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No supe cuánto tiempo me dormí, ni a qué hora fue que mi suegro me desató; pero al despertar estaba libre, sin el antifaz y sola en mi recámara, la cual era todo un desastre; reflejo de la batalla sexual que ahí se había llevado a cabo.
Junto a mí encontré un papel que decía: “tuve que salir puta, arregla todo, báñate, arréglate muy bien y ponte el bikini que te di; prepara de comer mientras regreso y prepara tu culo para una buena cogida”.
No me gustaron las palabras que leí de mi suegro; me sentí ofendida de que creyera que yo me iba a dejar coger así como así nomás, pero de repente me acordé de lo que habíamos hecho y me sentí confundida por mis propios pensamientos.
Me levanté y me puse de nuevo el diminuto bikini; mientras me vestía sentí que un líquido corría por mis piernas y supe que era el semen de mi suegro que había quedado en mi vagina; fui al baño a limpiarme e incluso me dieron ganas de bañarme de nuevo, pero pensé: “no tiene caso, seguramente me va a volver a coger”; extrañamente el pensamiento no fue con enojo, sino más bien con resignación.
Vestida únicamente con el pequeño bikini azul me vi en el espejo de mi recámara y pensé que yo soy demasiado hermosa y que mi cuerpo está muy bien formado como para que un viejo desgraciado lo estuviera disfrutando gracias a su maldito chantaje; pensé que yo debería estar disfrutando con mi novio José o tal vez con otros hombres más jóvenes que mi suegro y que tenía que buscar la manera de librarme de él.
Aun pensando fui a la cocina y empecé a preparar la comida. De repente pensaba que no debería obedecer a mi suegro, pero entonces me acordaba de sus amenazas y pensaba que era mejor hacer lo que él decía hasta poder denunciarlo a las autoridades.
Una idea demasiado loca pasó por mi cabeza cuando cortaba una cebolla: "¿Y si mejor lo mato?", durante dos segundos me quedé pensando con el cuchillo en la mano; pero tan solo de pensarlo me dio miedo, pensé en que si lo hacía seguramente acabaría mis días en prisión y solté el cuchillo. Durante unos segundos me quedé quieta viendo el cuchillo en la barra de la cocina y sacudiendo la cabeza pensé: "¿Qué estoy pensando?, ¡Jamás podría matar a alguien!" y seguí cortando la cebolla.
Pero no dejaba de pensar qué podría hacer para librarme de mi suegro y que él fuera al que castigaran y entonces se me ocurrió otra idea: ¿Y si buscaba los DVDs donde se vea que me violó y me humilló para denunciarlo? Esta idea me pareció mejor y entonces me apuré a hacer la comida para ir a buscar los videos, yo estaba segura de que los escondía en algún lugar de la casa. También pensé en la amenaza que él me hizo cuando dijo que mostraría los videos en los cuales parecía que yo cogía por gusto con él, pero mi idea era adelantármele y demostrar que eso era falso y que él me forzaba.
Terminé la comida y me dispuse a buscar los malditos DVDs. Traté de pensar como lo haría mi suegro y lo primero que se me ocurrió es que tenían que estar en el sótano de la casa, pues era el lugar a donde no dejaba entrar a nadie, solamente él entraba ahí. Pero había un gran problema: La puerta del sótano estaba cerrada con llave. Entonces me imaginé que la llave estaría en alguna parte de su recámara, así que fui allá a buscarla.
Abrí y cerré puertas, cajones y gavetas y no encontraba nada; hacía las cosas con rapidez para que mi suegro no me fuera a atrapar con las manos en la masa, pues sabía que regresaría para comer. Al seguir buscando no encontré la llave, pero me topé con algo que me sorprendió y me dio un vuelco total al corazón: En una gaveta había un sobre grande de papel manila de esos que tienen dos ruedas con un cordón que se enreda en ellos para cerrar el sobre. Estaba cerrado con el cordón; lo abrí y encontré una serie de fotos en las cuales aparecía Valeria en lencería, bikini, semidesnuda o totalmente desnuda en posiciones sexuales muy provocativas. En todas las fotos ella sonreía de manera forzada y supuse que Don José era el que se las había tomado, pues la gaveta era de él. Eran muchas fotos y con diferentes atuendos, ¡incluso en uno de ellos Valeria traía puesto el mismo bikini azul que yo traía puesto en ese momento! Durante unos segundos me quedé anonadada, sin saber que pensar, pero segura de que el puerco de mi suegro se cogía a su propia hija; también me dio asco saber que estaba usando una prenda que ya ella se había puesto y quien sabe cuántas personas más.
Además de las fotos había dos DVDs en el sobre, me imaginé que en ellos habría grabaciones del cochino de mi suegro con su hija o más fotos de Valeria. Sonreí para mis adentros y pensé: “Con esto te hundo desgraciado”, las volví a meter al sobre y lo dejé a un lado mientras seguía buscando la llave del sótano.
