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Mis mujeres (IV): Dora (4)

Mire a través de la ventana de la habitación. Hacía un día espléndido a pesar de estar en pleno invierno. Los rayos solares proporcionaban un acogedor calorcito y me encontraba feliz bajo aquella agradable calidez. Tenía la frente apoyada en el cristal y miraba hacia la nada, completamente ignorante de que aquello no había terminado aún. La voz de mi madre me hizo volver a la realidad despertándome de mis meditaciones, a una realidad sorprendente, me quedaban pocas horas para tenerla cerca.



- Dora tiene que ir a LGR, está cerca de escasa una hora de coche, pasar por su casa, quiere ir de compras y visitar a unas amigas y solicita tu ayuda.



Y cuál era la ayuda? Había quedado para cenar con las amigas y tenía para hacer de canguro para el hijo de una de ellas, la verdad que no me lo pensé dos veces, estar cerca de ella, de paso vendría mi abuelo para unos asuntos suyos pero después volvería en autobús. En LGR, ella fue por su cuenta y yo acompañe a mi abuelo, después comimos juntos en la zona de tascas, dejamos a mi abuelo en el autobús y nos dirigimos a su casa, la de mis tíos.



Nada más traspasar la puerta me acerque a ella y la pegue contra la pared del pasillo.



- No deberíamos, comentó en voz baja.



- ¿Qué es lo que no deberíamos?



Ella empezó a agitarse cuando le puse sobre sus hombros mis brazos. Apenas nos separaban unos milímetros, por allí no podía pasar ni el aire. Notaba sus pechos agitarse por la presión de mi torso y sus caderas atrapadas por mis piernas. Un delicioso aroma entraba por mi nariz. Me empujó para poner distancia entre ambos.



- ¡Ahora no! me gritó, mientras marchaba por el pasillo



- ¿Por qué?, con fuerza y por detrás la cogí de la cintura.



- ¡Te he dicho que ahora no! volvió a empujarme.



- ¿Y dejarme así? Yo seré un sinvergüenza según tú dices, pero tú eres una guarra que te has aprovechado y jugado conmigo como has querido y cuando te ha apetecido.



Mis palabras le alteraron de tal manera que cuando se revolvió de golpe ya no tenía un rostro amable y cálido, sino hirviente y lujurioso, a la vez recriminando mis palabras, pero no le dio tiempo, le rodee con mis brazos para inmovilizarla y su boca fue invadida por mi lengua. Pasados unos segundos percibí cómo se iba relajando dejándose llevar y esto me hizo estar más excitado si cabía. Baje su mano derecha al bulto de mis pantalones. Ante un suspiro de ella, no vacile ni un minuto, lleve mis manos hacia la cintura y empecé a levantarle el pullover que a la vez le hacía de corto vestido. Ya no era suficiente sentirla de aquella forma, quería notar el calor de su piel y percibir en mi lengua el sabor de los pezones a través de la tela del sujetador. El calor era abrasador, le quemaba la piel, se apartó un poco y echó la cabeza hacia atrás, apoyándose en la pared.



- Ven sinvergüenza, pero te recuerdo que esta guarra tiene una cena y no quiere llegar tarde.



Cogiéndome de la mano, con una leve sonrisa, abandonamos aquel lugar del pasillo entramos en una sala. La atrape de las caderas y la alce para posarla en algún sitio, con un vistazo rápido me decidí por el sofá, la pose con delicadeza sin apartar ambas bocas ni separarme de ella. Una vez colocada tal como deseaba, mis labios abandonaron los suyos y mis manos empezaron a hurgar sobre la ropa, se despojó del pullover. Al mismo tiempo que la besaba, deslice los dedos por debajo de la cinturilla de los leggings, recorriendo la goma elástica de las braguitas rozando el vello púbico, luego continué por las caderas y quedarme parado en la base de la espalda, acariciando con los pulgares para introducir las manos totalmente por debajo de la tela, recorrí las nalgas apretándolas, buscando la unión entre ellas hasta dar con el coxis, presionándolo, escurriéndose ahí con el índice una y otra vez hasta sentir que la espalda se arqueaba contra mí, empecé a oír jadeos saliendo de su boca, continué el recorrido por las nalgas, bajando por su grieta, acariciando y apretándole el ano a su paso, para abandonarlo en pos del perineo, deteniéndome aquí entre los labios buscando la humedad, impregne los dedos en ella y volviendo a subir por las nalgas, deteniéndose un poco más en la entrada del ano para acabar de nuevo en la base de la espalda.



