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Queridos amigos, me gustaría contaros una historia que ocurrió el año pasado. Nada especial. O sí. La verdad es que para mí supuso un antes y un después en la manera de ver la vida. De extirpar complejos sobre las distintas formas que tenemos de ver el sexo. Para poneros en antecedentes os explicaré de forma breve que soy una mujer de 38 años, morena con el pelo largo y ojos negros grandes y llamativos. Es, sin duda, lo que más me gusta de mi rostro: Mis ojos.
La vida no me ha tratado muy bien. Enviudé hace un par de años. Sí. Tuve la desgracia de perder al hombre de mi vida. A esa persona que tanto me había dado. Amor, caricias, compañía y ternura. Podéis imaginar lo que supuso para mi perder a mi marido. Me quedé vacía y muerta hasta este verano. Año y medio que no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Además, estábamos en aquellos últimos coletazos que la edad nos permitía para intentar ser padres. Él tenía 39, yo 36 y todo se fue demasiado lejos de mi.
Como os decía, el hecho de no tener hijos y haber llevado una vida tranquila me permitía mantenerme un poquito y conservar un buen cuerpo. Era ama de casa hasta enviudar y acudía asiduamente al gimnasio pues el tiempo y los horarios así me lo permitían. Gasto una talla 40 de pantalón y una 95 de sujetador, así os podéis hacer una idea de cómo soy aproximadamente.
Rehaciendo mis actividades estaba cuando recibí una llamada de mi hermana mayor indicando que venía unos días a mi casa acompañada de mi sobrino David. Aparte de la visita de unos días para vernos, pretendían mirar alojamiento y universidad para David pues quería iniciar sus estudios de medicina. Os diré que soy de Granada y en la población malagueña donde vive no hay esa posibilidad. Toda esa semana la pasamos en grande saliendo y visitando pisos de estudiantes. Encontraron uno para compartirlo con otros dos compañeros y marcharon de vuelta a casa una vez cumplidos los requisitos de alquiler y matrícula universitaria.
Llegadas las fechas de inicio universitario, acudí a recibir a David a la estación de autobuses. Lo acogí en casa por aquel fin de semana pues hasta el lunes siguiente no contaba el inicio del contrato de alquiler del piso de estudiantes. Aquella noche de sábado le propuse salir a cenar fuera y, de paso, conocer mientras paseábamos por Granada los lugares más típicos y puntos de interés para ayudarle a familiarizarse con la ciudad. Debo reconocer que no me encontraba fuera de lugar junto a él. La última vez que lo vi tendría 16 años y estaba aún en aquella edad pasota más propia de la adolescencia, pero ahora era más fácil verlo como un hombre que como un chaval. Tenía el pelo largo, barba cerrada de algunos días y unos ojos negros que delataban qué sangre corría por nuestras venas. Era un muchacho muy guapo y así lo atestiguaron las miradas que, de vez en cuando, descubría de alguna chica cuando pasábamos cerca de ella o cenando en el mismo restaurante. Las niñas se relamían. Yo me limité a llevar un corto vestido con un discreto escote y unos zapatos algo elevados que hacían las delicias de los fisgones y de David, cuya mirada adiviné desnudando mis tetas o las curvas de mi trasero cuando él iba detrás de mi por la calle.