Un poco después sonó el teléfono. Contesté rápidamente, pues en la recámara había un teléfono inalámbrico, extensión del principal y en el que mi suegro escuchaba mis conversaciones.
-Bueno
-Bueno, putita ¿ya estás lista?, reconocí la voz de Don José
-Si señor
-Muy bien mamacita, llego en 5 minutos, quiero la comida bien caliente y tu panocha y tu culo bien calientes también, ¿escuchaste perra?
-Sí, sí señor, contesté nerviosa
-Muy bien, no quiero pendejadas, ¿oíste?
-Sí señor, no señor. Estoy lista señor, fue lo que se me ocurrió decir para que él ya colgara el teléfono mientras yo rápidamente había tomado el sobre con las fotos y me fui a mi recámara a esconderlo.
-Bueno, ya casi llego, ahorita te cojo, digo, te veo, dijo riéndose y colgó.
Metí el sobre debajo de mi colchón y regresé a la recámara de mis suegros a dejar el teléfono y a ver que nada hubiera quedado fuera de su lugar, pues si mi suegro se daba cuenta de que había estado ahí seguramente el castigo que me pondría sería muy cruel.
Nerviosa me fui a la sala de la casa y me senté en un sillón a esperarlo; me acomodé en una posición sensual y traté de sonreír para que no me descubriera.
Don José entró y se me quedó viendo sonriente; yo le prodigué una gran sonrisa y dije un "hola" con una actitud y una voz muy sensual. Él sonrió y me dijo: "Muy bien putita, ya vas aprendiendo. Ahorita cogemos, pero primero dame de comer que traigo un hambre atroz!"
"Si señor", contesté tratando de parecer servil; me levanté y fui a la cocina moviendo las nalgas de manera sexy para que él las contemplara, pues sabía que mi cuerpo le encantaba.
En la cocina serví solamente la comida de él; no serví la mía, pues no quería que me castigara como en la mañana. Al estar sirviendo de nuevo vi el cuchillo y la loca idea volvió a cruzar por mi mente; pero la deseché agitando la cabeza como tratando de espantar esa estúpida tontería.
Salí de la cocina hacia el comedor con una bandeja grande en la que llevaba un plato de sopa y una bebida para mi suegro; él ya estaba sentado en su lugar del comedor esperando la comida. Coloqué la bandeja en la mesa, agachándome de tal manera que mi cuerpo casi desnudo quedara muy cerca de la cara de mi suegro, sobre todo mis tetas y noté como él se les quedaba viendo fascinado. Me dijo: "¡Ay puta, se nota que quieres verga, espérate un poco, nomás que coma te doy con todo!" Yo solamente sonreí complaciente.
Terminé de servirle la comida y me quedé parada junto a él como si fuera su sirvienta; él comenzó a comer mientras hablaba:
-Qué bárbara puta, también sabes cocinar; esto está delicioso, tan delicioso como tú. Que buena joya trajo mi hijo, sabrosa, buena cocinera, sabes limpiar con la lengua, ¡hombre eres una maravilla!
Siguió comiendo y en ese momento pensé: "¡Qué estúpida soy, lo hubiera envenenado y ni cuenta se habría dado!"
Parece que me hubiera leído el pensamiento, porque en eso me dijo:
-¿Y tú por qué no comes?; ¿Acaso me estás envenenando?
-¡No señor, yo jamás haría algo así!, contesté asustada
-¡Jajaja, ya lo sé! Si yo me muero tú te mueres de hambre porque yo soy el de la lana, tu noviecito no sabe hacer nada, lo tengo en mi empresa porque sé que es un inútil y para mandarlo lejos mientras me cojo a su vieja ¡jajaja!
Estaba parada junto a él y empezaba a enojarme con lo que decía, pero aguanté. De repente él tomó la cuchara llena de sopa y me dijo: "¡pruébala!"; supe que lo hacía para ver si yo lo aceptaba o lo rechazaba y de esa manera comprobar que no lo estaba envenenando. Yo me agaché, con una mano me hice a un lado el cabello para que no cayera hacia la sopa y tomé la sopa de la cuchara que mi suegro me daba, demostrándole así que no tenía veneno. Le sonreí coquetamente y me enderecé de nuevo.
-Muy bien puta, te has ganado el derecho a comer conmigo, podrás hacerlo en cuanto me mames la verga
-¿Mande?, dije sorprendida, pues su comentario me tomó por sorpresa.
-Que te metas debajo de la mesa y me chupes la verga, me ordenó
Tuve que obedecerle, me metí debajo de la mesa y sorprendida vi que el viejo estaba sentado sin pantalón ni calzón, es decir, totalmente desnudo de la cintura para abajo, con su verga totalmente parada esperando a ser satisfecha.
Me acerqué a su miembro erecto, lo tomé con una mano y lo metí en mi boca; sentí asco de nuevo, pero sabía que no podía desobedecer, así que me aguanté las arcadas y empecé a chuparlo como a él le gustaba.
