlo. Abre la ventana, hace lo mismo con las persianas, asoma la cabeza a la calle y mira hacia uno y otro lado. - El campo está libre. yo saldré primero. Subiéndose al antepecho, salta a la vereda y desde allí tiende los brazos. - Ahora usted, señorita… Patty lo hace y cuando Richard está imitándola, suenan unos golpes en la puerta y la voz furiosa de Elena. - Juárez! ¿Qué está pasando?. ¿Qué son esos ruidos?. Abranos, Juárez! Richard salta a la vereda y corre siguiendo al policía que, con Patty de la mano, huye hacia la esquina. Suena un disparo y sin dejar de correr, se da vuelta para ver como Elena y Raúl están en la puerta, haciéndoles fuego. Alcanza a la chica y a Juárez y en ese momento ve como este se estremece al ser alcanzado por los disparos, pero continúa corriendo, ayudado por Richard. A cada paso se le hace más pesado y finalmente, tras de trastabillar repetidamente, cae de rodillas. - Parece que voy a morir siendo policía, nomás. - Le entrega un llavero. – El auto negro; póngalo en marcha que yo los cubro! Richard corre hacia el auto y lo pone en marcha. Paty sube por la otra puerta delantera y abre la trasera, esperando a Juárez. Richard la mira y menea la cabeza. - Es inútil. morirá siendo policía. Aun de rodillas, Juárez descarga su pistola, pero de pronto suena un disparo de Itaka y él cae despatarrado al suelo. Haciendo rechinar los neumáticos, Richard acelera a fondo y la puerta se cierra sola, mientras el vehículo se pierde en la noche. Rato después y ya con la primera claridad del alba, los dos entran a un hotel céntrico y mientras Richard esta haciendo los trámites para registrarse, Patty toma del mostrador un ejemplar recién llegado de La Capital, el matutino local. Mira la primera aplana y acercándose a Richard, le sacude la manga. - Richard. mirá esto! Este le da un vistazo al diario, pero lo que ve lo deja indiferente. - No veo nada en especial. - Mirá la foto de este hombre. -¿Y quién es? ¿Vos lo conocés? - Claro que sí. es Junco; formaba parte de la misión en Tucumán. Era de la Inteligencia del Ejército - ¿Y por qué está en el diario, con foto y todo? - Es que se escapó de la cárcel donde estaba acusado de asesinato y esperando el juicio. Mató a un guardia al huir y dicen que fue visto en el Norte. - Y da la casualidad que fue en Tucumán, no? - Si. - ¿No dicen a quién había asesinado? No dice el nombre, pero me parece que fue a causa de lo mismo que estamos buscando. Se cree que ellos habían hecho un trato previo sobre aquel dinero de la CIA, pelearon y luchando cayeron a un precipicio. Junco estranguló al otro, pero no pudo huir porque en la caída se había quebrado una pierna. Cuando lo encontraron estaba casi muerto y en su delirio confesó todo. Richard aplaude discretamente mientras ríe por lo bajo. - ¿Qué es lo que tiene todo eso de divertido? - Para ser una operación de la CIA, sólo le falta un jingle. Ahora todo el mundo sabe de los diez millones y, si Farrant y los Garrido no son idiotas, van a ir a ese lugar. Esto se está pareciendo a un drama griego; fuimos contratados por un hombre más muerto que vivo para encontrar a Farrant, su mujer mata a un hombre por él, el coronel Soria es asesinado por su propio hijo porque sabía lo que Farrant sabe.Juárez murió y los Garrido están locos; él por la política y ella por la codicia y el sexo. Te juro que Farrant ya forma parte de mis sueños o insomnios y será mejor que esté limpio, porque si no soy capaz de matarlo, pensando que un gran tipo sólo es un viejo tonto que se equivocó con él. - Todo un discurso, eh? Richard la toma del brazo y la lleva hacia la salida. - A veces hablo de más. Vamos. - ¿Adonde? - A Tucumán. - Eso no me lo perdería por nada del mundo. Quiero ver si descubro tu lado de los ángeles y si, tal vez, mi padre perteneció a él. TUCUMAN, 18 de septiembre de 1996 16 hs Richard y Patty salen de la protectora frescura del aeropuerto Benjamín Matienzo a la ya calurosa tarde tucumana y se encaminan hacia la cola de taxis, cuando Patty llama la atención de Richard. - Mirá quien te está