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Mi vecino

~ El verano estaba siendo terriblemente aburrido, las niñas se habían ido a casa de sus abuelos paternos, mi marido trabajaba todos los días hasta tarde y yo estaba casi todas las tardes sola en casa tras un día, no menos aburrido, de oficina. Y encima hacía un calor de muerte. Al menos, pasaba las tardes en la piscina común de la urbanización: leyendo buenos libros, escuchando música, nadando y bronceándome. Aunque casi sin interaccionar con ser alguno, pues en agosto no quedaba nadie en prácticamente ninguno de los chalets de la urbanización.

Aquella tarde, interrumpió mi apacible y aburrida monotonía un portazo en el chalet contiguo al mío. Seguido del hijo de mis vecinos, que salió por la portezuela del jardín, con cara de pocos amigos y una toalla bajo el brazo, para instalarse a algunos metros de mí. No me dirigió la palabra ni saludó, pero estaba tan sumido en su cabreo que no le di importancia.

¿Sabéis cuando estáis tan ensimismados en una conversación en vuestra mente que tenéis dicha conversación con vosotros mismos, casi en voz alta, gesticulando y farfullando?

Así estaba Raúl, sentado en el borde de la piscina, con la mirada fija en algún azulejo del fondo, y con un gesto de enfado que iba a más por momentos.

Yo le miraba fijamente, más por diversión que por curiosidad, ya que era lo más divertido que me había ocurrido esa tarde. Más bien era lo único que había ocurrido esa tarde…

Me pilló.

-¿Te parezco gracioso?- Me increpó, con un tono un poco chulesco y visiblemente cabreado.

-Eh…, no…

-Pues deja de mirar, ¡joder!

Retiré la mirada, aunque de reojo seguí observándole protegida de las gafas de sol. Seguía cabreado, pero era ya consciente de no estar solo y parecía que se iba suavizando con el entorno.

Me tumbé boca abajo para tomar un poco el sol y puse a tope el ipod para disfrutar de La Grange…

-¡…………!

-¡…………!

Miré hacía la piscina, y vi como Raúl salía de la misma haciendo aspavientos y gritando yo qué sé qué mientras corría hacia mí. Me quité los auriculares.

-¡¡Qué tienes un ciempiés en la toalla!!

Pegué tal respingo que casi me subo a la sombrilla. Efectivamente, un ciempiés de buen tamaño reptaba por mi toalla justo por la marca húmeda que había dejado mi bikini tras el baño…

Raúl lo cogió con un palo y lo estrelló contra una piedra de la rocalla.

-¡Coño! ¿Estás sorda o qué? ¡Llevo un rato gritándote desde la piscina!- Me soltó parándose justo a mi lado.

De mis auriculares salía el “hmm, hmm, hmm, hmm” y el rif de guitarra de “La Grange”.

-Ostia, los ZZTOP, ¿te gustan?, ¡menuda sorpresa!

-¿Por qué sorpresa?

-No sé, pensaba que te gustaría otro tipo de música…

-¿Cómo qué, la Pantoja o Falete? - Lo dije con toda mi mala idea, pues a su madre, unos 15 años mayor que yo, le encantaba la copla y la cantaba, perdón destrozaba, a voz en grito desde el patio cuando tendía la ropa. Yo sabía que a Raúl le gustaba la misma música que a mí, pues desde su cuarto se oía como subía el volumen cada vez que su madre sacrificaba un coplista.

-No, joder.., perdona, no pensaba que los conocieras.

-Perdóname tú a mí, Raúl, pero que sea una maruja, casada y con hijos no atrofia mi gusto por la música.

Me miró fijamente a los ojos.

-Yo nunca he dicho que seas una maruja. No tergiverses mis palabras.

-Ya, pero te ha sorprendido que me gusten los ZZTOP. Me gusta casi toda la música que te gusta a ti.

-¿Y cómo sabes qué música me gusta?

