La siguiente historia que voy a contar, fue mi primera experiencia dominando a una mujer. Pese a mi corta edad (26 años) ya tengo una limitada experiencia en el mundo de la dominación, esperando, que la misma se agrande a medida que vayan aumentando los años en mi DNI. Sin más rodeos, comenzaré a detallar aquella primera experiencia.
Estaba nervioso por ser mi primera dominación. Obviamente, le comenté que no era ni la primera, ni iba a ser la última mujer que dominaría. Ella se llamaba Ana. Su edad era de 33 años y estaba casada. Ella era completamente inconsciente del calentón que me producía el que estuviese casada. Pensar que su marido tan tranquilo en su casa pensando que su mujer estaba haciendo no sé que y resultaba que le estaba haciendo no sé que a mí.
Por fin ese día había llegado, el que pondría a prueba la madera o la casta de macho dominante que me había brindado la naturaleza. Le pedí que me llamase entorno a las 19h, hora que salía del trabajo. Como no cabía esperar, puntual como un reloj sonó mi teléfono.
—Hola— me dijo con una voz dulce. No sabía si era esa su voz o es que, al igual que yo, estaba nerviosa—. Hola— volvió a insistir por segunda vez. El primer saludo no respondí por los nervios que me corroían por las venas. Hoy día, lo hago sin más, por el simple motivo de dejar esa nube de suspense.
— Debes de ser mi Anita, ¿verdad? — le dije intentando que viese que mi hombría no estaba como un flan. Cosa que no era totalmente cierta.
— Si— solo me respondió con aquella simple y sencilla afirmación.
— No me has decepcionado. Veo que eres puntual. Ese detalle te va a hacer falta de aquí en adelante.
— Lo intentaré— me respondió aun utilizando aquella voz dulce que comenzó con nuestra pequeña conversación.
— ¿Lo intentarás?— Le dije con una risa irónica— Vamos a lo que realmente importa, dejando de lado las presentaciones— cada vez estaba más suelto. Por un lado me alegraba, por otro lado me asustaba que aquella fiera de tan solo 22 añitos saliese a la luz.
— Está bien— me dijo ella sin saber lo que realmente iba a decirle o proponerle.
— Elige un sitio para quedar. Si quieres para sentirte más segura, escoge un sitio público. Quizás habrás conocido gente muy desagradable en este mundillo— evidentemente, me refería con el mundillo de la dominación— y mañana me vuelves a llamar a esta misma hora y me dices el sitio. Yo te diré la hora. ¿Alguna pregunta?
— No.
Sin despedidas, sin un simple adiós, le colgué el teléfono. Puesto lo que buscaba con esa mujer, no era una relación. Realmente no era nada, solo la realización del puro arte de la dominación. El mismo arte con la que un titiritero maneja a su débil títere con sus cuerdas. Esas cuerdas quería ser yo y el débil títere, ella.
Aquella noche no la pude olvidar, me pase toda la noche en vela dando tumbos de un extremo a otra de la almohada. Pensando si el día que íbamos a quedar, el viernes, iba a dar la talla o no con aquella mujer. No sabía si me lo iba a poner fácil o difícil en aquel primer intento de dominación. Al no poder dormir, me levanté para fumarme un cigarro. Era entorno de las tres de la madrugada. Aprovechando aquel cigarro, miré la foto que me había mandado unos días atrás. Imaginando hasta que límites era capaz de soportar y traspasar la mujer que pasaría a ser mi títere. Era morena, con los ojos azules. La piel era de un tono, más que de café con leche, era el tono de los famosos caramelos de café con leche sin azúcar de la multinacional española. Un tono moreno, sin destacar en especial. Se podría decir la estandarización andaluza. Ese era el lugar donde residía y donde sigo residiendo, exactamente en Málaga. El cuerpo que la acompañaba a cada uno de sus pasos, no estaba nada malamente para su edad, 33 años.
Los senos se veían de un tamaño bastante aceptable, destacando escandalosamente por el gran escote que se puso en la ocasión de aquella instantánea. Su cinturita no estaba completamente plana, pero lo suficiente para como se dice “una inclinada de cuello” si uno la ve en bikini en la playa. La otra foto que me había mandado, era de la parte trasera. Unos vaqueros bastante apretados fueron su prenda para realizarse a aquella foto. Aquellas horas solo pude pensar que era un culo con que se podía partir almendras (frase que decía mi tío por los múltiples almendros que tiene en propiedad).
El día pasó lentamente hasta llegar a la misma hora del día anterior, las 19h. Mis manos se pasaron todo el día sudando y eso que era en la estación de otoño y el fresquito ya reinaba en el clima de mi querida Málaga. Finalmente, cumpliendo con aquella puntualidad exquisita del día anterior, volvió a sonar mi teléfono.
— Hola— me dijo ella.
— Hola, mi mujer casada— los nervios afloraban bastante más que en el día anterior y destacaban por la absurda presentación que di—. ¿Ya has pensado en lo que te dije ayer?
— Sí. Ya he pensado en el lugar donde quiero quedar contigo.
— ¿Qué piensas que soy algún noviete o algún amigo tuyo? — Le dije haciéndole entender que no me sentó bien su respuesta. Pensando que era una simple cita rutinaria de chico conoce a chica.
— ¿Cómo? — Fue la única respuesta que me dió al oír la que le proporcioné.
— ¿Sabes a lo que estás aceptando? No estás aceptando que seamos amantes ni una simple aventura. Estás aceptando a ser mi marioneta, mi títere, una simple muñeca sin personalidad.
