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Era una mañana calurosa en Caracas. La típica mañana que a los habitantes de esta ciudad nos hace sentir caraqueños: tráfico a montón, retrasos en el metro con el consabido congestionamiento de dicho sistema, los abusadores que quieren ser más que los demás comiéndose las luces de los semáforos, las flechas, los motorizados…En fin, lo típico que nos hace sentir que somos de Caracas.
Esa mañana tenía clases en la universidad. Mi nombre es Karen, tengo 23 años y soy estudiante de contaduría, voy por el cuarto semestre de mi carrera, y si bien no soy de las mejores estudiantes, mis notas nunca han sido malas. La primera clase fue de la materia Contabilidad Avanzada, y fue la clase que hizo posible toda esta historia, la clase que cambiaría mi vida por completo.
El profesor de esa materia era un imbécil. Su nombre: Martin. Se rumoreaba mucho que recibiera favores sexuales por parte de muchas alumnas de sus clases a cambio de buenas notas, y la verdad, no me extraña que existan los rumores, ni mucho menos me extrañaría que fueran ciertos, por el modo de dar sus clases. Acostumbraba pasar a las chicas a la pizarra para resolver algunos ejercicios, más que a los chicos, solo para recorrer sus cuerpos con ojos lascivos. Y más de una caía en su juego, y le paraba el culo o sacaba pecho mientras estaba en la pizarra.
Más de una vez lo vi manoseando “sin querer” a alguna alumna, más que todo fuera de la universidad, aunque no era raro verlo por los pasillos de la misma simulando un tropezón con sus pies o una caída, para posar sus manos sobre el cuerpo de alguna chica. Pero ese día, en esa clase, cayo la gota que derramo el vaso.
Me hizo pasar a la pizarra, donde yo debía resolver un par de ejercicios básicos de contabilidad. Comencé mi tarea, anotando en la misma las cantidades y sacando las cuentas necesarias para resolverlo bien. Cada tanto miraba de reojo hacia el escritorio del profesor, y lo pillaba viéndome con total lascivia. La verdad, estoy acostumbrada a ese tipo de miradas, no es por dármelas de la gran cosota ni mucho menos, pero sé que mi cuerpo es muy bonito y muy bien formado, con bastante carne en los puntos más interesantes para los hombres. Mis medidas son 110 – 62 – 93. En el pecho una buena copa DD cubre mis senos, bastante firmes y parados, desafiantes de la ley de la gravedad, mi mayor orgullo. La cintura perfectamente moldeada con unas bellas curvas continuadas en mis caderas no muy anchas. De rostro siempre me han dicho que soy linda, y así me considero, aunque sé que no soy la última coca cola del desierto ni mucho menos, sé que hay mujeres más hermosas que yo. Mi cabello es negro, largo y liso. Las piernas que me sostienen también están perfectamente moldeadas y curvilíneas, todo mi cuerpo procuro de cuidarlo muy bien a base de unos buenos ejercicios.
En fin, que no era nada nuevo para mí el ser recorrida por miradas masculinas de forma lasciva. Mi problema es que él era mi profesor, Martin. Un hombre que debería mostrarme mucho respeto, al menos en el ámbito educativo, así como yo siempre se lo había demostrado a él. Pero el no. Sus ojos clavados en mi cuerpo con semejante descaro me ponían incomoda, me molestaba. Yo de vez en cuando volteaba a verlo y luego le torcía los ojos con total desprecio. En una de esas que se los torcí, él se puso de pie, camino lentamente pasando por detrás de mí, e hizo su típica jugada: simulo que se tropezaba y me agarro el culo.
Yo me voltee rápidamente y le di una buena cachetada que le voltee la cara casi como la niña de “El Exorcista”. Todos en la clase, un total de 48 personas, se quedaron atónitos viendo la escena y esperando atentos el siguiente número.
-¡¡Pero bueno!! ¿¿Qué es lo que le pasa?? ¿¿Está loco?? –le grite yo, totalmente molesta.
-No te enojes niña, me iba cayendo y… -se intentaba excusar pero lo interrumpí
-¡¡Si claro!! “me estaba cayendo” ¿tú crees que soy estúpida? ¿Crees que no sé qué lo haces a propósito? –le continúe diciendo yo, ya tuteándolo, mucho más molesta aun.
-Caramba señorita, esas acusaciones son muy fuertes, yo que usted tendría cuidado con lo que dijera…-me dijo él, ya pasando a poner un tono de voz autoritario y con un supuesto respeto hacia mí.
-¡¡Cuidado debes tener tú, morboso, estúpido, porque fácilmente te puedo ir a denunciar con el rectorado!!
-Bueno, si así lo desea señorita, vaya… la puerta está abierta… Solo recuerde que es su palabra contra la mía…Y yo que usted me disculparía, no tiene porque reaccionar así, me estaba cayendo, ya se lo dije…
-¡¡Váyase a la mierda!! -Le dije, molesta, para luego dirigirme hacia mi puesto, tomar las cosas e irme fuera de la clase.
Ese día no me quede en la universidad de lo molesta que estaba, por lo que perdí el resto de clases de dicho día. Al día siguiente fui a la universidad, muchos de mis compañeros de clase me animaron por lo sucedido el día anterior, me dijeron que había actuado bien, que tal vez al tipo se le quitaba la estupidez. No lo denuncie porque también pensé que el tipo aprendería la lección, y además, el papeleo para denunciarlo sería abrumador, por lo cual me quede tranquila.