-Se oye desde mi cocina cuando tienes abierta la ventana de tu cuarto.

-Joer, lo siento, la pondré más bajo.

-¡Ni se te ocurra! Me encanta cocinar escuchando tu música.

-¡Y yo dejo la ventana abierta porque me encanta cómo huele lo que sea que cocines!

Nos sonreímos. Raúl tenía una sonrisa preciosa.

-Pues entonces estamos en tablas. ¿Amigos?- Le tendí la mano.

-Amigos.- Me estrechó la mano con fuerza. Me gustó, miraba directamente a los ojos sin asomo de timidez.

-¿Qué te parece si empezamos de nuevo?- me dijo- Empiezo yo.

-Vale- reí.

-Buenas tardes, señora Torres, ¿qué hace usted por aquí?

-Pues ya ves, Raulito, tomando un poco el sol, que a mi edad es necesario.

-Joder, no me llames Raulito, que así me llama mi madre a todas horas y tengo ya 25 años….

-Pues no me llames tú señora Torres, que me haces vieja y sólo tengo 39 años.

-Una edad perfecta, Sara.

-Un chico muy adulador, Raúl.

-Puede.

Me miraba intensamente, tanto que lograba ponerme nerviosa. Un muchacho de veintipocos poniéndome nerviosa. Habrase visto…

-¿Me dejas que me siente a tu lado, Sara? Me estás alegrando el día.

-Claro, Raúl, y tú a mí, que estaba ya empezando a hablar conmigo misma.

Le miré de reojo mientras me instalaba en la hamaca (no pensaba tumbarme en el suelo por un rato, menudo susto me había dado con el ciempiés), y le observé ir a por sus cosas. Me recreé en su cuerpo, aun ligeramente húmedo tras el chapuzón, y en su piel tersa y musculatura fibrosa. Menuda diferencia con el barrigón blandengue de mi marido…, ¡ay! Qué gusto poder soñar despierta…

-¿De qué te ríes?- Me había pillado sonriéndome mientras le miraba y tuve que improvisar…

-Ehhh, de nada, de nada, recordaba.., cómo me habías salvado de una buena picadura de ciempiés. No te he dado las gracias…

-De nada.

-Sigo sin habértelas dado.

-Jaja, es cierto.

Se sentó a mi lado en la hamaca, casi rozándome. El calor de su piel se transmitía a la mía a través del poco aire que nos separaba y me erizaba la piel. Me estaba gustando sentirle tan cerca…

-Bueno, cuéntame, ¿cómo es que estás aquí en agosto? Si no recuerdo mal, ya acabaste la carrera; ingeniero industrial, ¿no?

-Sí, ya acabé la ingeniería. Estuve de prácticas con una beca unos meses, pero se acabó y ahora estoy buscando de nuevo.- Me miraba casi sin pestañear.

-¿Y no prefieres irte a la playa? Con tus padres, o tus amigos.

-Con mis padres…, paso, siempre tienen la casa llena de sus amigos y no tengo ni habitación para mí solo. Eso no son vacaciones. –Dudó un momento - Me iba a ir de vacaciones con mi novia.

-¿Y no te vas con ella?

-Ya no es mi novia.

-Ah – respondí algo cortada – Lo siento…

-Bah, no lo sientas, tampoco era algo muy serio.-Desvió la mirada unos segundos.

-¿Por eso estabas cabreado?

-Sí, más o menos, y porque lo hemos dejado porque quiere volver a tirarse a su novio de la playa del año pasado. Y , especialmente, porque de esto no me he enterado por ella.

-Vaya, pues lo siento. ¿Y tú no tienes novia del año pasado a la que acudir?-Le dije con un poco de sorna, la verdad.

-No, verás, he decidido que por un tiempo paso de novias. Me dedicaré a polvos de una noche. Diversión sin compromisos. Mejor, ¿no crees?- Me miró fijamente de nuevo.

