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Mi nombre es Carlos, tengo actualmente 29 años. Me considero un privilegiado a nivel físico. Ya desde adolescente era bien parecido, tenía el cuerpo bastante desarrollado, con músculos marcados, cuerpo bien proporcionado y una buena estatura, (mido 1,88). Esto me permitió ser sexualmente activo desde los 14 años, ya que disimulaba mi edad muy bien gracias a mi estatura y mi temprano desarrollo muscular. Desarrollo que completé practicando varios deportes, decantándome a los 18 años y de forma definitiva por el culturismo. Tampoco mi pene se quedaba atrás. Disponía de unos 21 cm erectos cuando fuera menester.
Esta historia transcurrió cuando yo tenía 23 años y acababa de terminar la carrera de la Actividad Física y Deporte (antiguo INEF). Yo era la verdad, un poco calientacoños, no me gustaba pasar calor y solía enseñar mi torso desnudo, donde mis anchos y definidos hombros, mis marcados bíceps y la tabla de lavar que tenía como abdominales era la comidilla de las vecinas, que miraban a hurtadillas en el verano cuando sacaba a secar la colada en el patio. Sabían que yo no era precisamente pasivo ni gay. Cuando mis padres se ausentaban algunos fines de semana, yo ya había tenido mis polvos ocasionales. Y a juzgar por los gritos de alguna de mis amantes, raro era que buena parte del vecindario desconociese ciertos aspectos de mi vida sexual, y más cuando me pasé un año saliendo con Eva, una pelirroja tan atractiva como estúpida, siendo mi única relación seria en los cinco años de carrera y a la que puse fin cuando pude.
Y llegó un extraño fin de semana. Era en septiembre, todavía hacía calor y yo no tenía nada que hacer en casa. El viernes salí con mis amigos, pero estos tenían otros planes para el sábado. Mis padres se habían ido el fin de semana a una boda muy lejos de la ciudad. Pero, a diferencia de otras ocasiones no tenía plan, pero ya me las arreglaría. Me fui al supermercado y di un mal paso al tropezar por culpa del zumo de una botella rota que se había caído. No pasó nada salvo unas heridas superficiales, en el camino a la caja me vió Carmen, mi vecina Era esteticista, y además de vivir en el mismo patio, tenía junto con su hermana un negocio de peluquería y belleza en el bajo del edificio donde yo vivía.
-Huy Carlos, estás bien, la herida se te ve un poco aparatosa.
-Sí Carmen, estoy perfectamente.- Le respondí, mientras me dirigía a la caja, con una herida visible pero superficial provocada por el cristal de la botella, ya que iba en pantalón corto de deporte.
-Huy esa herida hay que limpiártela, pásate por mi casa.
Mi vecina Carmen, todo hay que decirlo, era un encanto. Se llevaba muy bien con mi madre, aunque no le gustaban lo más mínimo los cotilleos, y más desde que se divorció. Sabía que su marido le dejó por una jovencita ambiciosa de su trabajo. Pero no le gustaba demasiado hablar de ello ni hacerse la víctima. Carmen de cara era guapita, pelo y cutis bien cuidado, melena rubia lisa no demasiado artificiosa y 1,75 de estatura, no lo aparentaba porque estaba algo llenita, pero no estaba realmente gorda, aunque sí tenía unas tetas bastante prominentes, aunque no abusaba de dichos encantos . Nunca habían tenido hijos porque prefirieron darle prioridad a sus profesiones, aunque pensaron varias veces en la adopción de algún chico. Cosa que se torció tras su divorcio. Tenía en aquel momento 44 años bien llevados, incluso tras el mal trago del divorcio. Se notaba en ella misma que era una buena esteticista, dando una buena imagen de ella misma y del negocio que regentaba con su hermana.
Subimos a su casa, y con cuidado, me limpió la herida cual enfermera profesional.
-Bueno esto ya está. ¿Te apetece un café?
-Sí Carmen, muchas gracias.
-Bueno chico, esta noche te quedas solo ¿no? Te ha dejado comida tu madre?
-Sí, pero le he dicho que no me haga más comida que el cocido que me comí al mediodía. Esta noche pediré una pizza por teléfono y mañana domingo al mediodía me comeré la pechuga de pollo que acabo de comprar.
-Así que te gustan las pizzas pillín. ¿Te acompaña algún amiguito o amiguita?
-No, al menos de momento. ¿Por?
-Si quieres puedes cenar aquí. Esta noche quería montar unas bases de pizza, a ver si te gustaban.
