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~~He descubierto
que Horacio me es infiel.
Comprendo que eso no tenga nada de especial, considerando mi modo
de actuar, pero tengo que admitir que me ha dolido. No me lo esperaba
al menos no así. No conozco demasiado a su amante, solo de
vista. Sé que es una chica que acude al mismo gimnasio que
Horacio y al que yo misma suelo ir esporádicamente , y que
se llama Lucía.
Cuando cometí el pecado de la Pereza con Horacio sentí
que algo andaba mal. Intuición femenina, supongo. O tal vez
capté un olor distinto y no quise darme cuenta.
Esta noche, mientras se duchaba, cogí su ropa sucia y la ordené
para meterla en la lavadora y entonces lo descubrí. Era un
arrugado papel minúsculo, pero lo suficientemente llamativo
como para pasar desapercibido (un post it pequeño, de color
naranja chillón):
"Mañana, a las 9, en mi casa. Adolfo esta de viaje. Besos,
Lucía."
Bueno, con solo esta nota no podía saber si era la misma Lucía
que la del gimnasio, pero he buscado en su agenda de teléfonos
y SOLO existe una Lucía.
No ha sido muy correcto haber rebuscado entre sus cosas, pero la situación
lo requería. Es mi marido, y tengo que saber.
El caso es que me siento fatal. Y es cierto que no puedo ser yo quien
precisamente tire la primera piedra, pero no son casos comparables
Que Horacio haya recurrido a otra mujer en busca de sexo me subleva.
Y si es por amor en fin. Ahí ya no podría hacer
nada.
Tengo que descubrir más cosas.
08/06/2004
Esta tarde cogí el coche y me fui al gimnasio. Nada más
renovar mi matricula, me informé de los horarios de las clases
de aerobic y fui directamente a los vestuarios. Lucía no estaba
allí. Pensé que tal vez ella iría a otra hora,
pero no llevábamos ni diez minutos de clase, cuando hizo su
entrada triunfal.
No me extraña que Horacio se haya fijado en ella. Es una mujer
bellísima. Tiene unos rasgos casi asiáticos, aunque
seguramente esa expresión le viene dada porque tiene los ojos
muy grandes, preciosos, ligeramente rasgados. Ambas tenemos los ojos
verdes, así como la misma estatura, pero ella tiene menos pecho
que yo. El pelo, castaño oscuro, lo lleva largo y degradado,
como a media espalda. Yo soy morena, ahora con el pelo corto, a medio
cuello y en forma de caja. Además tiene un culo respingón,
como de pato, pero exquisitamente sensual, mientras que yo
bueno, tengo las nalgas muy duras, pero no es un culo del otro mundo.
En cambio yo tengo la cintura más fina que ella, y por ende,
más caderas, pero su culo no es el mío, tengo que reconocerlo.
Creo que somos más o menos de la misma edad.
La estuve observando durante el resto de la clase. Su cuerpo, sus
movimientos son exquisitos, esa mujer rezuma sexo por cada
uno de sus poros.
Hoy no he intentado acercarme a ella. Al terminar, simplemente me
lavé un poco y me fui a casa.
10/06/2004
Hoy
al llegar a los vestuarios Lucía ya estaba allí. Había
más chicas, pero me cambié de ropa delante de todas,
y me di cuenta de que ella me miraba bastante. Durante la clase, se
colocó cerca de mí, en la primera fila, y no dejó
de fijarse en mis movimientos a través del espejo.
Esto marcha.
No le he dicho nada a Horacio, sigo comportándome como siempre,
aunque anoche quiso hacer el amor y yo pretexté dolor de cabeza.
Se extrañó, no es propio de mí, pero me da lo
mismo. No sospecha nada.
***
Por
fin, en la siguiente clase (día 15 de junio), conocí
a Lucía personalmente. Fue al acabar la clase. Estábamos
en los vestuarios y yo, después de desnudarme parsimoniosamente
delante de sus narices, me metí en las duchas. No son individuales,
sino colectivas, y están separadas del resto del vestuario
por una mampara. Ella no tardó en venir. Reconozco que cuando
la vi allí, desnuda, junto a mí, con el agua resbalándole
en finos regueros por la piel, sentí un escalofrío.
Jamás me había fijado antes en una mujer o al
menos, ninguna me había hecho sentir así. Supuse que
debería de odiarla por acostase con mi marido, pero nada más
lejos de la realidad: aquella chica era estupenda. Me gustaba. Tenía
un magnetismo especial.
