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Categoría: Incestos

Mi tía y su marido (Parte I)

 





Aquella mañana de octubre el sol apareció golpeando la ventana mas temprano que nunca, mi madre, con la puntualidad que le caracteriza, nos despertó recordándonos que había llegado el día largamente esperado, apenas terminó de invitarnos a levantarse, se desató un ajetreo que puso los nervios de punta a todos los integrantes de la casa, incluso a “tarzán”, nuestro envejecido perro, que, normalmente, a esa hora, dormitaba al costado de la puerta, pero, esa mañana, al verse disturbado, salió a desquitarse con el vecino exacerbando más aún nuestro estado de ánimo. 



Con ese entusiasmo que se tiende a involucrar a propios y extraños nuestra familia se disponía a celebrar el cumpleaños de nuestra abuela materna, como es de imaginar, la inquietud merodeaba por todos los ángulos de nuestro ámbito, en lo que a mí respecta, no consiguiendo desentenderme de tamaña manifestación, sin alternativa, tuve que seguir la corriente, y no es que había perdido el interés, solo que, como regularmente sucedía, imaginé a los adultos inmersos en sus quehaceres y regodeos, mientras nosotros, los menores, forzados a una larga jornada de aburrimiento, abandonaríamos la reunión cuando esta comenzaba a ponerse interesante, pues, al llegar la noche, el ambiente se caldeaba con las disparatadas de los mayores ya embriagados, pero en fin, precipitado el momento, me encontré saludando a mi abuela quien empapada de lágrimas por la emoción, me apretujó y besuqueó

confundiéndome con no sé quien, me incomodó el hecho, pero, sus ochentaitantos años, aquella masiva concurrencia y la confusión del momento justificaba de alguna manera este desliz, yo mismo, en general, no sabía exactamente a quien venía estrechándole la mano, saludando por saludar aceleraba el paso tratando de culminar con este tedioso formalismo. 



Contrario a mi pronóstico, aquel día, el ambiente se presentó acogedor, mis tíos, los gestores de la fiesta, no paraban de alardearse, según ellos, todo estaba perfectamente organizado, en efecto, respecto a los festejos precedentes se advertió gran mejoría, saltaba a la vista, aquel espacio dedicado a nosotros los jovenes, que, en innumerables ocasiones brilló por su ausencia y esta vez era realidad prometiendo diversión por igual para todos, de comer y beber ni comentar, si la abundancia fuera un pecado a promotores e invitados no nos quedaría otro lugar que el mismísimo purgatorio. 



Ya inserido en la algarabía, coincidía en pleno con los de entorno a mi edad, conforme avanzaba la tarde, el jolgorio iba en aumento, así como el brindis en los mayores quienes entre risas y tropezones comenzaron a bailar formando un círculo, al medio, mi abuela hacía todo lo posible para seguir el ritmo de sus circunstanciales parejas quienes a turno no la dejaban ni respirar. 



Pasado las diez de la noche, mi tía Dori, hermana menor de mi mamá, acompañado de su marido, decidió retirarse, se acercaron a los míos para despedirse y no sé por qué pedí acompañarlos, mi madre no se opuso, dirigiéndose a ambos preguntó si era posible, mi tía se apresuró en responder con un no hay inconveniente. Autorizada mi ocurrencia, abordamos el automovil del marido de mi tía y partimos, en el trayecto, tras el acuerdo de ambos para continuar libando, nos detuvimos en un autoservicio donde el marido de mi tía se procuró varias botellas de cerveza, apenas llegamos a su casa, él mismo se apresuró en llenar dos vasos con esta bebida y un tercero de cóctel de fruta, alcanzándome este último, exhortó a brindar por la salud de todos, tras sucesivos “chin-chins” de vasos repletos de cerveza, lógicamente, entre ellos, cuando la noche comenzó a “alargarse”, mi tía poniéndose de pie me dijo, 



- ¡Uy, es tarde, anda acuéstate! 



Sus palabras me cayeron como un baldazo de agua fría, la verdad, al encontrarme tan entretenido, no advertí que había llegado el momento de irse a la cama, ella, al notar mi desconcierto me preguntó, 



- ¿Qué pasa?, ¿no quieres ir a dormir? 

- Nnn…no - respondí tìmidamente. 

- ¿Por qué? 