Sorprendido y tras un breve instante de duda, dije que sí, para aquel día me habían dado largas dos amigos y una chica con la que tuve algún affaire ocasional, pero que estaba en la playa este fin de semana. Y además la oferta era tentadora, sabía de las habilidades culinarias de esa mujer, ya que más de una vez habían tenido muchos intercambios de recetas con mi madre, y con bastante éxito, según comprobó mi paladar.
-Bueno, pues pásate a las nueve y media, que ya habré terminado y habré puesto orden en la cocina.
Dicho y hecho, me pasé a la hora indicada. Carmen estaba preparando dos tipos de pizzas, una con masa fina y otra con masa más gruesa. Era evidente que me iba a poner como el quico.
Al darse media vuelta, me dí cuenta de que, esta vez, se había puesto una camiseta con un escote algo más generoso de lo habitual, lo cual le favorecía, dado la envergadura de sus pechos. Estaba en su punto, no parecía una puta barata, pero era bastante insinuante.
Ella me miraba con una mirada que no sabría describir como picarona o inocentona. Pero una cosa estaba clara, sus pizzas, como el resto de sus guisos eran en sí mismo un placer difícil de resistirse… y probablemente no el único.
Tras dar buena cuenta de aquellas deliciosas masas bañadas en mozarella y salsa bolognesa, remojadas en un lambrusco rico pero algo peleón, empezamos a hablar de diversos temas.
- Bueno deportista, veo que te depilas la piel, ¿te gustaría que te lo hiciera yo? Es mi trabajo y sufrirás menos, que tu madre me dice que no paras de quejarte cuando lo haces.
-Gracias Carmen. Te lo agradecería, para mí es un coñazo, aunque ya sabes que todavía soy medio barbilampiño, pero en mi caso yo podría ser una buena inversión de futuro, ya sabes el hombre y el oso cuanto más feo más hermoso (risas).
-Chico, tú de feo nada además con esos músculos de escándalo que tienes, se te ven mejor eh, que a las jovencitas y a las no tan jovencitas del bloque las tienes por la calle de la amargura.
-Gracias, tú tampoco estás mal, dije con una amplia sonrisa.
-No te rías, que podría ser tu madre, aunque gracias igualmente por el halago.
-No te miento, eres alta, guapa, estás saludable, no estás gorda, tienes buenas curvas. Y no pareces mayor en absoluto, no tienes ni una sola arruga.
-Bueno, eso es que soy esteticista, mi trabajo es ese y debo dar ejemplo.
-Bueno, yo también tengo que dar ejemplo cuando sea profesor de instituto o instructor en un gimnasio, que serán mis salidas.
- Eso se lo tienes que agradecer a tu madre, porque te parió y porque te alimenta bien.
-Toca, toca.
Ella me tocaba los bíceps, con falsa indiferencia, mientras yo le miraba el escote, cada vez con más frecuencia. Era evidente que la temperatura estaba subiendo. Pero no sabía a donde iba a llegar. No era lo mismo las niñatas con las que había estado, por muy atractivas que fuesen, que una mujer hecha y derecha que me conocía a mí y a mi madre. Las dudas me acechaban, pero por otro lado mis hormonas se me estaban revolucionando. Por una vez, yo, un tipo de 1.88 metros y 96 kilos de músculos forjados en el culturismo que practicaba desde la adolescencia, me sentía intimidado.
Hasta que empezó a hablar en voz susurante, mientras se acercaba a mí.
-¿Seguro que me sigues viendo atractiva?
- Por supuesto que sí.
En ese momento cerró los ojos, en actitud sensual, e inhibido por el Lambrusco primero le acaricié el cutis y los labios con el dedo índice, ella me respondío con una sonrisa, acercamos la nariz y apunté a su boca, acertando de pleno. En cuanto sintió mi lengua me la atrapó, primero sutilmente y luego en un beso más largo y apasionado.
Abrió los ojos y me dijo.
-No sé si estará bien lo que hacemos, pero me ha gustado.
-Si quieres seguimos.- Le respondí.
Sin mediar palabra, me abrazó y me besó de nuevo, seguidamente me desabrochó la camisa, dejando mi poderoso torso de culturista al descubierto.
-Me apetecía ver esa maravilla… y sentirla.
Me acercó sus prominentes pechos y los toqué delicadamente ante su complaciente mirada. Acto seguido le quité la camiseta, quedándose solo con su provocativo sujetador, mientras nos revolcábamos en el sillón. Allí se quedó el sostén, dejando unos hermosos pechos que a su edad seguían amplios y firmes en los que apenas había hecho mella en ellos la Ley de la Gravedad.