-¡Ah que rico mamas puta!, me dijo con la boca llena de comida.
Mi suegro bajó una mano y la colocó sobre mi cabeza, no me empujó, solamente seguía el ritmo que mi cabeza llevaba al mamarle su gigantesco pene.
Durante un rato se la estuve chupando hasta que él me ordenó detenerme.
-Tráeme rápido el guisado antes de que me venga putita, me dijo.
Salí de debajo de la mesa, recogí el plato de la sopa y fui a la cocina contonéandome provocativamente al caminar. Sabía que él me estaría viendo.
Al estar sirviendo el siguiente platillo pensé en ponerle veneno para ratas, pero lamentablemente no tenía ni la menor idea de dónde habría, o siquiera si había en la casa y no me daría tiempo de buscarlo, así que deseché la idea.
Salí de la cocina con el platillo en la mano y de igual forma lo coloqué en la mesa frente a mi suegro, poniéndole las tetas en la cara, situación que a él le fascinó.
Yo me iba a meter debajo de la mesa para continuar con la felación, demostrándole sumisión, pero él me detuvo y cortó un pedazo de carne, lo tomó con el tenedor y me dijo: “¡Cómetelo!”, supongo que lo hizo para verificar que no lo estuviera envenenando y entonces pensé que había sido bueno no ponerle veneno a su comida o me hubiese descubierto. Me incliné mostrándole de nuevo mis tetas y abrí la boca para que él metiera el trozo de carne en ella; lo mastiqué y lo tragué bajo su atenta mirada; ya que me lo pasé mi suegro sonrió y me dijo: “Continúa”, señalándome hacia abajo de la mesa.
Él comenzó a comer y yo sumisa me metí debajo de la mesa para continuar con la felación. Volví a meter su duro miembro en mi boca y de nuevo lo mamé. Mientras lo hacía pensé que lo mejor sería que mi suegro terminara en mi boca para que así no tuviera ganas de cogerme y por eso decidí hacer un excelente trabajo con la boca. Aunque también me entristecía un poco que no me fuera a dar una buena cogida como la de la mañana; pero decidí quitarme ese pensamiento que me parecía algo depravado.
Después de unos momentos de estar chupando el pene de Don José, él de repente me tomó del cabello y me hizo detenerme. Me dijo: “espera puta o me voy a venir”. Me detuve aunque no quería y entonces él me dijo: “sal de ahí abajo y ve por tu comida”. Obedecí en silencio, salí de debajo de la mesa y fui a la cocina por mi comida. Cuando regresé con mi sopa mi suegro me tenía otra sorpresa. Él ya había terminado de comer pero seguía sentado en su silla. Cuando coloqué mi plato en la mesa me dijo: “No, espera, no vas a comer ahí” y se levantó de su lugar. Fue por una pequeña maleta que estaba en la sala y que yo no había visto; la abrió y sacó un collar de cuero para perro con una cadena y también sacó un plato de los que sirven para darle de comer a los perros. Yo miraba asombrada y pensé: “¡Oh no, me va a humillar haciéndome comer en ese plato como perra!”
Y no me equivoqué; el infeliz viejo se acercó a mí y me entregó el collar de perro; solamente ordenó: “póntelo”. Yo me le quedé viendo y estuve a punto de reclamarle y negarme, pero pensé que mi plan original sería mejor y decidí mostrarme sumisa. Tragué saliva y tomé la correa con el collar, lo abrí y me lo coloqué en el cuello. Luego mi suegro me dio el plato de perro y me dijo: “pon ahí tu comida”; lo hice: coloqué el plato de perro en la mesa y vacié el contenido del otro plato en él. Iba a comer cuando mi suegro me dijo: “¡Al suelo!” Entendí su orden, y aunque me enojaba mucho, me aguanté el coraje, tomé el plato de perro y lo bajé al suelo.
Mi suegro había tomado la correa del extremo opuesto al collar y me jaló como ordenándome que me bajara a comer. Le seguí el juego y me coloqué con las rodillas y las manos en el piso y me empiné para comer como perra. Tuve que meter la cara en el plato de perro para sorber la sopa. Mi suegro, que se había sentado en una silla sosteniendo el extremo de la cadena sonreía mientras me tomaba fotos con su celular y me dijo: “Haz como las perras, saca la lengua para tomar la sopa”. Aguantándome la humillación y el coraje hice lo que él quería, comí como perra lo cual para un humano es sumamente complicado.
Mientras yo me esforzaba por tragar como perra mi suegro comenzó a hablar: “Cuando te vi en la mañana lamiendo el suelo se me ocurrió esta idea y mira, no es nada mala, te vez muy bien tragando como la perra que eres”.