llamando. Este se da vuelta y ve a Ponce que, apoyado en un auto, les hace señas que se acerquen. - ¿Cómo le va, Green. todavía no encontró a su amigo, eh? Pero veo que sí encontró compañía. La urdimbre comienza a tejerse. Suban al coche que los llevo al centro. Los tres lo hacen, Ponce adelante junto al chofer y ellos detrás. - Señorita Owen. ¿Qué espera encontrar en Tucumán? - Nunca fue un secreto y menos para usted. Saber cómo murió realmente mi padre. - Y a usted Green ¿Cómo le fue en Rosario con los Garrido? - Primero dígame donde está Farrant. - Ustedes los yankys. siempre regateando. Sí, Farrant está aquí. - Favor por favor; Juárez se puso de lado de los Garrido por parte del dinero y nosotros escapamos a duras penas. Ponce acusa el golpe de la traición de Juárez y por un momento se encierra en un silencio hosco. Luego reacciona y pregunta dubitativo. - ¿Está seguro de que Juárez nos traicionó? - El me entregó a los Garrido y luego nos ayudó a escapar, simplemente por que mi oferta fue mayor. Al huir, los Garrido lo hirieron y él se quedó a cubrirnos; si la sirve de consuelo, murió como un valiente, aunque suene a lugar común. Ponce asiente resignado con la cabeza y luego le ordena al chofer. - Doble a la derecha en la tercera y deténgase a mitad de cuadra. Cuando en auto se detiene, baja todavía apesadumbrado y abre la puerta trasera. - Salgan. - Cuando lo hacen, les señala un edificio cercano. – Farrant está en ese hotelucho, habitación 327. Haga lo que quiera con él. Una vez dentro del hotel y habiendo subido al tercer piso, Richard ubica la habitación, golpea discretamente y la puerta es entreabierta por Mariana, quien fija sus ojos asombrados en Patty. - ¿Qué está haciendo en la Argentina? Aprovechando su desconcierto, Richard la aparta y entra, encontrándose con una especie de living, pobremente amueblado. - ¿Donde está? Al ver una puerta interna, se dirige a ella, pero Mariana es más rápida y, poniéndose delante, le bloquea el paso. Sin brusquedad, pero firmemente, él la separa y penetra al cuarto, encontrando a Farrant totalmente vestido y recostado en la cama, fumando su enésimo cigarrillo a juzgar por el cenicero repleto de colillas que tiene sobre su pecho. Lleva barba de dos días y permanece impasible ante la entrada de Richard, quien avanza hasta los pies de la cama e irónicamente, le sonríe. - Hola Tartufo. También con una amarga sonrisa, Farrant acepta el sarcasmo del saludo. Se sienta en la cama y Mariana corre presurosa a su lado, tomándolo protectoramente por los hombros, mientras interroga a Richard. - ¿Quién es ese Tartufo? - Mí querida señora. Tartufo es el personaje de una obra de teatro de Moliere; es usado como ejemplo de hipocresía y falsedad y también porque, aunque todo sucede por su causa, sólo aparece en la escena final. ¿Entiende la analogía? Dígame Farrant. ¿Junco todavía no vino a verlo? Farrant se levanta y camina hacia Richard con las manos en los bolsillos. Todo en su aspecto denuncia a un hombre vencido o abrumado por el pasado. - En eso no voy a ayudarlo ¿Quién es usted, qué es lo que quiere.También su porción de la plata? - Ni usted ni nadie tiene la cantidad suficiente. - ¿De qué está hablando? - De fe, congresal. La fe que Finn tiene en usted. Por eso estoy aquí por Finn y por mí. Yo no sabía nada de esa plata hasta hace tres días. Ahora hábleme de Junco. sé que lo conoció aquí, pero ¿Qué lo unía a él como para volver a ayudarlo después de tanto tiempo? Farrant se pone ambas manos en la nuca y mirando al techo como buscando concentración, se pasea por el cuarto. - Es gracioso lo de Junco. era un idealista; como él mismo decía, un patriota. Nuestra relación fue corta pero intensa. Siempre metidos en el monte, rodeados por la espesura, los bichos y con un calor infernal que destrozaba los nervios. Me parece que usted no estuvo en Nam, pero era igual que con Charlie, territorio indio. Cada árbol podía esconder un enemigo, cualquier baqueano podía serlo y la amenaza constante de las trampas, infernales. Después no lo vi más. Hace poco