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El día que amanecí desnudo al lado de esa señora gordita de cabellos cortos y esponjados, me costaba creer que había vivido una de las noches más lujuriosas de mi vida. Había gozado tanto con su ternura, sus ocurrencias y su sexo que me convencí esa mañana que la sabrosura de una dama no está en el físico solamente, sino en el espíritu. Ni siquiera su edad de 43 años, 16 mas que yo, eran un óbice para sentirme tan realizado sexual y afectivamente. Le di gracias a Dios por haberme topado con esa mujer. Miriam había sido mi compañera de trabajo en una compañía en la que trabajé temporalmente hacia algunos años, pero ni por asomo pensé yo que alguna vez fuéramos a estar desnudos en una cama.
Me levanté despacio para ir al baño sin dejar de contemplar su espalda y sus nalgas abundantes al aire. Su breve estatura le daba cierto aspecto de niña mayor muy curiosa. Miriam, la señora Miriam me había hecho sentir como un mismo volcán en erupción.
Me estaba bañando bajo la ducha y la sentí levantarse desesperada por hacer chichí. Le dije que entrara y desnuda ingresó en el pequeño baño con su rostro hinchado de tanto dormir; todavía tenía en sus mejillas rosadas y gordas las líneas dibujadas de la almohada. Me sonrió y se sentó en el inodoro. Enjabonado como estaba, yo cerré los ojos y me divertí escuchando el chorrito de su orín caer. Luego se fue al lavamanos y se cepilló los dientes, la miré; estaba de perfil y sus senos grandes rebotaban con el insistente movimiento de su brazo al cepillar su boca. Empecé a sentir deseos otra vez y mi pene empezó a reaccionar. Terminé de enjuagarme y la invité a que pasara a la ducha. Me miró y se echó a reír cuando me vio erecto ya.
-“¡Carajo muchacho, tan temprano!” – expresó
-“Ajá, ¿y que tiene de malo?” – le dije mientras me acariciaba el palo suavemente mirándola directamente al triángulo peludito que cubría su vulva rellenita.
Entró en la ducha y nos dimos un beso cálido. Se enjuagó bien el chocho mientras su manito de niña traviesa, gordita y suave, me regalaba caricias juguetonas en mis huevas. Mi palo se puso entonces en su erección máxima.
-“Pero quiero que hagas que se me moje todita” – me exigió, y luego continuó diciendo – “ya tu sabes cómo lograrlo”.
La hice sentar en el borde del inodoro con las piernas abierta para darle paso a mi cabeza. Acerqué la cara a su sexo y sentí ese agradable pelaje suave arrastrarse contra mi nariz que respiró profundo, mi boca y mi mentón. Busqué la carnosidad de sus labios menores y como perrito le di unas lamidas firmes llegando cada vez un poco más profundo hasta sentir su clítoris agrandarse. Gimió y luego no la dejé descansar. Mi lengua revoloteó insistentemente en la zona de su clítoris haciéndola volar de placer. A veces contraía tanto sus gruesos y blandos muslos contra mis orejas que tenía que dejar de chuparla para que se volviera a relajar. Mis manos jugaban con sus senos blancos y de tamaño mayor que tanto me fascinaban.
Cumplimos el objetivo, Miriam estaba muy caliente y su sexo totalmente lubricado. Hasta mi rostro estaba llenito de sus jugos. El baño olía a sus aromas silvestres y eso me embriagó de ganas.
- “Métemela papito lindo, por favor!!!”, casi gritó desesperada.
Pero era inútil esa súplica. Yo la había enseñado en los casi dos meses que teníamos ya de ser amantes furtivos y empedernidos que sin una mamada yo no procedía.
Me puse de pie y ella dócil y con su boca pequeña y abierta traspirando en gesto desesperado me contempló el pene palpitante. Su rostro bonito se relajó entonces y se metió el glande. Me lo lamía y lo tragaba como si fuera una ciruela. Luego resbaló su lengua por el tallo de la “verga linda”, como suele llamarla y cuando se halló de nuevo en la puntita, la engulló por fin con todas las ganas del mundo. Empecé entonces a ver destellos cuando el calor y la suavidad infinita de su boca mamando me acariciaba mi sexo. La tomé por su cabello encrespado y la halaba en un vaivén rítmico que yo medio seguí moviendo levemente mis caderas. Cuando ella engullía yo me meneaba hacia delante, y cuando ella sacaba yo me meneaba hacia atrás. Se fue haciendo eso mas intenso hasta que terminé culeándomela por la boca casi violentamente.
