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Categoría: Confesiones

MI RELACIÓN

"Una pareja reconoce el bisexualismo de ambos"

 

Tengo 38 años, mi marido tiene 36, llevamos diez años de buen matrimonio y nuestra vida sexual  es intensa.

 

Una parte importante de nuestra relación sexual la constituye lo que nosotros llamamos nuestras “fantasías compartidas”. Déjenme explicarles:

 

Hace ya años, cuando éramos novios, en un motel vimos una película en la que dos mujeres se hacían el amor apasionadamente, el erotismo de la película nos llevó a copular con desenfreno y a confesarnos algo de nuestro pasado…

 

Yo le conté la  siguiente historia sobre mi pasado:

 

“Como es tradicional, en el último año de secundaria salimos de paseo con los compañeros de curso. Nuestro paseo fue al Parque Tayrona, una reserva natural a orillas del Mar Caribe en Colombia y en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. Es un sitio excepcional, pues en las mañanas despejadas, se aprecian desde la orilla del mar las cumbres nevadas a casi 6.000 metros de altura.

 

El paseo era de acampada, y la primera noche me tomé unos tragos de más, de forma tal que amanecí con una resaca espantosa, y por ello no fui con mis compañeros al paseo a pie al asentamiento indígena precolombino de pueblito, y por el contrario me quedé durmiendo en la carpa.

 

Hacia las 10:00  a.m. me levanté acalorada, sudada y sedienta, y busqué una cerveza fría entre los termos que habíamos llevado. Mientras bebía mi cerveza apareció Adriana, una compañera del otro curso con quien jamás había tenido una relación más allá de unas pocas charlas sociales, pues ella había ingresado al colegio justamente en ese año. Adriana tenía una resaca tan fuerte como la mía, por lo cual venía también en busca de una cerveza.

 

Después de beber juntas un par de cervezas y ya algo repuestas, Adriana sugirió que como nuestros compañeros tardarían cerca de cuatro horas en regresar, fuéramos a la playa a broncearnos un rato. Yo acepté y entre las dos cargamos un termo con cervezas y algunos enlatados, toallas, cremas, bronceadores y una grabadora, y buscamos en la playa el lugar mas aislado.

 

Ya instaladas en nuestro rincón de la playa, nadamos un buen rato con mucho cuidado, porque se trata de una playa en mar abierto, de muy fuerte oleaje y mucha resaca.

 

Luego  decidimos poner música y nos dispusimos a asolearnos, para lo cual extendimos las toallas sobre la arena y cada una de nosotras se aplicó el bronceador por delante.

 

Un rato después, Adriana se puso bocabajo, se soltó el cierre de su top, y me pidió que le aplicara bronceador por su espalda, una vez se lo apliqué, yo también me puse bocabajo, me solté el cierre y le hice la misma solicitud a Adriana.

 

Hecho lo anterior cada una de nosotras se tendió sobre su toalla y permanecimos unos veinte minutos en silencio hasta que Adriana me pidió que le aplicara más bronceador. Cuál no sería mi sorpresa, cuando al incorporarme descubrí que Adriana se había volteado, es decir, que se hallaba bocarriba, de forma tal que no requería de mi ayuda para aplicarse el bronceador. La situación era confusa y explícita a la vez. Al incorporarme, y como tenía mi top suelto para que no se marcara, había quedado con mi pecho desnudo, Adriana por su parte, antes de voltearse y pedirme más bronceador había apuntado el top de  su bikini, de forma tal que pretendía que yo le aplicara la crema bronceadora donde ella bien se la podía aplicar, y a la vez me señalaba unas fronteras con su escasa ropa.

