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Mi Primer Experiencia Parte 6

Mi primer experiencia total – Parte 6
Todo lo que estaba viviendo esa noche me parecía un sueño increíble. Con cierta desazón comprendí que hasta entonces me había perdido una buena parte de mi vida sin haber disfrutado tan maravillosas vivencias.
En ese momento solo deseaba continuar con esa fantasía con mi esposo…… o sin él.
El Domador continuaba frente a mí como si aún deseara algo más de mi cansado cuerpo. Yo deseaba calmarme, pero mi curiosidad por saber qué hacía el musculoso esclavo me mantenía expectante. El moreno, se había quedado solo y me miró un par de veces como aguardando que el veterano me dejara sola.
Yo podía imaginar que el moreno se había quedado excitado sin acabar con la Pantera y pensé que sería una privilegiada si lograba hacerle descargar de nuevo ese rico esperma que había podido degustar más temprano en el sillón.
Sin embargo al ponerme de pie para incitarlo a que se acercara a mí, el Domador me tomó de un brazo haciéndome notar que le debía cierta gratitud o fidelidad por la reciente contienda que habíamos librado y que el dolor que padecía mi culito era la señal de ello. Entonces tuve que optar por quedarme junto a él para acompañarlo, sabiendo que luego del combate que había librado seguramente se retiraría pronto con su esposa y yo podría quedarme con mi marido o ….quizás ir con el negro. Al intentar buscar la figura de mi Zorro en la lejana penumbra, no lograba encontrarlo entre esas sombras que continuamente se entrecruzaban.
Volví a mirar hacia donde estaba el moreno, quien ante la infructuosa espera de un momento conmigo se había quedado de pie junto al sillón de enfrente.
De pronto una sensual silueta femenina venía desde las penumbras como buscando algo. Al llegar junto al moreno éste se le interpuso en el camino. Luego de charlar unas palabras, ambos comenzaron a bailar muy apretados. Yo no tardé en reconocer las atractivas curvas de esa mujer que se perdía entre los brazos de mi ídolo negro. Ella lucía una negra minifalda, una blusa de tul transparente y su brilloso antifaz negro, delataban que efectivamente, se trataba nada menos que de mi amiga Mabel. Supuse que se quería hacer la más interesante tratando de causarme envidia y la verdad es que lo estaba logrando.
Mientras miraba, el Domador me mantenía con su brazo sobre mis hombros diciéndome algunas cosas que me costaba entender entre el fuerte ruido de un parlante cercano.
El esclavo la tenía a Mabel atracada con su espalda contra una de las gruesas columnas redondas del salón y ella se movía lujuriosamente en puntas de pie seguramente para rozar con su pelvis el magnífico bulto del negro. Hubiera querido ir hacia donde estaban los dos y apartar a la muy yegua de mi “amiguita” del superhombre que yo había descubierto primero, pero el Domador me sostenía abrazándome.
Mabel permanecía apoyada contra la columna y había sumergido sus dos brazos bajo el faldón del esclavo. Sin dudas la muy atorranta ya tenía en sus manos el gigantesco instrumento del moreno. El cansancio o quizás el dolor de mi cola es lo que hacía mantenerme expectante y observando, porque de lo contrario me hubiera zafado de mi compañero para interrumpir el acalorado episodio. No pasaron muchos segundos hasta que pude ver como Mabel levantó sus hombros encogiendo el cuello y volteando su cabeza hacia atrás, dejó escapar un ahogado sollozo de placer, denotando que había sido copulada por el moreno. Mi impaciencia se desbordó y no soporté la caradurez con que mi amiga después de tener sexo con mi esposo me estaba usurpado a mi deseado moreno.
El veterano que había adivinado mis pensamientos continuaba teniéndome algo apretada contra su cuerpo haciéndome sentir su compañía con su don posesivo.
En realidad el calor que se había apoderado nuevamente de mi cuerpo era por el deleite de ver como se contorsionaban los músculos del moreno mientras se la cogía a Mabel. Ella había cruzado sus dos piernas por detrás de la cintura del esclavo y colgada de su cuello se agitaba en frenético ritmo fornicando como una verdadera yegua. El flujo brotaba en mi golosa concha enardecida y sentía como burbujeaba el semen que transpiraba mi ano.
El Esclavo luego la sentó a Mabel sobre el respaldo del sillón y apoyando las piernas de ella sobre sus hombros se la mandaba con ceremoniosos balanceos. Los chillidos de Mabel llegaban hasta mis oídos causándote más bronca y a la vez una calentura total.
En ese momento, en que mis pensamientos divagaban en la observación de esta escena, sentí el deseo de tomarle el órgano a mi compañero, que se descolgaba flácido en su entrepierna. Al sacarlo a relucir volví a palpar su magno porte. Se la tomé con mis manos y comencé a acariciársela deseando saber si era capaz de hacerle cobrar de nuevo rigidez.
