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Apenas contaba con ocho años, cuando un vecino fue por mí para que lo acompañara a un lugar desde el cual se podía espiar a Gisela (nombre falso) con toda comodidad.
-Vamos, se le mira toda la panocha –dijo en tono de burla.
A pesar de nuestra edad, no teníamos mucho respeto por las mujeres, y desesperados, buscábamos a como fuera posible verles la entrepierna. Eso lo habíamos aprendido de nuestros padres, quienes siempre nos inculcaron ver a la mujer como el objeto del deseo, a las que les gustaba ser miradas y tocadas, por más que lo negaran, pero nos pedían que tuviéramos un respeto moderado, porque tampoco éramos violadores, pero nos explicaron que con insistencia, coqueteo, romanticismo, seducción y un poco de fuerza, se podía encamar a cualquier mujer. Quizá por eso cuando pasaba una mujer guapa, nos decían que prestáramos atención a los comentarios picaros que les hacían a ellas, para que nosotros, con alevosía, las usáramos ante nuestras compañeras de escuela o amiguitas. Incluso, nos pedían que las espiáramos por debajo de las faldas y, entre juegos, aprovecháramos para tocarlas aparentando ser un mal entendido, pero con intenciones a escondidas.
-Hay mucho maricon hoy en día, el mundo se está yendo al carajo –decían constantemente.
Así que corrimos apresurados y en efecto desde el dichoso rincón se podía ver a la guapa de Gisela, con las piernas abiertas, metiéndose dos dedos, sacarlos húmedos y llevárselos a la boca, degustando así, los jugos de su raja. Esta era rosita, chica y algo velluda, un tesoro que muchos deseaban comerse, abrir y entrar en él. Pero a pesar de haber rumores de que Gisela era una vil puta, nunca pudieron comprobarse y a sus dieciocho añitos, no sé sabia de nadie que se la hubiese tirado aun.
Entonces la joven más guapa de la colonia se puso de pie y dio la vuelta, dejándonos a la vista su culito rosado, rodeado de dos nalgas blancas bien formadas y paraditas. Se puso de rodillas y un dedo húmedo se lo llevo al hoyito para frotárselo. Jadeando, se lo detuvo en el centro y poco a poco se fue ensartando el dedo índice hasta pegar un pequeño grito cuando entro todo. Comenzó un mete y saca que nos dejó boquiabiertos, sus gemidos parecían música para nosotros y deseábamos acercarnos para tocarle el agujerito o ya siendo más atrevidos lamerlo, ya que a mí ninguna parte del cuerpo de la mujer me daba asco, desde chico fui un amante total de las mujeres, no me andaba con miramientos.
Repentinamente, se escucharon unos pasos, alertando a Gisela sobre la posible cercanía de alguien, rápido se puso de pie y corrió detrás de unos coches, donde se escondió para ver al intruso, quien resultó ser el hijo de un amigo de su padre, sin querer este se encontró los calzones de Gisela, húmedos con sus jugos. Al tomarlos y olerlos, sonrió, con su mirada intento encontrarla pero mejor se marchó con una mediana sonrisa en cara, que delataba su excitación por tener algo de Gisela, que olía y sabia a ella.
Fue la última ocasión que vi a Gisela, ella se marchó a estudiar una carrera a la Ciudad de México y no volví a saber nada de esa guapura.
Pasaron los años y me volví un pícaro como mí padre, durante mi crecimiento me fui tirando a cuanta mujer se pudo, una de ellas fue una amiga de mi mamá, conocida suya desde preparatoria, veinticinco años mayor que yo, a la que convencí de coger luego de mucho insistir y tratar de seducirla. Cuando finalmente cedió, no había donde hacerlo sin poder meternos en problemas, pero al comentarle a mi padre de mi aventura con ella, se ofreció a prestarme las llaves de nuestra segunda casa y me dijo:
-Rómpele el culo, ya la traes caliente.
Obedientemente, lo hice y para mi infortunio, mamá se enteró, pero al querer reprenderme mi papá interfirió e impuso su opinión, alegando que la culpa la tenía su amiga por habérseme abierto de piernas. Mi mamá, por temor, guardo silencio y nunca más se atrevió a mencionar el tema, eso sí, le pidió a su amiga que jamás volviera a poner un pie en casa, sin embargo, de vez en cuando, me la volvía a coger.
También me interese por una prima, a ella la convencí bailando después de meses de insistirle que se me entregara. Era amante de la música y siempre la invitaba a bailar a las fiestas y arrimármele hasta quedar bien pegados, ella intuyo desde el inicio que deseaba encamarla, pero a pesar de esto no rechazaba mis arrimones y siempre accedía a bailar conmigo.