— Es cierto, perdóname. No sé en que estaría pensando— me dijo cambiando la voz de forma inmediata, de una voz dulce, a una torpe e insegura. Por momentos pensé que no iba a sufrir tanto como pensaba a la hora de manejarla con mis cuerdas.
— No hay nada que perdonar tranquila— le dije intentando no hundir ni desmoronarla todavía psicológicamente—. Dime ese lugar que has pensado para que te conozca.
— El bar que está en frente del polideportivo.
— Me parece bien, conozco ese bar. Discreto, pero a la vez muy poblado un viernes a esa hora. Me gusta esa manera de defenderte— le dije intentando que ambos nos relajásemos con aquel elogio y pizca de humor por mi parte.
— Perdóname, pero, es que es la primera vez que voy a… ¿ya sabes no?
— ¿A ser una simple perrita de tu amo?— le pregunté intentando que dijese esas palabras.
— Exactamente— dijo cogiendo aire.
No pronunció aquellas palabras como quería, pero, quería hacer aquella primera dominación a mi propia manera, fuera de los estereotipos por lo que se parten la mayoría de este arte. Quería eso, intentar hacer arte, no simplemente hartase de follar con una mujer como suelen hacer algunos.
— No te preocupes Anita, da igual la vez primera que la primera vez. Supongo que también estarás nerviosa porque ese amo no va a ser más que un niñato de 22 años, ¿me equivoco?
— La verdad que sí. ¿Puedo hacerte una pregunta?— Dejé un silencio para que supiese que le daba permiso— ¿Cómo te llamas? Es que no sé cómo referirme hacia a ti.
— Mi nombre es lo de menos. Es un detalle que no te debe de importar. Y lo referente a como referirte a mí, mañana en la terraza del bar te lo diré, al igual que muchas más cosas. ¿Sabes a la hora que vamos a quedar mañana?— le pregunté intentando saber si las pistas que le había dado en estos días había servido para algo.
— Los siento. Eso te tocaba a ti. Yo solo me encargaba del sitio, tú de la hora.
— ¿A qué hora me has estado llamando estos días?
— A las 7 de la tarde.
— ¿Entonces? ¿Ahora sabes ya esa hora?— le volví a preguntar.
— ¿Las 7 de la tarde?— la voz torpe e insegura de hacia escasos minutos, se había desprendido de ella completamente. Volvió la voz dulzona del comienzo de las conversaciones telefónicas.
— Tú las dicho mi Anita. A las 7 de la tarde te quiero ver en esa terraza.
— ¿Cómo voy a reconocerte? — me preguntó volviendo inocentemente a la voz torpe e insegura.
— No hace falta que me reconozcas. Al revés, el que te tiene que reconocer soy yo. Tú solamente tienes que estar en la terraza a las 7 de la tarde. ¿No me vas a preguntar como quiero que vallas vestida o pulimentada para que pueda conocer a mi perra?— Fue el primer adjetivo sucio que le dije en aquellas dos conversaciones telefónicas, haciéndolo de forma suave. Obviamente, no quería dejar de lado aquella fantasía que me habría brindado el destino.
— Llevas razón, no te lo he preguntado. ¿Cómo quieres que vaya vestida mañana amo?— Cada vez al igual que yo, ella se estaba soltando, pero su voz insegura le costaba más soltarla. Suponía que no era lo mismo en la primera vez de un hombre en este arte que el de una mujer.
— ¿Amo?— le dije irremediando una risa floja— ¿Al final has optado por llamarme amo, Anita?
— No sé tu nombre, con lo que tenía ganas de referirme a ti de alguna manera— Otra risa floja fue imposible que sonase del altavoz de mi móvil al suyo—. Sé que me has dicho que mañana me lo dirás pero, tenía ganas.
— Te lo acabo de decir, mi nombre es lo de menos. Además, me gusta que tengas iniciativa. Con todas las mujeres con las que he estado solo se decidían a acatar mis órdenes. Quería algo diferente y por el momento veo que lo he conseguido— sabía que era totalmente falso, ella sería mi primera mujer a la que dominaría—. Sobre tu vestimenta, no te voy a pedir nada en especial. Lo que si te voy a pedir o a obligar, llámalo como quieras, que vayas de la forma más sexy y provocadora posible. Quiero ver hasta qué punto ansias ser mi perrita— al no tener respuesta del primer adjetivo, intenté con el segundo adentrarme en su dominación de una manera inocente y algo torpe por mi inexperiencia.
— ¿Lo vas a dejar a mi elección amo? ¿Normalmente no es el amo quien manda sobre todas las decisiones?
— Te lo acabo de decir, quiero ver cuánto lo ansias, cuantas ganas tienes de colocarte un collar al cuello y jugar a ser mi perrita o gatita, ya lo iremos viendo en que te convertirás al final.
Como la conversación primera, dejando a un lado el protocolo, la volví a colgar. Sabiendo la fecha y el sitio no debería de saber nada más hasta el día siguiente, el viernes. Ese viernes en que debería demostrarle a ella y a mí mismo que era capaz de lo que me proponía a realizar por primera vez o vez primera.
Esa noche dormí seguido. No porque no estaba nervioso, si no, debido al efecto de una de las pastillas para dormir que tomaba y sigue tomando mi padre. Al levantarme, sabía que cada minuto que pasase estaba más cerca de mi primera cita con aquel arte milenario.