El resto de las clases del semestre transcurrieron de forma normal, como si nada hubiera pasado. El tipo se mostró muy respetuoso con todas las alumnas, es decir, “aprendió a caminar” ya que ahora “se caía” menos. En el aula no nos cruzábamos palabra alguna, él ni siquiera me preguntaba cosas acerca de la materia y yo tampoco intervine en las clases. Obviamente de la molestia de aquel día, reprobé todas las evaluaciones, así como también la materia al final del semestre.
Ese día, cuando el semestre había terminado, me entere de que el otro profesor que dictaba la misma cátedra, y el cual era con quien yo quería volver a ver la materia (esto porque en la universidad en la que estaba el alumno elige a sus profesores según sus cupos disponibles), se retiró de la universidad, dejándome con Martin como la única opción para repetir la materia. A raíz de esto, fui a ver al coordinador de la carrera a ver que otra opción podría tomar. Llegue a su oficina y toque la puerta. –Siga –oí desde adentro, una voz un poco distorsionada que no logre reconocer. Al abrir la puerta me lleve la para nada grata sorpresa de ver a Martin sentando leyendo un libro tras el escritorio, sobre el cual posaba un letrero que rezaba “Martin xxxxxxxx, coordinador de estudios mención contabilidad”. Levanto la mirada con una cara de prepotencia y me vio por un segundo para luego bajar la mirada nuevamente y seguir leyendo el libro. –ah, eres tu… -dijo mientras continuaba su lectura, con voz relajada y tranquila, como si yo no tuviera nada de importancia. Me quede parada unos segundos, sin saber qué hacer, estaba muda y descolocada. El seguía leyendo el libro. -¿y bien? ¿Qué quieres? –me dijo sin mirarme.
-Quería saber si tiene a otro profesor sustituto para la materia… -dije, sin estar segura de mi misma al momento de hablar.
-No… -dijo luego de un corto suspiro sin retirar la vista del libro. –lamentablemente yo tendré que ocuparme de todos los alumnos que tengan que ver la materia, no conseguí profesor nuevo… ¿por?
-Bueno… yo… eehhh… -por alguna razón me quede sin palabras. Su forma de ser en ese momento me tenía desarmada, un aire de superioridad lo rodeaba.
-No quieres ver la clase conmigo… -dijo, aun sin verme. Yo no sabía que decir, de repente sentí pánico. Luego de un par de segundos Martin cerró el libro y me vio a los ojos. Suspiró antes de continuar hablando –Mira niña, será mejor para ti que hablemos de nuestras diferencias. Lo que me hiciste aquella vez ciertamente no me gusto… -Yo baje la mirada, con cara de incomodidad total. El prosiguió hablando –Creo que me debes una muy buena disculpa. Sinceramente sería una verdadera lástima que pierdas todo tu esfuerzo en llegar a este semestre, por este problema, por tu actitud, y por no disculparte como es debido.
Yo entendí por dónde iba. El muy cabron me estaba lanzando la indirecta de que si no hacia lo que él quería me pondría las cosas muy difíciles y hasta sería capaz de reprobarme nuevamente. Ciertamente podría denunciarlo, pero siendo coordinador de la carrera, y en la sociedad tan corrupta en la que vivimos, la cosa no terminaría bien para mí, ya que de seguro tendría unos muy buenos contactos que lo apoyarían en todo. Sin duda, no tenía salida. Me quede viendo el escritorio fijamente con rostro de incomodidad y resignación, sin decir una sola palabra. La verdad no quería perder el esfuerzo hecho para llegar a ese semestre.
-A juzgar por tu rostro, veo que estas dispuesta a disculparte. Tú y yo sabemos que reaccionaste de mala manera. –me dijo en tono acusador aunque bastante sereno.
-Si claro… -le dije en tono irónico– siempre haces lo mismo, te haces el tonto y le metes mano a cualquier mujer.
-Hey, cuidado con lo que dices. Yo tropecé y casi me caigo y sin querer te toque.
-Aja, si, y te creí –le respondí.
-Bien, intenta probar que no fue así, te reto. Si piensas que el resto de tus compañeros te sirven de testigos, no servirá de nada, es la palabra de ellos contra la mía. Sé que tengo fama de ser un profesor muy exigente y muchos alumnos me detestan, sus palabras para apoyarte pueden ser tomadas como un intento de difamación en mi contra, solo para perjudicarme. Dime, ¿puedes, o no puedes probar que lo hice a propósito? –me replico con mucha seguridad en sí mismo. Lo peor de todo era que tenía razón, era imposible probar eso, más aún podría ser tomada la denuncia como un acto para joderle la vida, ya que el mismo ha sido víctima de ataques de alumnos molestos por su nivel de exigencia. Podría quedar absuelto de toda culpa y más aun con los contactos que muy seguramente debería de tener.
-No… -dije bajando la mirada al piso con resignación, derrotada- no puedo probarlo.
-Bien. Ya sabes, o aceptas disculparte o puedes retirarte de la universidad y perder todo tu esfuerzo, porque veras las clases conmigo, y te aseguro que no pasaras este semestre tampoco. –Me dijo. Yo sabía perfectamente que estaba jodida. No quería perder el esfuerzo.