tiempo me escribió desde la cárcel, pidiéndome ayuda.pero me equivoqué al venir. - ¿Por qué, el idealismo de Junco se convirtió en fanatismo? - No. no en fanatismo; a menos que pensar día y noche en esos diez millones sea fanatismo. Yo creo que es un insano. no confía en nadie y un hombre solo no puede llegar al sitio donde estan escondidos o, donde Junco dice que están. - Y usted no cree que aun esté allí. - No. No lo sé. - Y, aun así piensa ir con Junco. - Yo soy el tipo perfecto para hacerlo. no me importa ese dinero, no lo codicio; soy muy rico. Pero tengo otra razón para querer ir. ¿Sabe? Era una típica decisión de tiempos de guerra. Owen, Clarck y yo debíamos elegir a que bando dárselos. Eramos muy Jóvenes. no tengo otra excusa. Clarck y yo arreglamos con el ERP, pero Owen se opuso. - ¿Mi padre había tomada la decisión correcta? - Perdón por no saber que usted participaba de esta reunión de intereses, señorita Owen. Verá; Clarck y yo estábamos tan seguros de nuestra decisión como sólo la juventud lo está de sus actos, con o sin razón. Tal vez hubieran influido algunas cosas que tuvimos que hacer en Vietnam que no nos habían parecido del todo justas. Su padre iba a arruinar nuestros planes. quería dárselos a Soria. Teníamos que hacer algo rápidamente. y qué mal lo hicimos. Entregamos a su padre a los Garrido, bajo promesa de que no sufriría ningún daño. Dos días después hubo un combate y los Garrido me dijeron que le entregaron un arma para que se defendiera y murió en la refriega. En realidad, nunca supe lo que paso; quizá él quiso escapar y ellos lo mataron. De todas formas, yo soy tan culpable como ellos. Esa es la verdadera razón por la que he vuelto. Tengo que descubrirlo para saber si merezco ser vicepresidente. - ¿Y, cómo lo va a descubrir? - Junco dice que puede encontrar el dinero y la tumba. él era de los Servicios pero trabajaba para los Garrido. Si hay alguien que lo sabe, es él. -¿Y los Garrido no? - Usted no sabe lo que es el monte. hay que ser muy ducho para distinguir un sitio de otro. continuamente había emboscadas, combates relámpago y mucha, mucha confusión, sin un frente definido, con informadores doble. era un infierno. Al amanecer me encontraré con Junco e iremos allí. -Aunque no le guste, nosotros también. Hechos los arreglos del viaje, Patty y Richard salen del hotel y mientras caminan por la vereda, un auto de pone silenciosamente a la par y Ponce, asomándose, les hace señas para que se detengan. - Suban y cuéntemenlo todo. Ellos obedecen y el coche arranca internándose en las calles céntricas de la ciudad. - Farrant va a llevarnos con Junco. - Lo esperaba. sí; estaba seguro. - ¿Sabe? No me importaría nada si usted y sus intocables nos siguieran secretamente. - ¿Está seguro? - Podría ser necesario. las mujeres vendrán con nosotros y sería tranquilizador saber que ustedes andan cerca. Pero no intervenga a menos que lo llame o que la cosa se ponga muy fea. ¿No ordena nada más, su excelencia? - No se burle. Sí, necesito un arma. -¿Y si nosotros apresáramos a Junco apenas esté a mano? - Sé que no lo hará. la plata, recuerda? - Esa maldita guita. ¿ es verdad que es por ella que se metió en todo esto? - Sí. por ella y alguien más. ¿Cerramos trato? Dándose vuelta, Ponce le tiende una pistola y varios cargadores. De acuerdo, burro; usted gana. TUCUMAN, 19 de septiembre de 1996 6 hs En el fresco amanecer, el espeso monte tucumano encajona al estrecho sendero de tierra por el que el Jeep, manejado por Farrant a cuyo lado va Mariana, trepa lentamente uno de los escabrosos montes de la sierra. Richard y Patty, sentados en la parte trasera, se sostienen a los lados para atenuar las sacudidas del poceado camino. - Esto no es precisamente Central Park. ¿No creen? Se llama la sierra de La Ramada. Cerca de El Sunchal hay un rancho abandonado. Junco está escondido allí. - ¿Y por qué justo en ese rancho? - Dice que los Garrido llevaron allí al sargento Owen antes de que “muriera” y que está cerca de donde escondieron la plata. El vehículo se adentra en otra casi