Finalmente llegó la hora. Me dirigí con mi coche al bar donde habíamos quedado. Llegué 10 minutos antes para saber dónde se iba a sentar y sorprenderla. Pero, me sorprendió ella cuando la vi ya sentada a las 18:50h, 10 minutos antes de lo acordado. Con esa puntualidad sabrosa y la vestimenta que había escogido para el encuentro, me demostró que realmente tenía bastantes ansias de ser mi perra, mi puta, mi muñeca.
Acertó deliciosamente con el conjunto. Una fina chaqueta de entretiempo de color blanco, debido al fresco que se presentó por la tarde, tapando un hermoso y provocador vestido con volantes en la falda de color rojo pasión. La misma chaqueta estaba entreabierta, tapando ligeramente sus senos. Ese detalle me demostró lo que me había demostrado en ambas charlas telefónicas, era una opción elegante, pero, a la vez, algo insegura. Los tacones iban a juego con aquella fina chaqueta. No podía faltar el pack de maquillaje para resaltar su linda cara y pintalabios, destacando esos labios carnosos. La opción más acertada, fue la forma que le dio a sus cabellos. Su pelo estaba totalmente rizado, sobrepasando con creces la linde de su cuello. Era el tipo de peinado que más me gusta en una mujer. Sin perder más tiempo, cerré el coche con el miedo y la timidez en él.
— ¿Anita?— Le dije sorprendiéndola por la espalda en voz grave en el oído.
Sin decirme nada me miró con la misma mirada que presenta un gato en sus ojos en la noche oscura cuando el rayo de los faros de un coche le sorprende, de miedo e inseguridad. Se levantó y me dio dos besos. Se los devolví pero en seguida la bestia de esos 22 añitos sabiendo que puede tener a una mujer a su merced, salió, dejándole claro lo que le dije el día anterior por el teléfono.
— Acércate y ponte a mi lado— le dije señalando el lado próximo del cuadrado de la mesa, puesto que, estaba en mi vértice opuesto— Sé que es tu primera vez y estarás algo nerviosa, pero, como te dije por el teléfono, no soy ni tu rollete ni tu amante. Soy el que te va a poner el collar en el cuello para que andes tras mis pasos— le dije en voz baja, intentando que no aumentasen sus nervios a la posibilidad de que algunos de los pocos valientes que estaban en la terraza a esa hora y con ese airecillo, oyesen las palabras.
— Es que tengo el cuerpo hecho un flan, lo siento. Todavía no me echo el cuerpo de lo que voy hacer, perdóname.
— No hace falta aún perdonarte por nada tranquila. Todavía no has confirmado la aceptación que te propondré más adelante— le dije apiadándome de ella. De esta manera, ambos nos podríamos tranquilizar en exceso, de la misma manera que en las conversaciones telefónicas—.
— ¿La aceptación?— me preguntó algo confusa.
— Tranquila, no te preocupes. Vamos a tener suficiente tiempo esta tarde para hablar. Estás nerviosa, ¿verdad?— le dije al temblor de manos que presentaba su muñeca. Parecía una palmera en un espectáculo digno del mismo Camarón de la isla.
— No te lo voy a negar, estoy bastante nerviosa— me asintió reduciendo aquel temblique.
— Te lo vuelvo a decir, no te preocupes. No tienes por qué estar nerviosa. Imagínate que esto es como si fuese un día de prueba en un trabajo. Si te gusta, te quedas y firmas el contrato. Por el contrario no te gusta, coges tus cosas y te largas. Esto es algo parecido. Obviamente, si a quien no le gusta es a mí, el que recoge las cosas soy yo.
— Si parece muy fácil explicado de esa forma, pero…
— Pero nada. Quizás entenderé que vayas aumentando ese nerviosismo a medida que vayan pasando los minutos, pero, ahora mismo, olvídate de los nervios, no tienes motivo alguno.
— ¿Más adelante? ¿Por qué me debería de poner nerviosa más adelante?— el temblique de sus manos volvió con más fuerza.
— Vamos a ir avanzando, así no sacaremos nada en claro— le dije acercándome de nuevo a su oído—. Veo por la elección de tu vestimenta, estás demostrándome que quieres ser galardonada con uno de mis collares de perrita— comencé con algunas metáforas y juego de palabras para que si algún cotilla estuviese escuchando, no entendiese la conversación y no pusiese en apuros a mi futura muñeca, por lo menos, en ese día.
— ¿Te gusta? Me dijiste algo sexy y provocador y he escogido lo más sexy y provocador que tenía en el armario— me dijo con una sonrisa—. Como sabía que entre más provocador, más ansias te demostraba de ser tuya, pues, he elegido este, el que más me gusta. ¿Me vas a decir ahora como quieres que te llame?— A pasos agigantados veía como lo que me proponía estaba dando sus frutos. Apiadándome de ella, dando cuartelillo por ser, al igual que yo, mi primera vez, iba ganando poco a poco terreno en la conversación y dejando su inseguridad en el vaso de refresco que estaba bebiendo.
— ¿Qué le pongo?— me preguntó el camarero.
— Me vas a poner una cervecita bien fresca— dije por el calentón que me estaba dando mi títere con ese escote entreabierto, dejando ver su precioso y profundo canalillo—. Vamos a pasar al segundo paso y hablar sin rodeos y explicando tu situación— la pobre asintió la cabeza algo desconfiada—. Esto es muy fácil. Tienes dos opciones. La primera seguro que la descartarás por las ansias que me has demostrado de ser mi muñeca, era la de abandonar.