-Bien… Disculpe… por todo… -le dije, incomoda, resignada, mirando aun al piso.
-¡Ja! –dijo.- ¿Piensas que con esa disculpa tan burda y sosa podrás compensar el bochorno que me hiciste pasar? No, niña, necesitas más que eso. Probemos con una disculpa pública y veremos si quedo satisfecho.
-¿Una disculpa pública?
-Sí, una disculpa pública. Puedes hacer una por escrito y publicarla en el primer número del próximo semestre del Ojo Universitario. –Dijo. “El Ojo Universitario” es un periódico semanal de la universidad que se le regala al estudiantado durante todos los semestres donde aparecen noticias de interés referentes a la institución.
Se preguntaran porque no presente el caso por ese medio. Pues sencillamente porque Martin es uno de los principales colaboradores de dicha publicación. Acepte la propuesta y me retire del sitio.
Durante el mes siguiente correspondiente al periodo vacacional pensé muchas cosas sobre este tipo y sobre el trato. No me gustaba la idea, pero no me quedaba de otra. Redacte la disculpa y al comenzar el siguiente semestre la misma salió publicada en el periódico. Paso una semana luego de la publicación, los compañeros de la uni me veían con mucha extrañeza por la disculpa y cuando los más cercanos me pedían explicaciones simplemente yo esquivaba el tema diciendo que me molestaba hablar de eso. Luego de unas tres clases con Martin, me cito en su despacho de coordinación. Me dirigí allí luego de la última clase del día y toque la puerta. Desde adentro me dijo que entrara.
-¿Querías verme? –le pregunté. Él estaba de nuevo, sentado detrás del escritorio, el mismo aire de superioridad lo rodeaba, su rostro denotaba la misma prepotencia de siempre. Se encontraba leyendo el mismo libro de hacía un mes, lo recuerdo por el color negro de la tapa y la cinta marcadora de color dorado.
-Sí, tengo que hablar contigo. –me dijo, sin apartar la mirada de su libro.
-¿Sobre qué?
-Vi tu disculpa publicada. –Cerró el libro y me miro.– sabes, no estuvo mal, pero no me satisface.
-Pues lo siento por ti. Ese era el trato. –le dije.
-No niña. Te dije que publicaras la disculpa, y si quedaba satisfecho, pues tema olvidado. Y no, no estoy satisfecho.
-¿Entonces? ¿Qué quieres? ¿Qué publique una disculpa más larga?
-No Karen, no quiero que publiques nada. Quiero que te largues de la universidad. No estoy satisfecho, y pasaras las de Caín para aprobar la materia, y créeme cuando te digo que no lograras aprobar. Así que evítate ese tiempo perdido, y evítame a mi verte la cara todos los días. Lárgate.
Quede helada. Mis ojos se abrieron como platos, lo mire fijamente, sin poder decir nada. Recordé todo el tiempo invertido en la universidad, todos los semestres perdidos por culpa de esto. Se me aguaron los ojos. –profesor, no puede hacerme esto –le dije con una voz quebrada, tratándolo con respeto.
-lo siento por ti niña, pero así son las cosas. –me dijo de una manera muy serena y tranquila.
-Profesor por favor, permítame una oportunidad más para disculparme… no me haga esto…
-Ya hable Karen, vete de mi despacho, no quiero verte.
-Pero… -baje la mirada. Un par de lágrimas salieron de mis ojos. Me sentía realmente estúpida.– Hare lo que pida profesor, por favor, no me haga esto –le dije sin control de mis palabras.
-¿Lo que yo pida? –me dijo.– Cuidado con lo que dices niña…
Lo pensé un par de segundos. ¿Qué sería lo más que este tipo podría pedir? Si es una mamada o sexo pues, que carajos, sería un polvo mínimo y ya. No sabía lo equivocada que estaba.
-Sí, lo que usted pida… profesor…
-Bien. Primero quiero tener antecedentes a todo. Te voy a filmar ahorita en este mismo momento. Vas a decir tu nombre, tú apellido, y que deseas entregarte a mis deseos, que estas en pleno uso de tus facultades y que te encanta como yo te trato.
-De acuerdo. Pero usted será filmado también en otro video diciendo que se compromete a que no pasara de este día ese acuerdo. –le dije intentando tomar precauciones.
-Perfecto. –me dijo. Saco su celular, un Smartphone de esos, y procedió a filmarme diciendo todo eso. Luego yo con el mío lo filme a él diciendo lo que yo quería.
-Bien… ¿Qué quieres que haga entonces? –le dije con un tono de voz de enfado y molestia.
-En primer lugar, que dejes de tutearme. A mí me tratas con el debido respeto, ¿entendido? –me dijo muy sereno, girando su silla hacia su derecha, sacando las piernas de debajo del escritorio. -¿entendido? –Me repitió con mayor énfasis al ver que yo no le contestaba.
-Sí.
-¿Si qué?
-Sí señor.
-Perfecto. Ponte a cuatro patas y ven a mí. –me ordeno.
-Sabía que ibas por ese camino. Eres un viejo verde, un sádico, un morboso…-Le dije, molesta.
-Deja la estupidez y obedece. –me dijo serenamente pero con un tono de autoridad fuerte. Obedecí, me puse a cuatro patas y gatee hasta llegar a él. Tenía sus piernas abiertas. Me dio una buena cachetada con su mano derecha, que me volteo la cara, me voltee rápidamente para insultarlo.
