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Categoría: Confesiones

Mis mujeres (III): Dora (3)

La comida de Navidad fue todo en amor y compañía, como se dice. Yo contemplaba a mi prima, pero ella parecía tan tranquila, como si nada hubiera ocurrido. Yo no podía mirar sin ver, pensar en todo, su cuerpo, sin percibir su olor, su humedad. Este día los mayores prácticamente no se levantan de la mesa, además visitas de familiares y amigos, charlas y comida con sus respectivas bebidas, canciones...



Era el final de la tarde, estábamos en un salón aparte del comedor yo tumbado jugando en el suelo con alguna de mis primas más pequeñas. Solo los pequeños abandonan la mesa para ir a jugar, otros habían desaparecido, Dora sentada en un sillón leyendo un libro.



De pronto, con una sonrisa turbadora, dijo:



- Vamos a arreglar un poco mejor el Belén.



Se levantó y se dirigió a la mesa donde estaban todas las figuritas. Cambió dos o tres de lugar, puso unas palmeras en otra parte.



- Ayúdanos, venga, no seas vago... obligo a las pequeñas que cogiéndome de las manos, me levantaran llevándome junto al Belén.



- Venga acerca los Reyes al Portal y ponlos en fila -dirigiéndose a mí.



Empecé a hacer lo que me había dicho. En ese momento, la noté por detrás. Había pegado su cuerpo al mío, un brazo me rodeaba, como para mover una de las figuritas, su pelo sofocaba mi cara, notaba sus muslos contra mi culo, sus pechos duros contra mi espalda, su olor, ah... su olor, su aliento junto a mi boca. Ni que decir tiene que mi polla tardó medio segundo en activarse. Dora siguió apretándose contra mí, el roce empezó a ser frotamiento. Yo no sabía qué hacer, inmóvil sudaba internamente. Dije algo sobre el Belén:



- Hacen falta más pastores.



- Y unos pavos... algo así, soltó ella.



A los apretujones de mi prima, se unió ahora un suavísimo besito de sus labios en mi oreja, ¡Dios mío, me empalmo aún sólo con recordarlo!



- Qué tonto eres -susurró, gatuna- Pavos... Buen pavo estás tú hecho.



No podía soportar más aquella sensación. Me volví, intentando huir de su abrazo, pero lo único que logré fue tirar cuatro o cinco corderos, un frotamiento más inolvidable aún de sus pechos, de sus muslos, su vientre, ahora peor todavía, pues estábamos cara a cara y ya no era mi culo lo que se fundía con ella, sino mi polla, que reventaba el pantalón.



Sentí una vergüenza insoportable. ¿Qué hacer? Pero fue ella la que, como la cosa más natural del mundo, sonriéndome y clavando en los míos sus ojos, que parecían el amanecer del mundo, empezó a acariciarme el bulto de los pantalones.



Se dirigió a las pequeñas y les dijo que ellas continuaran arreglando el Belén. Se oían las voces y las risas cada vez más fuertes que llegaban del comedor, es de suponer que las bebidas hacían su efecto.



Me llevó hasta el sofá. Me sentó a su lado, cubrimos medio cuerpo con una manta, con una mano sostenía el libro haciendo ver que leíamos sin dejar de apretarme la polla y sin dejar de sonreír tomó mi mano y la pasó bajo la manta colocándola entre sus muslos, llevaba una falda ancha con calcetines hasta la rodilla.



- ¿Sabes que eres un sinvergüenza? ¡Ah! qué primo tan sinvergüenza tengo... pero me encanta que lo seas.



Note de nuevo la dureza y la frescura de sus carnes.



- Sube la mano y tócame.



Y lo hice. Mientras yo la acariciaba, ella abría cada vez más las piernas bajo la manta, superé los muslos y alcancé la tela de la braguita.



- Sinvergüenza, eres un puto sinvergüenza, me repetía al oído.



Quise levantarme, que me tragase la tierra. No pensaba sino en salir de aquella habitación, esconderme, huir.



- ¿Qué... pero qué hacemos?, le dije casi balbuceando.



Con una mano me acarició la cara con cariño. Creo que había ternura en sus ojos, cuando me dijo:



- Ojalá pudieras metérmela aquí mismo. Dios mío, Virgen Santa, ojalá.



Paseé los dedos por encima de la tela de la braga. A través de la tela húmeda podía notar los labios abiertos, hinchados su clítoris tenso, apetecible, lo atrape entre dos dedos pellizcando suavemente, aumentando la presión gradualmente a la vez que su espalda se arqueaba vibrando.



- Por favor por dentro de la braga, tócame, por favor -dijo susurrando.



Cada vez más abierta de piernas entré mis dedos por debajo de la tela.



- Que tus dedos sean tu polla, sigue por favor, follame.



- ¡Sí, así, sí, sigue! -me pedía cada vez más ansiosa. Cuando alcance de nuevo la pequeña protuberancia carnosa.



- ¡Oh, Dios mío, sí, sí, sí...! ¡Oh, sigue, sigue, sigue...!



De pronto aprisionó fuerte mi mano cerrando los muslos, sus piernas temblaron, le brillaban los ojos. Sacaba la lengua y lamia sus labios, respiraba ansiosa. Se había corrido, yo seguía con mis dedos dentro, cuando los saque los introduje en mi boca y los chupe.



Entonces me di cuenta que nos habíamos quedado solos en la sala, en el comedor seguían los canticos y la risas, me levante y corrí al lavabo para hacerme una soberana masturbación, pase a mi habitación para meditar y repasar en mi cabeza todo lo que me había sucedido en menos de 24 horas, la noche anterior, lo ocurrido aquella tarde esperaba que nadie se hubiera dado cuenta. Tarde en volver y cuando lo hice, nervioso pues supuse que notarían mi ausencia, algunos de los familiares y amigos se habían marchado los que quedaban se preparaban para cenar algo.



Allí estaba Dora, entonces la miré a los ojos. De repente me puse rojo como un tomate. ¡Ella no me miraba a los ojos! La picarona me estaba clavando la mirada en mi bulto delatador. La situación también hizo que ella se sonrojara por lo que me sentí algo aliviado al no ser el único que se sentía incómodo. Se limitó a sonreír.


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