El caso es que al fin estábamos las dos solas. Yo tenía
los ojos cerrados, pero era consciente de su presencia. Precisamente
estaba pensando en la mejor forma de abordarla, cuando
Perdona, tú eres Marga, ¿verdad? – abrí
los ojos y la miré .
Siy tu eres? – le sonreí, aliviada .
Lucía Es que llevo varios días observándote.
Tienes un cuerpo precioso, se nota que te cuidas. ¿Cómo
es que dejaste de venir? Antes venías mucho
Bueno, me gusta venir de vez en cuando. No soy muy constante, la verdad
– sonreí . Pero tu hablas de cuerpos ya quisiera
yo tener tu trasero, guapa!!
Ja ja ja ja, qué dices, tan respingón!! Qué horror,
me quiero operar hizo un gesto encantador, girando sobre
sí misma para mirárselo .
Vale: opératelo y dámelo a mi!!!
Fue una conversación tonta, pero entramos en contacto. A la
media hora estábamos en mi coche rumbo a su casa, pues ella
solía coger el autobús urbano, no tenía el carnet
de conducir. Cuando llegamos al portal, me invitó a subir y
tomar algo. Desde luego, accedí encantada, así que aparqué
donde pude y fuimos caminando un trecho. Recuerdo que pasaron unos
chicos, de unos 20 años, y nos piropearon, aunque no recuerdo
exactamente que dijeron, pero nos cayó en gracia y tuvimos
conversación para rato. Su casa era el ático, muy espacioso
y decorado con muy buen gusto
¿Te gusta?. Fue idea de Adolfo, mi marido. Tienes que conocerlo,
te caerá muy bien. Es decorador. Tiene que estar a punto de
venir de Málaga, se fue el lunes.
Adolfo cómo describir a Adolfo. Si su mujer era pura
sensualidad Adolfo era Sexo, con mayúsculas. Era alto (más
que Horacio), fuerte, atlético, con la piel dorada, un paquete
que se adivinada enorme debajo de los pantalones y calvo. Tenía
una calva fantástica, reluciente, dorada, sin un mísero
pelo con la cabeza. Sexo, sexo, sexo. Le deseé nada más
verle. Y tenía una voz masculina, sensual era
un hombre seguro de sí mismo, guapo hasta el aburrimiento.
Hacían una pareja increíble.
Lucía propuso que nos tomáramos algo en la terraza y
la estuve ayudando a prepararlo todo. Hablamos del gimnasio, del viaje
a Málaga, de decoración de interiores les propuse
quedar algún día los cuatro, es decir, con Horacio también
y les pareció una idea estupenda sin embargo, en ningún
momento cité el nombre de Horacio: siempre me referí
a él como "mi marido". No me convenía aún
enseñar ese as.
Nos intercambiamos los teléfonos y quedamos en llamarnos. Y
ahí quedó la cosa
Pasaron varios días en los que me dediqué a observar
a Horacio y a esperar. Se hizo habitual que él llegara tardísimo
a casa, por "culpa del trabajo", pero no le amonesté
en ningún momento. Fui una esposa ejemplar. El problema es
que tiempo transcurría lento, pesado como juicios. Lucía
me llamó en varias ocasiones, pero yo le fui dando largas,
muy a mi pesar.
Hasta que llegó mi oportunidad.
Fue el viernes de aquella misma semana. Horacio llegó a la
hora de comer con cara de circunstancias y me espetó que aquel
fin de semana Oscar y los demás habían decidido ir de
pesca al río y habían alquilado una casa rural
que ya no podía decir que no, y que se iba, vamos. Tuve la
vaga sensación de que se sentía cohibido, como si hubiera
sido pillado en falta. Pero aún conservaba algo de dominio
sobre sí mismo. Le dije que no se preocupara, que mejor, que
así la casa para mí solita y mi amante. No le hizo gracia
la broma. Al menos, aquella risa falsa así me lo delató.
Yo por mi parte, prescindí del mal trago de comprobar si realmente
Oscar había planeado aquella escapada de fin de semana. Hay
verdades como templos que no necesitan ser pronunciadas. Se pasó
la tarde preparando una maleta insólita para un fin de semana
de pesca, pero no despegué los labios.
Se fue a eso de las seis y media. Esperé hasta las siete y
llamé a Lucía. Me cogió el teléfono Adolfo:
Lucía acababa de irse al pueblo de su madre. "Joder",
pensé, "la típica excusa, qué triste".