-Hijo de pe… -¡PAF! Una nueva cachetada me hizo callar. Lo vi con molestia.
-La primera fue por no contestar mi orden con un “Si señor”. La segunda por no acatarla inmediatamente y hacerme repetirte la orden. Los insultos quedaran pendientes para dentro de un rato, ahorita quiero disfrutar de tu boca, así que ya sabes que tienes que hacer. Ah, y te conviene hacerlo bien. –me dijo. Su tono era autoritario y sereno, y por alguna razón me hacía estremecer, me hacía temerle.
Apoyándome en mis rodillas le baje la bragueta con mis manos, pero recibí otra cachetada bastante fuerte. -¿Qué te dije sobre acatar órdenes? No te lo pongas más difícil. –me dijo.
-Si señor, perdone. –le dije, con un hilo de voz débil y con cara de molestia, además de ojos aguados por la rabia. Escarbé en sus bóxers y saque su verga.
No era para nada pequeña su verga, más bien era un poco más grande de lo normal, sin llegar a exagerar mucho. Eso sí, bastante gruesa con las venas brotadas, con bastantes vellos en su base, sus bolas y su pubis, y unos cuantos vellitos más a lo largo de la extensión de carne. La punta brillaba por el líquido pre seminal, esparciendo su olor característico en el ambiente. Acerque mi cara con la boca abierta para introducirlo en ella, pero Martin me dio un azote en mi frente. –Imbécil, hazme disfrutar, hazlo lento, primero bésalo, huélelo, lámelo poco a poco, y mírame a los ojos cuando lo hagas, pon cara de puta viciosa, no te hagas la monja que seguro ya has hecho esto cientos de veces. –dijo. Es cierto, no es la primera vez que mamo verga en mi vida, de hecho, es algo habitual en las relaciones sexuales que yo sostengo el que yo haga sexo oral. Pero me molestaba que este infeliz gozara de mi boca.
Obedecí la orden y comencé la mamada de manera lenta, suave, primero oliéndolo, pase la nariz por toda su extensión, mientras la tomaba con delicadeza entre mis manos. El olorcito hizo que yo me excitara, soy una chica bastante sexual y la situación era bastante morbosa a pesar de. Luego le di los besitos que él quería, uno a uno, poco a poco, recorriendo su verga desde su base hasta la punta, donde al llegar le di una lamidita rápida, mientras los veía a los ojos con la mejor carita de puta viciosa que pude poner en ese momento a pesar de mi enojo. Luego le pegue otra lamidita rápida y repetí nuevamente pero con una lenta y suave, que al separar la punta de mi lengua de su glande un hilillo de baba y liquido pre seminal conectaban ambos órganos, de manera bastante morbosa.
Acto seguido lo metí en mi boca con una sonrisa fingida de putita, poco a poco, sin quitarle la vista de su rostro. El cerró sus ojos al sentir el calor de mi boca y mi juguetona lengua acariciándole la polla lentamente. Su rostro era de puro placer, coloco sus manos detrás de su cabeza y se reclino en la silla un poco. No me lo pude meter completo en la boca, pero casi. Su sabor, debo admitirlo, me gusto, era saladito.
Poco a poco paso el tiempo, unos diez minutos más o menos, yo entre sus piernas mamándole la polla, ensalivándolo lentamente, aumentando el ritmo de la mamada cada vez más. Martin gozo cómodamente de mi boca, suspiraba y gemía suavemente, mientras yo trabajaba su verga con mi boca. Hasta que me detuvo.
-Párate. –me ordeno
-Si señor –le conteste mientras obedecía. Él se puso de pie también a un lado mío, con su verga erecta saliendo del pantalón, brillante por mis babas.
-Sabía que eras una mama verga experta. Esa boquita está hecha para el placer. Si así es esa boca, como serán las otras dos que están allá abajo…
-¿las otras dos? ¿A qué te…? perdone, ¿a qué se refiere con “otras dos” señor?
-A esta… -me dijo mientras sobaba mi vulva por encima del pantalón con su mano derecha –y a esta… -me dijo mientras me tocaba el culo también por encima del pantalón. Sentí un rico escalofrío recorrer mi cuerpo con sus magreos, a pesar de mi molestia.
-Espera Martin… -le dije. Me propino una buena cachetada por no tratarlo con el debido respeto. –perdone señor… espere un momento… yo…
-¿Tu qué? ¿Eres virgen del culo? –me interrumpió.
-Si… me da miedo por ahí… -le conteste con un hilo de voz débil. Me tomo del pelo y lo halo echando mi cabeza hacia atrás. Me magreo las tetas a placer, metiendo su mano derecha por debajo de mi franela e incluso mis sostenes. Toco a su antojo, apretó todo lo que quiso, jugueteo con mis pezones. Sentí como me comenzaba a ruborizar ante él, y lo peor, como mi cuerpo respondía a esos estímulos con una fuerte excitación.
Sin decirme palabra alguna, saco su mano de debajo de mi franela, y me dirigió hacia el frente de su escritorio, sobre el cual me apoyo, dejándome inclinada hacia adelante con las tetas aplastadas contra la superficie del escritorio, y el culo en pompa ante él. –bájate los pantalones. –me ordeno. –Si señor…-le conteste, con la misma voz débil, mientras me desabrochaba el pantalón para luego proceder a bajarlo hasta la mitad de mis muslos, dejándole una linda visión de mi culo devorando el hilo color verde oscuro que llevaba puesto ese día.
