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Aquella noche, tras acompañar a Conrado a su casa en el taxi, di orden al taxista de llevarme a la mía en otra carrera. Cuando pagué, el taxista, un hombre mayor que yo pero joven, me dijo:
—”Es guapo tu novio”.
—”¿Te ha gustado? Pues es todo mío”, le dije.
—”Y tú, ¿no podrías ser un rato mío?”, me propuso.
—”Estoy caliente, ¿eh?”, le dije.
—”Siéntate aquí a mi lado”, me invitó a sentarme.
Cuando me senté pude verlo bien. El taxista era muy guapo, no sé si me fiaba mucho, pero como era taxi oficial dejé de desconfiar. Me llevó a un lugar apartado, poco transitado, no lejos de mi casa. Eso me tranquilizó mucho más. La verdad es que era un taxista de verdad, no un taxi pirata y estaba cerca de mi casa. Estacionado el taxi y apagadas las luces, me dice:
—”No es tu novio, sino un amigo, ¿cierto?”.
—”En efecto, un buen amigo”, le dije.
—”Pero tú eres gay”, dijo.
—”¿Cómo lo sabes?”, pregunté.
—”Por tu modo de mirar”, respondió.
—”Y tú, ¿eres gay?”, le pregunté.
—”Yo he dejado a mi novio por aburrimiento”, dijo por respuesta.
—”¿Quién fue el aburrido él o tú?”, le pregunté.
—”Algo como que entre los dos; cuando yo tenía ganas, él no y al revés”, se explicó escueto pero claro.
—”Entonces no había amor”, le dije.
—”Nunca nos quisimos, pero él quiso que viviéramos juntos y, desde que alquilamos un lugar para los dos, imposible se nos hizo la vida; entonces me fui a casa de mis padres hasta encontrar algo. Ahora estoy solo”, me contó todo esto sin pedírselo.
—”Y, ¿qué podría hacer yo por ti?”, le pregunté.
—”Esa es una buena pregunta; supongo que te gustaría tener un buen polvo”, contestó.
—”¿Aquí?, ¿dentro del taxi?, muy incómodo para mí”, le dije.
—”Es que ahora estoy con mis padres...”, dijo haciendo una mueca con su cara, arrugando la nariz.
—”Tú me llevas en tu taxi y yo pago la habitación del hotel”, le dije.
—”Te llevo a un hotel barato por horas”, me dijo.
—”Eso es muy sucio; llévame a un hotel de 3 estrellas y para la noche entera; ya nos vamos cuando nos dé la gana”, le dije.
El tío se conoce la ciudad como la palma de su mano, y me llevó a un hotel que se llama Starflow, tres estrellas, limpio, 48 euros. Pensé que iba a tener el polvo con él, no sé cómo y luego lo enviaba a la puta calle y yo seguía durmiendo. No pensaba estar durmiendo con él toda la noche. El taxista, estaba de acuerdo en irse al acabar nuestra faena. Por un polvo no vale la pena pagar, pero dormir y no pasar por mi casa me parecía buena idea. Al despertar, me iría directamente al Universidad. Hizo él la reserva por ser menos conocido y como era para esa noche solo no me pidieron DNI o supusieron de qué se trataba. Eso pienso ahora, entonces no pensaba más que en un buen polvo. Me hacía ilusión por una simple razón, había tocado pollas, me había masturbado, había masturbado a otros, pero nunca había tenido una follada en toda regla. Pensé que iba a aprender y lo iba a disfrutar y no andaba desencaminado. Iba a perder de una puta vez en mi vida la inocencia y mañana iba a ir a la U hecho un hombre.
Subimos a la habitación, limpia, espaciosa, dos camas pegadas. Quité la colcha de una y le dije que se desnudara. El dinero tiene poder y el hecho de haber pagado la habitación me daba poder sobre el taxista. Me quité mi camiseta y me descalcé, quedándome con las medias deportivas puestas para dar más morbo al asunto. Se tumbó en la cama y lo hice levantar. Estaba dispuesto a poner en práctica varios de los consejos que había leído en internet. Lo envié a la ducha y le dije que enseguida iba yo. Cuando sonó la ducha. Me quité el pantalón y las medias y había puesto mi dinero, que no era poco, a buen recaudo.
Entré a la ducha y se me quedó mirando. El tipo no era un dechado deportista. Tenía barriga saliente, sin pectorales marcados, un buen culo, eso sí, y una buena marca de sol, porque, al parecer, siempre ha ido al mar con bañador short. En cuanto al tamaño y grosor de su polla era de las más comunes, de esas que abundan tanto en las playas nudistas, porque una extraordinaria polla no suele aparecer por las playas nudistas; pollas mínimas, pequeñas, medianas abundan, alguna larga y varias gordas. A mí me gustaría ver en la playa esas pollas que sacan por internet las páginas de porno y de porno gay, pero los que tienen pollas de esos tamaños tan considerables no suelen ir por la playa. Además, entre las que salen en internet, en cuanto son pollones de categoría, las carnes de esos tíos son blancas, muy blancas si son de la Europa del Este o son rosadas muy rosadas el resto. Los americanos del porno gay están muy pasados por los rayos UVA. En la playa se ponen, nos ponemos bronceados tirando a negros y parece que eso no tiene éxito entre blancos, por eso son tan ridículamente blancos. Tengo para mí que no les dejan ir al mar a no ser que se trate de una sesión fotográfica o una filmación, por eso salen tan brillantes y llenos de cremas protectoras. Parece que todo es una gran mentira. Yo prefiero a mi taxista con su polla moderada de talla pequeña. Además, las pollas de talla grande cuando se ponen erectas no suben mucho más, mientras que las pollas pequeñas y medianas cuando se empinan suben y suben que da gusto verlas. Esto lo he comprobado muchas veces. Son pequeñas, juguetonas porque se despiertan y crecen y te da la impresión de que se agigantan, eso también tiene su morbo.