Le dije que estaba sola, que Horacio se había ido de fin de
semana con unos amigos y que si le apetecía podría pasarse
a tomar algo a mi casa. Aceptó de buen grado. Quedamos para
un par de horas más tarde y colgué con el corazón
en un puño. Todo había salido a pedir de boca. Ahora
solo quedaba rezar porque Horacio y Lucía no tuvieran ningún
imprevisto como mínimo hasta el domingo por la tarde.
No me levanté: salté despedida del sillón hacia
mi habitación. Dos horas. Había bebida, eso era básico.
Adolfo bebió bastante la tarde en que le conocí, así
quebásico, la bebida. Me desnudé como pude, porque
apenas atinaba. Me duché ceremoniosamente eso sí,
que para esas cosas una es muy maniática , salí, me
encasqueté una camiseta vieja y limpia, regresé al baño,
me maquillé, se me derramó encima la colonia (eau de
toilette, para las mentes más sensibles), "Light blue"
de Dolce y Gabbana, escupí sapos y culebras, me abaniqué,
salí, me fumé un cigarrillo medio desnuda en el salón
y por fin, con una recién adquirida serenidad, regresé
al vestidor y me dediqué a la placentera tarea de elegir modelito.
Todo esto en hora y media.
Tiempo record.
Seguro, lástima que no lo registraran los del "Guiness".
No me arreglé demasiado. Me puse una minifalda sencilla, tableada
a los lados, y una camisa de un turquesa pálido. No me preocupé
de abotonarme los tres primeros botones. Yo no tengo el pecho de Lucía,
así que hay que sacar partido. Me incliné hacia
delante, mirándome al espejo y sonreí complacida. Me
peiné descuidadamente el pelo con los dedos mientras buscaba
unos zapatos que no encontré, salí hacia la cocina para
preparar el hielo y el timbre.
Fui a abrir descalza y sin tener el hielo ni nada preparado, pero
con una de las mejores sonrisas jamás ensayadas delante de
un espejo.
Suspiré cuando le vi. No lo pude evitar. Me olvidé por
completo de todo, de Horacio, de Lucía, hasta de mi nombre.
Adolfo. Solo Adolfo. Todo mi mundo, durante unos segundos, fue Adolfo.
Él lo llenaba todo.
Me miró de arriba abajo, un poco sorprendido pero divertido.
Tampoco se me escapó el detalle de una mirada sobre mi escote
más larga de lo convencionalmente establecido. Le invité
a pasar. Le enseñé someramente la casa y le conduje
hasta la cocina para preparar las bebidas, disculpando como pude mi
tardanza. Después no acomodamos en el salón y estuvimos
hablando de todo un poco y de Lucía y Horacio. Adolfo
no sabía que eran amantes. Pero no osé a sacarle de
su feliz ignorancia.
A medida que avanzaba la noche y se vaciaban las botellas, a Adolfo
se le iba soltando la lengua. Por mi parte, no sé dónde
quedó mi frágil sentido del decoro y de la vergüenza,
porque no tuve reparos en hablarle de mi vida sexual. Aunque él
tampoco se quedó atrás: me relató con todo lujo
de detalles lo que más le excitaban a Lucía y a él
mismo en la cama. Ni qué decir tiene que tomé buena
nota del asunto especialmente en lo referente a Lucía.
Quizás algún día, tal vez no muy lejano, fuera
a necesitarlo.
Adolfo era un ser extraordinario. Me encantó, me conquistó
enseguida. Envidié y desprecié a Lucía a partes
iguales por tener a un hombre de tal calibre a su lado y no saber
apreciarle del todo. Si Adolfo fuera mío
Marga, ¿me escuchas?
Ehhh, si, claro, perdona
Entonces dime
¿ Qué?
Tu fantasía más íntima algo que jamás
has hecho y que te encantaría hacer, probar, experimentar
¡¡Jajajajaja!! Estás loco!? ¡No te lo digo!
Vamos tal vez yo te pueda ayudar
Le miré en silencio, con la sonrisa congelada en los labios.
¿Cómo demonios había llegado hasta ese punto
sin apenas darme cuenta? Yo solo me había dejado llevar
Adopté una actitud insinuante:
¿De verdad quieres saberlo?