Luego tomo una regla de medición, hecha de madera, de 60 centímetros de longitud. Con dicha regla me comenzó a sobar las nalgas suavemente. –Te vas a disculpar conmigo de la manera en que quiero. Dirás la palabra “perdón” 50 veces. Si te equivocas volverás a comenzar de cero, y créeme, no te conviene equivocarte. –me dijo mientras continuaba sobando mis nalgas con la regla. –comienza. –me ordeno.
-Perdón… -¡Paf! Sonó (y sentí) un fuerte azote con la regla, dado en mi nalga izquierda. Sentí el escozor en la piel. –¡¡AAYY!! –pegue el gritito al tiempo que sonaba el azote y me hacía pegar un pequeño sacudón de mi cuerpo.
-¿Cómo que “ay”? nada de eso puta, te ganaste otro castigo. De tu boca solo debe salir la palabra “perdón”. Comienza de nuevo, cabeza hueca. –me ordeno.
-Perdón… -¡Paf! Sonó otro fuerte azote, dado ahora en mi nalga derecha. Logre contener el gritito, más no el saltito. Continúe diciendo la palabra y recibiendo un fuerte azote en cada nalga al azar (o mejor dicho, al antojo de Martin) pero al llegar a la número 45 no pude evitar lanzar otro gritito por lo cual tuve que comenzar de nuevo.
-Con razón repites mi materia –me dijo con ironía –si no sabes hacer las cosas bien a la primera… Ay Karen… ¿Que hare contigo? –dijo, para acto seguido pasar su mano por mi vulva. Dado el nivel de excitación de mi cuerpo, cosa que me extraño porque los azotes no solo me dolieron, sino que me calentaron bastante, mi vulva estaba humedecida. Por supuesto, Martin lo noto, y se iba a aprovechar de eso para humillarme. –¡Pero si estas mojada! –dijo mientras me palpaba los labios vaginales con dos dedos, sobando y esparciendo mi jugo vaginal a lo largo y ancho de mis genitales, incluyendo el culo. –Pues ya veo que te gusta lo rudo, eres una puta kinky… La vamos a pasar muy bien juntos jajajajaja –dijo mientras continuaba esparciendo los jugos, prestándole cierta atención a mi ano. Luego llevo los dedos llenos de jugo a mi rostro, inclinándose un poco sobre el escritorio, y me los paso por la nariz –Olfatea perrita, olfatea… Ese es el olor de tu deseo, de tu deseo por mi jajajajaja –me dijo. No pronuncie palabra alguna, estaba asustada, más que todo por sus intenciones con mi culo.
Me metió los dedos en la boca y me hizo chuparlos. No es la primera vez que me como mis propios jugos, en mis aventuras sexuales anteriores ya lo había hecho, e incluso en mis sesiones de masturbación, por alguna razón eso me excitaba. Aun así, el hecho de que vengan de los dedos de este imbécil me provoco gran repudio, pero chupe y lamí para no hacerlo molestar. Había dicho que sería complaciente con él, y quería serlo para que todo este lio terminara de una vez por todas.
Luego de hacerme chupar sus dedos, los volvió pasar por ano, sobándolo suavemente. Debo admitir que este trato me excitaba, pero me daba mucho miedo hacerlo por allí. Nunca había metido nada en ese agujero, y quería que se quedara así de por vida, pero Martin no estaba dispuesto que así fuera al parecer, y me metió un dedo, no sé decir cual, en mi culo, empujándolo suavemente hasta que entro completo hasta el nudillo. Me dolió mucho, a pesar de estar lubricado por mi saliva y mis jugos vaginales. No pude evitar retorcerme suavemente del dolor, no quería darle el gusto de verme sufrir, cosa tonta la verdad, él sabía que me dolía. –que huequito tan apretadito… mucho placer puede dar jajajajaja
-Martin por favor… no por ahí… por favor te lo ruego –le dije con voz débil y temerosa, mi cuerpo se estremecía no solo del dolor, sino del placer, y no quería que el descubriera ese último detalle. Me estaba excitando enormemente lo que me hacía a pesar de dolerme y de ser algo tan humillante, porque seamos claros, ¿Qué es más humillante que te metan un dedo en el culo? y más aún si es alguien que detestas.
-Cállate la boca puta, ya tienes muchos castigos ganados como para estar cometiendo más errores. –me dijo, al tiempo que con su otra mano comenzaba a restregar la punta de su verga en mi vulva, paseándola por los labios vaginales suavemente, y sin sacarme el dedo del culo. Poco a poco fue hundiendo más y más la verga en mi vulva hasta que en un momento dado ya la tenía adentro del todo. Lo oí suspirar. –Pero que rico Karen… Que delicia de huecos tienes, eres estrechita en la cuquita, tal como me gusta… -comenzó un mete y saca suave y sencillo, que me puso a gemir de placer, lo que me hizo, al mismo tiempo soltar unas lágrimas de indignación y odio a mí misma, por ser tan pendeja, tan estúpida, y tan perra. Pendeja y estúpida por permitir que todo esto sucediera, y perra por sentir bastante placer en semejante situación.