- Tengo miedo - le dije.



Efectivamente, era víctima del pavor ya que meses atrás, su suegra había dejado de exisitir en esta casa, es más, precisamente en aquella habitación la cual supuse tenían pensado asignarme.



Mi respuesta la dejó pensando, soltó un... y ahora qué hacemos al aire, habló musitadamente con su marido y acariciando mis hombros me tranquilizó,



- No te preocupes, por esta vez dormirás con nosotros, pero antes, te me vas al baño, haces lo que tienes que hacer y pasas a mi cuarto para acostarte, ¿ok?



- Si, si, - respondí aliviado.



Cumplí con lo indicado, con brincos de contento me dirigí al dormitorio de ellos, al ingresar... ¡wow!! ¡tres veces wow!! ¡sorprendí desvistiendose a mi tía!.



Una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo dejándome paralizado bajo el umbral de la puerta, pasmado, boquiabierto, observaba sin saber que hacer, mi tía, al advertir mi presencia,



- ¡Pasa, no te quedes ahí parado!



Diciendo esto, con total normalidad, continuó con lo que venía haciendo, se giró dándome la espalda y… mis ojos, abiertos a tope, no parpadeaban por deleitarse con la panorámica de su cuerpo, cada parte del mismo me inyectaba ingentes dosis de delirio; su larga cabellera, sus delicados hombros, la sutileza de su cintura que encontraba apoyo en sus amplias caderas, sobre todo, su imponente trasero cuyos glúteos redondos permitían apenas asomarse a su minúsculo calzóncito rosado que parecía sucumbir entre dos montañas, sus piernas, perfectamente torneadas, sobre colmaron a este “mixing” de emociones trajinándome al extremo.



- ¡Ven, ayúdame a desabrochar el brasier! 

- ¿Eh?... ¿yo?, no... si, si, pero, ¿no sé cómo hacerlo? 

- Fácil, solo tienes que empeñarte y ya.



Sin querer queriendo me acerqué a ella temblando como una gelatina, me infuní valor, abarroté mis pulmones de oxígeno e inicié a manipular aquellos minúsculos corchetes, no fué difícil, como parecia, luego, mi tía, liberándose de esta su prenda, se colocó una bata semitransparente y al volverse, ¡¡¡"miércoles" !!!... sus exuberantes glàndulas mamarias saltaron a la vista, ¡¡balanceabanse deliciosamente acompasando a su caminar, sus pezones oscuros aguijoneaban atrevidamente aquel tejido sedoso dejando entrever dos botones en alto relieve, ¡¡que bella mujer!! - dije a mis adentros, sin exagerar, la madre natura había hecho de su cuerpo una obra de arte, estaba fascinado, embobado o ¡¡no se que mierda!! (disculpen la euforia), a la descarga eléctrica que inicialmente había remecido mi cuerpo se sumó un escalofrío intenso, cuantiosas gotas de sudor frío se desprendieron de mi frente.



Habría detenido al tiempo, de ser posible, para continuar deleitándome de esta inigualable belleza, pero, su voz me rescató de aquel imposible.



- ¿!Qué esperas para acostarte!? 

- Sssi, si, en-se-gui-da – respondí tartamudeando.



Sin perderla de vista me despojé de mis prendas y me acomodé a la patiadera de ellos.



Todo esto sucedía mientras el marido de mi tía se encontraba en el baño, me imagino, el rumor del fluido de agua provenía del cuarto pequeño, al poco rato, mi tía, se retiró de la habituación y yo dejé desencadenarse al morbo evocando las imágenes que me habían dejado embelesado, pasado el tiempo, no se cuanto, me quedé dormido.



Cabe indicar que mi tía es alta, contextura regularmente gruesa, a la fecha tendría 27 años, su marido, de igual estatura, lozano, mayor que ella, le llevaba por más de quince años y no tenían hijos.



De un momento a otro desperté aturdido, el dormitorio se encontraba iluminado por una lámpara angular y el reflejo de la luz artificial que atravesaba el enorme ventanal, al otro extremo de la cama, se oyó la voz recurrente de mi tía. 



- ¡ Vamos, ¡házme tuya !



Continúa...



Autor: Caballero sin sombrero



http://facebook.com/caballerosinsombrero

efeemesiete@yahoo.com




Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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