Ella estaba jugueteando con todo mi cuerpo, hasta que ella sobó mi pene erecto.
-Mmmm esto está como tú, bien grande y fuerte. ¿Vamos al dormitorio?
-Como quieras, le respondí, seguidamente me la llevé en mis hercúleos brazos cual saca de pluma.
Llevarla en brazos le subió la adrenalina, le incomodó y le excitó al mismo tiempo, ella tambíen era alta y pesaba lo suyo. Se notaba que pocos hombres, si es que hubo alguno, habían podido llevarles al dormitorio de tal guisa. La dejé en la cama y allí nos terminamos de desnudar.
Ella ya tenía los pezones duros como el granito, y en su ropa interior se notaba la humedad nada disimulada de su deseo.
Por mi parte, mi pene totalmente erecto ya había alcalzado sus 20 centímetros de máximo esplendor, saqué el preservativo, pero ella me lo arrebató y me lo puso delicadamente con ayuda de su preciosa boquita. Tras magrearla en una deliciosa paja cubana, me suplicó que la penetrase. Y ella se pondría encima, porque en cuestiones de guerra, era mejor que la iniciase el general más veterano.
-Vamos querida.
- Sí, sí.
-MMM.
Ah, AH, AH, Dios mío, me matas, ah, como me pones, eres una bestia, sabes, eres una bestia, ARGG SIGUEEE NO TE CORTESSSS. NO PARES…
Sus gritos eran cada vez más fuertes y menos contenidos. Ataqué por todos lados y en todas las posturas. Primero ella arriba, después a cuatro patas. Comprobé el punto donde ella se excitaba más…
-ME CORROOO…. Justo en el momento en que a su vez yo apenas podía aguantar más, así que en cuanto noté que se corrió, yo solté mi manguera a presión. Lo había conseguido, había terminado de eyacular en el mejor momento. Le enseñé el condón lleno de leche, mientras sentía la humedad de su coño bien mojadito.
-Carlos, ¿pero qué hemos hecho? Eres una bestia… y me ha encantado. Lo malo es que mañana voy a tener que lavar las sábanas. Pero me da igual. Esta noche me da todo igual. No sé si vas a poder repetir esto pero… puedes hacerme un favor?
. Si dime
-Acaríciame el clítoris, por favor. Me has hecho un gran orgasmo, pero me has dejado muy caliente
-Como quieras.
No solo se lo acaricié, sino que se lo lamí delicadamente, tal y como había hecho alguna que otra vez con otras mujeres.
-Si, así así, eres una maravilla, Carlos, sigue así… MMMM. ARGGA MMMMM. Me vuelves loca, loca, loca. Argg.
Volvió a conseguir otro orgasmo. Esta mujer tenía mucha energía. No tardó en conseguir un orgasmo clitoriano de primera. No se cansaba del sexo, más bien le recargaba las pilas.
Pero mi polla se quedó bien durita. Y ella se percató.
-Dios mío, pero creía que te había dejado seco. Eres un auténtico animal.
-¿Quieres hacerlo a cuatro patas?
-Síiiiii. Me vas a volver loca de remate.
-Yo, a su vez, no solamente no tenía desgaste sino que sus orgamos también me habían puesto todavía más cachondo, quería volver a correrme, y esta vez era yo el que llevaba la iniciativa. Había dejado que ella mandase primero para examinarla. Pero ahora yo sabía que terreno era el que tenía que excitar, el camino que tenía que recorrer
-Ah, ah, Carlos otra vez, me va a llegar, me llegar ARRGGGGG.
Y volví a correrme justo después de su último y brutal orgasmo. Nos sentíamos como un boxeador tras una gran pelea, destrozados y cansados pero satisfechos por haberlo dado todo.
Llegó el momento en el cual uno tenía que despedirse o quedarse. Y ella me dijo al respecto.
-Quédate aquí, por favor. Llevo mucho tiempo sola. No es que quiera que seas mi pareja, ni mi novio ni nada por el estilo, pero sabes que llevo una mala racha. Y necesito estar con alguien. ¿ Me harás ese favor?
-Sí, por supuesto. Mis padres no vendrán hasta bien entrada la tarde, además creo que quedaron en una comida al día siguiente de la boda. Así que calculo que hasta casi la cena de mañana no llegarán.
Después me dí cuenta de una cosa, no paraba de relacionar toda mi conversación condo con la comida. Y era porque, gracias a Carmen, me había dado cuenta todo lo que había en esa casa estaba rico, rico, rico.
Continuará…
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