Sentí que estaba a punto de llegarme y por eso me detuve. Me agaché y me comí sus tetas jugosas. Jugué con esos pezones endurecidos y mojé el entre seno desesperando a Miriam que pedía que la cogiera. Me levanté divirtiéndome con su ansiedad y metí la verga entre sus tetas para que me hiciera una pajita rusa. Me obedeció apretujando sus senos contra mi sexo. Sentí eso tan delicioso y el morbo hizo estallar mi cabeza viendo mi glande morado asomarse por entre sus tetas cuando ella las sacudía hacía abajo.
La ayudé a levantarse y me senté yo en la tapa del inodoro con mi vara enhiesta y sucia de su boca y de la piel de sus senos. Se ensartó de inmediato sin rodeos. Quedó sentada y clavada con sus muslos sobre los míos, su rostro frente al mío, sus tetas pegadas, húmedas y tibias contra la parte alta de mi abdoen y su pelaje púbico enredado con el mío. Esa era su pose favorita. Cabalgaba como loca atando sus manos en mi cuello. Se impulsaba subiendo y bajando y nos divertíamos sintiendo mi verga medio salir y luego ensartarse hasta lo más hondo de su raja divina.
Gemía siempre diciendo improperios y palabras vulgares. Eso la estimulaba más. Se volvía indecente cuando culeaba.
- “ Dame así, dame duro, hmmm que verga rica, mátame a verga asíiiii, siente mi chuchita tragarse tu vergaaaaaa…ahhhhhhh..mmmm..mmmmmm…asiiii..mmmmmm” – no hacía silencio nunca. Eso me encantaba.
Yo la tomaba por sus nalgas para ayudarla a subir y controlar su bajada. Nuestras bocas desesperadas por momentos se besaban o a veces entretenía mis ojos mirando sus tetas tambalearse al vaivén de nuestros movimientos sexuales.
De repente contrajo hasta el último de sus cabellos en un gemido profundo y casi ahogado. La única forma de que hiciera silencio era cuando experimentaba un orgasmo. La dejé gozar quietita y ensartada en mi cuerpo. Recostó su rostro en mi hombro y se relajó. Me dio las gracias y luego me invitó a la cama para que le comiera el culo porque su chucha exigida se sentía irritante después de la resolución orgásmica.
Así ensartada y medio jugando me levanté con esfuerzo y caminé incómodo hasta la cama desordenada. Nos tiramos en ella y pudo por fin Miriam descansar de mi verga en su sexo. Buscó a tientas el lubricante en la gaveta de la mesita de noche y me lo dio. Le lubriqué el ojal de su ano rosado y me unté a lo largo y ancho de mi verga que bien llenita de sus jugos vaginales aún estaba.
Se acomodó a cuatro patas como perrita apoyando sus cortos brazos en la cabecera del colchón. Yo estaba ansioso mirando su culo respingando ofrecido. Le hice caricias con el dedo embadurnado para relajara un poco ese culo estrecho. Después de varios segundos volvió la acción. Se fue facilito. Ya habíamos encontrado la manera de lograrlo con soltura. Mi verga exploró lo profundo de su culo. Me quedé quieto para que se acostumbrara al grosor y luego si emprendí las embestidas deliciosas. Mi pelvis golpeaba con sus nalgas carnosas haciendo un sonido celestial. Miriam gozaba ahora con el sexo anal mientras su vagina se recuperaba. Cerré mis ojos y me concentré en ese delicioso mete y saca disciplinado que tanto disfrute me brinda. Su culo se siente siempre muy caliente, estrecho y permisivo a la vez. Ella ayuda a excitarme pronunciando tantas obscenidades. No quise sacarla de ese calor tan exquisito y simplemente eyaculé a raudales dentro de ese ano precioso. Esperé hasta que la última gota se derramara y la última palpitación de mi sexo cesara. Luego la saqué lentamente. ¡Que desayuno!, nos sentimos de pronto tan exhaustos que seguimos durmiendo un rato mas hasta que el calor y el hambre nos hizo levantarnos.
Me sentí tan feliz con mi gordita bella que cada vez la siento más sabrosa.
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