Me apercibí que sus piernas temblaban y se abrían sin poder evitarlo. Le di un beso y la mire a los ojos leyendo la pasión en ellos, luego lamí sus mejillas, su barbilla, sus manos desabrocharon el sujetador y sus pechos saltaron como accionados por un resorte, se los acaricie suavemente me arrodille y aferrándome a los leggings se los fui deslizando por sus caderas para bajarlos por sus muslos.



Mis labios bajaban a la par que mis dedos, caminando por sus muslos con tiernos lametones y delicados besos, me incorporaba y volvía de nuevo a los pezones mordisqueándolos suavemente con cierta malicia y escabulléndose hacia el ombligo, por fin los leggings abandonaron sus pies, ella soltó las manos de mis hombros y me sujetó la cabeza, abrió más las piernas inclinando hacia delante las caderas, instándome con sus manos a que la besara donde en esos momentos era imprescindible, pero la ignore.



Quería ser yo quien marcase los tiempos, me senté en el sofá y le indique que se pusiera de rodillas mientras le señalaba el bulto del pantalón.



- Eres un sinvergüenza, cuanto has aprendido.



- Tengo buena profesora.



Se arrodilló entre mis piernas y llevando una mano hasta mi entrepierna, comenzó a deslizarla sobre mi miembro. Me frotaba la polla sobre el pantalón con la palma abierta, apretó la mano, agarrando mi pene con firmeza, describiendo su contorno por encima de la ropa.



- Parece que tu amiguito va a estallar ¿eh?



Sus diestras manos abrieron mi cinturón y desabrocharon mis pantalones, bajándolos lentamente y quitándomelos por completo. Después repitió el proceso con mis boxers, pero se quedaron enganchados en mi torturado pene, así que tuvo que manipular mi polla para liberarlos, lo que provocó nuevos pinchazos de placer. Por fin, los soltó y fue deslizándolos lentamente por mis piernas, de forma absolutamente enloquecedora.



Mi polla surgió orgullosa de su cautiverio, estaba completamente enhiesta, pegada a mi ingle, con el rojo capullo asomando, brillante por los líquidos pre seminales que de allí habían surgido. Yo miraba hacia abajo, contemplando sus maniobras. Sus pechos colgaban sobre mis rodillas, como fruta madura, sus ojos estaban fijos en mi erección, con el brillo de la lujuria reflejado en ellos. Colocó sus manos a los lados de mis caderas y poco a poco, aproximó su boca a mi entrepierna. Por fin, apoyó la lengua en la base de mi miembro, lentamente la lamió desde abajo hasta la punta, como su fuese un helado. Comenzó entonces a chuparla muy despacio, con su lengua, con sus labios, pero sin emplear nada más, pues sus manos se habían apoyado en el suelo. Por fin, introdujo mi glande entre sus labios, y mientras lo mantenía así, comenzó a describir movimientos circulares con su lengua alrededor de él. Poco a poco fue levantando mi polla, poniéndola en vertical, usando para ello tan sólo su boca. Cuando la tuvo en posición, apretando con fuerza los labios mientras lo hacía, deslizando su boca por todo el tronco, ciñéndolo con su garganta, hasta que llegó al fondo tragándola entera. Se mantuvo así unos segundos, haciéndome sentir el calor y la humedad de su boca alrededor de mi polla, que estaba a punto de estallar.



Por fin empezó una mamada en toda regla, subiendo y bajando sobre mi cipote, chupando, mordiendo, lamiendo, pero siempre con la boca, sin separar las manos del suelo.



CONTINUARA...


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