No pare de reprocharme en mi cabeza, aunque la excitación sentida gracias al bombeo de la verga de Martin en mi cuca me hacía distraerme por segundos, sumiendo en exquisitas olas de placer momentáneo. Me propuse no demostrarle el placer que sentía, pero a medida que pasaba el tiempo esto se hacía más y más difícil, la calentura era bastante grande, y se me escapaban gemidos de placer, más aun cuando Martin aumento la fuerza y velocidad de sus movimientos. A pesar de su edad, sexualmente estaba muy en forma.
-¿Te gusta zorrita? ¿Te gusta que te coja así? ¿Te gusta mi dedo en tu culo? –me pregunto.
-Siiih… uuhhh… mmhh… señor… mmmhh… me gustaaahh… mmmmmh –le dije entre gemidos, no quería cometer errores y eso fue lo primero que se me ocurrió decir para complacerlo. Seré sincera. Detestaba la situación, pero en el fondo el placer era enorme. Con su mano libre busco mi clítoris rodeando mis caderas y lo comenzó a acariciar, no sin antes recorrer mi pubis, completamente depilado, ya que siempre me ha gustado llevarlo así. Además de que no me salen vellitos en los genitales, soy lampiña, solo en el pubis y son delgaditos, pero aun así los quito. Fue acariciando poco a poco, hasta que me hizo acabar en un delicioso orgasmo el cual no pude contener del todo a pesar de mis esfuerzos. Las piernas me temblaron, el cuerpo, presione con mis músculos vaginales más de la cuenta y con mi culo, la espalada se me estremecía del todo, al igual que mis brazos y sentía una calentura divina en mis tetas. El gemido fue largo y no muy ruidoso, no logre contenerme.
-jajaja veo que si te gusta, tremendo pedazo de perra en celo estas hecha. –me dijo mientras me sacaba su verga de la cuquita. Me dio una fuerte nalgada y rodeo su escritorio para llegar a la altura de mi rostro. Yo estaba desecha recostada, con lágrimas saliendo de mis ojos y mi respiración agitada, con mi boca entreabierta. El aprovecho esto para meterme la polla en la boca, el cual, por reflejos, mame con ganas. Esa no era yo. Era la perra en celo que floreció en mí en ese momento, producto de toda la excitación que no logre contener. Además de su verga en un momento dado se metió el dedo que tenía en mi culo, el cual succione sin protestar.
Con mucha fuerza, me tomo por la nuca, y me arrastro sobre su escritorio hasta pasarme al otro lado del mismo, tumbando los papeles y carpetas que tenía sobre la mesa al piso. Se sentó en su silla con sus piernas abiertas y con aquella enrome verga erguida, imponente.
-¿Me lo quieres mamar perrita? –me preguntó.
-Sí señor, lo deseo –le dije, sabiendo que esa era la respuesta que él deseaba oír, y odiándome aún más a mí misma porque era la respuesta que yo deseaba dar, muy en el fondo de mí.
-Muy bien, pero para ganarte ese derecho, te tienes que desnudar por completo. –me dijo. Me puse de pie y me quite la camisa, que era blanca por cierto, el sostén que era verde oscuro a juego con el hilo, los zapatos, las medias, los pantalones, unos jeans azules claros que aún seguían a medio muslo junto con las bragas. No lo hice de buena gana. –Que bellas tetas tienes…y míralas, sonrojadas y picudas, delatan tu gusto… -me dijo, sabiendo que mis tetas estaban así por el nivel de excitación sexual. Y no se equivocaba. –hazme una cubana con ellas. –me ordeno.
Me puse de rodillas delante de él y rodee la verga con mis tetas, apretándola firmemente con mis dos inmensas montañas de carne. Poco más de la punta de su verga sobresalía de ellas. –mírame a los ojos viciosa, mira el placer que siento mientras me lo das –me ordeno, y yo obedecí, comencé a masajear con mis tetas su verga y lo veía a los ojos, el bastardo estaba disfrutando bastante. Se reclino en su silla y puso sus manos detrás de su cabeza, relajándose al máximo. Poco tiempo paso para que la leche saliera disparada de su verga luego de un fuerte gemido de él y se estrellara en mi garganta, llenando todo mi pecho. No fue muy abundante, pero si estaba espesa la leche. No me dio la desdicha (¿o el gusto?) de mamárselo.
-Mira cuanto desastre…tráeme tus pantaletas (nombre que se le da en mi país a las bragas o hilos) –me ordeno. Rápidamente y poniéndome a cuatro patas busque el hilo, lo tome y se lo di. Procedió a limpiarme toda la leche con dicha prenda, luego la guardó en la última gaveta del lado izquierdo de su escritorio. -Aún me debes unos cuantos castigos. Pero lo reduciré solo a uno, por ser una perrita obediente. Párate en aquel rincón, con las manos en la cabeza, ligeramente inclinada hacia adelante y viendo a la pared. -Me ordeno, señalándome uno de los rincones de la oficina. Obedecí, y me puse como él quería.
Luego de un par de minutos, sentí un buen azote de la regla de nuevo en mi culo, que me cruzo ambas nalgas. –AAYYY!!! –lance un gritito. –no grites puta…cuéntalos, hasta 50. Ya sabes qué pasa si te equivocas…-me dijo. Me dio otro azote, y comencé a contar desde uno. Esta vez no me equivoque.
