SEGUNDA PARTE.
Por el camino compramos una serie de viandas y vinos para abastecer la despensa. Debo decir que ninguno de los tres fumamos y mucho menos nos drogamos, por lo que no necesitamos canutos para ponernos en forma, como precisaban los personajes de la novela.
Como en casa y en el despacho no me caben los más de tres mil volúmenes que forman mi biblioteca, tengo más de mil libros en la torre, de modo que gran parte del resto de la tarde, hasta que cenamos, lo pasamos revisando títulos y hablando de literatura, sin para nada hacer alusión a la novela de Almudena y a lo conversado durante el viaje.
Después del refrigerio, más que cena, que tomamos hacia las diez de la noche, nos dedicamos a ver un programa de televisión. Parecía como si los tres tuviéramos vergüenza de llevar a la práctica lo que constituía, después de lo hablado, un valor entendido: sentirnos los protagonistas de la novela “Castillos de cartón”
Como anfitrión, al acabar la película que estábamos viendo, me levanté del sofá, y les dije que iba a ducharme, y si alguno de ellos quería imitarme, en el piso de arriba había otra ducha. Antes de salir de Barcelona tomé la precaución de marcar el código telefónico para poner en funcionamiento el circuito de calefacción, por lo que la temperatura ambiental de la casa como el agua para la ducha estaban en perfectas condiciones.
Una vez duchado no me tomé la molestia de vestirme y en el ágil e inconsútil traje de Adán fui hacia el salón. Al verme así desnudo ninguno de los dos demostró la menor extrañeza, pues sus circunstancias eran lo suficientemente disuasorias para manifestar cualquier reparo: Nona, sin nada que la cubriera de panza para bajo, estaba sentada sobre el halda de Quimet, quién la tenía ensartaba a su cuerpo por ese pivote que caracteriza a los hombre, y que se manifiesta como pedúnculo o como mástil, según las circunstancias, en la confluencia de sus muslos.
Al verlos así ensartados aprovechando mi ausencia, sentí de momento una sensación extraña, como de repudio, pero inmediatamente me convencí que debía aprovechar la circunstancia que se me ofrecía de adherirme en cualquier forma a la bacanal que implícitamente habían iniciado, aún sin contar con mi asistencia. Me acerqué a Nona y dirigiendo con la mano al mástil de mi pertenencia lo paseé con deleite por su hermoso rostro, simulando adentrarlo por sus chiquitas orejas, acariciando la frente y las mejillas, hasta recalar en sus labios que cual ventosa se abrieron dúctiles para introducirlo en el interior. El placer que sentí con el agasajo que le brindaba su lengua, y la calentura a que me había llevado los pensamientos que fragüe en mi mente mientras me duchaba, hizo que todo el contenido de mis testículos saliera ipso facto llenando la cavidad bucal de Nona, que al parecer aferrada al placer que le transmitía Quique, optó, sin más, por la comodidad de tragar hasta la última gota.
Calmado ese deseo sexual, que desde que emprendimos el viaje atenazaba todo otro pensamiento, volvió a mí aquella extraña sensación que sufrí momentos antes: de que yo era preterido en las apetencias de Nona. Y con el malhumor que esa idea me produjo, sin decirles nada fui directo a la habitación que había destinado para pasar los tres la noche, y me acosté en la cama.
Ese dulce sopor que se manifiesta después del placer gozado, y la fatiga que sufrimos después de un viaje, por corto que éste sea, hizo que me durmiese enseguida.
No sé cuanto tiempo había pasado desde que me dormí, pero una boca golosa y pertinaz había confundido mi pene con un caramelo y no hacía más que chuparlo y chuparlo, y lo pasaba por toda su boca, hasta que el placer que me producía logró despabilarme del todo. Allí estaba Nona de rodillas, afanándose en su labor afrodisíaca, mientras Quique detrás de ella, por la postura y sus movimientos pendulares debía estar sodomizándola. Entonces se me ocurrió llamarles la atención y preguntarles se habían leído las “Edades de Lulú”, y al decirme los dos que sí, les propuse repetir la escena del hermano y amigo, y que yo me abrogaba el papel del marido mientras Quique podía representar el de hermano.
Al parecer mi figuración anterior de que estaban practicando sodomía debía ser falsa, porque Nona inquirió si le causaría dolor el ser vulnerada por el ano ya que no lo había probado nunca. Yo le prometí que en absoluto, ya que lo haría con todo el cariño y cuidado que ella se merecía.
Y sin más preámbulos, ya que los tres estuvimos de acuerdo, iniciamos la preparación del sándwich, que resultó ser uno de los placeres más formidables que yo he gozado hasta ese momento. Jamás llegué a pensar que el notar mi miembro masajeado por el pene de Quique, a través del tenue musculomembaranoso que separa el recto de la vagina, pudiera producirme un placer tan enervante que casi logró hacerme perder el sentido al momento de eyacular.
La preparación, en que hubo de todo: felación, lameteo de todos los rincones, caricias y besos a granel, y el acto de coito y sodomía simultáneos, nos llevaron más de dos horas, de forma que al acabar como se termina en los festivales, con un gran estruendo de fuegos de artificio, quedamos los tres transidos y envueltos en el manto reconfortante del sueño.
Hacia las once de la mañana me desperté y de nuevo fui presa de aquella sensación inhóspita y desagradable de verme preterido, al observar a Nona y Quique tiernamente abrazados y profundamente dormidos. De súbito me di cuenta que unos terribles celos estaban malogrando lo que hubiera podido ser un bonito encuentro de placer. Y con la rabia contra mi persona, por ese descubrimiento que me había desvelado lo frágiles e inusitados que resultan los sentimientos humanos, salté de la cama y procedí a vestirme y para huir de tan lacerantes pensamientos monté en el coche y dirigí al pueblo vecino, en el qué, aún siendo domingo, valiéndome de mis amistades compre lo necesario para organizar una buena comida.
Al reintegrarnos de nuevo a nuestros respectivos domicilios en Barcelona, he observado que aquella penosa sensación de celos continúa importunándome. Por eso he decidido escribirlo, para que centradas las ideas sobre el papel, definan con claridad cuales son mis verdaderos sentimientos con respecto a Nona y si en algo ha desmerecido la amistad que desde siempre me une con Quique. Y pienso dárselo al amigo Anfeto, por si quiere publicarlo, para el caso de que lo haga poder calibrar desde una mayor distancia la verdad o falacia de este infierno que de momento padezco.
(Hasta aquí lo escrito por mi amigo. Y por mi parte añado, aunque parezca una broma por lo inoperante, que quién en este escrito busque pornografía, que no lo lea. Es un buen consejo que a los adeptos al morbo os brinda el transcriptor.)
Me aburre, al igual que la primera parte. Es cierto que no es tan vulgar como otros, pero le hacía falta romper la monotonía y cambiar el tono.