-Bailas muy bien, me gusta mucho bailar contigo primo.
Luego de unos meses, de mucho baile, coqueteo y bonitas palabras al oído, la convencí de darme una mamada en casa de mi tía, y luego de tragarse mis mecos pidió que la acompañara a su cuarto para cogérmela como yo quisiera.
Mi tío se enteró de lo sucedido, sin embargo no se molestó. Él pensaba igual que mi padre y su filosofía era que cualquier mujer que me culeara era un triunfo, y por los triunfos se felicita, no se reprime.
-Si ella se dejó, es su culpa –dijo con seriedad-; ya conseguiste lo que querías, ahora te voy a pedir que dejes de hacerlo con ella, búscate a otra, allá afuera hay muchos culitos sin estrenar –me dijo mi tío.
Pasaron quince años de aquella vez que espié a Gisela, en el camino había dejado a varías, y comencé a sentirme muy atraído por las mujeres en los treinta y principios de los cuarenta, porque yo al tener apariencia de niño, uno muy pícaro, fue que varias así se interesó por mí y comenzó, gracias a ellas, una obsesión por hembras con estas características. En especial si eran casadas, ya que el morbo me excitaba con exageración.
Para mi suerte Gisela volvió desde México y era el tipo de mujer por la que yo no dormía. Tetuda, con un culazo, piernas largas, blanca y de piel tersa, sin olvidar unos labios finitos pero bien puestos para mamar verga.
A los días de haber llegado, se realizó una boda en un salón privado al que ambos asistimos. No desaproveche la fiesta y al verla tan guapa me le acerque.
-Buenas, ¿usted es Gisela?
-Sí, soy yo.
-Mis primos iban con usted en la preparatoria. Me contaron mucho sobre usted.
-¿Ah sí? ¿Y qué te contaron?
-Puras cosas buenas señora, no se preocupe.
-Es lo bueno –dijo al ver que ya servían la cena en la fiesta- te dejo, iré a cenar.
-¿No la puedo acompañar?
Se quedó seria y muda.
-Sí, está bien – respondió, muy seria y dudosa de mis intenciones.
Pasamos una hora platicando, logre sacarle unas risas y de vez en cuando algún secretillo incómodo.
-¿Y tienes novia? –pregunto.
-No, ¿usted?
-Mi marido está en Estados Unidos, no viene a México hasta quien sabe cuándo –contesto terminándose de beber su cuarta cerveza.
-¿En serio? Que lastima. Ah de estar desesperado por volver.
-¿Por qué habría de estarlo?
-Porque usted está muy guapa.
-Ah, ok.
Abrió otra cerveza y luego de darle un buen trago, guardo un silencio que aprovecho para dedicarse pensar lo que preguntaría.
-¿Y qué te dijeron de mí? Cuéntame –pregunto.
-Puras cosas buenas, no se preocupe.
-Si pero dime que cosas buenas, quiero saberlo.
-Señora, no se preocupe.
-Quiero que me cuentes, dímelo, no te andes con rodeos.
-¿Quiere saberlo?
-Sí, dímelo.
-Está bien –me acerque a ella y al oído le hable- me dijeron que usted era muy buena para montar hombres
-Ah mira que tal, ¿y eso es algo bueno para ti?
-Claro, no todas las mujeres tienen esa fama.
-No pues, que honor eh –dijo levantándose – mucho gusto en conocerte muchacho, adiós.
A pesar de irse moleta, en mi mente, no dejaba de pensar en el hecho de hacer mía a esa putita y dedique los siguientes meses a convencerla de hacerlo conmigo.
Preguntando a mis conocidos, supe que vivía sola y de vez en cuando la visitaban sus hermanas pero el marido seguía ausente por trabajar en Estados Unidos. Que desperdicio pensé, una mujer de ese tamaño y no tenga quien le dé, pero las condiciones estaban dadas, un marido lejos, un joven queriendo estar encima de su cuerpo y ella jugando su papel de hermosura.
También supe que muchos se mostraban interesados por ella, hasta los niños de la colonia se sentían atraídos hacia Gisela. Cuando caminaba por la calle con vestido o falda, un grupito de niños la esperaba y le levantaban la falda para verle los calzones. Ella con golpes los alejaba molesta, pero no tanto.
Las mamas de los niños se morían de celos, a Gisela le provocaba un poco risa y quizá hasta excitación, porque estás actitudes en los niños del lugar han sido desde siempre.
