Primera Parte Los rayos del sol entraban a traves de la ventana para cubrir el bien torneado cuerpo que era protegido simplemente por una sabana. Al abrir sus ojos onice y recordar la razon por la cual se encontraba en un cuarto en conidiciones tan deplorables, el cual solo contaba con una cama y dos pequeñas mesitas en cada lado. del izquierdo podia verse una puerta que seguramente se dirigia al cuarto de baño del cual salio un hombre alto y trigueño. Dayana se levanto y fue al baño mientras que aquel hombre se vestia. Cuando salio, la esperaba sentado. -deja el dinero ahi...-señalo la cama-...y marchate. -¿no me vas a dar un besito?-pregunto el hombre con voz cinica -¡he dicho que te vayas!-exclamo. El hombre la miro, con su sonrisa cinica en su rostro, saco de su bolsillo un pequeño fajo de billetes y lo tiro sobre la cama. -adios, cariño-Dayana cerro los ojos para aguantarse las ganas de golpear a aquel ser repugnante. No es que fuera sucio, ni pobre, ni borracho...sino que era un hombre normal y corriente, casado y con dos hijos (por lo que le habia contado).Eso era lo repugnante, que la buscara a ella. El golpe de la puerta la saco de sus cavilaciones y se metio al baño evitando ver su reflejo en el espejo pues sabia que odiaria mas lo que veria ahi, su cabello negro igual que sus ojos, sus labios delgados y resecos, lo odiaba. Tal vez habia perdido la esperanza pero no el orgullo. Ella se prostituia para seguir adelante, su madre lo habia hecho tambien, y su padre drogadicto la habia inmiscuido en el trabajo mas antiguo de todos desde los catorce. Por eso a los dieciseis, se fue de su casa, dejando a sus padres, creyendo que asi podria salir del abismo en que estaba metida, o mas bien en que sus padres la habian metido. Pero nada de eso ocurrio, por que al no encontrar trabajo y no poder pagar el alquiler del pequeño piso que habia encontrado, habia empezado a prostituirse. Dayana Garcia era una maldita prostituta a sus dieciocho años. Sonrio con ironia,salio de un infierno para meterse a uno peor, mientras que las lagrimas escurrian por su demacrado rostro. Se metio en la ducha y abris los grifos, regulando la temperatura del agua que salia a chorros. Empezo a jabonar su cuerpo, sollozando con todo su dolor. Sintien que, aunque se quitara la suciedad, que aquel hombre habia dejado en o cuerpo, jamas quedaria limpia.