— Es cierto. He tomado una decisión y por ahora la mantendré.
— ¿Por ahora?— dije con una risa floja— Bueno, la segunda, es la de aceptar ser mi muñeca. ¿Qué significa esto? Muy fácil. Que a partir de ahora, cuando estés conmigo actuarás solo y bajo mis órdenes, las cuales las cumplirás sin rechistar— a medida que iba a alargando la conversación, mi muñeca iba cambiando la cara. Pude contar tres al menos en esos escasos segundos—. Obviamente, te voy a permitir o dejar que des tus opiniones al respecto, tus puntos de vista, los respetaré y los escucharé. No significa esto, que permita que me contradigas cuando te ordene hacer cualquier cosa, solo, que las escucharé. Sin duda, no quiero decir que haga caso sumiso de las mismas, solo que las escucharé siempre y cuando no me contradigas en nada de lo que te ordene. Recuerda o si no lo sabes, te lo diré yo, una esclava es la que debe hacer caso sumiso a su amo, su señor, ¿está claro?
— Sí.
— Otro punto, lo referente a mi nombre. No te voy a obligar a que me llames amo, señor o cualquier otro nombre digno de la dominación. Primero, que yo no soy tu dueño ni te he comprado en ningún centro comercial. Me puedes llamar perfectamente M. Entre menos cosas sepas de mí mejor. Tal vez, más adelante, sí que te obligue a llamarme amo, señor…, pero para empezar, no te lo ordenaré. Estás accediendo por ti misma, como te he dicho antes, puedes renunciar si pensabas que esto era otra cosa, pero claro, solo puedes renunciar hoy, en tu día de prueba. Entre otras palabras, se puede decir que va a ser un día light— le dije una vez introducido en la senda de la dominación de la que iba a ser mi perra.
— A mí M me gusta, lo hace más ameno. Te doy las gracias por ser tan benévolo conmigo al principio. Y lo de renunciar, no creo que lo haga, me pensaba que esto era otra cosa totalmente diferente.
— Esto como diría un interlocutor de fútbol, no acaba más que empezar. Ahora mismo solo estamos realizando los estiramientos. A medida que avancen los minutos, ya empezaremos a hacer footing y por último, correremos la carrera. Pero, todo, a su debido tiempo.
— Espero que la carrera esa sea dentro de mucho, que hoy solo calentemos— me dijo.
— ¿Calentarnos?— le dije de la misma manera que llevaba haciendo, en el oído— ¿Sabes el calentón que llevo desde que te vi? Sobre todo cuando me senté en frente y vi entreabierto ese magnífico escote. Hay va mi primera orden— me miró con una de las tres caras que me puso cuando le estaba comentando mis planes—. No te preocupes, no es nada del otro mundo. Quítate la chaqueta para que pueda ver ese escote en su totalidad. ¿Pensabas que era realmente una orden?— le pregunté una vez quitada la chaqueta— ¿Piensas que te voy a ordenar algo tan simple? No. La primera orden es que poses tu mano sobre el bulto de mi polla y que compruebes, como la estás poniendo con esas tetas. Y recuerda— le dije antes de que dijese algo—, te dije que escucharía tus opiniones y puntos de vista, pero, no te iba a consentir que me contradijeses en absoluto.
Haciendo caso sumiso, sin casi rechistar, puesto que lo dudó durante un segundo, fue disimuladamente bajando su mano de la mesa para ponerla encima de mi pantalón, notando la dureza de mi virilidad.
— ¿Te gusta sentir el tacto de una polla, gatita?
— Sí.
— Sí que putita. Tienes que responder a mis preguntas de la forma más guarra y sucia que puedas. Esto es como todo, el hábito hace al monje y, quiero convertirte en mi putita personal.
— Me gusta sentir el tacto de una polla.
— Solamente has cambiado el orden de las palabras de mi pregunta. Espero que la siguiente respuesta te esfuerces algo más. ¿Me has escuchado zorra?
— Sí— me decía sin saber a qué o a quién mirar. Suponía que nunca había hecho algo así, tocarle la polla a ningún novio, ni amigo ni a su propio marido en público bajo la atenta mirada de algunas personas.
— Ahora entiendes porque te he dicho que me esperases en la terraza, ¿verdad? Para que empecemos a jugar con algo de libertad e ir soltándote— ella seguía igual, con la mirada pérdida—. Tienes que saber una cosa. Entre más tardes en ser una digna putita, peor lo vas a pasar.
— ¿Peor lo voy a pasar? No me digas eso que cancelo como tú dices el contrato, con finiquito y todo— me dijo suavizando la presión ejercía su mano sobre mi miembro erecto.
Una risa profunda me salió desde mis adentros por la gracia que me hicieron sus palabras.