También supe que por las mañanas compraba en el abarrote de la plazuela y yo la esperaba en el quiosco para verle el culazo a ese mujeron. Pasaba frente a mí, contoneando sus nalgas, y al mismo tiempo que le daba los buenos días me la comía con una mirada picara.
-Buenos días –respondía sin incomodarse por mi forma lasciva de verla. Cuando compro lo que ocupaba volvió a pasar ante mis ojos y la despedí con un “Que le vaya bien”. Respondió que me deseaba lo mismo.
Miré su culito hasta que dio vuelta en una esquina y se perdió.
Una mañana que la ví cambie las palabras y fui más directo, le di los buenos días pero agregue el “qué guapa amaneció hoy señora”, a lo que sonrió y sonrojo, ahora ya se habían planteado las cosas y sabía que de aquí en adelante la cortejaría.
-Gracias muchacho –camino hacia el abarrote no sin antes verme de reojo. Compro lo que tenía que comprar y la despedí diciéndole que mañana viniera más guapa, sonrió pero no hizo un reproche.
Pasaron varias semanas y no falto un solo día en que no le dijera algo que sonrojara a la señora y cada día lucia más guapa, cada día quería tirármela y las cosas parecían estar por darse. En una oportunidad cuando acabo de comprar lo suyo, paso frente a mí y al decirle “señora vengase más guapa mañana”, se detuvo mostrando molestia pero al final sonrió.
-¿Hoy no vine muy guapa?
-Señora, claro, nada más véase.
-¿Y por qué me dices guapa cada que me ves?
-Porque usted me gusta.
Guardo silencio. Se puso a pensar. Después miro al suelo y volvió su cabeza al frente para fijar sus ojos en los míos.
-¿Y qué pretendes con que te gusto y me digas esas cosas?
-Señora, le seré sincero, mis intenciones con usted ya sabe cuáles son, no ocupo decirlas pero quiero hacer bien las cosas y por eso me dedico a decirle lo guapa que esta.
-Si lo sé, pero quiero que lo digas, ten los pantalones para hacerlo.
-Miré, usted está muy guapa y créame que me gusta mucho cortejarla y me gusta aún más que no me rechace. Yo lo hago porque la deseo y quisiera ver si se puede dar la oportunidad de hacerlo con usted. Yo me llamo Javier, no se lo dije en la fiesta.
Estire mi mano para saludarla y ella hizo lo mismo, sin embargo, no la solté y me dedique a tallarle su mano con mi dedo índice suavemente, por lo que suspiro.
-¿La he ofendido?
-No, para nada, no me siento ofendida.
-Señora usted está en todo su derecho de rechazarme pero le quiero proponer algo, yo vengo aquí exclusivamente a verla, no hay otra razón, así que le quiero pedir permiso para que me deje seguir cortejándola, si usted no quiere, para mañana no me vera aquí.
-Ufff… hijo, no sé qué decirte.
Sobe su mano un poco más, lo hice en forma de círculos y esta le comenzó a temblar.
-Está bien hijo, tienes mi permiso, pero no que te propases.
-Existe la posibilidad de que usted y yo lo hagamos.
Volví a sobar su mano cuidadosamente.
-Eso ni siquiera lo des por hecho.
-Claro que no, yo sé que tengo que hacer méritos. Dígame que méritos quiere que haga para que se me entregué.
-Eso no te lo diré, es algo que te toca descubrir a ti.
Me soltó la mano y dijo que me cuidara.
En casa me masturbe cuantas veces pude, mientras me estiraba el cuero pensaba en su culo, sus tetas, su labios y su raja. La deseaba tanto que solté varios chorros con sólo imaginármela desnuda. ¿Qué sé sentirá abrirle la panocha a vergazos? Lamerle las tetas o estar entre sus piernas, eran preguntas que no dejaban de rondar en mi cabeza mientras me sobaba los huevos con una mano y me hacia una puñeta con la otra.
Al caer la noche, me había masturbado más de diez veces con ella en mente.
Muy temprano al siguiente día me pare cercas del quiosco y la espere como un niño esperando a mami y al verla venir desde la cera contraria, los ojos se me iluminaron.
-Señora pero que guapa se vino hoy.
-Gracias muchacho, gracias –dijo muy seria.
Entro a la tienda, luego de unos minutos salió con un poco de mandado.
-Que le vaya bien señora, que tenga buen día.
-Igualmente muchacho.
-¿No me deja acompañarla? –le dije muy sonriente de manera picara.
Ella se detuvo y noto mis intenciones detrás de la propuesta, invitarme a conocer su casa, aunque sea por fuera, era algo ya más atrevido y prácticamente me estaba abriendo las puertas a una pequeña parte de su intimidad.
