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Hola. Soy Diego, de Chile. El siguiente es mi tercer relato. Los anteriores pueden buscarlos bajo los títulos “Los Comienzos. Una Experiencia ‘PG-13’” y “Mejor Acompañado que Solo”.
Yo ya me había ido del pueblito aquél donde ocurrió lo relatado anteriormente con Klaus. Y esto que les voy a contar sucedió cuando volví después de un par de años. Mi padre andaba de viaje en el extranjero y mi madre me pidió que la acompañara al sur, extrañaba a su amiga (y ex vecina) y como quería ir en auto y era un largo viaje, acepté. Además sentí curiosidad de ver qué era de mis amigos, sobretodo de Klaus.
Apenas llegamos pasamos por la cafetería de la que era dueña la amiga de mi madre, nuestra ex vecina y para nuestra sorpresa, nos contó que había comprado nuestra casa y la había transformado en hostal. Nos dijo que tenía todo arreglado para que nos quedáramos en nuestras ex habitaciones, que el administrador del hostal nos estaban esperando y que nos veríamos en la noche para cenar en su casa.
Llegamos a nuestra ex casa y nos instalamos, mi madre en su ex cuarto y yo en el que fue mío por tantos años. Se veía diferente, las paredes lucían otro color y ahora habían dos camas. Abrí la ventana, encendí un cigarrillo y llamé por teléfono a Klaus. Su hermano me dijo que se había ido al campo y que no volvería hasta dentro de un mes. Telefoneé a un par de amigos más y también andaban de viaje. Este viaje estaba empezando mal.
Me eché a dormir una siesta corta. Me despertó mi madre quien estaba golpeando mi puerta. Me dijo que nos esperaban a comer en media hora. Sin ganas me fui a duchar. Al volver, terminé de secarme, me vestí y me tomé dos copas del vino que habían dejado gentilmente sobre la mesita. La idea de estar en esa comida llena de viejos no me animaba para nada. Pero compromisos son compromisos.
Durante la cena, la señora Greta, nuestra ex vecina, me dijo que ese día había llegado desde Chiloé un sobrino de ella, a trabajar en la cafetería y que como no había más espacio en el hostal, tendríamos que compartir el dormitorio. Me pidió disculpas por eso. Yo le dije que no se preocupara, que por el contrario le agradecía su hospitalidad. Por dentro sentí distinto claro está. Me contó que este chico necesitaba trabajar porque finalmente había decidido estudiar algo. Tenía 20 años y según ella era muy tranquilo, respetuoso y trabajador, como cualquier chilote.
Terminamos la cena, cogí el auto y me fui a recorrer la ciudad de noche. Entré a un pub, me tomé un trago. No vi a nadie conocido, sólo muchos turistas. Entré a otro pub. Lo mismo. Esta vez, sin embargo, me puse a charlar con la barwoman, que era muy simpática y nada de fea. Hablamos de nuestras vidas y nada, no pasó a mayores, me dejó muy claro que estaba muy enamorada de su pololo (novio).
Volví al hostal. me acosté a dormir. De pronto un ruido me despertó. Encendí la luz y vi a un chico entrando al cuarto. Era el chilote. Un chico algo bajo, flaco, de rulos y con cara de niño. No podía creer que tenía 20 años, parecía de 15. Me senté en la cama, se disculpó por despertarme, le dije que no era problema. Nos dimos la mano como caballeros. Se llamaba Luis. Le ofrecí un cigarrillo y conversamos un rato. Me dijo que estaba muerto, que había trabajado mucho ese día, que era hora de dormir. Apagué la luz y entre penumbras vi que se quitó la ropa, se bajó el pantalón de buzo (chándal, deportivo o como le llamen) y quedó desnudo. No llevaba ropa interior
- ¿No usas calzoncillos? –le pregunté
- No, me incomodan –respondió.
Me pareció extraño pero bueno, en gustos no hay nada escrito, nos dimos las buenas noches y nos dormimos.
Al día siguiente desperté cuando el venía entrando al cuarto, con una toalla amarrada en la cintura. Venía de ducharse. Me llamó la atención el cuerpo de niño que tenía, flaco y lampiño. Nos saludamos y me dijo que estaba atrasado, que se había quedado dormido. Vi la hora y eran pasadas las 11. Se quitó la toalla frente a mí y se puso su pantalón deportivo. Miré su pene y vi su glande al descubierto
- ¿Eres circunciso? –le pregunté
- Sí
- ¿En serio? A ver
Se acercó a mi cama, se bajó el pantalón y me lo mostró. Así sin más. Me gustó esa falta de timidez. Le dije que yo también era circunciso pero tenía prepucio, no como el de él, me dijo algo así como “no hay uno igual a otro”, nos reímos, terminó de vestirse, se despidió y se fue.