— No hace falta que te asustes, tranquila, ahora te lo explico— le comenté mientras cogía algo de aire. Lo tenía todo pensado de la noche anterior. Suelen decirme que soy bastante calculador. Creo que para ejercer este arte, es un requisito imprescindible—. Te lo digo porque, entre más tardes en convertirte en una putita, menos placer tendrás. Sin en cambio, entre más rápido aprendas, más rápido alcanzarás ese placer que te digo. ¿O piensas que las mujeres que aceptan ser dominadas es porque se les obligan? No. Aceptan a ser dominadas porque les gusta sentirse sucias, sentir como un hombre abusa de ellas, las posee sin ninguna clase de miramientos. El mismo miramiento que se le tiene a un perro atado en su caseta, nevando, lloviendo o tronando, llevándole un bol de pienso una vez al día. Si al amo se le olvida traerle ese bol de pienso, están obligados a perseguir ratas como un gato para llevarse algo a la boca. Tranquila, tu no vas a tener que buscar ratas para llevarte algo a la boca. Tendrás siempre algo que llevarte a la boca, tu pienso, que, no será más que lo que estás tocando ahora mismo— subí ligeramente mi pelvis para que no quedase duda alguna de lo que me estaba refiriendo—. Quiero que para ti sea lo mismo que para los Mayas era el sol, un símbolo sagrado, algo que, tengas una admiración y respeto por encima del resto de las cosas, ¿ha quedado claro mi putita?— Seguía con mi aliada, mi voz grave en el oído, pero, esta vez, estaba acompañada con unos suaves y sutiles mordiscos en el mismo oído.
— Si, la adoraré— me dijo sin más.
— ¿Eso es lo que te vas a esforzar mi putita? A este ritmo vas a tardar mucho en llegar a ser una auténtica digna de uno de mis collares.
— Adoraré a su polla como si fuese uno de los tres arcángeles— me respondió al transcurrir apenas dos segundos.
Sabía que tenía que mantener mi hombría como macho dominante, pero, no pude, al igual que la vez anterior, evitar una carcajada a cada una de las ocurrencias que me daba.
— Veo que me equivoqué hace un instante. Veo que si te estás forzando para ser merecedora de unos de mis collares— Soy de esas personas que pienso que al igual que a un perro se le recompensa con una galleta por una buena acción, se le debe de recompensar con un simple alago a una sumisa, no más, puesto que en este arte, lo que se consigue es dominar física y psíquicamente a la otra persona—. ¿Aún tienes ganas de abandonar?
— Yo nunca he dicho que quiera abandonar. Solo que si no era lo que me pensaba sí. Además, te doy las gracias por ser tan compasivo conmigo. Por los múltiples relatos que he leído, me daba miedo como iba a ser mi primera vez.
— No hace falta que me des las gracias. Más adelante estoy seguro que no dirás que soy tan compasivo. Solo es el primer contacto. Te tendré la misma compasión que te he dicho antes con el perro amarrado a su caseta, pero, te vuelvo a repetir lo mismo, antes de ser cura, hay que ser monagillo— mi voz grave aún seguía haciendo de las suyas en su oído—. Vamos a dejarnos de cháchara. Mi segunda orden acompaña a la primera. Quiero que me bajes la cremallera y que sientas, no el calor de mi polla, si no, que sientas en la roca en que se ha convertido. Mientras estábamos hablando, no he dejado de mirarte las tetas. Porque estoy seguro, que eres de esas putitas que les encanta vayan por donde vayan calentar pollas, ¿verdad? Te gusta que los hombres te coman con la mirada, sentirte deseada por momentos. Eres de esas que cuando van en el autobús, te gusta aferrarte a la barandilla transversal, de esa manera, tus tetas se mueven con el vaivén del autobús. Y, si se coloca detrás de ti un niñato como yo, vas reculando poco a poco hacia atrás, refregándole ese culo que tienes contra su polla, sintiendo su bulto, de arriba abajo, de izquierda a derechas, contoneas el culo en todas las direcciones. Para que cuando ese niñato llegue a su casa, se tumbe sobre la cama, se saque su polla y se la comience a machacar, pensando en la puta que le ha dejado así de dura su polla en el autobús, hasta que, estalla y llena de leche calentita toda la sabana, la misma leche que, querías para ti en el autobús y no la pudiste conseguir— su mirada ya no estaba perdida y confusa. Estaba fija en su vaso de refresco mientras le pronunciaba tales palabras. Su respiración comenzó de una manera tenue a acelerarse. La mano con la que me estaba tocando la polla, la quitó de golpe, bajó la cremallera y la introdujo, buscándola como loca de la misma que un pez cuando huele el cebo del anzuelo, agarrándomela con fuerza con el puño cerrado. Noté como abrió las piernas ligeramente. Al abrirse las piernas, desprendió el inconfundible aroma a mujer, ese aroma fuerte e intenso que debilita al legionario más temible y sangriento—. Por lo que veo, tus piernas al abrirse me están dando la razón de lo puta que eres, abriéndolas, supongo que será para refrigerar lo que esconden, ¿verdad?
— Sí, tengo que abrirlas porque lo que me has dicho y la manera, uf, ¡qué calentón estoy pillando! — cada vez respiración era más acelerada y menos tenue.
— Esto no es nada comparado con lo que te espera si firmas el contrato.
— ¿Va a ser incluso mejor?— me dijo sin soltar mi polla en ningún momento.
— Ten en cuenta putita que realmente, no te hecho nada, ni te he rozado ni te he tocado aún, solamente te estoy llenando el oído con palabrería. La palabrería, es solo eso, palabras. Espera a que lleguemos a los hechos, que me olvide de la palabrería y use todos mis recursos, la lengua, las manos, la boca…etc.—se había desprendido de su nerviosismo inicial para dar la bienvenida a la lujuría con unos leves gemidos que llegaban a las mesas colindantes a nosotros.
— ¿Cuándo empezarán esos hechos y dejarás la palabrería?— me preguntó con una sonrisa.