-No hijo, gracias, no ocupo compañía.
Se quedó inmóvil unos segundos, viéndome, después sonrió y se dio la vuelta para continuar su marcha, permitiéndome así, deleitarme viéndole sus nalgas.
Al siguiente día, de nuevo en ese lugar para verla, se presentó con un vestido blanco de tela delgada luciendo sus bien torneadas piernas.
-Bueno días, señora pero que guapa viene hoy.
-Gracias, que amable –dijo al meterse a la tienda.
Minutos después salió con refresco en una mano y en la otra cargaba con una bolsa grande de mandado.
-¿No quiere que la acompañe? –pregunte sonriendo.
-No gracias –dijo defendiéndose.
Me acerque a ella, su cara se mostró con un poco de miedo y le tome la bolsa con mandado.
-Si quiere yo le llevo el mandado, para que no se canse.
Se puso a pensar.
-Ande, no hay nada de malo en que yo ayude a una mujer tan guapa.
-Bueno, ayúdame pues –respondió luego de unos segundos de dudarlo.
Caminando por las calles, me dedique a mirarla, ella observaba hacia el frente disimulando no sentirse incomoda por verle su excelente cuerpo.
-¿Cómo le hace para estar tan guapa?
-No sé, así nací –me respondió riéndose levemente.
-¿Y hace ejercicio o ese cuerpo se moldeo solo?
-Solito, ya te dije que así nací.
Mientras avanzamos por la calle, me arrime un poco para que mi mano chocara con la suya, la primera vez se sorprendió, sin embargo no mostro oposición y después, sentí que ella se acercaba para también rozar mi mano con la suya.
-¿Y si alguna vez salimos a comer?
-Jamás.
-Bueno, ¿Cuándo me invita a comer a su casa?
-Nunca.
-¿Cuándo me deja darle un beso pues?
Enmudeció pero siguió caminando. Yo me detuve y la tome de su mano.
-Señora, no se imagina cuanto me gusta, ya no me conformo con verla, dígame que quiere para que ya no me rechace.
-¿Tú que es lo que quieres? Dímelo.
-Que se me entregué, ya no aguanto, ni siquiera me interesan las de mi edad, usted es la que no me puedo sacar de la mente, y aunque es ajena y ya tiene dueño, yo quiero insistir en hacerla mía. Ya no puedo guardarle respeto, quiero tocarla y besarla.
-¿Y qué propones?
-Vernos en algún ligar y lo que salga ya dependa de usted.
-No gracias, soy mujer casada y con hijos. No se puede.
Tomo la bolsa y camino media calle, hasta ser interrumpida por mí.
-¿Se ofendió?
-No hijo, no me sentí ofendida, pero no puedo hacer eso, eres un muchacho guapo pero no sé, esas cosas me dan miedo, me siento mal nomás de pensarlo.
-Señora –le dije tomando de la mano- yo no voy a dejar de insistirle, ya me obsesione.
-Búscate a una de tu edad –me dijo apartándose de mí, no obstante, la tome del brazo con una ligera fuerza a lo que se asustó.
-No, usted es la que me gusta, usted ya es una mujer, no se anda con bobadas y yo quiero convencerla de que se me entregué.
-Pues no, así de simple –me respondió apartándose y metiéndose a su casa, que se encontraba a unos diez metros de distancia.
Dos días después se presentó a su puerta un hombre con un ramo de flores enviado por mí, al siguiente día ese mismo hombre volvió a llevarle flores y durante la siguiente semana todos los días le llevo flores por órdenes mías. En estas iban una nota resaltando su hermosura y las ganas de querer salir con ella.
Era un detalle soso pero hasta la mujer más amargada le sube el ánimo.
En mis sueños, siempre estaba ella, sobre mi cama, puesta de perrito y recibiéndome por detrás, extasiada, con la raja chorreada de sus líquidos y escuchándose el golpeteo de mis huevos en sus nalgas y yo exclamando la ricura de su panocha, por ser tan apretada, húmeda y caliente.
Al siguiente día se apareció de nuevo embutida en un vestido de color blanco también, caminaba coqueta y note que esperaba los buenos días.
-Buenos días señora, pero que guapa viene hoy –dije sonriendo y con picardía.
-Gracias, muchas gracias –contesto sonriente.
Entro a la tienda, se ocupó de lo suyo por unos segundos y salió con una botella de agua nada más.
-No la puedo acompañar señora –le pregunto riendo de forma lasciva.
-Si quieres –respondió, a lo que sorprendido me puse de pie y la acompañe.