invisible senda y luego de dar varias vueltas por la espesura, Farrant frena el Jeep en seco, apagando las luces y el motor. Alarmado por su actitud, Richard saca el arma y se inclina hacia él. - ¿Qué es lo que pasa? - Parece que perdió sus reflejos. ¿No ve que hay un auto escondido cerca del rancho? Se supone que esté abandonado y Junco no tiene auto. Richard, que verdaderamente ni siquiera había distinguido el rancho, mira atentamente hacia donde le señala Farrant y alcanza a vislumbrar entre los árboles el brillo de una carrocería. - Tiene razón. y se ve una luz en el rancho. - ¿Qué hacemos? El único que tiene arma soy yo. Quédense aquí. Ya está saliendo el sol; si en media hora no vuelvo, decidan ustedes que hacer. Desciende del Jeep con el arma en la mano, corre agazapado y silenciosamente hasta la casa evitando los pocos lugares descampados, recuperando, como le dijera Farrant, sus olvidados reflejos de combate. Cuando finalmente alcanza el rancho, se desliza pegándose a sus paredes hasta una abertura que hace las veces de ventana, con una arpillera como burda cortina. Con el cañón de la pistola entreabre la tosca tela, observando que en el interior, iluminado por una lámpara de kerosén, hay una silla en el centro del cuarto y, amarrado a ella un hombre que, supone, debe de ser Junco. Enfrentada a él está Elena, desgreñada y con la camisa semidesprendida que deja entrever sus desnudos pechos sudorosos, mientras agita en sus manos un ancho cinturón de cuero. El torso del hombre está surcado por rojos lamparones, algunos ya sangrantes, fruto del brutal castigo que no cesa al tiempo que la mujer lo interroga. - ¿Dónde está?. Decime donde está, boludo o querés que te haga mierda? Junco gime pero insiste en menear la cabeza negativamente. Tironeándole del cabello, Elena echa su cabeza hacia atrás y, finalmente, enojada por su tozudez, le da un puñetazo y la cabeza del hombre cae sobre su pecho, exánime. Mariano se da vuelta con asco y sale del rancho. Camina vacilante unos pasos y, apoyándose en un árbol, vomita. Saliendo del rancho, Elena va hacia él y trata de acariciarlo, pero el hombre la rechaza con un gesto exasperado. - Era necesario, Mariano. - Por favor. dejame tranquilo! - No te preocupes. acabará por decirnos donde escondió la guita. - Necesito tomar algo fuerte. - En la guantera hay una petaca. Los dos caminan hacia el coche y Richard los sigue, protegiéndose en la espesa vegetación. Mariano abre la portezuela y saca de la guantera una chata botella de vidrio. Entretanto, Richard ha rodeado el coche agazapado. Elena se planta frente a Mariano que se ha sentado con las piernas hacia fuera y arrebatándole la botella la tira al suelo,. El quiere protestar pero ella, atrapando su cabeza entre las manos, lo besa ansiosa y ardorosamente en la boca. Mariano la abraza y ella abre frenéticamente los pantalones en busca de su miembro al tiempo que los dos ruedan al piso. Mariano termina de sacarle la camisa y hunde su boca en los opulentos senos en tanto que Elena, levantándose la falda, abre sus piernas encogidas buscando la penetración. En ese momento, Richard sale de su escondite y les apunta con su arma. - Siento mucho ser tan inoportuno. levántense lentamente y sin alzar la voz, por favor. Obnubilados por la pasión, Mariano y Elena tardan en tomar conciencia de la amenaza, pero luego reaccionan y se incorporan de un salto. Con los pechos temblando por la fuerza de su ira, Elena lo mira echando chispas por los ojos y aun jadeante le reprocha. - Siempre usted. en algún momento espero tener la oportunidad de matarlo. - Y usted siempre tan vehemente en sus propósitos. Vamos al rancho, con cuidado y en silencio. El se distrae cuando ella se agacha a recoger la camisa y en ese momento siente la presión de un arma en la nuca y la voz de Raíl a sus espaldas. - Suelte el arma y siga a los chicos. Richard deja cuidadosamente su arma en el suelo y Raúl la recoge, poniéndosela en la cintura. Mientras Elena se pone la camisa en medio de groseras maldiciones, los cuatro caminan hacia