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Me enternecía mirarla mientras dormía.
Su respiración, aunque profunda, era suave. Se acurrucaba en un ovillo de suave carne y apenas se movía en toda la noche. Muchas veces, la veía sonreír y hubiese dado lo que fuese por saber que era lo que la hacía feliz en sus sueños.
A veces pasaba más horas observándola, sin tocarla. Disfrutaba así. No podía controlar sus sueños, pero al menos podía velarla y disfrutarla en aquel estado de indefensión total. En aquellos momentos no había cuerdas, mordazas ni nada que la inmovilizara, pero sin embargo era cuando más a mi merced se encontraba.
A pesar de ello dormía tranquila, no tenía miedo, su confianza en mí era total y eso me gustaba...
Mi corazón latía con fuerza al dibujar con la mirada la línea que trazaba su mandíbula hasta su cuello, deslizándose hasta sus pechos, oprimidos por la postura de los brazos.
Aquel era el único momento del día en que las dudas me asaltaban y perdía la noción de quien dominaba y quien era dominado...
En aquel momento ¿De verdad era yo el Amo?. En su indefensión su poder crecía hasta hacerme sentir muy débil. En aquel momento yo sentía que me entregaba a ella...
Pero aquella sensación era fugaz...
Muchas veces había despertado, tal vez porque la intensidad de mi mirada quemaba su piel, y entonces la magia se rompía... Sus ojos, aquellos preciosos ojos verdes, se estrellaban contra los míos y al ver en ellos su ansia por servirme, el mundo volvía a recuperar su orden natural...
Entonces, yo me daba la vuelta, haciéndome el indiferente, cuando momentos antes mi corazón y mi cuerpo había rebosado sensaciones y calor, me recostaba en la cama sin decirle palabra y esperaba a que ella volviese a dormir.
La vigilia era mi poder, pero el sueño era el suyo. En aquellas horas nocturnas, las pequeñas torturas y los abusos a los que yo sometía su cuerpo, me eran devueltos con creces...
Sus nalgas dibujadas con grandes parches sonrosados debido a los azotes o sus pezones aun calientes y sensibles por las pinzas y pellizcos parecían brillar en la oscuridad...
Su coño mojado tras dejarla satisfecha o insatisfecha según mis deseos o su agujero estrellado abierto para mi placer parecían absorberme dentro de ella...
Cuando se hiciese de día yo me vengaría por haber tenido en vela alimentándome con los trazos de su cuerpo. Su cuerpo volvería a ser mío, para abusar de él sin restricciones, para proporcionarme todo el placer que yo quisiera sacarle. Gozaría de ella, de sus gritos de dolor o de placer, de sus muecas de agrado o desagrado, de su carne castigada o acariciada...
Y de nuevo otra vez en la noche, ella me sometería a la tortura de su dulce sueño, utilizándolo para vengarse de mi inconscientemente...
La pescadilla que se mordía la cola. Cada amanecer y anochecer harían que mi obsesión por ella aumentase, que mi deseo ardiese y mi corazón estallase de felicidad por tenerla...
Pero ella no lo sabría. Debía pensar que solamente era mi perra, nada más. Jamás debía sospechar, que, en realidad, el sumiso era yo...
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