Regresamos tarde a casa. Serían las dos de la madrugada aproximadamente y tomando una última copa frente al televisor, charlamos sobre su vida y me contó que estaba soltero. Su última novia databa de hacía seis meses y no se había querido complicar sabiendo que estudiaría fuera. Se cambió mientras le preparaba algo de beber y luego fui yo la que me puse la camisola de dormir y mi pantalón corto. Al salir al salón, sus ojos se proyectaron sobre mis tetas, inyectados en sangre mientras cruzaba sus piernas en el sofá. Me senté a su lado y empezamos la charla. Al rato y tras despedirnos, me fui a la cama. Nada más meterme en la cama, recapacité sobre las miradas que me soltaba y comprendí que, al cruzar las piernas, se le había puesto dura. La había provocado una erección a mi sobrino. Entonces, solo de pensarlo, me puse como un tomate debajo de las sábanas. Mi mente jugaba y empecé a pensar que desde hacía mucho tiempo no dormía un hombre en mi casa. Hacía más de dos años que mi cuerpo no sabía lo que era un hombre. No había tenido ninguna relación desde entonces y un calor en forma de hormigueo empezó a recorrer mi sexo hasta llegar a mis tetas cuyos pezones crecían por segundos. Como un autómata, mis manos bajaban hasta mi pubis y a los pocos segundos, me encontré abierta de piernas con las dos manos metidas en mi sexo. Mordiendo las sábanas acallé los gemidos que alzaban los decibelios de mi dormitorio. Me levanté, acudí al baño y me relajé con una corta ducha. Con mi toalla liada al cuerpo, salí en dirección a la cocina descalza y justo pasaba por delante del cuarto de David, escuché unos pequeños ruidos. Tras pegar la oreja a la puerta, deduje que se estaba masturbando y permanecí pegada hasta que le oí los clásicos gruñidos que anunciaban su corrida. Durante eternos segundos escuchaba eyacular a David e imaginar que yo podía ser la causa de sus pajas me volvió a poner a tope. Decidí pasar de largo y llegar a la cocina donde me fumé el cigarrillo más tórrido de mi vida mientras lavaba mi interior con una copa. No podía más y estaba caliente como una perra. Me fui a dormir.
El domingo lo dedicamos a salir otra vez. Era septiembre y en mi ciudad hace un calor de mil demonios, por lo que me propuso ir a la piscina. Acepté encantada y me pareció muy buena idea. Cogimos lo indispensable y nos fuimos. Una vez allí pude comprobar el tipo de hombre que tenía como sobrino. Espaldas anchas, tórax bien formado y un culito respingón que mataba. Amén de estar muy bien equipado pues llevaba un bañador tipo slip y tumbado hacia arriba tomando el sol no dejaba nada a mi imaginación. Tenía un miembro que caía hacia uno de los lados con un buen tamaño y grosor más que aceptable.
No hice nada que pusiera en peligro nuestra relación familiar y lo despedí el lunes camino del piso que sería a partir de esas fechas su hogar mientras estudiara en Granada. No obstante, le ofrecí que pasase cuando quisiera a comer o pasar el fin de semana. No tenía más que avisarme con un par de días para que lo organizara todo. Y así pasaron los primeros días que agradecí mucho pues noté cierta tensión sexual y cómo mi vida giraba en una dirección equivocada. Vino bien distanciarse pues él también debería empezar a pensar en sus estudios.
Tres semanas después, un jueves me llamaba y quedábamos que vendría el sábado por la mañana a pasar el finde. Llegó a casa y lo noté algo cambiado, me pareció más enérgico y decidido en su forma de hablar. Lo achaqué a su nueva forma de vida y convivencia con sus amigos. Al llegar la noche y después de cenar, nos encontrábamos en el sofá y viendo los capítulos repetidos de una serie que me encanta, Los Tudor. En una escena tórrida, una dama de la reina bajaba hasta la entrepierna del rey y movía rítmicamente su cabeza arriba y abajo, señal de la mamada que estaba realizando para, tras cambiar de posición y plano, Enrique VIII embestía y se follaba a la mujer de forma bastante lasciva con sus cuerpos desnudos y donde lo único que faltaba era ver de forma explícita sus sexos. Mis pezones crujían bajo mi camiseta y noté como de reojo me miraba las piernas y la dureza creciente de mis tetas. Aproveché la escena y adiviné como se cruzaba de piernas otra vez, a lo que le indiqué que si quería podía cambiar de canal, cosa que negó. Intenté quitar hierro y le saqué conversación sobre las novias que había tenido y me quedé muerta cuando le oí que ninguna era tan bonita como yo y que, ojalá, alguna hubiese follado como la actriz de la película. Le eché coraje y entré en su conversación en unos términos más explícitos:
—Así que te parezco bonita?