Cuando por fin terminé la sopa, mi suegro me acarició la cabeza como se acaricia a los perros, se levantó de la silla y me dijo: “buena chica, vamos por tu guisado”, entonces yo, que no quería seguir con ese juego le dije: “ya no tengo hambre”. Él se me quedó viendo con cara seria y me dijo: “no te estoy preguntando su tienes hambre perra, te estoy diciendo que vayas por tu pinche comida”.
No me quedó más remedio que obedecer, iba a levantarme cuando me dijo: “¡Ah, ah, como perra!” y me hizo seguirlo a la cocina caminando en cuatro patas.
Cuando llegamos a la cocina, él se detuvo junto a la estufa y se asomó a la cacerola en donde estaba el guisado que yo había preparado. Colocó el extremo de la correa en su muñeca y tomó un pedazo de carne de la cacerola, lo partió con sus dedos y me dijo: “¡siéntate!”; yo me iba a subir a una silla y entonces mi suegro hizo cara de desesperado y me dijo: “¿eres estúpida o qué? ¡Como perra! ¡Eres mi perra hasta que yo te diga! ¿Entiendes?”. Bajé la mirada y asentí con la cabeza; me senté como él quería, con las piernas debajo de los muslos y coloqué mis manos en mis rodillas; entonces él colocó sus manos a los lados y me dijo: “¡así!”, obedecí colocando las manos dobladas a los lados, como perrita y entonces él me arrojó el pedazo de carne y me dijo: “¡atrápalo!”; yo abrí la boca, pero no pude atrapar la carne, que cayó al suelo; entonces él se rio burlonamente y dijo: “¡Ah de veras, lo que tienes de sabrosa lo tienes de pendeja!, a ver ahí va otro, ¡atrápalo!”; de nuevo abrí la boca, pero el pedazo de carne me pegó en la mejilla y cayó al piso.
“¡Jajajaja, Estúpida, abre bien el hocico!” y me arrojó un tercer trozo de carne; este si pude atraparlo con la boca y lo mastiqué mientras él me acariciaba la cabeza y me decía: “buena chica, ya vas aprendiendo”.
Luego tomó un trozo de carne y lo tiró al piso y me ordenó: “¡anda, come!”. Casi no podía contener mi enojo, pero obedecí; me empiné para comer la carne como perra dándole la espalda a mi suegro.
A los pocos segundos sentí como Don José tomaba la tanga del bikini y me lo bajó hasta los muslos; supe lo que venía y de inmediato sucedió; sin ninguna preparación previa colocó su duro miembro en la entrada de mi culo y empujó, penetrándome con fuerza. “¡Aaaauuuch!”, grité al sentir la salvaje penetración y entonces mi suegro dijo: “¡Eso es, aúlla como perra, puta!” y empezó un mete-saca salvaje en mi pobre culo, masacrándolo.
“¡Aaaaiiihhh nooo!”, grité, mientras mi suegro emitía gemidos de placer: ¡”Aaaahhh sí, ah, sí puta, ah!”
“¡Nooo, aaaayyy me dueleee, por favooor!”, gritaba yo sin parar por la salvaje penetración, mientras Don José disfrutaba a más no poder.
“¡HAZ COMO PERRA PUTA, HAZ COMO PERRA, AÚLLA!”, me ordenó mi suegro. Yo, con el dolor que me causaba no quería obedecer, pero entendí que sería mejor cuando empezó a pegarme con la propia cadena en las nalgas y me gritó: “¡QUE AÚLLES TE DIGO, PERRA!”
“¡AAAAUUUU!”, grité, tratando de imitar a una perra siendo cogida por los perros.
“¡ESO ES, ESO ES, ERES MI PERRA PUTA, ERES MI PERRA!”, me dijo mi suegro mientras me cogía con fuerza y sin piedad.
Yo no atinaba que hacer, por un lado, sabía que debía obedecer, porque de lo contrario me castigaría y ahora, en lugar de cinturón, tenía una cadena y estaba segura que no dudaría en usarla, pero por otro lado, me daban ganas de decirle que estaba a punto de acabar con sus abusos conmigo y con su hija.
Pero tuve que aguantar, pensé que en cuanto terminara se iría a dormir y me dejaría en paz y yo podría poner en marcha mi plan para hundirlo al día siguiente.
“¿PORQUÉ CARAJOS NO AÚLLAS PERRA, QUIERES QUE TE PEGUE?”, dijo mi suegro, quitándome de mis cavilaciones.
“¡AAAAAUUUU!”, aullé de inmediato con fuerza para que no me castigara. De cualquier manera el dolor era real.
Fueron varios minutos de inmenso dolor que tuve que soportar hasta que de repente mi suegro dejó su miembro dentro de mí y mientras me llenaba de semen las entrañas gritó:
“¡Aaaahhh, yaaaa, si perraaaa, siiiii!”
Luego sacó su pene ya flácido embarrándome las nalgas y los muslos por detrás. Se tumbó en el suelo sudando y respirando agitadamente mientras dijo: “excelente palo perra, me encantó, sabes cómo hacerme gozar”
Yo también me tumbé en el suelo, pero boca abajo, adolorida y sintiéndome humillada, sabedora de que Don José solamente me veía exactamente como una perra de la que podía disponer a su antojo, sobre todo mientras no regresaran mi suegra, mi cuñada y mi novio, lo cual no sabía cuándo sería.