Ya tenía yo al taxista en la ducha y entré a ducharme con él. Pensando en aplicar todos los procedimientos de salud, me había llevado en el bolsillo de mi short seis preservativos en su funda; pensando en la higiene, miré y vi que la ducha tenía el cabezal con manguera desenroscable. Quité el cabezal, le dije que diera el agua y me la metí por mi trasero hasta limpiarme unas cuatro veces el interior. Sentía mis calambres por el agua, pero descansé al salir ya agua limpia. Le dije que tenía que hacer lo mismo. Entendió y como no podía metérsela en el culo, lo hice yo y gritó por la cantidad de agua que entró, la saqué y la mierda que salía olía a muerto espantado. Le hice la misma operación hasta que sacó todo. Buena ducha a continuación y secarse para irse a la cama.
Le pedí que me follara primero, pero no tenía lubricante. Fui al baño cogí un poco de gel, me lo apliqué, me puse de rodillas al borde de la cama e incliné el torso, luego sabría que esa postura tan común se llama perrito. Le dije que masajeara mi ano hasta meter el dedo. Lo hizo a la perfección, como quien está entrenado. Creo que lo que yo sabía en teoría, él lo había practicado, pero yo soy metódico y una cosa va tras la otra. Le ensarté un preservativo recién abierto. Y le dije que tuviera cuidado metiéndome su polla. Tuvo cuidado pero entró gracias al masaje anal y al gel. Me dolió. Me dolió mucho a pesar de ser una polla pequeña. Me dolió y cerré los ojos, apreté los dientes, lloré y oprimí el grito por vergüenza o soberbia. Poco a poco la acción lenta de meter y sacar el pene, con la fricción de carne con carne y la humedad que aparecía me fui aliviando. Al poco rato nos movíamos los dos acompasadamente. Entonces comencé a sentir placer. Sentía que esa pollita tan pequeña como que me llenaba el culo, se había crecido, al menos la notaba como si fuera enorme. Y el placer comenzó a provocarme retortijones y me comencé a masturbar porque mi polla hacía rato que se había puesto dura y tenía ganas de un masaje manual. Se lo ofrecí y lo agradecía de modo placentero. El cipote me picaba como nunca, pero un picor placentero que me pedía que picara más. Notaba que la polla que tenía en mi interior comenzaba a tener unos movimientos raros como espasmódicos y acompasados. Y sentí que algo le pasaba a esa polla porque comenzó a vaciarse tras producirme un gran placer; parecía hacerse de nuevo pequeña y en esto la mía comenzó a soltar como un surtidor de leche por encima de toda la cama.
El taxista me dio la vuelta me puso de espaldas sobre la cama y noté el líquido de mi eyaculación a lo largo de mi espalda. Mis ojos debían de estar resplandecientes, porque en cuanto me vio el taxista, se me echó encima y comenzó a besarme. Luego vi que tenía el condón colgando del pene y lleno de blanca leche. Se lo quité y comencé a probarlo. Me pareció muy dulce y me gustó, me lo fui bebiendo ante la sorpresa del taxista y me lo quitó para probarlo. Tomé a mi taxista de la mano y lo acosté a mi lado para besarlo y hablar algo mientras descansábamos.
Me dijo que él también quería probar mi polla en su culo. Le dije que como me salía algo del culo, quería que viera qué es no fuese que el condón hubiera reventado. Toco con los dedos la entrada de mi ano para mostrármelo y solo eran jugos de mi propio cuerpo. Entonces le dije, pasamos por la ducha, tomamos un whisky cada uno de esa nevera pequeña y nos volvemos a calentar.
Así lo hicimos. De este modo, ese día fue la primera vez que me penetraron el culo y la primera vez que penetré un culo. El taxista tuvo suerte porque se encontró un culo virgen que desfloró, mientras que yo me encontré un culo muy cerrado que tuve que destapar a fuerza de sobar y empujar. Entendí que su novio se aburriera de él y se cansara y que él se aburriera de un novio tan torpe y tan perezoso como para rendirse. “No me rendiré”, me dije a mí mismo. Y el esfuerzo produjo su premio. El taxista tenía la costumbre de tensar los nervios y se negaba a abrir el esfínter exterior. Le di unas cuantas palmadas fuertes a las nalgas para que se soltara y en un momento, cuando tenía el culo rojo de mis golpes, mi polla entró como amo por su casa. Tanto me había costado que no quise parar y comencé rabiosamente un mete y saca con mi polla endurecida y mi taxista suspiraba, echaba gritos de puta vieja y me vine. Fue verdaderamente placentero, llegué al orgasmo que deseaba y que jamás había tenido tan potente. Hice como mi taxista, le di la vuelta y comencé a mamar aquella polla que no tardó en darme el néctar de reyes, dulce, agradable. Esta vez mi taxista no lo pudo probar directamente y le hice partícipe de su correspondiente parte desde mi boca con un beso que recordará para siempre.
Al acabar, intercambiamos números de móvil. Cuando yo requería un taxi, lo llamaba y procuraba venir él. Luego lo pasábamos de nuevo bien. Ocurrió esto hasta que encontró pareja de nuevo, de modo que ahora ya es una pareja estable con la que me une una gran amistad. Lo que su pareja sepa de nosotros dos se lo habrá dicho Juan, mi taxista particular. Todavía hoy ejerce su profesión y lo sigo llamando, aunque ya no follamos entre nosotros dos. Pero nuestra conversación durante el trayecto es de morbo muy subido, que exige masturbarse, por supuesto.
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