Luego de dejarme las nalgas rojas y ardientes a punta de azotes, me ordeno vestirme e irme, cosa que hice lo más rápido posible, sin verlo a la cara en ningún momento. Cuando procedí a salir por la puerta vi que tomo el mismo libro que tenía, se sentó, y lo siguió leyendo, ya con su ropa bien arreglada también.
La universidad estaba sola a esa hora. Me fui rápidamente a mi casa. Durante el trayecto iba con la mente en blanco y la mirada perdida, parecía que tuviera un piloto automático, todo lo hice de manera inconsciente, me refiero, a montarme en el metro, bajarme, subir al bus, llegar a mi casa, abrir la puerta, todo. Cuando me di cuenta, estaba desnuda, delante del espejo de mi habitación contemplando mi cuerpo. Mis pezones aún seguían duros. Mi vulva brillaba aun de jugos vaginales, todo esto producto de una irrefutable excitación. Me odie a mí misma por haber gozado todo esto, y por sentirme aun excitada de semejante ultraje. Me metí a bañar, con agua helada, en la ducha me perdí en mis pensamientos, y a pesar de estar el agua bien fría, la única manera de que se me apagara el fuego uterino fue masturbándome como posesa, dándome dedo en mi vulva, en mi clítoris, pensando en todo lo que Martin me hizo. Tuve 3 brutales orgasmos.
Paso una semana desde el día en que el hijo de puta abuso de mí. Las clases continuaron normalmente, aunque ahora por alguna extraña razón cada vez que veía a Martin me comenzaba a excitar. Esto, por supuesto, me molestaba muchísimo, ¿Cómo podía excitarme después de lo que me hizo? No solo me reprochaba esto, sino que cada vez que sus ojos se encontraban con los míos, yo humillaba la mirada bajando la vista al piso, además de sentir una buena punzada en el estómago y los senos producto de la ya mencionada excitación. ¿Cómo podía ser? ¿Por qué no mantenía mi cabeza en alto? Me odiaba a mí misma por todo esto, y más aún, por los orgasmos que tuve no solo aquel día, sino los días siguientes, porque más de una vez repetí las pajas pensando en ese día en la oficina de Martin.
Paso otra semana y Martin me cito en su despacho, así que después de la última clase acudí a dicho llamado. Toque la puerta y me ordeno pasar, cosa que hice para verlo de nuevo sentado detrás de su escritorio, leyendo el mismo libro. Sobre el escritorio tenía una laptop entreabierta.
-¿Me mandó llamar? –le pregunte. No sé porque, pero lo hice con muchísimo respeto, sin tutearlo, y con una voz tímida.
-Claro, siéntate. –me ordeno, colocando su libro a un lado de la laptop. Me senté en una de las sillas dispuestas delante de su escritorio, y al hacerlo, vi el título del libro: “La historia de O”. No le preste mucha atención a este detalle.
-Karen, Karen, Karen…-me dijo, luego de dar un suspiro y reclinándose en su cómodo sillón. Me veía directo a los ojos, y yo mantenía mi mirada en el escritorio, nerviosa, excitada y molesta. Unos segundos de silencio pasaron. –Iré directo al grano. Sigo sin sentirme satisfecho por tu segunda disculpa.
-No me jodas Martin…-le dije. Comencé diciendo la frase en voz alta, pero luego la intensidad de mi voz fue bajando a un tono bastante tímido y sin ánimos, más que todo por notar la falta de respeto con la cual me estaba dirigiendo a él. Esto me molesto más, no tenía por qué respetarlo. –lo tengo a usted grabado en mi teléfono diciendo que lo del otro día sería cosa de un solo día y ya. –le dije con el mismo tono tímido pero ya sin tutearlo.
-¿Segura niña? –me dijo con su tono apacible pero seguro como siempre de sí mismo. –Anda, muéstramelo. -Busque mi teléfono y comencé a navegar por las distintas opciones. Mis ojos se abrieron como platos al no conseguir el video. -¿Qué ocurre niña? ¿No lo consigues? –me dijo en tono irónico.
-¿Dónde está? N-no…N-no puede ser… -decía yo. Las lágrimas se me salieron de los nervios y la impotencia. Lo más seguro es que en uno de mis descuidos aquel día el haya tomado el teléfono y lo haya borrado.
-Te seré sincero niña. Estas demasiado rica, demasiado buena como para dejarte pasar así no más. Cuando vi lo excitada que estabas a medida que pasaba el tiempo, decidí llevar nuestra turbulenta relación más allá, y darte una lección de por vida. Cuando te mande al rincón para darte los últimos azotes, tome tu teléfono y borre mi video. Y aun me falta darte otra linda sorpresa. –me dijo, al tiempo que giraba la laptop hacia mí y la abría para luego presionar un botón.
Lo que vi por la pantalla me hizo estremecer de pies a cabeza. Mas lagrimas corrieron por mi cara. Era un video lo que se proyectaba en pantalla, comenzaba conmigo diciendo mis datos personales, y diciendo que haría todo lo que Martin quisiera, que estoy en pleno uso de mis facultades y que me encanta como me trata. Luego la escena se corta, dando paso a otra donde se ve todo lo que hice con Martin en su oficina, desde distintos ángulos, con cámaras escondidas. Las imágenes estaban perfectamente editadas, no se vio en ningún momento cuando insultaba a Martin o cuando me oponía a algunas de las cosas. En el video se veían las partes donde yo más disfrutaba, y en las que me mostraba muy dócil, incluso pidiendo más. El mundo se me vino abajo.