Caminamos juntos un par de calles, sin dejar de decirle lo guapa que se veía, ella por su parte, dijo haberle gustado mucho las flores, un detalle romántico, aunque algo ya obsoleto para su edad, pero que igual se agradece.
Fue al terminar de hablar que la tome de la mano y caminamos juntos hacia su casa, no me importaba que nos vieran los demás, algunas vecinas se mostraban sorprendidas al ver un joven caminar tomado de la mano de una mujer mayor que él, pero en la cama las edades no existen y a Gisela le faltaba poco para abrirse de piernas.
Llegando a su casa me dirigí hacia su puerta y en la entrada le dije:
-¿No me va a invitar a pasar?
-No, discúlpame.
-¿Por qué no?
-Porque no puedo –suspiro- por eso.
-Pero si quiere.
Enmudeció un breve tiempo, se mostró muy nerviosa, más cuando me acerque a ella y tomados de la mano le plante un enorme beso, que busco una abertura en su boca y al sentirá metí lengua en ella, a lo que respondió tomando mi nuca con su mano libre y acompañarme en un riquísimo juego de lenguas.
-Pasa –me dijo al separarse ya extasiada.
Abrió la puerta, desesperada por entrar, me tomo de la mano y me llevo al interior, cerró la puerta tan fuerte que el golpe retumbo en mis oídos. Luego me llevo a la sala y en esta me acomode en el sillón, ella, nerviosa y tímida tomo asiento junto a mí. Expreso con miedo el hecho de meter a su casa a un hombre que no era su marido, el permitir besarla, cortejarla y tocarla, saber que era un joven y ella una mujer ya madura, que a pesar de haber probado las mieles del buen coger, mostraba un hambre y ansiedad de quinceañera.
-Puedo –le dije señalando con el dedo a mi pene. Asustada volteo a ver el bulto que se notaba sobre el pantalón.
-Como gustes –respondió con ojos bien abiertos.
Lentamente me baje el cierre, sin dejar de verle la cara, metí mi mano en la bragueta y saque de esta una verga bien parada, a la cual la cabeza se le quería asomar pero el cuero se lo impedía. Asombrada no aparto su mirada de mi pene y la boca se le entre abrió.
-¿Qué me decía? –pregunte sin recibir respuesta, ni siquiera un poco de atención. Así que la tome de la barbilla y gire su cabeza hacia mí. -¿Qué decía? –volví a preguntar.
-Que me siento… mal… porque…
Comencé a masturbarme ligeramente pero de una forma tan erótica que no le quedo de otra más que callar y dedicarse a verme haciéndome una puñeta muy cachonda.
-Siga, ¿Qué es lo que decía?
-Pues… no sé, es que, esto está mal porque yo soy casada…
-¿Desde cuándo no se come una verga? –su mirada se clavó en mi rostro al terminar mi pregunta y un silencio invadió la habitación por lo que se dedicó a verme, para después, ponerse de pie e intentar marcharse, pero la sujete firmemente y la jale hacia mí, dejando muy en claro que de encamarnos no se iba a librar.
-Espere… Respóndame, ¿desde cuándo no se come una verga?
-Pues ya desde hace mucho…
-Venga –mencione al poner su mano sobre mi verga y guiarla con movimientos suaves para que me masturbara. Ella se le quedo mirando y jalo lo suficiente para sacar la cabeza y quedarse embobada al mirarla.
-Uyyy –dijo al sentir el calor y humedad de esta.
-Señora, ya no lo oculte, ya sabe qué hacer.
-Es que…
-Es que nada –le dije poniendo mi mano sobre su nuca y empujarla de forma lenta hacia mi verga, quedando su boquita a escasos centímetros del glande. –señora, ya no tiene nada que ocultar, cómaselo, ande, ya no juegue, vuelva a ser la puta de la preparatoria.
-Pero yo ya soy una mujer casada.
-Pues vuélvase la putona que alguna vez fue, no creo que le cueste mucho trabajo.
Con mirada de preocupación por sentirse una mujer amoral, creyendo cometer un pecado, decidió seguirme el juego y abrió su diminuta boca para meterse la verga en ella.
-Ahhhh señora, que rico chupa.
Gisela sabia chupar vergas, sus labios no sólo le servían para comer y hablar, el chupar era una de sus mejores habilidades, y cada que sacaba el glande su boca se escuchaba un chupetón que resonaba en toda la habitación.