el rancho y, ya en su interior, obligan a Richard a sentarse en un rincón, sobre el suelo de tierra. Junco da señales de reaccionar y Elena toma de nuevo el cinturón y ya se dispone a castigarlo de nuevo, cuando este, con el rostro surcado por lágrimas de dolor, balbucea. - No. no me peques más, por favor. los llevaré. Les juro que los llevaré. Se escuchan ruidos en el exterior y, espiando por la arpillera, Raúl mira hacia fuera y luego, abriendo la puerta de golpe, sale rodando por el piso. Se escuchan ruidos confusos y luego, claramente, tres disparos y el profundo silencio posterior inmoviliza a los ocupantes del rancho, situación que aprovecha Richard para levantarse de un salto, pegando con la cabeza en el vientre de Elena quien, soltando el arma cae dolorida. El se apresura a recoger la pistola, pero no puede evitar que ella advierta a su hermano. -¡Raúl! Cuidado. ¡Green está armado! Desde afuera se escucha la potente voz de Raúl que con ira contenida pero segura de quien maneja la situación, le ordena. - ¡Green! Asómese a la ventana. sin miedo; no voy a dispararle. Richard aparta prudentemente la cortina y mira al exterior. Lo primero que ve es a Patty y Mariana a unos cinco o seis metros de la casa con las manos en alto y delante de ellas, claramente iluminado por el sol que ya deslumbra, el cuerpo inerte de Farrant. Raúl está fuera del alcance de su vista, protegido por algunos bultos que hay en la galería. - Le doy diez segundos para que le entregue el arma a mi hermana, si no, las mato. Uno. dos. tres. cuatro. Evidentemente aun dolorida, Elena se acerca a él y le tiende la mano con una sonrisa triunfadora. - cinco. seis. siete. ocho. Richard echa un vistazo a las atemorizadas mujeres, al cuerpo inmóvil de Farrant y luego, con un gesto de amarga resignación, le tiende la pistola ala mujer quien, tras encañonarlo, tranquiliza a su hermano. - Ya está, Raúl. podés entrar. Instantes más tarde, la puerta se abre y entran Patty y Mariana a los trompicones, empujadas por Garrido. Alelada, casi catatónica, Mariana balbucea con en una letanía. - Robin. mi Robin murió. él lo mató como a un perro. A pesar de la amenaza de la pistola, Richard avanza hacia ella y la abraza protectoramente. Raúl se desentiende de ellos y desata a Junco. - Salgamos rápido de aquí. estos no deben haber venido solos. Sosteniendo a Junco, lo arrastra hacia fuera y los demás lo siguen, empujados por la amenazadora pistola de Elena, quien ya se ha recobrado totalmente del golpe. Cruzando el pequeño claro, se dirigen hacia el auto y, al pasar junto al cadáver de Farrant, Mariana intenta acercársele pero, evitando un represalia por parte de Elena, Richard la sostiene firmemente. Llegados al coche, Raúl se ubica al volante, Mariano a su lado y Elena junto a la puerta, manteniendo con su pistola la amenaza a los demás, que se apiñan en el asiento trasero. Viajan por senderos perdidos en el monte en los que, siguiendo las instrucciones de Junco, Raúl conduce diestramente. Finalmente, emergen del bosque a un descampado, al borde de un precipicio que forma parte de una quebrada, estrecha y profunda. Raúl y Elena bajan del auto; mientras él les apunta, ella saca del baúl un rollo de soga y luego todos descienden la pendiente que los lleva al borde del abismo. Una vez allí, Elena trata de atar la soga al cuerpo de Junco, pero este retrocede espantado. - No. no. Elena. Yo no. No puedo, aunque quisiera, estoy muy lastimado. Ella le pega un cachetazo con el dorso de la mano, pero él, decidido, corre hasta el borde del barranco. - Prefiero que me empujes y terminemos de una vez con todo. Total. ya estoy muerto. Raúl sonríe y tomando la soga de manos de su hermana, se aproxima a Richard. - Si Junco no quiere, tenemos un reemplazo. Acérquese Green. Cuando está a su lado, pasa la soga por los hombros y cintura, formando un improvisado arnés. - Junco dice que a diez metros, en un reborde, hay una cueva. allí está la guita. - ¿Y qué pasa con la otra punta de la soga? - Ni piense en tratar de soltarse y escapar. hay