-Solo como información adicional, te digo que tengo un buen respaldo de este video en mi casa y en otros sitios, y en esos están editados mis datos y mi rostro. Si algo me pasara, los videos saldrán a la luz, y quedaras como una buena actriz de porno duro amateur. ¿Qué pensaran tus amigos? Seguro lo disfrutarán. Eso sí, tu familia dudo que lo tome como algo bueno…
Al decirme eso sabía que ya estaba todo perdido. Me tenía en sus manos, podía hacer lo que quisiera conmigo. Si mis familiares veían los videos, estaría bien jodida. Mi reputación también.
-¿Qué quieres de mí? ¡Ya te di un polvo! –le dije, con lágrimas en mis ojos.
-Si putita, un polvo muy bueno. Pero quiero más. El trato es fácil: Harás lo que a mí me dé la gana, lo que me salga del forro de mis bolas, las cuales créeme que visitaras con tu boca muy a menudo. No tendrás derecho a réplica, ni a negarme nada. De lo contrario… bueno, no creo que seas tan estúpida como para no saber las consecuencias. –me dijo. Yo no me podía creer lo que estaba pasándome. Quede muda un buen rato, mi mente se puso en blanco, no sabía qué hacer. -¿y bien? ¿Te comieron la lengua los ratones? Puedes irte si quieres, pero ya sabes todo lo que ello conlleva… ¿O prefieres quedarte y aceptar ser mi mascota?
Yo veía la pantalla con cara de resignación. Mi mente seguía en blanco, y asentí con la cabeza, sin pensar. Simplemente no vi mis opciones, mi orgullo y altivez desaparecieron por completo. ¡PAF! Martin me dio una buena cachetada que me saco de mi trance. -¿Si, que, puta inepta?
-Acepto sus condiciones Amo. –Dije, sabiendo que era lo que él deseaba escuchar. Definitivamente no lo quería hacer enfadar. Tomo un papelito de su escritorio y anoto algo. Lo arrugo haciéndolo bolita.
-Abre la boca. –me ordeno. Obedecí, y el metió el papel en mi boca. –Ve a esa dirección a las 6 de la tarde. Debajo de la tercera piedra que está a la derecha de la reja de la entrada, encontraras la llave para entrar a la casa. Cuando entres, sigue las instrucciones. Ahora largo de aquí.
Obedecí, y me fui. Al salir del despacho, saque el papel de mi boca. Me citaba en una urbanización de Caracas, ubicada en una zona llamada La Castellana, cercana al famoso Country Club. Es una zona residencial bastante bonita, con múltiples quintas. Salí de la universidad y fui a intentar comer algo, pero ya había perdido el apetito. Espere que fueran las 6 de la tarde, no sin antes llamar a mi casa y avisar que llegaría muy tarde o que tal vez no iría esa noche.
A falta de una hora para las 6 de la tarde, emprendí mi viaje a mi nuevo destino. Seguí las indicaciones dejadas en el papel, y llegue a la casa a las 6 en punto. Desde afuera la casa se veía grande, era de dos pisos, arriba tenía un balcón y unos ventanales. Busque la llave para entrar por la reja, estaba donde él me había indicado. Abrí la reja, y entre al jardín frontal de la casa, subí las escaleritas para entrar en la casa como tal. Estaba todo bastante oscuro, de hecho, ya al ser las 6 de la tarde, el sol estaba terminando de esconderse. La estancia de la casa donde me encontraba estaba vacía, salvo por una mesa de madera sobre la cual habían cuatro velas rojas prendidas.
Me acerque a dicha mesa, y sobre ella estaban dispuestos una serie de instrumentos dignos de una película de sadomasoquismo, entre ellos, esposas, fustas, cuerdas, gagballs, rodeando un sobre que rezaba “Karen”. Lo abrí y me dispuse a leerlo:
“Quítate toda la ropa y tírala en un rincón. No quiero ni una prenda en tu cuerpo.
Espósate los tobillos. Colócate un gagball en la boca.
Toma la esposa con la cadena más larga y uno de los extremos asegúralo a la cadena de las esposas de los tobillos.
Luego toma las otras esposas cortas, y a la cadena de estas, asegura el otro extremo de las esposas largas.
Colócate la venda en los ojos.
Espósate las manos por detrás de tu espalda con las esposas que acabas de asegurar a la más larga.
Tírate en el piso y espera mi llegada.
Eres una puta.
Eres una perra.
Eres una zorra.
Eres una cerda.
Y ahora me perteneces.
Atte.: Tu Amo.”
Las últimas líneas por alguna razón me excitaron sobremanera. Incrédula de mi nueva realidad, seguí las instrucciones al pie de la letra, paso por paso. Me tire en el piso, de lado. Sentía mis tetas arder de deseo. Sentía mi cuca encharcada. Y el culo me hormigueaba. Ahora solo era cuestión de esperar al hijo de puta que me metió en este lio, aquel malnacido que ahora he de reconocer que me excitaba, aquel bastardo que ahora me tenía a sus pies, a mi Amo Martin, a quien ahora le pertenecía y me había hecho su esclava sexual... Continuara...
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