-Sí, supongo.

-¿Supones?- Me miró, inquisitivo, con un cierto aire socarrón.

-Verás, me da vergüenza reconocerlo, pero yo nunca he tenido un polvo de una noche. Bueno, ni polvo ni rollo de una noche.

-Pues eso tienes que arreglarlo.-Su rodilla rozaba la mía. Me estaba poniendo muy nerviosa este chico.

-Jajaja, sí, claro, en eso estaba yo pensando. Perdona, te recuerdo que ya no tengo veinte años y que además estoy casada.

-Eso son disculpas. Estás fenomenal, mejor que muchas veinteañeras, y tu marido.., pues no tiene porqué enterarse.

Se me quedó mirando fijamente. Su muslo estaba ya totalmente pegado al mío. No sabía si admitir lo que estaba insinuando. Creo que la temperatura subió varios grados a mi alrededor, ¿o era yo?. Buf, tenía la boca seca. Y necesitaba alejarme de ahí unos minutos para tranquilizarme.

-Raúl, me muero de sed. Voy a acercarme a casa a por algo de beber; te traigo algo, ¿qué quieres?

-Pues si me traes una cervecita, sería genial. Mejor rubia, que son las que más me gustan ( y yo soy rubia…).

-Vale- sonreí nerviosa - ahora vuelvo.

Me levanté de la hamaca mientas Raúl observaba descaradamente cómo me colocaba el pareo alrededor de la cintura y me calzaba las chanclas. Cuando me dirigía a la puerta de mi jardín, era capaz de sentir sus ojos clavados en mi culo.

Entré en la cocina y dejé escapar un suspiro apoyada en la pared. Lo que estaba pasando me sobrepasaba, Raúl me había puesto como una moto con sus miradas y roces y tenía que asimilarlo. Me resultaba muy atractivo. Mucho. Y era perfectamente consciente de que era un sentimiento mutuo y de que todo dependía de mí. Pero…, no estaba bien. No…, ¿verdad?

-No, Sara, no la líes….-murmuré, mientras me agachaba para coger un par de cervezas fresquitas de la nevera…

-¿Qué es lo que vas a liar?.

-¡Joder, Raúl! – Estaba apoyado en el quicio de la puerta de la cocina - ¿qué haces aquí?.

- Pensé que quizá necesitaras ayuda, con unas aceitunas o unas patatas, no sé…

-¿Qui.. quieres unas aceitunas?

-Quiero lo que tú quieras ofrecerme. – Me dijo acercándose a mí y arrinconándome contra el mostrador, pegándose a mi cuerpo, mientras me quitaba las cervezas de las manos. Dio un par de pasos hacia atrás, sonriendo.

-¿Me das un abrebotellas?

-Sí, sí, claro.- Dije con un hilillo de voz..

Me di la vuelta para buscarlo en los cajones de la cocina (y aproveché para coger aire). Mierda, estaba en el último cajón. Me agaché a cogerlo.

-Como vuelvas a agacharte así no respondo.

-¿Qué? - Me levanté de golpe, y le tendí el abrebotellas. Lo cogió, acariciándome la mano al hacerlo y sin dejar de sonreírme con esa boca perfecta.

-Que es la segunda vez que me pones el culo en pompa, señora Torres- dijo abriendo las botellas de cerveza y avanzando hacia mí con una botella en cada mano - , y uno no es de piedra.

Volvió a acercarse peligrosamente a mí, sonriendo, consciente de que estaba entrando en su juego. De que iba derribando, poco a poco, mis barreras… Apoyé las manos en el mostrador, tras de mí, lo cual hizo que mis pechos se irguieran más hacia él, desafiantes. Si jugamos, jugamos todos, acerté a pensar. Bebió un sorbo de una de las botellas.

-Está muy fresquita. ¿Quieres?