doscientos metros hasta el fondo. – Con la otra punta en la mano, se dirige a Mariano. – ¡Atese la soga! - No. él no. No ve qué está loco por matarme? – Exclama Richard al tiempo que busca desatarse. - .pero quiere la guita. - ¡Entonces que vaya él y yo lo sostengo! Raúl bufa impacientado y hace una seña a Elena con la cabeza para que esta, tomando a Patty de un brazo, la lleva hacia el borde. - Cuando yo te diga, empujála. - Pare. pare. Voy a bajar, pero a ella déjenla tranquila. Raúl empuja a Mariano que ya se ha atado la soga a la cintura hasta una roca y lo hace sentar en el suelo, apoyando los pies en la piedra. - Elena le irá dando soga y usted, Mariano, sólo aguantará si a ella se le resbala. Y no haga ninguna idiotez! Ya en el borde del precipicio, Richard se pone de espaldas a la quebrada y, cuando Elena tiene tensa la cuerda, se acuesta boca abajo dejándose deslizar por la pared rocosa, utilizando los pies para evitar girar. Tras varios minutos, lentamente llega un amplio reborde y un par de metros más allá divisa la entrada a una cueva, poco más que una grieta. Camina hacia ella y comprueba que, sin ser muy profunda, su interior es lo suficientemente grande como para estar de pie. Avanza un par de pasos y tropieza con un bulto Es un esqueleto cubierto por un uniforme de campaña que tiene las jinetas de sargento. Se arrodilla a su lado y comprueba que la chaquetilla tiene dos agujeros en el pecho y el cráneo del esqueleto también está perforado. Con cuidado, le quita la chapa de identificación que lleva al cuello y la guarda en el bolsillo trasero del pantalón. Junto al cadáver hay una mochila de tela impermeable. La alcanza y al abrirla, comprueba que esta llena de fajos de dólarrs. La levanta dificultosamente y saliendo al reborde, tira de la soga y grita. -Súbanme. la encontré! Colocándose la mochila, trepa hasta el borde y tras avanzar unos pasos, se la arroja al grupo, que la rodea como a un objeto mágico, inmóviles y absortos por la fuerza que su contenido ejerce sobre sus ambiciones. Aprovechando esa distracción, Richard camina hacia la roca, ata el resto de la soga a ella y pegando un tirón, trata de arrastrar a Mariano junto a él para escudarse con su cuerpo, pero este trastabilla, pasa a su lado velozmente por la pendiente y cae al abismo, quedando suspendido de la cuerda. Ante su alarido, todos reaccionan y Raúl, sacando la pistola encañona a Richard. -Se pasó de rosca, Señor Astuto. me parece que voy a matar dos pájaros de un tiro. Elena salta sobre él y lo aferra de un brazo, intentando que suelte la pistola, mientras se escuchan los gritos desesperados de Mariano desde el barranco. -¡No, Raúl,. no. a Mariano no! Los dos hermanos se trenzan en lucha y Richard intenta correr hacia ellos pero resbala. Con ese movimiento, sumado al peso de Mariano, la soga se desprende de la roca y Richard el arrastrado por Soria. Mientras trata de afianzarse con los pies, consigue desatarse y al mismo tiempo sostener a Mariano, pero el peso es excesivo y al sentir que pierde asidero, suelta la soga, que velozmente se desliza quemante entre sus dedos y finalmente desaparece en el abismo, junto con el grito espantoso de Soria. Richard observa que los Garrido, trenzados en una enfurecida lucha que tal vez sublima rencores y odios acumulados a lo largo de su vida, ni se han enterado de la caída de Mariano y, cuando corre hacia ellos, ambos ruedan por el suelo mientras se escucha un disparo. Elena termina por golpear a su hermano con una piedra en la cabeza y se para. Viendo a Richard correr hacia ellos, liberado de la soga, comprende lo que ha pasado. - . la soga!.Mariano.