A mí me volvía loco el sonido de esos chupetes, que dejaban babosa la cabeza de mi verga, cuando la retiraba, uno o dos hilos de saliva unían mi pene con sus labios y usando su lengua los rompía. Cuando volvió a meterse la cabeza en su boca, mientras jugaba a lamerlo con su lengua, aproveche la oportunidad y empuje su cabeza hacia abajo, hasta metérselo todo en la boca y sus labios pegaran con el inicio de mis huevos.
-Gluuuuuuu –dijo sorprendida- gluuaaauuuuaaaa –con un movimiento de manos me pidió que apartara la mía de su nuca y solita se quedó así, con toda la verga ensartada en su boca.
Entonces comenzó hacer algo que la devolvió a sus épocas doradas en la preparatoria, cuando era una de las mejores putas de la escuela. Apretó sus labios al grueso de mi pene y muy lentamente se fue haciendo hacia arriba, muy lentamente, provocándome un placer que nunca había sentido. Faltando poco para llegar al final de mi pene se dejó ir hacia abajo y se lo metió completo, nuevamente lo apretó con fuerza usando los labios y se fue subiendo de manera jocosa, haciéndome sentir su boca rosando el cuero de mi miembro. Hizo esto por más de cinco minutos y al final se escuchó un chupetón como pocos.
-Huuuuuuu señora, que buena es pa’ mamar vergas.
-Ven –me dijo al tomarme de la mano- te quiero montar.
Avanzando por el pasillo que conecta la sala con su recamara fue que la detuve y la puse de frente contra la pared, sus palmas se recargaban en esta y le pedí que levantara firmemente el culito, orden que realizo obedientemente.
Le abrí las piernas y pase mi mano con suavidad desde los talones en dirección hacia su raja, que al recorrer toda su pierna y sentir su piel tersa, dio un pequeño brinco al sentir mis dedos en su pepa, dejándose llevar por mis movimientos circulares.
-Ayyyyyyy –exclamo excitada al mismo tiempo que se le chorreaba la vagina.
-¿Qué siente?
-Rico, siento muy rico –respondió mientras mis dedos le apartaban el calzón ya mojado y metía la punta de mi dedo en su abertura. Retire este ya húmedo y lo lleve a mi boca. –señora le sabe riquísima la panocha.
-¿En serio?
-Claro que sí, pruébela – pase un dedo por su vagina y recolecte un poco de líquido, repegue mi dedo en sus labios y los abrió inmediatamente para chuparlo.
-¿A que le sabe?
-Ayyy…. Ya no me acordaba de ese sabor.
-Y yo por fin lo conocí, señora su panocha pide verga.
Saque el pene de la bragueta y levante su vestido para repagárselo en el medio de las nalgas, frotándole así el hoyito trasero con lo caliente de mi pedazo de carne.
-Eres un pedazo de mujer –le dije al oído mientras seguía dándole arrimones de verga y metía mis manos en su vestido para masajearle las tetas.
-¿Lo crees?
-Claro que si, sigues siendo una putita muy rica –conteste mientras le pellizque ambos pezones.
-Ayyyyy… ayyyy que rico.
Me arrodille y me embutí debajo de su vestido, hice a un lado su calzón y di paso a la tarea de darle lengüetazos en la pepa.
-Ayyyyy… ahhhhh… que delicia hijo… que delicia –expreso al sentir mi lengua introduciéndose en ella a través de vagina.
Saque esta y le introduje un dedo en repetidas ocasiones. Fui aumentando el ritmo de a poquito y luego de unos minutos se escuchaban los líquidos venir.
-¿Escuchas eso Gisela?
-Sí, son mis jugos.
-Así es, es su panochon que ya se va a venir.
Metí y saque, metí y saque mi dedo, después, con fuerza le metí otro al mismo tiempo.
-Ahhhhhh muchacho me tienes a mil, me estas llevando al cielo…. Ayyyyy… ahhhhh.
No deje, en ningún momento, de hacerle un riquísimo mete-saca de dedos, porque mi objetivo eran sus jugos y no dejaría de dedearla con fuerza hasta que le exprimiera la vagina. Repentinamente, unas gotas de sus fluidos comenzaron a brotarle luego de meterle los dedos y sacárselos de manera brutal.
-AYYYYYYYYYYYYY… AHHHHHGGGGGGGGG… QUE RICO…. AHHHGGGGG… ay ay ay ay ay.
En el clímax, mientras gemía, gritaba y jadeaba le note venir sus líquidos como si se tratara de una manguera soltando agua a chorros, de inmediato puse mi boca debajo de su raja y la abrí para recibirle todos sus juguitos, porque yo era un amante de la mujer y rechazar la eyaculación de ellas me parecía algo de maricones y sentía, sobre todo, que era rechazar a la mujer por el simple hecho de ser mujer.