No contesté. Le sonreí. Y él se acercó más, sonriendo, mirándome fijamente, casi rozando mis pechos con las dos cervezas, obligando a mis pezones a dar la cara bajo la tela del bikini. Pegó su cuerpo al mío, dejó las cervezas en el mostrador y hundiendo sus dedos en mi pelo…, me besó. Con su fría lengua calentándose en mi boca. Y yo respondí, le besé, le mordí, mis brazos rodearon su cuerpo y le acaricié, disfrutando del tacto de esa piel joven y ese cuerpo duro y bien definido.

-¿Tu marido?- susurró.

-No vuelve antes de las 10.

-Perfecto…

Me dejé llevar por otro de sus besos, por sus húmedos labios y sus cálidas caricias. Pero un diablillo se apareció en su hombro para regañarme por lo que estaba haciendo y, apoyando mis manos en su pecho, me separé suavemente de él…

-Raúl, yo…, esto no está demasiado bien.

-Yo no estoy de acuerdo, Sara. Pero…, te entiendo. Perdona. ….- Me agarró de las muñecas, deslizando, adrede, mis manos por su pecho. Acariciándose con ellas despacio. Mirándome fijamente. Suspiré, disfrutando.

-Me he dejado llevar, Sara. Volvamos a la piscina.

-De acuerdo.-Musité, sin querer realmente separarme de él.

Pero no me soltó. Me cogió de la mano, y, con las cervezas en la otra salimos hacia el jardín. No sabría decir si estaba jugando conmigo o estaba siendo un buen chico. Quizá ambas cosas.

En la zona de la piscina me soltó pero se sentó a mi lado en la hamaca, me miraba fijamente, me recorría entera, y bebía sorbos de cerveza. Sin decir una palabra.

-Voy a bañarme – Dijo de repente, levantándose- tengo…, mucho calor…- Y de una carrera se tiró al agua y se puso a nadar.

Me acerqué a la piscina. Es cierto que hacía calor, pero además, estaba acalorada, mucho, y por culpa de Raúl. Y como nunca he sido de las valientes que se tiran de golpe, porque soy una friolera, me senté en el borde de la piscina con las piernas en remojo.

Observé nadar a Raúl. Nadaba bien. Me encantaba su cuerpo y cómo se movía bajo el agua. Y aun sentía su piel en mis manos y su cuerpo pegado al mío. Quería volver a sentirlo.

“Sara, sé sensata”, pensé para mí, y luego pensé en Raúl “Pobre, menudo cabreo debe llevar, el segundo rechazo del día”. Miré hacia la puerta de mi jardín que había dejado abierta…., “porqué habré sido tan cerebral, ahora ya la he cagado…”.

De repente unas manos me agarraron de los tobillos y me vi dentro de la piscina en décimas de segundo. Raúl me arrinconó entre sus brazos y contra el muro de la piscina. Su rostro, mojado, a pocos centímetros del mío. Hacía pie, pero apenas con las puntas de los dedos.

-¿De qué tienes miedo, Sara? ¿De mí? ¿De que tu marido se entere? ¿De seguir tu instinto? ¿O de ti misma?

No me dejó contestarle. Volvió a besarme, con más urgencia que antes, mientras separaba mis piernas con una de sus rodillas y me obligaba a abrazar su cintura con ellas. Le sentí de inmediato entre mis piernas, y la cabeza empezó a darme vueltas. ¡Al diablo con mi conciencia si es que aún me quedaba algo! Le besé con más intensidad y comencé a buscarle bajo el agua. Abrió los ojos, que sonrieron ante mi aceptación, y sus manos hábilmente desataron mi bikini, buscando, ansiosas, la suavidad de mis pechos. Acaricié su pecho, y bajé las manos en busca de acariciar lo que tan duro notaba entre mis piernas. Le liberé del bañador, y así con ambas manos (sí, con las dos), el duro miembro de Raúl. Joder con Raulito….