Unos segundos después Don José se incorporó y mientras salía de la cocina me dijo: “limpia todo, esperas a que te llame y vienes perra”. Obedecí, me subí la tanga, me levanté y limpié todo el batidillo que había quedado, sosteniendo la cadena que colgaba del collar que tenía en el cuello. Cuando terminé ya empezaba a oscurecer y me senté a esperar a que “mi amo” me llamara; tardó unos diez minutos y me llamó; fui a la sala, en donde estaba mi suegro sentado en una silla; me acerqué y él tomó la cadena que colgaba de mi cuello; se levantó y me dijo: “sígueme”; yo empecé a caminar detrás de él y entonces se detuvo y mirándome fríamente me dijo: “¿eres estúpida o qué? ¡Como perra!”.
Entendí que quería que lo siguiera en cuatro patas y me humillé haciéndolo; el infeliz de mi suegro me condujo hasta su recámara; entramos y me hizo seguirlo hacia un lado de su cama que no se veía desde la entrada; allí en el rincón había una jaula grande para mascota abierta; Don José me llevó hasta ella y me dijo: “muy bien perrita, métete”. Yo dudé un segundo, no me latía la idea de estar encerrada ahí; mi suegro me dijo: “anda, adentro, se buena chica”. No tuve más remedio que obedecer; me metí gateando a la jaula.
Una vez que estuve adentro, mi suegro cerró la jaula y le colocó un candado por fuera; yo exclamé: “¡Oiga, no…!”, pero nada pude hacer, el desgraciado me había metido ahí como su perra.
Él me dijo: “vas a estar quieta y callada, si no quieres que tengamos problemas”. Tuve que asentir con la cabeza muy a mi pesar. Luego él me ordenó: “quítate el bikini”; a lo que yo iba a protestar: “¡pero…!”; “¡Ah, ah, ah! Calladita perrita, obedece o te irá mal”, dijo en tono de advertencia. Obedecí, me quité el bikini y se lo di por en medio de uno de los cuadros de la jaula. Quedé totalmente desnuda ahí adentro. A continuación, mi suegro tomó la cadena y la amarró a una pata de su cama y me dijo: “hoy vas a dormir aquí, junto a mí perrita; descansa mucho que mañana nos espera una larga jornada”; luego él se quitó la ropa, se puso una camiseta y un short, prendió la TV y puso un programa que parecía un documental de guerra; apagó la luz y se acostó; a los pocos minutos lo escuché roncar dejando la TV encendida. No pude aguantar más, me tiré al piso y me solté llorando por el dolor y al darme cuenta de que el nivel de humillación era cada vez peor y que no podría llevar a cabo mi plan.
No supe a qué hora me quedé dormida, pero el despertar fue terrible: sentí que mi suegro me sacaba de la jaula jalándome de la correa con fuerza, casi ahorcándome y ayudándose jalándome del cabello con la otra mano; yo no entendía que pasaba, estaba tirada en el piso y sentí como él me empezaba a pegar con su cinturón en las nalgas; yo trataba de detenerlo, pero al moverme los cinturonazos pegaban en diferentes partes de mi cuerpo, lastimándome y haciéndome llorar.
“¡YAAA, AAAYYY, NO, YA, NO, NO POR FAVOR, YA NO ME PEGUE, AYYY!”, gritaba yo mientras metía las manos desesperada tratando de detener el salvaje castigo.
“¡CÁLLATE PUTA PERRA TRAIDORA, CÁLLATE O TE IRÁ PEOR!”
Al arrastrarme por la alfombra de su recámara tratando de escapar de la golpiza de casualidad vi el sobre con las fotos de Valeria que yo me había llevado a mi recámara tirado en el suelo mientras en la pantalla de la TV corría un video en el cual se veía claramente como yo hurgaba entre los cajones de la recamara de mis suegros y como me llevaba el sobre y luego como lo escondía debajo de mi cama y entonces comprendí el motivo del castigo: mi suegro seguramente había revisado los videos de vigilancia de las cámaras que tiene escondidas en toda la casa; me di cuenta lo estúpida que fui al olvidarme de ello y me enojé conmigo misma por tonta.
Me arrastré tratando de ocultarme debajo de la cama de mi suegro para evitar los cinturonazos, pero cuando empezaba a meterme Don José me jaló de una pierna gritándome: “¡¿A DÓNDE CREES QUE VAS PUTA?!”, “¡VEN ACÁ QUE AUN NO ACABO CONTIGO PERRA DESGRACIADA, MALAGRADECIDA, INFELIZ PENDEJA!” y mientras decía todo eso no dejaba de pegarme con el cinturón.