A mi boca cayo un delicioso líquido de sabor poco amargo, pero que me extasió a más no poder y a ella la hizo arrodillarse por quedar exhausta, derramando así un poco de fluidos en el suelo. La abrace por la espalda y busque sus labios con los míos, estos y mi cuello, así como una parte de mi pecho quedaron húmedos por los jugos que se me escaparon.
-Con la lengua mujer, que no te de asco probar la miel que te sale de allá abajo –le dije al sentir un ligero rechazo por besarme.
Tocándole las tetas le pedí lo siguiente:
-Lléveme a su cama.
Desesperados nos pusimos de pie y nos dirigimos a su habitación, avanzando, no desperdicie la oportunidad para meterle mano debajo de la falda, así disfrutaba de tocarle las nalgas y la rajita húmeda. Entramos a su habitación, lucia pulcra, elegante, cuidada hasta el más mínimo detalle, el de una mujer fina y educada, que por momentos bien podría ser burguesa.
Se puso de rodillas ante a mí y me dio una mamada como pocas, con un chasquido llamo mi atención y pidió que no dejara de verla a los ojos mientras me chupaba la verga y fijaba su mirada en mi rostro. Así, entre chupetones y lamidas sus ojos nuca dejaron de verme, hasta que, tome su cabeza y la empuje a mí para embutirle el pene hasta la garganta.
-Gluuuuuuuuu –hizo de ruido y aunque en inicio trato de apartarse, ya que se acostumbró al intruso dejo de hacer fuerza con las manos y mejor se dedicó a darme de caricias con la lengua. Cuando la retire exclamo un enorme: -ahhhhhhhhhh – luego se limpió las babas de su barbilla.
Pidió que me acostara, ella aprovecho mientras me desprendía de la ropa y me recostaba boca arriba para deshacerse de los aretes y una cadena, ya libre, volteo conmigo y observo a un joven acostado en su cama con una verga bien parada y los huevos hinchados por las excelentes mamadas que le había dado.
Sus manos las llevo a los hombros, y con un ligero movimiento se deshizo del vestido, cayendo al suelo y dejándola sola en ropa interior, se deshizo de esta y frente a mí quedo una escultural mujer, diez años mayor que yo, casada, con hijos, deseosa de revivir sus años de puta en la escuela.
Avanzo hacia la cama, llegando tomo mi pene y le dio unos chupetes más, se subió a la cama, puso mi pito hacia abajo y tomo asiento encima de él, de su panocha escurrieron unas gotas de sus líquidos y sentí lo caliente de estos.
Entonces comenzó un riquísimo movimiento con el cual su vagina rozaba mi verga y lo dejaba completamente lubricado, parecía deslizarse sobre este, dejándolo con un brillo hermoso que sólo una mujer con su experiencia y hambre de ser cogida podía generar.
Sentí, como un chorro de líquido se deslizaba por mis huevos.
-YA –dijo bien caliente- ya no aguanto.
Se levantó un poco y agarrándome la verga puso está de pie apuntando la cabeza de la entrada de su vagina, despacio se dejó ir cayendo, dejándome ver con claridad como los labios se le abrían y daban paso a la entrada de mi pene.
-Ayyyyy –dijo- ayyyy que rico. Ya extrañaba esto.
Señora, es un pedazo de mujer, que rica panocha tiene.
-Ni me digas que tu verga también está bien rica.
La tome de la cintura, ante esto, se preparó y comenzó a subir y bajar suavemente en mi macana, era una suavidad deliciosa que me permitía ver a ese cuero de mujer moviéndose encima de mí.
-Ahhhhh… ahhhh… que rico es esto –dijo extasiada.
Me agarro las manos y las llevo a sus tetas, las masajee con movimientos circulares, y ella, puta como siempre, comenzó a cabalgar de manera impresionante. No era una montada común, aquella mujer, de cuerpo escultura se estaba ensartando sola de manera fuerte y me atrevo a decir sádica, porque cada que se comía toda mi verga con su pepa, podía sentir sus nalgas en mis huevos, robándole un grito que bien pudo haberse escuchado hasta con los vecinos.
La mujer siguió, cabalgando, montando, ensartándose. Su raja se comía la verga con devoción y esta quedaba brillosa al escurrirle sus jugos.
Gisela parecía castigarse y mi pene era su verdugo, porque daba unos tremendos brincos y me pedía que no dejara de acariciarle las tetas.
-Ahhhhh….. que delicia es esto por dios –dijo casi gritando- ¿te habían montado así?
-No señora, sólo usted.