-Buf, Sara, por Dios, acaríciame fuerte…

Y, educada como me han enseñado que hay que ser, comencé un vaivén arriba y abajo, abajo y arriba que me excitaba a mí tanto como a él. Cierto es que sus manos no habían abandonado mis tetas y Raúl estaba disfrutando de ellas, poniéndome los pezones aún más duros de lo que ya estaban por el agua fría. Su boca invadía la mía sin dejarme pensar. Y cualquier resto del muro, impuesto socialmente, que antes me rodeaba, se había derrumbado.

-¡Raúuuul! ¡Raulitoooooooo!.-Una voz estridente se oyó de lejos.

-Mierda. Doña Petunia- Exclamó Raúl separándose de mí.

Doña Petunia es una de las vecinas más cotillas y pesadas de la urbanización, viuda y sin hijos, vive para inmiscuirse en la vida de los demás, por puro aburrimiento. Se llama Luisa, pero los más jóvenes la han bautizado así, y todos la conocen ya por ese mote, excepto ella. Nos situamos cada uno casi en un extremo de la piscina. Yo me puse a nadar…

-¡Ay! Raulito, por fin te encuentro, hijo…-Llegó correteando lo que sus cortas piernas y rechoncho cuerpo le permitían y con una bolsa con lo que parecía un tupper dentro.

Resoplando se acercó al borde de la piscina y fue cuando se fijó en mí.

-Ay, hola Sarita, hija – Todos recibíamos el mismo trato, tuviéramos la edad que fuera.- No te había visto-. Volvió a lo suyo, girándose hacía Raúl de nuevo.

-Raulito- El gesto de Raúl se torcía cada vez que le llamaban por ese nombre.-Mira hijo, que he hablado con tu madre, que me he dicho esta mañana que no tendrías nada que comer y como yo iba a comprar, pues he pensado que te podía comprar algo, pero no sé lo que te ha dejado tu madre para comer, así que cuando me llegaba al supermercado, he llamado a tu madre; que por cierto ha tardado mucho en coger el móvil, no sé qué estaría haciendo esta mujer…, y que le he dicho que te compraba algo y te traía cena, que tienes que alimentarte que estás en los huesos, ¿verdad Sarita que está muy delgado?-Asentí, me maravillaba que no se ahogara hablando a esa velocidad- Pues que te he hecho cena, que me entro en tu casa y te la dejo en la cocina, que te la cenes esta noche, nene. Que mañana te hago alguna otra cosa. No sé cómo te deja tu madre solo.

-Doña P…, Luisa. Intentó interrumpir Raúl.

…Pero no sé qué haré mañana, porque hoy te traigo pescado con patatas, y mañana iba a hacer costillas, ¿te gustan las costillas, hijo?, Sí, seguro que te gustan, me salen muy buenas, o te hago “cocretas”, ¿quieres “cocretas”?...

-Doña Luisa….

-Ay sí, dime cielito.

-Que tengo 25 años y sé cocinar. Se lo agradezco mucho, pero no necesito…..

-Ay, Raulito, que no es molestia,

Raul me miró como diciendo “no escucha”, y sonriendo con la mejor de sus sonrisas.-Doña Luisa, déjeme el tupper ahí que ya lo meto yo en casa ahora, y váyase a casa, que con este calor le va a sentar mal el sol….

-Ay, bueno, nene, te lo dejo en la hamaca, pero “metételo” ya en casa, que se estropea….

Raúl salió de la piscina, y con mucha mano izquierda logró que Doña Petunia le diera el tupper y se dejara acompañar a su jardín. Aunque la mujer no dejó un segundo de parlotear…

Volvió hacia mí, sonriéndome mientras se acercaba al borde de la piscina, donde yo estaba apoyada. La erección le había bajado, pero se notaba un buen bulto en el bañador que me hizo relamerme mentalmente.

-Bueno, “nene”, ya tienes resuelta la cena- bromeé.