— No te equivoques. Una cosa es que te esté dando cuartelillo en tu primer día y otra, totalmente distinta, es que se te olvide del papel que tenemos cada uno. Con lo que espero por tu bien, que, sea la primera y última vez que me faltes el respeto intentando darme una orden. A tu amo le debes de tener respeto, lealtad y honor. Sin embargo, un amo a su esclava, no tiene que demostrarle ni si quiera una pizca de humanidad. Con esto afirmo lo que te dije antes, entre más rápido aprendas a ser una buena putita, más rápido llegarás a sentir un placer que nadie en tu vida ha sido capaz de darte— le decía mientras le apretaba la muñeca de la mano que seguía presionando mi polla, evitando apretarle el cuello, como sé que hubiese sido correcto.
— Lo siento amo, le juro que no volverá a ocurrir, perdóneme— estaba contento. Había cumplido el propósito que me había marcado esa tarde, que, de forma voluntaria me llamase amo. No sabía si era por la escasa sumisión de aquella tarde o por la manera que le hablaba al oído, con esa voz grave característica de la casa, perdiéndola en la superficie exterior del placer.
— Te he perdonado una vez y, te dije que esas gracias más adelante ibas arrepentirte de haberlas pronunciado, ¿te acuerdas?
— Sí, pero… por favor no…
— Te he comentado lo que es este mundillo durante un largo tiempo, ya va siendo hora que empieces a conocer la práctica, dejando la teoría.
— ¿Qué me vas a hacer amo? No lo volveré a hacer, de verdad, se lo suplico, perdóneme la última vez.
— A un sabio dicho chino que dice, herrar es de humanos, perdonad es de dioses. Pero, una coletilla le sigue de muy cerca, el ser humano que se equivoque dos veces, no puede tener la absolución de los dioses— sabía que esa coletilla me la inventé en ese preciso momento, pero, quería que supiese que no la podía perdonarla dos veces, no podía darme el detalle de ser tan benévolo—. Por ser tu primer día, el castigo no será muy mayor— un suspiro tranquilizador recorrió por las venas de la que sería mi perra—. Me vas a sacar la polla y quiero que me hagas una paja. Cu…
— Pero amo…
— Sh— le dije mientras que mi dedo índice se posaba sobre sus labios impidiendo pronunciar palabra y terminar la frase— que sea la última vez que me interrumpas, a no ser que, sea por fuerza mayor. No me obligues a que esa falta de respeto te la haga pagar de una manera más degradante. Esa forma puede ser claramente, obligarte a colocarte debajo de la mesa y que te metas mi polla en tu boca— con el rostro estremecido asintió—. Sigo. Cuando estalle y llena mi pantalón de leche, quiero que de la manera que veas más conveniente te deshagas hasta la última gota, ¿estás de acuerdo?
La mirada del principio volvió a su rostro. El temblique en sus manos retornó. Esa misma mirada se clavó en la mía para decirme que tuviese piedad de ella, que no le obligase a sacar mi miembro con el tamaño que tenía por aquellas alturas de la película. Con una mirada firme le di a entender que no iba a tener piedad con ella y que se espabilase si no quería que en vez de una simple masturbación, fuese una estupenda mamada en plena calle.
Con dos dedos de la mano izquierda, bajó mi ropa interior, saliendo mi polla a la misma velocidad que sale un cartucho al apretar el gatillo de una escopeta. Realmente era eso, tenía que descargar completamente mi llenada escopeta, haciendo explotar mi pólvora por todo mi pantalón y parte de la mano que usase para aquel primer castigo.
Con la misma torpeza que en la voz en la primera conversación telefónica, comenzó a subir y bajar mi glande. Su movimiento de muñeca era muy brusco. No bruto, sino que, en vez de un simple balanceo de la muñeca para subir y bajar su mano, movía su antebrazo completamente, sin dejar de desviar su mirada 360º de la misma manera que un camaleón, percatándose que nadie viese lo que me estaba haciendo.
— Tranquilízate. Mantén la mirada fija y firme en un punto. De esta manera, lo único que vas a conseguir es llamar la atención de los demás. Con suerte no se percatarán, pero, como se percaten, vas a seguir moviéndome la polla bajo la atención de sus miradas. Eso no será lo peor. Lo peor será que esos ojos no sean más que las lentes de cualquier cámara de un móvil— Sus movimientos se aceleraron por momentos, intentando quizás, acabar lo más rápido posible para evitar esas temibles lentes de cualquier cámara de móvil, traspasado esas imágenes a la red y redes sociales—. Imagínate que tu maridito te ve haciéndole una paja a un puto niñato en la calle, ¿Qué pensaría de ti tu maridito?
— Por favor amo, no me obligue a esto. Si quiere— me dijo acercándose a mi oído, imitando mi juego—, nos vamos al servicio y le hago la segunda opción, la degradante, la de comerme su polla hasta que se estalle en mi boca— también imitó los suaves mordisquitos en mi oído. No me desagradaban, pero, aunque sonase muy tentador, no podía dejar que ella me dominase, iría contra los principios de este arte milenario. Como se dice, el cazador cazado.
— He escuchado tu opinión, como te dije al principio, pero, el veredicto es negativo, no voy a acceder. Seguirás meneando mi polla hasta que me corra y deje todo lleno de leche recién ordeñada— pronuncié firmemente con mi voz grave—. Recuerda, entre más nerviosa te pongas, más llamarás la atención y más degradante será para ti putita.
Haciéndome caso, cerró los ojos, respiró profundamente, aumentando el insignificantemente el tamaño de sus pechos. Los volvió a abrir y continuó con la tarea que le había recomendado.