—Bonita no, preciosa. Me gustas mucho y el primer fin de semana sólo verte me puso enfermo...
—Me pareció que te la puse dura al salir del cuarto pues cruzaste las piernas como ahora mientras veías la serie...
—Es que ahora mientras veía la serie imaginaba que te montaba como lo hacían ellos... Se me puso como un ladrillo y luego...
—…Y luego te masturbas en tu cuarto como el primer fin de semana que estuviste aquí, verdad?
Se puso entonces como un tomate. Le cogí la mano y le hablé suave para que no se preocupara, era normal a su edad masturbarse y más teniendo en cuenta el mucho tiempo que llevaba sin sexo...
—Incluso yo debo recurrir a ello de vez en cuando. Tu tío me dejó sola hace demasiado tiempo y muchas noches son interminables.
Sus piernas se descruzaron y un paquete enorme quedó al descubierto. Su pantalón corto de dormir parecía una tienda de campaña donde algo muy grande lo izaba al techo. Sin cortarse guio mi mano hasta su polla y la posó sobre aquel tremendo bulto...
—Pues tita, si quieres, algunas noches podría tener un final más bonito y dulce...
Me quedé muerta. Mi mano, sin darme cuenta, seguía posada y abrazaba con mis dedos aquel tronco de piedra que tenía cogido. Nuestros labios se juntaron. Me sentó sobre sus muslos y mordía mis pezones mientras me clavaba su paquete en mi entrepierna. Mi coño destilaba flujo a raudales y sólo rozar nuestros sexos elevé mis ojos en un rápido y nervioso orgasmo que estremeció mis pechos mordidos y mojados por su lengua. Aquello fue el pistoletazo para quitarse la ropa. Lo tumbé sobre el sofá y me comí toda su polla como una posesa. Poseía una polla preciosa. Grande, gruesa y con un capullo duro y terso que hacía las delicias en mi garganta. La llenaba de saliva y masturbaba de arriba hacia abajo mientras mi boca no dejaba de mamar. Me llenó la boca y pechos al correrse y no paré de lamer, besar y tragarme su cuerpo hasta que volvió a tenerla dura como un hierro. Fue cuando lo acompañé hasta mi cuarto. Abrí mis piernas y se bebió el flujo atrasado de casi dos años. Lamía y besaba mi clítoris de forma abrumadora, cálida mientras introducía en mi coño un dedo, luego dos hasta que me mataba orgasmo tras orgasmo.
—Por favor, métemela...
Se encaramó sobre mi vientre y me metió toda la polla empujando como un animal. Notaba sus nalgas embistiendo y el ruido de nuestras pelvis chocando. Cada empujón me partía en dos y mi coño aceptaba encantado aquel rabo enorme dejando fluir cada vez más líquidos desde mi interior. Perdía la noción de los jadeos y contemplé como eyaculó sobre mis tetas una enorme cantidad de semen. Me subí entonces sobre él. Lo besé con toda la dulzura del mundo, bajé hacia su vientre e introduje su polla en mi boca hasta izarla nuevamente... Era joven, guapo e insaciable. La mezcla perfecta para una madura como yo necesitada de una polla como la suya. Me subí sobre él y lo cabalgué de forma brutal y cadenciosa pues notaba como rompía el interior de mi vagina con su poderoso glande... Me pidió cambiar de postura y entonces me penetró desde atrás cogiendo mis caderas mientras metía y sacaba su verga chorreando de mi coño... Soltando mis últimos alaridos tras correrme de nuevo, noté el calor de unos nuevos chorros de esperma sobre mi espalda... Se corría de nuevo...
Se vació toda la noche dentro de mi y exprimí aquellos repletos huevos al máximo. Yo, por el contrario gocé como una perra y me corrí tantas veces que perdí la cuenta. Nos hicimos un favor mutuo. Desde entonces, se ahorra el alquiler y yo el buscar novio. Cuando viene su madre se va al piso pero el resto, pasamos el tiempo juntos. Los estudios también le van bien y a mi su polla, de maravilla.
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