Estoy en el servicio de un bar del Rastro de Madrid limpiándome el semen de Marcus que me chorrea por los muslos. El muy cabrón me la ha metido en el culo estando de pie en la barra y con una caña en la mano.
Conocí a Marcus hace un año en una playa de Murcia. Era finales de septiembre y aproveché un montón de horas laborales extras para juntarlas con un fin de semana y marcharme cinco días a la playa a relajarme. Era uno de los muchos vendedores senegaleses que pululan por la costa vendiendo artículos supuestamente de su país y que en realidad están fabricados en India o China.
Se acercó a mí para intentar venderme un vestido de los muchos que llevaba colgados en perchas y sujetos en la mano. Me llamó la atención uno blanco muy playero, pero me pidió demasiado y le dije que no. Era final de temporada y tenían que aprovechar con los pocos turistas que aún pululaban por la costa. Regateé a un precio irrisorio que sabía que no iba a aceptar y se marchó.
Al día siguiente apareció de nuevo en la playa con los vestidos y el blanco separado del resto. Se quedó de pie delante de mí mostrándomelo y me dijo que hoy íbamos a llegar a un acuerdo en el precio. Me hizo gracia su insistencia, aunque no me extrañó. Decidí aprovecharme y le dije que aceptaba su último precio del día anterior si me daba una información.
Había salido de Madrid sin coger la bola de chocolate que tenía preparada en la nevera y no sabía dónde podía comprar en el pueblo. Cuando se lo pregunté me miró con cara de preocupación y me dijo que sabía dos sitios y ninguno recomendable para ir una chica sola a comprar. Me cabreó su respuesta machista, pero enseguida pensé posiblemente tenía razón.
Me preguntó cuanto quería comprar y le dije que unos treinta euros. Me dijo que podíamos quedar esa misma tarde en el chiringuito de la playa y él me lo traía, si quería. Al verme la cara de desconfianza me dijo que no tenía que pagárselo en ese momento, ya se lo pagaría por la tarde. Como es normal en mí, dude de que me fuera a tangar en la cantidad, aunque si iba yo a comprar sin conocerme me iban a engañar igual. Le pagué un precio razonable por el vestido y quedamos a las nueve de la noche en el chiringuito.
Llegué un poco antes de la hora para tomar algo de cena y escogí la mesa más retirada que había. Me estaba acabando el bocadillo cuando le vi aparecer. Se había quitado la túnica hasta los pies de por la mañana y vestía unos pantalones cortos de deporte de los vendía él por la playa y una camiseta sin mangas abierta hasta medio cuerpo por los sobacos y le dejaba los pectorales prácticamente al descubierto, estaba cuadrado.
Le pregunté que quería beber y me dijo que un zumo de piña. Me extrañó y enseguida caí en la cuenta de que sería musulmán y no beben alcohol. Me fui a la barra y pedí su zumo. Cuando regresé estaba liando un porro y solo por el olor al quemar la china supe que era de calidad. Encima de la mesa había una china grandísima para treinta euros.
Solo lo encendió y me lo pasó. Joder, estaba de puta madre. Cogí la china con la mano y la apreté, al ceder noté que era goma. Esperó a que diera unas caladas y se lo pasara para decirme que en Madrid no se encontraba ni la calidad ni la cantidad por lo que había pagado. Vamos que el vestido te ha salido prácticamente gratis, me dijo riéndose.
Mientras nos fumábamos el porro empezó a liar otro nuevo. Estuvimos charlando y dio la casualidad de que al acabar la temporada se trasladaba a Madrid a trabajar haciendo sus negocios en el Rastro. Le sorprendió que yo viviera en un ático de un edifico nuevo justo en la Rivera de Curtidores, la calle principal del Rastro. Unos cuantos canutos después, tres cervezas yo y dos zumos él, se había hecho de noche y era evidente que estábamos un poco pedo, sobre todo yo.
Me había fijado que me miraba de vez en cuando los pechos. Con la camiseta que me dejaba el ombligo al aire, escotada y sin sujetador, mis pechos de talla cien eran toda una tentación para él. Una de las veces le miré a los ojos y desvié la mirada hacia mi escote, volví a mirarle a la cara y metió la mano por debajo de la camiseta. Jugó con el pezón y me puso los dos de punta.