-¿Y entonces soy buena para montar?
-Si señora, lo es.
-En la escuela me tire a medio salón en esta posición.
-¿En serio?
-Si, por eso tengo esa fama de ser buena montando… ayyyy…. Ahhhh.
Se agarró de un muslo, y dio de más brincos, giraba hacia atrás su cabeza y el rostro le quedaba con la mirada al techo, así jadeaba hasta hartarse y volvía a bajar la mirada para buscar mi boca con la suya y darnos unos besos inmejorables.
Besándonos y con nuestras lenguas jugando, jamás dejo de ensartarse y aproveche entre los riquísimos besos, para pasarle el dedo índice por encima del anito y rosárselo suavemente.
-Mmmmmmmm…. –hacia- mmmmmm.
Estuvimos así unos minutos, besándonos como enamorados pero cogiendo como amantes, ya que Gisela no dejaba de clavarse la verga con mucho énfasis. Entonces volvió a enderezar la espalda y comenzó una cabalgata extraordinaria, dolorosa para ambos pero excitante como ninguna, haciéndome sentir que me haría reventar el pito y a ella la raja.
-Ahhhhhh…. Aggggg… ahhgggg… -no para de gritar.
Fue tal la fuerza con la que se daba de sentadas, que se escuchaba nalgadas al sentarse por completo en mí.
-Señora, es una puta de las mejores usted.
-Ahhhhggg… ahggg… ahgggg –gritaba.
Y fue faltando poco para venirnos que me levante y comencé a chuparle las tetas como si quisiera amamantarme.
-Hijo… me estás matando.
-No señora, usted se está matando sola –le respondí al dejar de chuparle brevemente las tetas.
Y seguimos así, ella brincando y yo lamiéndole y chupándole los pezones. Se ensartaba una y otra vez mi verga, como una experta vaquera montando hombres.
Ambos sentimos que el clímax estaba por llegar así que estiro una de sus manos y acaricio mis huevos, mientras seguía cabalgando con intensidad, así que gustoso, le lamí más fuerte las tetas.
-Ahhhh… agggg… que rico muchacho… ahhggg que rico… que ricooooooo.
-Mujer me vas a sacar toda la leche.
-Eso es lo que quiero, tengo tanto tiempo…. Ayyy… que no siento leche dentro de mí… aggggff ayyyy.
Monto, monto y monto. Se ensarto la verga hasta el cansancio y en la última cabalgada le mordí el pezón con una cierta fuerza.
-AHHHHHHHHHHH… AYYYYYYYYY..AGGGHHHHHHGHHHHH –grito por última ocasión.
-Ahhhhhh puta… eres una puta –le dije llenándole su cueva de mecos.
-AHHHHH… AYYY…AHHGGGHHGG..AHGGG… que rico, que rico… te siento la leche –me dijo respirando a duras penas.
Ambos culminamos gritando, yo me fui de espaldas y ella acabo encima de mí besándome de forma apasionada.
-Señora, coge riquísimo –le dije en un momento que dejo de besarme.
-Gracias, ya tenía tiempo que no echaba un palo. Como me dio gusto hacerlo.
La rodee con mis brazos y como niña se quedó encima de mí descansando después haberse sentido mujer luego de mucho tiempo.
Cansado, pensé en las otras mujeres cuarentonas que me había tirado, ninguna como Gisela, como esa puta experta, aunque no me gustaran las comparaciones era inevitable hacerlo, la señora había sido la mejor.
El resto del día lo pasamos besándonos y cogiendo, hasta que oscureciendo, con la escasa iluminación del sol, me baje a su entrepierna y le di una mamada a esa delicia de panocha.
-Mamela muchacho… no dejes de mamarla.
Con mi lengua dentro de su vagina, aquella noche no acabo hasta que Gisela eyaculo y gustoso, me trague sus fluidos.
-Señora es una maravilla de mujer –le dije con los labios todos húmedos.
Así acabo ese día y pasaron los meses y años. Algunas veces lo hacíamos en otros lugares y en una muy especial nos fuimos una ciudad turística donde lo hicimos hasta morir clavados. De recuerdo nos trajimos fotos, videos, música y ropa de nuestros paseos, pero sobre todo el recuerdo de ambos desnudos y cogiendo de lo lindo.
A pesar de habérmela tirado infinidad de ocasiones, no he dejado de cortejarla, esperarla en la tienda y decirle lo guapa que se ve, tomarla de la mano y encaminarla a su casa para llevármela a la cama, ella sin reproches, siempre se me abre de piernas.
Y aun hoy en día, me la sigo culeando.
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