 

Empecé entonces a untar sobre su cuerpo el bronceador, desde sus pies hacia arriba,  sobre sus piernas cubrí hasta el límite del panty de su bikini, de allí pasé a su cara, cada vez más excitada removí el cabello que la cubría y delicadamente apliqué la crema por su rostro, luego pasé a su cuello y de allí salté a su vientre, de él subí hasta el límite que me marcaba el top bien ajustado, y luego me ocupé de sus hombros y de su pecho hasta donde el top lo permitía. Entretanto la respiración de Adriana se agitaba. Yo también me sentía inquieta, estaba  ocupada como estaba más de lo necesario en la parte descubierta de su pecho, Adriana abrió los ojos, me miró directamente y me preguntó si me gustaba… Yo quedé petrificada, y solo atiné a cerrar mis ojos mientras mi mano seguía frotando la parte descubierta de su busto. Ella unos segundos después extendió su mano, acarició mi pecho descubierto, y me repitió la pregunta: ¿te gusta?. Yo no respondí, sencillamente seguí acariciando la parte descubierta de su busto y reaccioné favorablemente cuando ella se incorporó y me besó en la boca.    

 

En esas pocas horas que nos quedaban regresamos a la carpa, e hicimos el amor de todas las formas posibles entre mujeres y nos gozamos una a la otra y otra a la una hasta el infinito. Los días que quedaban del paseo buscamos cada rincón, cada excusa, cada ocasión para besarnos, acariciarnos y cuando fue posible hacer el amor.

 

Luego regresamos a Bogotá, y durante el resto del curso con la mayor discreción fuimos amantes. Una vez graduadas, cada una tomó su camino y el de ella fue residir en el exterior. Desde entonces no he tenido relaciones sexuales con otra mujer, pero espero que un día me vuelva a encontrar con Adriana.”

 

Por su parte, mi marido me contó:

 

“Yo tenía quince años y hacía parte del equipo de tenis de mesa de mi colegio. Un compañero del equipo, que cursaba un año anterior al mío, me invitó una tarde a practicar en su casa, que no solo era amplia y lujosa, sino que además tenía una gran área de juegos con bolera, billar y muro de tenis (frontón). Practicamos un buen rato de tenis de mesa, y cuando yo expresé que quería ir a orinar él no sólo me indicó el camino sino que ingresó conmigo al baño, cosa que no tenía nada de particular, porque había varios cubículos para orinar. A la salida del baño, mi compañero comentó que yo por ser mayor debía tener el pene más desarrollado que el suyo. Reanudada nuestra práctica yo no podía ignorar su comentario de modo que lo alenté a repetirlo y cuando él lo hizo yo me ofrecí a mostrarle mi miembro, hecho lo cual, sin que mediara palabra suya me bajé el pantalón y le exhibí mi miembro erecto, no tan grande como lo es ahora y con menos pelos en el pubis de los que tiene hoy. El se acercó, se sacó su miembro que estaba erecto y que ya había superado la niñez, y se declaró sorprendido por el tamaño del mío (era obvio, yo era mayor). Luego me propuso que midiéramos el tamaño de cada pene, de forma tal que él consiguió una cinta métrica de costura y él me lo midió a mí y yo se lo medí a él, cosa que hicimos para deleite de ambos.

 

Luego nos toqueteamos pero sin declarar que nos gustaba, sino más bien como un juego de curiosidad. Hubo un momento en que él quería tocarme y yo quería hacer lo mismo de forma tal que nos recostamos de manera opuesta y mientras él tenía mi pene en sus manos yo tenía el suyo en las mías, me sentí tentado y me llevé su pene a mi boca, él lo sintió y no sólo empujó su pene, sino que hizo lo mismo con el mío, fue un 69 delicioso.

 

No nos penetramos, no nos besamos, pero durante mucho tiempo nos hicimos sexo oral tanto en el pene como en las tetillas y todas las veces nos vinimos delicioso, luego él se retiró del colegio y  no volvimos a vernos.”

 

Compartidas las anteriores confidencias, parte de nuestra vida sexual gira en torno de nuestras fantasías, le meto a mi marido mis dedos en la boca como si fueran un pene y luego los chupamos ambos como si lo compartiéramos, y él hace ejercicios para que su pecho crezca como si tuviera unas tetas de verdad que yo chupara.

 

Mi relación les parecerá rara, pero estoy segura (y así lo espero), que un día tendremos una relación con una mujer y otra con un hombre, y en ambos casos, cada uno gozará de lo que en su momento gozó, y cada uno de nosotros verá satisfecha su fantasía.

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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