— Ábrete las piernas putita, seguro que, tienes que tener el coño hirviendo por tener mi polla entre mis manos en plena calle. Me podrás decir lo que tú quieras, pero, no me vas a negar que no te estás poniendo como una perra en celo pensar que cualquiera de los presentes te vean con mi polla en tu mano— Sin remediar palabra, abrió el ángulo de apertura de sus piernas. Su aroma prendió los alrededores con su olor característico. Algunos se desprendieron de sus conversaciones, buscando, literalmente, de la misma manera que un perro de caza va olfateando el terreno al oler el rastro de un conejo. Encorvó su mirada al percatarse de la fragancia que había rociado en aquella terraza—. Dime cuanto ansias meterte mi polla en esa boquita de zorra, sentir esa calor ardiente, esa dureza en tu boca.
No remedió palabra. Su mirada seguía curvada, haciendo oídos sordos al resto del mundo, ignorando que cualquiera pudiese verla realizando semejante salvajada en mitad de la vía pública. Procurando que ninguna mirada familiar o conocida se mezclase con la suya.
— ¿Me equivoco si digo que no has me respondido por miedo a que te obligue a meterte mi polla en tu boca en medio de la terraza?
— Sí.
— Con lo que…— le dije arrastrando su mirada a la mía con el dedo pulgar sobre su mejilla derecha y el resto de los cuatro dedos de mi mano derecha en la mejilla izquierda.
— Nunca he tenido tantas ganas de comerle la polla a un hombre como las ganas que siento ahora— me dijo con sus ojos azules maquillados por finas lágrimas de placer.
— Veo que aprendes rápido. Si continuas de esta manera, te prometo que no te vas a arrepentir de firmar el contrato mi putita— le decía mientras le daba un apasionado beso. No sabía si realmente ese era el protocolo o no, pero, aquellas palabras pudieron conmigo, con mi debilidad. Era la primera mujer que se estaba comportando conmigo como una auténtica puta. Las demás mujeres con las que había estado hasta entonces eran rollos y ligues tontos de discotecas, que, no sabría decir quién de todas ellas era la más estrecha en la cama.
Finalmente, mi gatita había apretado el gatillo de mi escopeta, disparando el cartucho, evaporándose en el aire e impregnando mi pantalón de pólvora. En el intento de que el estallido al correrme, mi semen no saliese disparado saliéndose del plano de la mesa y que fuese visible para el resto, tapó con su mano totalmente abierta mi polla, llenándose la palma de su mano enterita del semen que había provocado con aquella primera paja que me había proporcionado.
— Ya sabes lo que toca ahora, ¿verdad? Quiero ver como mi gatita se lame su mano, limpiándola hasta no dejar ni rastro, ni una sola gotita de su leche— le dije mientras ella miraba su mano, pensando como lo haría sin llamar la atención.
Con la mano derecha, la misma que no participó en el proceso, agarró la lata de refresco y la tiró al suelo suavemente. El sonido, al igual que el tiro, fue muy suave, apenas dos personas dejaron su conversación para saber de donde provenía ese ruido. Separó la silla, se agachó para coger la lata, pero, la cogió con la mano izquierda. La mano que estaba completamente llena de semen y con el aroma de mi miembro. Aprovechando, se llevó uno a uno sus cinco dedos a la boca para limpiarlos. Se los introducía en lo boca. Al expulsarlos de su boca, como una máquina de auto lavado, sacaba su lengua y lamiéndolos de un extremo a otro, les daba de nuevo brillo. Me sorprendió la forma con la que se desprendió del semen de la palma de su mano. No pude decir nada, puesto que, no le ordené de como debía desaparecer el semen.
Con la lata de refresco en su mano izquierda, refregó sobre el lomo de la lata la palma de aquella mano, realizando el trabajo de su boquita la lata. Al tener la palma limpia, dejó la lata en el suelo, que la viese el camarero a la hora de recoger mientras estos barren. Antes de incorporarse, se aseguró de que mi polla se quedase con la misma limpieza que su mano. Entendí que las palabras que me dijo mientras me estaba masturbando, no las dijo para salir del paso, las dijo de verdad. En menos de tres segundos se había metido mi polla en su boca, limpiándola. Cuando terminó de limpiármela, con su lengua recorrió los alrededores de mi polla donde habían caído gotas de semen. Se reincorporó y se acercó a mí.
— ¿He superado la prueba amo? Si es así, quiero saber con que nota la he superado. Me muero de ganas de firmar ese contrato y que abuse de mí de la manera que más le plazca— se aseguraba de que la nota fuese con unas décimas más superiores meneándome aún la polla, totalmente seca por la actuación de su rápida boca carnosa.
— La primer si, has superado la prueba con creces. La segunda, aún no te lo voy a decir— ella seguía intentando subir nota—. Antes de acabar tu día de prueba o de entrenamiento, quiero que hagas una última cosa.
— ¿Acabar el día de prueba? Amo, no me puede hacer esto. No me puede dejar así de esta manera, se lo pido, se lo suplico, apiádese esta vez de mí— para intentar que sus suplicas fuesen escuchadas, dejó de menearme la polla, para, sobarme los huevos, como si de dos canicas se tratasen.
— Sí, ya hemos terminado por esta tarde los dos.
— Amo no es justo. Usted se ha corrido y yo; ni siquiera me ha metido mano. Necesito que sus manos abusen de mi cuerpo, sentir esas manos fuertes y firmes como se deslizan por todo mi cuerpo, amo, por favor, se lo suplico.