La segunda noche decidí dormir en pelota (desnudo). Me metí a la cama y empecé a sobarme las bolas y la verga bajo la ropa de cama. Hasta que despertó. Comencé una suave paja, relajante. En eso estaba cuando de pronto oí que alguien venía. Era Luis. Abrió bruscamente la puerta
- ¡Hola! ¡qué hacías con las manos ahí debajo! –me preguntó riéndose
- Ya sabes cómo es la calentura jajaja –le respondí
- Dímelo a mí que hace un mes que no veo a mi novia
- Ufff, fuerte lo tuyo –le dije
Nos reímos, se quitó la ropa y se metió a la cama. Desnudo. Seguimos conversando mientras fumábamos y nos tomábamos una cerveza que había traído él. Inevitablemente llegamos al tema del sexo. De repente me dijo que estaba muy caliente y que quería hacerse una paja. Bajo la ropa de cama noté como movía las manos así que le dije “parece que ya empezaste así que dale no más”, “tú también” me dijo, y así empezamos a pajearnos, cada uno en su cama y bajo la ropa de cama con la luz apagada. Me preguntó si me había pajeado con amigos antes, le dije que sí, me dijo que él siempre lo hacía con su primo y encendió la luz. “¿Y se pajeaban el uno al otro?” me preguntó. Le respondí que sí. Me dijo “huevón estoy muy caliente, mira”, corrió la ropa de cama hasta sus pies y me mostró la verga. La tenía durísima y curva hacia arriba. Su estómago lucía una gota de líquido preseminal (precum). Era mas flaca que la mía pero como del mismo largo, unos 17cms. “A ver la tuya” me pidió. Hice lo mismo y se la mostré. “Buen pico tenís” me dijo riendo, le agradecí y le dije “igualmente”. “Oye huevón, por qué no venís pa’cá y me pajeai y yo después te pajeo a ti”. Accedí. Me acerqué, me senté en la cama y empecé a pajearlo. Le sobaba las bolas de tanto en tanto y vi cómo lo estaba disfrutando.
Al rato me preguntó si me atrevía a chupársela. Le dije que no, que ni cagando, me propuso “si me la chupai, te la chupo” y yo me negué. Igual debo confesar que acerqué mi boca a su verga para intentar hacerlo, pero me dio asco, no me atreví. Seguí pajeándolo, lo hice acabar y saltaron chorros de leche en su estómago. Se limpió y le dije que ahora me tocaba a mí. Se vino a mi cama y empezó a hacerme una paja bacán. Tenía muy buena mano. Le gustaba subir todo mi prepucio y después jalarlo todo hacia abajo, hasta quedar tirante. Mi verga expulsaba líquido preseminal a montones, la tenía de verdad muy mojada y eso hacía mucho más rica su paja. Me sobaba las bolas, me las apretaba suavecito, ufff todo bien. De pronto me atreví a preguntarle si me la chupaba, me dijo que no porque yo no lo había hecho. Le dije “dale, chúpamela huevón, estoy muy caliente, además apuesto a que tú se la hai chupao a tu primo”. Se quedó callado, siguió pajeándome y vi como miró mi pene con otros ojos, mojó sus labios con su lengua y… slurp! Empezó a darme una gran mamada. El chico era todo un experto. Fue riquísimo. (Ahí confirmé eso de que pajas y mamadas son mejores con alguien del mismo sexo porque como tenemos el mismo equipo, sabemos cómo usarlo, qué nos gusta y cómo nos gusta.) Le avisé que me corría. Retiró su boca y siguió con la paja. Mi leche saltó lejos y en abundancia, incluso manché la pared tras de mí. Luis quedó impresionado. “Sorry” le dije “siempre acabo mucho, no lo puedo controlar”, “¡estay como pa una porno!” me dijo y nos cagamos de la risa.
Limpiamos lo mejor que pudimos y a dormir.
Nos pajeamos todas las noches de ahí en adelante. No me lo volvió a dar sexo oral, pero no me importó, era todo un maestro pajeándome.
Nunca más supe de él. Nunca volví a mi ex casa, pero me queda un excelente recuerdo pajerístico de ese verano.
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