-De cena quiero yo otra cosa, “Sarita”.- Se agachó para hablarme más de cerca.

-Me “llego” a casa a dejar el tupper y lo retomamos donde lo hemos dejado. No te muevas de aquí, Sara.

Sonreí.

-¿Y si te acompaño? Igual necesitas ayuda para encontrar la nevera…

Se quedó quieto y me miró fijamente.

-Sí. Acompáñame- Me dijo, mientras una sonrisa cargada de intenciones se dibujaba en su rostro.

Si no fuera porque estaba metida dentro del agua, hubiera asegurado que mi coñito se licuaba al escuchar esas dos palabras.

Salí de la piscina como un resorte y cogiendo mis cosas y sin apenas secarme, me dirigí tras él hacía su jardín.

No me esperó mientras salía de la piscina, supongo que por disimular un poco, pero según crucé la puerta de su jardín se abalanzó sobre mí como un lobo hambriento, haciendo que todas mis cosas se desparramaran por el suelo. Perdimos el equilibrio y caímos rodando por el césped, besándonos y buscándonos como animales en celo.

Sentada a horcajadas sobre él, con el bikini casi desabrochado y su boca en busca de mis erectos pezones, le susurré:

-Raúl, llévame a tu cuarto, a tu cama…

Mordisqueando un pezón con gula, me sonrió. Me alzó en sus brazos y nos dirigimos al interior de la casa. Subimos las escaleras a trompicones, yo perdí la parte superior del bikini en el primer tramo y la inferior en el segundo, y entrabamos en su cuarto mientras Raúl perdía su bañador en el quicio de la puerta. Me senté sobre su cama, codos apoyados en el colchón y con una pierna estirada y la otra flexionada, mostrando sin mostrar del todo. Rodeada de posters de música.

-Eres preciosa, Sara.

Raúl me miraba, de pie, con su miembro casi apuntando al techo, palpitante y brillante. Se acercó despacio, apoyando los brazos a ambos lados de mi cuerpo. Acercó su rostro al mío para desviarlo en el último segundo y besar mi cuello, lamerlo, mordisquearlo. Eché el cuello hacia atrás para facilitarle el acceso. Los besos en el cuello me pierden. Apoyó una rodilla entre mis piernas, rozando mi sexo, y lentamente me obligó a estirar la otra pierna, exponiéndome a él, mientras no paraba de besarme y lamerme el cuello, los hombros… Descendió hacia el valle de mis pechos, y una de sus manos tomó un rehén al que torturó lentamente con caricias y leves pellizquitos mientras su boca atrapaba al otro antes de que escapara, y lo redujo a base de besos y lametones. Mis manos recorrían su espalda y acariciaban su pelo. No llegaba a acariciar más, a pesar de estar deseandolo.

Se separó de mí, mirándome y sonriendo, para arrodillarse a los pies de la cama. Con las manos bajo mis rodillas tiró de mi cuerpo, colocándome como quería tenerme: abierta y lista para él. Comenzó a acariciar la parte interna de mis muslos, suavemente, dibujando líneas, círculos, puntitos con la punta de los dedos, acercándolos a la húmeda cueva de pétalos sonrosados que se abría entre ellos, y alejándolos, arrancando gemidos lastimeros de mi boca.

-Raúl, por favor….

-Dime, Sara- susurró con su aliento acariciando mi humedad…- ¿Qué quieres? ¿Qué deseas que haga?.

-Puf , Raúl…., lo sabes perfectamente…

-Claro que lo sé, señora Torres. Pero quiero que me lo pidas…, Sara.