¡No! Sollozante y tambaleándose, llega hasta el borde donde, cubriéndose el rostro con las manos, llora desesperadamente. Richard llega junto a Raúl y tomando la pistola del suelo, termina de desmayarlo con un golpe en la sien. Junco, que ha sido el destinatario fortuito de la bala perdida, se arrastra hacia Elena y, aferrándola por los tobillos, tira hacia él para hacerle perder el equilibrio y ella cae al precipicio silenciosamente, sin gritar, como segura de ir al encuentro con Mariano. Richard corre hacia Junco y, dándolo vuelta, comprueba la gravedad de su herida, que empapa el pecho de sangre. Junco entreabre los ojos y susurra roncamente. - ¿Encontró al sargento? - Usted sabe que sí. ¿Por qué no me cuenta? - Yo era joven. muy joven y le creí. Quería creer que era por mi. ella.ella se me regaló para que yo le creyera y fuera leal. ¡Era tan linda! Pero no me quería. nunca quiso a nadie. a ningún hombre que no fuera su hermano, la muy puta. Yo los vi, sabe? Los vi revolcándose juntos, acoplándose como dos animales en celo.asquerosos pervertidos. - ¿Quién mató a Owen? - Yo. Yo sabía donde había escondido la mochila, que la iba a sacar para dársela a Soria. Me oculté de otro lado de la quebrada y cuando él bajó, le disparé tres veces con una mira telescópica. y yo nunca fallo. Siempre fui un buen tirador. Por esa sucia degenerada. nadie más sabía donde estaba la. Lo interrumpe un acceso de tos y arrojando una bocanada de sangre, se arquea para luego relajarse y morir. Richard se levanta y tomando de un brazo a la paralizada Mariana, la lleva hacia el auto. Luego, junto con Patty, cargan a Raúl y lo colocan en el piso del coche. Poniéndolo en marcha, trata de orientarse hacia el rancho por los senderos del monte. - Richard. ¿Mi padre, estaba allí? - Lamentablemente, sí. No me gustaría darte detalles. - No, ya no los necesito. En realidad, nunca me interesó saber cómo murió, sino por qué. Y, Farrant. ¿Estaba realmente del. -.del lado de los ángeles?. No estoy muy seguro pero quiero creer que sí, Al menos eso es lo que me gustaría pensar de él. Luego de deambular por acierta con el sendero correcto y arriban al claro donde está el rancho, pero ahora también hay un coche de la policía provincial, junto al que están dos uniformados y Ponce. Richard detiene el auto y camina hacia ellos en tanto que Ponce le señala ufano el cuerpo inanimado de Farrant. - Finalmente encontramos a su hombre! - Usted no se destaca por dar primicias. Como dicen por acá; no sea pelotudo! El murió delante mío, cuando usted ni siquiera había asomado un pelo. Ponce lo toma de un brazo para alejarlo del patrullero, confiándole en voz baja. - La culpa es de estos policías de cabotaje! Primero, se pinchó una goma. Después decían que estaban seguros de saber dónde habían ido ustedes por las huellas del Jeep y estuvimos como dos horas dando vueltas al pedo!. Cuénteme que pasó! -¡Déjeme de joder!.Para usted siempre fui un simple aficionado, solo porque soy nada más que un detective privado en mi país. Pero ustedes, los “profesionales”, son los que deberían de haber hecho todo el trabajo que hice yo! - Se da vuelta con un gesto de rabia, al tiempo que se pasa las manos por la cara. - Perdóneme, Ponce, lo siento.usted no se lo merece. Es este mundo de mierda el que está patas para arriba. - No se preocupe.- Ponce lo palmea afectuosamente. – Así es nuestro trabajo; el suyo y el mío. Los uniformados cargan el cadáver de Farrant en el auto de los Garrido y Raúl, esposado, ocupa el asiento delantero junto a uno de los policías. Mariana sube al patrullero, y los dos coches se preparan para partir, esperándolo a Ponce. - Una cosa más. quiero un certificado de defunción y un informe limpio para Farrant. - ¿Seguro que él lo merece? - Absolutamente, pero si así no fuera, piense en su mujer y su hijo. - De acuerdo, cuente con ello. Se estrechan las manos y Ponce, ascendiendo al coche policial, da la orden de partida Mientras los mira alejarse, Patty se aproxima a él cargando la mochila al hombro, tomándolo por la cintura. - Creo que tengo algo que será un buen recuerdo de tu padre. Mete la mano al bolsillo trasero del pantalón y, sorprendido, junto con la placa de Owen saca el sobre que le entregara el conserje. Lo abre nerviosamente y despliega un fax con sello oficial del partido. “Suspenda la misión. Finn ha muerto. Hughes.” FIN

Datos del Relato
  • Categoría: Fantasías
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