El castigo fue duro y cruel; de nada sirvieron mis súplicas y mi llanto pidiendo que se detuviera; en ese momento pensé que me iba a matar y tuve mucho miedo.
Llegado el momento, Don José dejó de pegarme. Y lo hizo porque se cansó, pues lo vi sentarse en su cama sumamente agitado y sudoroso.
Traté de levantarme, pero no pude, estaba demasiado adolorida; además mi suegro me dijo: “¡No te atrevas a moverte puta o te mato!” Yo estaba tan aterrada por la violencia con que me había pegado que decidí obedecerlo y no moverme.
Don José, sudoroso, cansado y agitado comenzó a hablar:
“¿Por qué eres tan malagradecida?, ¿Por qué quieres traicionarme si te lo he dado todo?, ¿Qué te hace falta?, ¡Tienes comida, una buena casa, ropa, lujos, todo y aun así quieres traicionarme, no lo entiendo!”
La que no entendía era yo, ¿cómo es que mi suegro piensa que tengo que ser agradecida con él, si lo que hace es forzarme a tener sexo sin mi consentimiento?
Él continuaba hablando:
“Todas las pinches viejas, además de putas, son unas hijas de la chingada malagradecidas, infelices; ahí tienes a la puta de mi hija; aquí tiene todo lo que necesita, yo le doy todo: ropa de marca, una buena escuela, su auto, buen sexo y ¿Qué hace la muy puta?; ¡Se larga a coger con el pinche idiota vago drogadicto de su novio que me la entrega ya cogida y cansada!, no dudo que han de echarse sus buenas orgías con todos los pinches drogadictos que se juntan y que según dicen van a estudiar”
“¡Y la puta de mi esposa!, ¿acaso cree que soy pendejo? ¿Acaso piensa que me creo que se la pasa cuidando a mi pinche suegra todo el pinche día? ¡Si yo sé que se acuesta con el cabrón vecino de su madre y que se la pasa en la casa de ese hijo de la chingada casi todo el día!”
“Y luego estás tú, pinche puta cabrona, que sedujiste al pendejo de mi hijo cogiéndotelo casi diario, ¿crees que no me contaba de sus pinches encuentros sexuales diarios?, desde entonces se me antojó cogerte; desde la vez que encontré tus fotos desnuda en su recámara con tus pinches poses sugestivas de puta barata”.
Yo intenté hablar para reclamar por lo que me pareció un insulto:
“Oiga, yo…”
“¡CÁLLATE PUTA, NO QUIERO OÍR TUS PINCHES MENTIRAS!, ¡CÁLLATE QUE SOY CAPAZ DE MATARTE Y HACERTE DESAPARECER Y LUEGO DECIR QUE TE LARGASTE CON OTRO CABRÓN, PERRA HIJA DE LA CHINGADA!”
Me callé por completo, nunca había visto a mi suegro tan enojado y tan abrumado con sus traumas. Él se me quedó viendo por un instante y ya con voz calmada me dijo:
“Mira lo que me hiciste hacer; eres tan tonta. Métete a la jaula y no quiero oír tus chillidos”.
Obedecí metiéndome a la jaula con todo el dolor que tenía; yo sentía que en ese momento necesitaba ir a un hospital, pero no dije nada por temor a que me volviera a pegar. Lloré en silencio y me acosté dentro de la jaula temblando y dándole la espalda a mi suegro, pues no quería verlo después de lo que me hizo.
Escuché como cerró la jaula con candado, apagó la TV y la luz y salió de la recámara dando un portazo; luego escuché como salía de la casa y cómo encendió su auto y se fue. Me quedé ahí encerrada llorando sin poder hacer nada y lamentándome por no poder haber llevado a cabo mi plan y haberlo estropeado todo, además de haber hecho enojar a Don José, por lo que seguramente a partir de ese momento me tendría más vigilada.
No pude dormir por el dolor que sentía, así que en la oscuridad intenté ver si podía abrir el candado de alguna manera, pues pensé que cuando mi suegro regresara, la vida sería un infierno para mí; pero no pude, no tenía nada con que hacerlo y me sentía adolorida y cansada. Llegado el momento, el sueño me venció y me tumbé para poder descansar un poco.
Varias veces desperté sin saber cuánto tiempo había pasado, la oscuridad de la recámara era total, pues las cortinas no permitían pasar el sol y por ello no sabía si ya había amanecido o no. Tampoco había reloj alguno a la vista. Tenía hambre y sed, pero lo que más tenía era mucho miedo de lo que mi suegro me fuera a hacer; pensé que tal vez me eliminaría definitivamente.