Apenas en un susurro, conteniendo la excitación que me invadía, se lo pedí, casi supliqué:

-Cómeme Raúl, devórame…

Contuve la respiración mientas Raúl, mirándome alternativamente a los ojos y a mi sonrosado coñito, deslizó suavemente los pulgares por los labios de mi sexo, masajeando suavemente y acercó su boca para abarcarlo casi entero con sus labios. Sentí su lengua invadirme lentamente, con pequeños toquecitos intrusivos. Una bocanada de aire escapó de mi boca, acompañada con un sonido gutural que no identifiqué como mío. Era la primera vez en años, muchos años, que sentía unos labios sobre mi sexo, e incluso que sentía algo, que no fueran mis dedos, en él.

Raúl comenzó a comerme lentamente, alternando suaves toques y leves lametones con ataques más profundos y deliciosas succiones a mi clítoris. El calor me invadía en oleadas que irradiaban desde donde la boca de Raúl prodigaba sus mimos. Con sus 25 añitos, este chico era todo un experto y yo no podía más que imaginar lo podría dar de sí la tarde.

Una de sus manos comenzó a reptar desde mi muslo en sentido ascendente hasta atrapar un pecho que masajeó sin contemplaciones. Mis caderas parecían dotadas de vida propia y casi literalmente le estaban follando la boca. Mis gemidos resonaban por toda su habitación y Raúl, percatándose de que yo no estaba siendo especialmente silenciosa, alcanzó, sin abandonarme un segundo, a encender el equipo de música y permitir a Led Zeppelin imprimir ritmo a nuestros movimientos.

Dos dedos me invadieron en el ángulo perfecto para, con apenas un par de frotes de sus yemas en mi interior, arrancarme un explosivo orgasmo que me hizo arquear como si estuviera poseída por un demonio.

Cuando caí, jadeando, sobre el colchón, Raúl ya se había encaramado a la cama de nuevo y su boca buscaba la mía hambriento de besos. Me gustó probar mi sabor en sus labios. Su boca devoraba la mía con ansia, y sus dedos jugueteaban con un pezón, mientras yo dirigía su duro miembro a la entrada de mi cueva. Me ensartó de una sola estocada. Y me llenó de golpe. Esta vez fuimos los dos los que gemimos roncamente abandonando los besos. Apoyando los codos en la cama comenzó a penetrarme acompasando sus embestidas con los movimientos de mis caderas que buscaban un contacto profundo. Me miraba a los ojos, jadeando, sonriendo y lamiendo mis labios cada vez que se acercaba. Yo le arañaba la espalda, buscaba morderle la boca, quería más de él. Todo. Lo quería todo.

Los movimientos se volvieron más rítmicos, más rápidos, más intensos. Sudorosos, nuestros cuerpos, acoplados a la perfección, buscaban ese placer conjunto.

-Dios Sara, estoy a punto de correrme, pero quiero correrme contigo…- Me susurró sin dejar de bombear mi coño.

Le sonreí y aumenté el ritmo de mis caderas para correrme con él.

Estallamos en un fuerte orgasmo que tensó nuestros cuerpos en uno solo. Sentí como latigazos de placer recorrían mi cuerpo extendiéndose al suyo, durante unos interminables segundos.

Cayó sobre mí, aún en mi interior y le abracé con piernas y brazos. Me llenó la cara de tiernos besos.

-Eres una bomba, señora Torres.

-Y tú un buen artificiero, Raulito.

-¿Crees que ya he desconectado la bomba?

-Creo que acabas de hacer justo lo contrario, has activado un arma de destrucción masiva.

-Entonces tendrás que quedarte un rato conmigo a ver si averiguo los resortes para desarmarla.

-Quizá tenga que quedarme un rato ahora, y quizá tenga que venir durante varios días para comprobar la evolución del desarme. Además, tampoco yo he evaluado al artificiero todo lo que me gustaría…

-Pues ya está dicho, señora Torres. Comenzaremos tras otro par de cervecitas. ¿Hace?

-Por supuesto. ¿Te acompaño a la cocina?

Me miró fijamente de nuevo y me tendió la mano….

-Sí. Acompáñame.

..Y a liarla de nuevo….

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