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Categoría: Maduras

Mi suculenta mamacita

Todas las mañanas pasaba frente a mi casa paseando a su perro. Me encantan las maduritas, especialmente ella. Es linda, sus formas me hipnotizan, piernas gruesas, culo apretadito ni grande ni pequeño, senos medianos, barriga plana, pelo largo, inspiradora de mis pajas desde que yo tenía trece años ahora tengo diecisiete y sigo en lo mismo, conozco a su marido, soy pana de su hijo, se llama Mary y es amiga de mi mamá.



Su mismo marido, un día me la puso en bandeja de plata. Eran como las ocho de la mañana, la hora del paseo del perro. Ese día no lo pasearon a él, sino a mí.



Ellos viven en la acera del frente de mi casa. Todos los días regaba la grama a la hora del paseíto del can, para vacilarme a su ama mientras éste la arrastraba por medio de la correa. El marido ése día salió y al verme regando el jardín, cruzo la calle con intención de abordarme, se le veía exasperado. El era médico y ella, también.



-Buenos días Daniel, disculpa la interrupción, pero necesitamos tu ayuda. Debo ir a una operación  de emergencia y Mary esta enredada con un problema de plomería. ¿Puedes  ver si la puedes socorrer? Llamamos al plomero, pero, no  puede venir antes de  las diez de la mañana. Para esa hora estaremos completamente inundados-



-Claro doctor, inmediatamente voy, dije emocionado-solté la manguera y le grité a mi mamá lo que se requería de mí. Crucé la calle corriendo  exultante.



Mary abrió la puerta, con ojos llorosos y enrojecidos, con una bata de casa no muy sensual, pero  tan cortica que imaginé en seguida las formas que intentaba tapar. Sus pies tan deseables para mi estaban sumergidos en un charco.



-¿Qué hago?, preguntó llorosa.



 Me dieron ganas de acurrucarla y abrazarla. Pero no lo hice. Corrí hacia la acera, abrí la tanquilla de suministro de agua y cerré la llave de paso. Al regresar a la casa el terror estaba pasando pues el chorro desaparecía. Ella estaba en la cocina con una sonrisa de alivio.



-Gracias Dani, dijo, mientras, me abrazó con fuerza- yo solo estaba pendiente  de que mi excitación no fuera notoria, sentí las puntas de sus senos puyando mi pecho. Me aparté apenado. Ella notó mi embarazo y detectó mi deseo efervescente que le era patente y halagador.



-Voy a revisar cual puede ser el problema, pero primero voy a casa a cambiarme de ropa balbuceando dije esto-, no por timidez sino porque el deseo acuciado por su proximidad accesible no me dejaba hablar.



Con una sonrisa bonita y seductora me dijo que no me preocupara, ya iba a traerme un pantalón de su hijo. Salió meneando con resolución su linda colita, no sé si fueron ideas mías, pero pensé que lo hacía en mi honor.



Me cambie y mientras ella me peguntaba ¿qué hacemos ahora? Se sentó en una sillita que había en la cocina al tiempo que cruzaba sus deliciosas piernas de forma que no quedaron secretos entre ellas.  No pude evitar mirarlas con expresión dolorosa  y ella no pudo evitar observar mi rubor cuando supe que me había visto. Para calmarme me dijo que revisara, a ver si salíamos de una vez por todas de “eso”. No sé a qué quiso decir, pero me pareció que era a otra cosa a la que se refería. Me sumergí bajo el fregadero.



Su hijo era gordo y su pantalón me quedó holgado. El problema grave para mí era que la erección no se me pasaba y era demasiado notoria.-El frio pone así a los hombres, dijo para tranquilizarme-, recordé que era una dama madura que sabía controlar las situaciones, por fuertes que parecieran.



Determiné que el problema no era más que una manguera rota. Al voltear hacia donde ella permanecía sentada, noté que desde mi posición se veía el paisaje de sus muslos separados, la violenta unión entre ellos y gran parte de sus nalgas. Mi garrote quinceañero (prácticamente) pegó un respingo urgido por el deseo. Ella notó mi reacción y abrió un poco más sus piernas, mientras se inclinaba, para inspeccionar con sus propios ojos la manguera rota que yo le señalaba. Ella me mostró entonces (además) sus senos, era pecosa, no me había fijado  hasta ahora.



-¿La puedes arreglar?- Si, respondí- la voy a sacar-.



Los dedos de sus pies comenzaron a halar, progresivamente, mi pantaloncito hasta que la mitad de mi alegre verga quedó expuesta. Ella no decía ni hacía nada. Como si no la viera.



-¿Cuántas mujeres has visto desnudas?-pregunto sin transición.



-Si no contamos a mi mamá a mi hermana y a la muchacha de servicio con la que dormí dos veces, realmente a ninguna, respondí sin sonrojo-



-Sal de allí para que veas la primera entonces-



Fue tanta mi emoción que golpeé mi cabeza contra el fregadero por querer salir rápido. Se estaba desabotonando su bata y me miraba fijamente. Quedó en pelotas y dijo:”taraaam”.  Yo había quedado, después del golpe,  sentado en el piso cerca de sus rodillas, su calor y su piel resplandecían mis sentidos.



Lo que agarré primero fueron sus rodillas por allí empecé a besar, a comer, a devorar. En vez de subir traté de bajar hasta sus pies, a los que adoraba, ella no me dejó. Con una señal me ordenó subir sobre la mesa de la cocina, allí me escudriñó mi pene antes de meterlo en su boca y en cosa de tres minutos me sacó el alma por su punta.



-Te voy a comer carajito, quien te manda a caer en mis manos, dio burlona-



Fuimos a su alcoba.



Mi socio estaba ya listo otra vez-tenia diecisiete recuerden-sus besos eran la puerta de entrada a mi placer. Me comía la boca con la suya enseñándome cosas que no sabía. Yo solo decía Mary, Mary, Mary y lamía sus pezones y tocaba con mis dedos temblorosos de adolescente su sexo cálido y abultado, su raja era un abismo misterioso para mí. Pero quería descubrirlo y sumirme en él.



Se acostó boca arriba en su cama con las piernas recogidas y abiertas-Dale, es tuya, dijo con voz ronca-



Me lancé sobre ella y me fui a fondo. Su funda era lujosa y apretaba mi tallo con elasticidad juvenil-después lo supe- Sus labios mayores y menores me ordeñaban con furor. Sentía su gruta cálida y jugosa que me extasiaba. Sus caderas no paraban de  a zarandearme y su boca de besarme. Me miraba seria y con los ojos muy abiertos, en una especie de éxtasis  que hacía brotar su sensualidad de mujer madura complaciéndose con una verga juvenil que le sacaba el potencial  máximo a su vigor sensual como hacía años que no sentía. Su respiración era delatora de su placer. Sus brazos me rodeaban, estaba jadeante y sudorosa.



-Vamos sigue no te pares, me decía cada vez que yo rendía mi tributo de leche a sus entrañas- yo ni había pensado rendirme, quería seguir hasta morir. Me dejé gozar por ella hasta que no pude más, ella tampoco pudo más. Varias veces había sentido sus orgasmos mojar mis ganas.



La había poseído, no importaba nada más. Quería que siguiera. Pero… el timbre sonó.



Salimos de la modorra que nos acogía. Se vistió rápidamente con ropa decente y me indicaba que con premura  hiciera lo mismo.



Bajamos, yo me fui a la cocina, ella a la puerta.



-¿Quién es?-dijo con voz débil.



-El plomero- respondieron con voz fuerte.



Fin.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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