Mi reino a cambio de tu negro pensamiento
Está bien. Tú ganas – sonreí en apariencia
tranquila, pero el corazón me iba a estallar de ansiedad .
Mi fantasía sexual es el sexo anal. Y grabarlo todo
en video.
¿Solo eso?
¿¡Te parece poco, teniendo un marido tan quisquilloso!?
O sea, que eso nunca lo has hecho y es tu fantasía
¿Eres infiel?
¿Y eso qué importancia tiene?
Se inclinó hacia delante y se sentó en el filo del sillón,
apoyando los codos en las rodillas y entrelazando las manos. Se dedicó
a mirarme fijamente durante un buen rato, sin pestañear, barruntando
endiabladas maquinaciones que pronto tuve el privilegio de descubrir
Se levantó lentamente, comprobó si tenía las
llaves del coche en los bolsillos y luego, como quien le dice a un
niño que se prepare para ir al parque, me sugirió que
fuéramos a su casa. Así, sin más explicaciones.
Al fin y al cabo no eran necesarias. Recuerdo que cuando me puse de
pie me dio la sensación de no estar pisando tierra firme. Me
limité a ponerme unas sandalias y a coger un bolso con las
llaves de casa antes de salir. Aquello me pareció una huída
precipitada.
En el ascensor apenas nos miramos, pero al llegar al portal, Adolfo
me cogió protectoramente de la mano para guiarme hasta el coche.
Con ese gesto comprendí que le gustaba llevar la iniciativa,
y no le quité la ilusión. Durante el trayecto nos besamos
varias veces, igual que dos viejos amantes después del reencuentro
tras muchos años y que se sienten como la primera vez. Fue
como si nos hubiéramos reconocido con solo aquellas confidencias
a media luz y bien regados de alcohol. Al llegar a su ático
me pidió que me acomodara y desapareció. Salí
a la terraza y me encaré a la nocturnidad de la ciudad vista
desde las alturas. Era impresionante. Exhalé el aire con fuerza,
sintiendo cómo la sangre me hervía en las venas y me
sentí primitivamente viva. Me llevé la mano derecha
discretamente a la entrepierna y no me sorprendió notar la
humedad en mi ropa interior. Era irónico. Sarcástico.
Iba a follar – pues no era nada más, por crudo que sonara
con el marido de la amante de mi propio marido. No estaba mal la cosa.
Cualquier día, les proponía una orgía y todos
tan felices. Qué vida
Oí cómo Adolfo me llamaba desde el interior de la casa
y me metí dentro, buscándole por el enorme piso, guiándome
por su voz, hasta que llegué al dormitorio.
Aunque más correcto sería denominar a aquella habitación
como santuario. Aquella estancia era como tres veces más grande
que el salón. Sin miedo a exagerar me atrevería a decir
que solo ese dormitorio ocupaba la mitad de la casa. Desde la puerta,
donde yo estaba situada, se veía en la pared frontal un enorme
ventanal que ocupaba casi todo el muro y desde el que se divisaba
toda la ciudad. Las cortinas estaban totalmente descorridas y la luz
nocturna era lo único que iluminaba la estancia, aparte de
una lámpara auxiliar de una tenue luz rojiza en uno de los
laterales del cuarto. Había una puerta cerrada a mi izquierda,
más cercana al ventanal que a la puerta de la habitación,
y que presumiblemente supuse que sería un baño. El techo
parecía más alto que el resto de la casa, pero quizás
fuera por el efecto óptico que producían las paredes
pintadas de rojo. Sin embargo lo más impactante, justo en la
pared de mi derecha, era una gigantesca cama redonda. Era la primera
que veía en toda mi vida. Las sábanas eran de satén
rojo oscuro. y sobre ellas el hombre más atractivo que jamás
he visto. Quizás demasiadas cosas nuevas para mí, porque
me sentí desfallecer. Adolfo estaba completamente desnudo,
tumbado de lado y con la cabeza apoyada sobre una mano, mirándome
con la misma cara que deben de tener los lobos de las más remotas
estepas. Eché la cabeza a un lado, en un coqueto gesto, y le
sonreí ilusionada, complacida. Me devolvió la sonrisa
y señaló a un punto indeterminado a los pies de la cama:
una enorme cámara de video. Supongo que tendría un zoom
excelente, porque más tarde, ya en mi casa, me sorprendió
la precisión de los detalles en la grabación.