— He dejado para el final una de las partes que me faltaban sobre la conversación del principio de la tarde. Un amo no es de piedra. Sin embargo, su esclava, sí que debe ser de piedra, porque el único que está autorizado para realmente sentir placer, es el amo. La esclava, es decir, tú mi putita, solo estás autorizada para darme placer a mí y, como bien dijiste, el amo es benévolo o comprensivo, dejará que a la misma vez su muñeca tenga también placer. No lo olvides nunca, sobre todo, bajo mis órdenes— no pude mirarla a la cara. La cara que me puso fue la del famoso dicho. Me miró con una mirada de cordero degollado. Sin mirarla directamente a la cara, proseguí—. Quiero que te quites las bragas y que vayas a la barra sin bragas a hacerte cargo de la cuenta— dije con los brazos cruzados, para que entendiese que no iba a esperar mucho tiempo.
Con la misma cara de pena, cerró los dedos de ambas manos. Supusé que era por la impotencia que le recorrió las venas al ordenarle, no quitarse las bragas en público, puesto que, no era nada comparable con lo que había hecho hacía apenas unos minutos, si no, al saber que se iría a su casa sin haberla tocado un pelo, yéndose con el peor compañero de viaje, un buen calentón.
Con la misma sutileza con la que un león se va acoplando ente los matorrales de su sabana para atacar a su presa, se introdujo ambas manos en el interior de la linde de aquella corta falda de volantes. Su mirada se fundió con la mía cuando comenzó el descenso de la prenda que cubría la aún desconocida rajita de su entrepierna. Esa prenda, se deslizó con la misma suavidad que la mantequilla sobre una rebanada de pan tostado.
— Aquí está lo que me ordenó amo— me dijo a la vez que me la ofrecía por debajo de la mesa, entre las patas de nuestras sillas de plástico—. ¡Amo no!— me dijo cuando vio el gesto que estaba a punto de realizar. Llevarme sus bragas a mi cara para olerlas delante de la escasa muchedumbre de la terraza y de ambas aceras— Se lo suplico, no se lo pido, se lo estoy suplicando.
— Si sabes que las suplicas de antes no te sirvieron de nada, ¿Para qué sigues suplicando?— Le dije cumpliendo con lo que le di a entender con gestos.
A medida que iba acercando sus bragas a mi cara, notaba como las antiguas suplicas eran ciertas. Estaban completamente mojadas. Al estar palmo a palmo con mi rostro, las pocas personas de la periferia de la terraza, se percataron de que tenía sus bragas y que las estaba oliendo. Éramos el centro de atención, sobre todo ella, mi gatita, mi títere. Era la destinataria de la lluvia de miradas—. ¿No te pone cachonda ver a todas estas personas observándote y sabiendo que estás sin bragas? No cierres las piernas— le ordené al oído con mi clásico juego, colocando mi mano sobre una de sus dos piernas—. Quiero que todos vean con la puta que me estoy tomándome esta cervecita.
Lentamente, fue abriendo una vez más sus piernas, esa vez, sabiendo que la gran mayoría de los presentes la estaban observando. Una de las mesas, exactamente la del frente, estaban sentados dos chavales de mi quinta, rondando los 25 años aproximadamente. Le ordené que les mirase con una sonrisa digna de una zorra, a la vez que se llevaba el dedo índice ligeramente a su boca, reproduciendo ese gesto sensual que suelen hacer una cuando quieren volver loco a un hombre. Ambos chavales no sabían como reaccionar, la miraban, desviaban su mirada hacia mí, la volvían a desviar hacia su gran escote y ligeramente con un ángulo descendiente debajo de la mesa, viendo como aquella putita bajo mis órdenes les abría la puerta hacia la cuna de su placer.
— Ahora te ordeno que te levantes, te ocupes de la cuenta de la mesa y, que no se te olvide— le dije en mi último acto en aquel día. Deslice mi dedo índice de mi mano derecha superficialmente sobre aquella rajita todavía desconocida. No tenía ni punto de comparación el charco de sus bragas con los flujos de sus labios vaginales—, tienes que pasar por delante de ellos dos contonearte como la puta que te estás convirtiéndote.
Se levantó como si se le fuese la vida en ello. Cogió su pequeño monedero y se fue acercando lentamente hacia la puerta del bar, moviendo el culo de la misma manera que mueve un pavo real sus plumajes llamando a la hembra. Los chavales no se podían creer lo que estaban viendo. El dedo de su boca, seguía en su sitio como la sonrisa que le acompañaba. Cuando volvió de pagar la escasa cuenta de los dos refrescos que habíamos consumido, ya no estaba el que le manejaba las cuerdas de su débil cuerpo de estropajo o de madera, el que le ordenaba sin pensar en las consecuencias, en definitiva, yo.
Me encantaría contarles señores lectores, que es lo que hizo mi putita al salir, la cara que puso al ver que estaba de nuevo sola, saber si esos dos chavales le hicieron o intentaron algo con ella. No se lo puedo contar por el motivo de haber abandonado la terraza en el preciso momento de haber entrado por la puerta. Lo último que puedo decir es que, imagínense la cara que puso al salir y ver, que lo único que estaba sobre la mesa, eran sus bragas totalmente mojadas.
Continuará, no ha hecho más que empezar…
Si queréis enviar cualquier sugerencia enviármela a er_malagita99@hotmail.es