Seguro de que no había resistencia por mi parte, deslizó la mano hacia abajo y la metió por el borde del pareo que llevaba por falda, buscó el borde del biquini y metió los dedos. Estaba empezando a jadear nada más tocarme el clítoris, cuando noté que empezaba a penetrarme con los dedos.
Me quité el pareo y la camiseta y le dije que fuéramos al agua. El se deshizo de la camiseta y me siguió. Nos refugiamos detrás de una roca, yo sentada en la arena y el tumbado con medio cuerpo dentro del agua. Me arrancó la braga y me chupó directamente el pubis. Nada más correrme me metió la lengua en la vagina y empezó a moverla. Increíble lo grande y gruesa que la tiene.
Hizo que me corriera otra vez y se fue incorporando hasta ponerme la polla totalmente tiesa en la cara. Saqué la lengua y se la pasé por el capullo con la intención de metérmela, imposible. Solo había visto una polla de semejantes dimensiones en algún video porno por internet.
Hice lo que pude. Con casi todo el capullo dentro de la boca y la lengua haciendo círculos le masturbé a dos manos, una sola no abarcaba el contorno entero. Me aviso de que se iba a correr y me dijo que era mejor que me la sacara porque sus corridas eran proporcionales al tamaño. Pensé que ya sería menos, aunque si prefería correrse fuera allá él.
El primer chorro me llenó los pechos. Me levantó las manos y apuntó a la cara. El segundo menos abundante me llenó media cara y el tercero salió mientras se la chupaba. Tuve que dejar que saliera por la comisura de los labios antes de atragantarme. Me metí directamente en el agua para quitarme la pringue, tenía semen hasta en el pelo.
Volvimos a la mesa, nos acabamos las consumiciones y nos fuimos directos a mi hotel. Aquel día supe lo era tener dentro del cuerpo tanta carne dura, por delante y por detrás, y no me refiero solo a su polla. Por primera vez en mi vida, sentí en mis carnes la frase “te voy a romper el culo” y es literal. Cuando me penetró por delante, por primera vez, creí que me iba a reventar el cuerpo por dentro y fue peor cuando me lo hizo por detrás, aunque solo al principio. No tengo palabras para definir las sensaciones de aquella noche.
Repetimos las dos noches siguientes entre porros, cervezas y zumos, no recordaba haber tenido tanto sexo seguido en mi vida. Por la noche me reventaba a polvos y por el día me recuperaba al sol en la playa.
Quedamos en vernos en Madrid un mes después y cumplió. Ahora nos solemos ver de vez en cuando sin ningún tipo de compromiso. Los domingos siempre me tomo unas cervezas con mis amigos en el mismo bar y él se acerca siempre que puede. Después de las cañas siempre compramos algo de comer preparado y nos vamos a mi casa a follar en la terraza cuando hace buen tiempo.
Me he pasado por el sex shop esa mañana y he comprado algunos productos que necesitaba reponer y curiosear algún juguete nuevo para variar. Me ha llamado la atención un tapón anal de cristal transparente más grande de lo normal y con el tope pequeño. Estoy segura de que me podré sentar sin que me moleste. Tengo dos y los dos me molestan con los bordes al sentarme.
Cuando ha aparecido Marcus estaba enseñándoselo a Sonia al final de la barra donde estamos consumiendo. Al verlo se ha sentado en una banqueta detrás de mí y me ha preguntado si llevaba mi caja de vaselina para los labios. Extrañada se la he dado y me dicho que le dejara ver el artilugio de cristal.
Seguía hablando con Sonia cuando he notado sus manos en el culo por debajo de la falda poniéndome vaselina e inmediatamente después el tapón dentro del culo. Le he mirado y se me ha puesto un dedo la boca dándome a entender que no dijera nada. Como le conozco y se que no se corta un pelo, he girado la cabeza para acercarla a su oído y le he dicho que me lo sacara, que no era el sitio adecuado y que esperara que nos fuéramos a casa.
Nada más sacarlo he notado que algo duro y suave me tentaba el culo de nuevo y justo me he dado cuenta de lo que era y cuando me iba a retirar, me ha sujetado las caderas y me ha penetrado con su descomunal polla empezando a moverme disimuladamente para excitarse, hasta que se ha corrido. Ahora, eso lo saben hasta los muertos, pienso vengarme dentro de un rato y además hoy hace un sol espléndido para follar en la terraza. Pienso meterle mi consolador más grande por el culo mientras le estiro de los huevos y se la chupo hasta que se corra como un animal.