Me acerqué lentamente a la cama, descalzándome por el
camino. Subí a ella y me tumbé a su lado, y Adolfo,
sin dejar de mirarme, me desnudó con una lentitud que de poco
no me volvió loca. Pero me controlé. Sabía lo
que me esperaba y tenía tantas ganas de que ocurriera que estaba
como bloqueada. Si bien mi objetivo había sido precisamente
hallarme en aquella situación, jamás pude imaginar que
fuera de ese modo.
Agustín desnudo verdaderamente era un dios. Tenía un
pene grande, fuerte, erecto hasta el delirio, con un glande rojo brillante,
precioso Me sentí pequeña, débil a su
lado. Estaba totalmente a su merced, como si yo solo fuera una marioneta.
No pronunciamos palabra. Solo nos mirábamos, como grabando
a fuego nuestras orografías respectivas, hasta que me cogió
de la cintura y me colocó suavemente a cuatro patas. Mientras
alternaba besos por mi columna vertebral y palabras tranquilizadoras
a media voz, sentí su mano en mi ya empapado sexo, cómo
me introducía dos tres dedos, empapándoselos
con mis fluidos, para después acariciarme el ano con una suavidad
que me sorprendió. Su endurecida polla me rozaba a la altura
de la cintura y tuve que obligarme a hacer un enorme esfuerzo para
no abalanzarme a por ella. Me introdujo la punta de un dedo y se me
olvidó todo sentí una ligera punzada de dolor,
pero él comprendió porque era sabio
Se colocó detrás de mí y me lamió suavemente
el ano, apartando con ambas manos mis prietas nalgas. Después
probó a introducirme un dedo entero. Me sorprendió,
pero no me desagradó. Sin embargo, cuando metió dos
dedos a la vez, creí que me estaba rompiendo por dentro
el dolor me hizo gemir, pero Adolfo me dijo que tratara de relajarme
al parecer mi ano es de los estrechos. Inició un breve ritual
de mete saca hasta que mis músculos poco a poco se fueron adaptando
a sus dedos. Sentí un agradable calorcillo que disparó
mi excitación, señal de que ya estaba preparada, supongo
se lo hice notar y no se hizo de rogar. Suavemente su glande comenzó
a abrirse paso por el reducido agujero de mi culito con delicadeza
mientras me hacia girar las caderas con sus manos. Yo notaba cómo
su gruesa verga se iba adaptando lentamente a los músculos
de mi ano y, para mi sorpresa, con suma facilidad, hasta que noté
que ya el glande había conseguido pasar. Se notaba que tenía
mucha habilidad en la materia hacía que aquello fuera
maravilloso. Me penetraba y volvía a salir de mí con
un ritmo suave e intenso, llegando a sacarla casi por completo y volviéndola
a meter hasta el fondo.
De pronto, Adolfo, agarrándome fuertemente de la cintura, y
sin previo aviso, hizo un movimiento brusco con la pelvis y me penetró
de golpe, metiéndome su polla hasta la base (llegué
a notar el cosquilleo suave del vello de sus testículos). Creo
que mi grito se oyó por todo el edificio y sin embargo,
a los poco segundos el placer había superado con creces al
dolor Y precisamente por eso me sobrevino un primer orgasmo,
algo apagado, pero me dio ánimos para seguir aguantando las
embestidas. El verdadero orgasmo, el fuerte, el que me hizo casi caer
de bruces sobre las resbaladizas sábanas vino poco después
y ya cuando sentí los cálidos chorros de esperma inundarme
por dentro no, no puedo explicarlo. Es algo que hay que vivirlo.
Y puedo asegurar que hasta ahora ha sido lo mejor que he vivido sexualmente
Dios si hasta lloré cuando sentí su pene salir
de mi interior y como una perrita le estuve limpiando los restos
del semen, mientras la cámara seguía grabando.
Cuando vi que Agustín se había quedado dormido del todo
cosa que ocurrió muy pronto , me desperecé y, con
las piernas como gelatina, me vestí, extraje la cinta de video,
me calcé las sandalias, fui en busca del bolso y salí
del piso sin hacer ruido. No me despedí. Para qué, estaba
segura de qué nos volveríamos a encontrar.
El relente de la calle consiguió espabilarme bastante, pero
no quitarme el temblor de piernas y la peculiar sensación de
tener el esfínter del grosor de una lata de refrescos. Sujeté
el bolso contra mi pecho para sentir la forma de la cinta, mientras
me dirigía a una cabina para llamar a un taxi
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