Después de no sé cuánto tiempo, escuché que alguien entraba en la casa y se dirigía a la recámara. Mi suegro abrió la puerta y encendió la luz, encandilándome por unos segundos; él entró y se sentó en la cama, frente a la jaula y comenzó a hablar:
-Mira perra, lo que hiciste estuvo muy mal. Si algo no soporto es la traición y tu pensabas traicionarme; si hubiera sido otra persona ya no existiría en este mundo; pero la verdad es que he llegado a apreciarte un poco y además eres la novia de mi hijo. Es por eso que, después de pensarlo mucho, he decidido perdonarte y darte una última oportunidad; pero en el caso de que descubra otra nueva traición tuya, puedes irte despidiendo de este mundo y no será de una forma agradable; te haré sufrir tanto que me implorarás que te mate; pero antes tu vida sería un infierno, haría que todos te despreciaran de forma tal que no podrías ir a ninguna parte sin ser rechazada o tal vez violada por mucha gente. Yo saldría bien librado de cualquier situación, pues tengo muchas influencias que el dinero me ha comprado y si no, las compro en ese momento. Así que espero que entiendas y de una vez por todas entiendas que eres mi puta, mi perra, mi esclava y harás todo lo que yo te diga, porque recuerda que tengo todos tus videos y tengo mucho poder para hacer de tu vida un infierno.
-Eee… está bien… musité con la cabeza agachada, llorando asustada por todo lo que me decía. No sabía si era verdad, pero tampoco quería comprobarlo.
-Muy bien putita, entonces a lo que sigue, dijo y se acercó a la jaula.
Mi suegro abrió el candado de la jaula y tomó la cadena, me sacó como si fuera una perrita y me ordenó: “Necesito que te bañes, te cubras los moretones y te arregles, porque hoy va a ser un día muy intenso y quiero que estés bien preparada”. Dicho eso, me quitó la cadena y yo me levanté y me fui caminando desnuda; salí de la recámara de mi suegro y vi que ya era de día, el reloj de la sala marcaba las 2:25 p.m.; pensé en que me despedirían de mi trabajo por faltar tanto, pero parecía que Don José me leía la mente, porque en ese momento me dijo: “¡ah, por cierto, ya no te preocupes por ese trabajo de mierda en el que estabas, ya mandé tu carta de renuncia!”. Me quedé anonadada; ¿quién se creía ese viejo para tomar esa decisión por mí? ¡Si algo me gustaba era mi trabajo! No dije nada, pero me fui llorando al saber que mi maldito suegro cada vez se adueñaba más de mí.
Mi suegro siguió hablando sin fijarse en lo que yo sentía: “Desde el próximo mes entras a trabajar en mi empresa, serás mi asistente personal”. Ya no quise escuchar más, me fui casi corriendo a mi recámara y me aventé en la cama a llorar. Durante unos minutos lloré desconsoladamente tratando de no hacer ruido, pero luego me levanté y me dispuse a obedecer las órdenes de mi suegro. Me bañé y me esmeré en mi arreglo; me puse una blusa blanca sexy muy pegada sin sostén, una pequeña chamarra “torera” negra, minifalda de cuero negro, medias negras y zapatillas. Me maquillé y pinté muy bien y después de dos horas y media, salí a la sala. Mi suegro se me quedó viendo con los ojos muy abiertos, con cara de morbo y dijo: “¡Caray puta, que buena estás!”; pero casi de inmediato cambió el semblante y me dijo muy serio: “Pero… a donde vamos no te puedo llevar así; vamos a ir a cenar con unas personas muy importantes y no puedo llevarte como la puta que eres; así que vas a tener que cambiarte y ponerte algo elegante”.
Me quedé sorprendida, pensé que con nada le daba gusto a mi suegro, pero el saber que me iba a llevar a cenar a algún lugar elegante me agradó, pues pensé que tal vez ya me consideraba algo más que solo su puta y también saber que habría más gente me gustó; incluso pensé que tal vez sería mi oportunidad de escapar o de contarle a alguien lo que Don José me hacía y que por fin la gente supiera la verdad acerca del depravado tipo.
Un poco molesta, me di la media vuelta sin decir nada y me dirigí hacia mi recámara para irme a cambiar. En ese momento mi suegro me dijo: “¡Hey, pero espera!”. Me detuve pensando: “¿Ahora que quiere?” y me volteé hacia él fingiendo una sonrisa.
“Quiero aprovechar que estás vestida como puta para cogerte así, ven acá; al fin tenemos tiempo”, me dijo mi suegro sin más ni más. De nuevo me quedé en una pieza, ¿pues que se estaba creyendo?, pero de inmediato recordé que me tenía en sus manos y resignada suspiré y caminé hacia él; me dijo: “muy bien putita, me gusta que seas obediente y sumisa; así la vamos a pasar muy bien y nadie tiene porqué llorar ni enojarse; solamente será gozo y diversión”. Yo contesté con una fingida sonrisa: “ajá”.
“¡Quítate la falda!” me ordenó de inmediato, yo lo hice y entonces él tomó mi tanga negra y la bajó; me dijo: “¡Me encanta tu chocho!”; acercó su cara a mi clítoris y comenzó a lamerlo mientras posaba sus dos manos sobre mis nalgas. De inmediato tuve una sensación de placer maravillosa, la lengua de mi suegro era la de un experto, era evidente que ya había hecho eso muchas veces. No resistí la tentación de colocar mis manos en mis pechos, así que me subí la blusa y comencé a masajearme mis jugosas tetas. Mi suegro se dio cuenta de lo que hacía y se detuvo un momento para decirme: “¡Eso es puta, me encanta cuando te pones cachonda, ya te estás mojando mamacita!” y era cierto, ya empezaba yo a sentir como mi vagina se lubricaba y como el calor empezaba a llenar mi cuerpo.
Mi suegro metió un dedo en mi panocha y otro comenzó a meterlo en mi ano; yo solo tragué saliva. Sabía que eso estaba mal, sabía que todo quedaría grabado en las cámaras escondidas que él tenía, pero estaba sintiendo tanto placer que no pensé en nada más, lo ignoré todo, olvidé que era mi suegro el que me daba ese placer inmenso; en ese momento no pensé en todo lo que me había hecho, solamente me dejé llevar por lo que sentía.
Yo respiraba profundo, mi suegro metió dos, luego tres y luego cuatro dedos en mi panocha que a esas alturas ya se encontraba totalmente empapada; en mi culo había dos dedos y su lengua seguía lamiendo mi chocho, haciéndome gozar tanto que de repente sentí como una descarga eléctrica recorría mi cuerpo y fue una explosión de placer; gemí como loca: “¡Aaaammm, aaaahhh, siiii, diooosss, siii!”
El orgasmo fue intenso y duradero, yo sentía que todo mi cuerpo estaba descontrolado y perdí el control de mis brazos y piernas, que se agitaban sin parar.
Después de varios segundos, o minutos, no lo sé, terminé el orgasmo y caí rendida el piso, pues mi suegro me había soltado y había dejado de lengüetearme.
“¿Ves puta, ves lo que puedes gozar conmigo?; si me prometes no volverme a traicionar, yo te prometo darte momentos como éste, ¿qué dices?”.
Me extrañó que en esta ocasión mi suegro no utilizara la violencia para convencerme, sino el placer. Tragando saliva a duras penas, pues mi garganta había quedado totalmente seca contesté en un suspiro: “si”.
“Muy bien; es mi turno, siéntate en mi verga”, me ordenó Don José y yo obedecí; me levanté del piso, abrí las piernas y me clavé en su gordo pene; como estaba bien lubricada, no tuve ningún problema; él me tomó de la cadera y marcó el ritmo que quería; yo me moví subiendo y bajando, apretando la vagina para que mi suegro sintiera más placer.
Duramos así un buen rato, hasta que mi suegro me dijo: “voltéate y clávate de culo”; de nuevo obedecí, pues aún sentía agradecimiento por el tremendo orgasmo que me hizo sentir unos minutos antes; me volteé y su gorda verga me clavó por el culo; sentí un poco de dolor al principio, pero una vez que su verga entró por completo, mi ano se relajó y de nuevo comenzamos con el sube y baja y de repente yo movía la cadera en círculos, para que él experimentara más placer; y así fue; cada vez que yo movía las caderas en círculos, él me decía: “¡aaaahhh putaaa, eso me gustaaa, asíiii, muévelo putaaa!” y eso me gustaba, pero había otras expresiones que no me agradaban mucho, como cuando decía: “¡aaahhh, siiii, te mueves más rico que la pinche valeriaaa y estás más apretadaaa, aaahhh que ricooo!”
Ya lo tenía bien confirmado: el cochino viejo se cogía a su hija; mis dudas ahora eran: ¿sería con consentimiento de ella o la forzaría?; ¿Doña Martha estaría enterada?, ¿Y José, mi novio?, ¿Acaso había llegado a una familia de depravados? , ¿O solo mi suegro sería el desgraciado?
Mis pensamientos seguían mientras mi suegro gozaba de mi culo a su antojo. Fueron cerca de seis o siete minutos que el viejo me estuvo cogiendo de esa manera hasta que me apretó las nalgas con fuerza y se vino echando grandes chorros de semen dentro de mis entrañas y gritando: “¡aaaahhh, yaaaa, por fiiin, me vengooo!”
Sentí como el pene de mi suegro perdía dureza y quedaba flácido fuera de mi culo. Él me soltó y me levanté; lo vi ahí, con su miembro de fuera, viéndome con una sonrisa burlona. “Es lo que te gusta, ¿verdad?” No dije nada, pues me di cuenta de que me había dejado llevar y rápidamente me fui a i recámara. Mientras caminaba mi suegro me gritó: “¡Cámbiate rápido y arréglate porque ya vamos a salir!”
Entré a mi recámara de nuevo confundida; por un lado, satisfecha por el gran orgasmo y el sexo que acababa de tener con mi suegro, pero por el otro, sabiendo que no era correcto y que en cualquier momento él regresaría a sus humillaciones y juegos depravados y eso no quería permitirlo.
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