El Domador al sentir los suaves movimientos de masturbación que le prodigaba con mis manos me tomó de la cabeza, para hacer rozar con mis labios su reluciente botón. Entonces me puse en perrito sobre el sofá y comencé a chupársela con abnegado sometimiento sintiendo que mi concha palpitaba al máximo dejando escapar su tibio jugo. Él se puso de pie y sin dejarme mover se posicionó tras de mí.
Con algo de asombro al ver que el veterano se tenía fe, sentí rozar en mi vagina la punta de su bastón que comenzó deslizar por entre mis piernas hacia adelante lamiéndome con su abotonada punta los pliegues de mi vulva. Pensé que no lograría perder su flacidez.´
Él, ante mis suaves movimientos de cadera, con sus manos me tomó las nalgas separándolas, para rozar con su ardiente botón mi mojada cajeta que se derretía como chocolate caliente. Entonces se la tomé con una de mis manos, notándola bastante dura, relajé mis músculos para hacer que mi concha se dilatara al máximo como un damasco que se abría en dos dejando escapar su dulce jugo. Mirando al costado disfruté con placer ver en el espejo mi cuerpo flexionado con el bonito vestido rayado recogido retorcido y húmedo, en mi cintura. Con las orejitas del negro turbante que me cubría los ojos, me sentí una cebra en celo siendo servida nuevamente por ese burro que ya tenía todo su aparato desplegado. Empujando hacia atrás busqué la ansiada penetración.
Viendo el show de Mabel yo también desee gozar mucho. Con mis manos me separé bien los cachetes para abrir mi sexo al máximo posible haciendo que la frondosa cabeza entrara sin dificultad y muy lentamente comenzó a introducirse rebosada en el tibio flujo que brotaba de mi vulva. El renovado placer me hacía delirar con fuertes quejidos que revelaban mi goce total.
La sentí chocar en el fondo. Miré en el espejo del costado y ví que aún quedaba afuera la mitad más gruesa del enorme pene que separaba mi culo erguido de esos dos hermosos genitales cargados de semen. Me conmovía pensar en el placer que me causaría sentir los testículos de ese animal golpeando en mi cola pero sabía que era imposible intentarlo.
Al mirar hacia donde estaba mi amiga Mabel ví que continuaba brincando como una cabra enloquecida cogiendo con el moreno en el umbral de un orgásmico final.
Pero yo me encontraba demasiado ocupada como para pensar ahora en el interesante mulato. Me tocaba el vientre con la mano, palpando la cabeza de esa verga que se movía en mi estómago como las patadas de un bebé en el dulce embarazo.
El movimiento era cada vez más feroz, mi cuerpo agitado en un furioso bombeo y mi calentura insostenible me hizo entrar en un estado de excitación tal que el placer y el malestar se confundían con mis gritos y alaridos de yegua enfurecida. Nuevamente, el Domador hizo que el hermoso cosquilleo se fuera apoderando de mi cuerpo que se estremecía en salvajes contorsiones. Al entrar en clímax tendí hacia atrás mis brazos aferrándome con mis uñas a las nalgas del cirujano como si me lo quisiera devorar entero. Percibía la sensación del orgasmo que invadía mi cuerpo entero, mientras acababa con un goce enloquecedor. De mi vagina brotaba el flujo caliente que rebozaba el tronco y los testículos del Domador para luego caer en la alfombra. Quizá fueron dos o quizás tres, no recuerdo pero fue una secuencia de orgásmica locura que no me daba posibilidad de parar. Sentí que la enorme poronga comenzó a inflamarse aún más como si fuera a desgarrarme, pero el placer de culiar con ese temperamental cirujano, era infinito. Mis ojos muy abiertos casi desorbitados, bañados en lágrimas de placer, se centraron en la mirada del cirujano que reflejada en el espejo, daba señas que se venía.
Pude ver también la imagen de mi amiga Mabel que continuaba brincando como una cabra enloquecida cogiendo con el moreno en su fastuoso orgásmico final.
En un rápido giro me senté y le tomé la verga al veterano para perderme en mi boca atorándola en mis cuerdas vocales. Él empujaba con su mano mi cabeza haciéndome entrar el enorme botón hasta el esófago y en mis fallidos intentos de alcanzar con mis labios su belloso tronco las arcadas desde mi estómago me hacían balbucear con lágrimas en los ojos intentando recuperar la respiración luego de cada empellón.
Mi calentura insostenible mantenía mi estado de excitación tal que el hermoso cosquilleo continuaba encriptado en mi cuerpo haciendo que me estremeciera en maravillosas contorsiones. La permanente sensación orgásmica que invadía mi cuerpo entero no menguaba. De mi vagina avivada con fuerza por una de mis manos, brotaba el flujo caliente. El veterano ahora tenía su magna pija en la mano y se la agitaba con fervor apuntando a mi boca abierta. Mis ojos vivaces, se centraron en la mirada del cirujano. De pronto cerró sus ojos y pude ver que su botón hinchado eyectó el primer chorro de semen que impactó en mis ojos. Entonces me tragué el botón para recibir la eyaculación en mi lengua y garganta. El placer fue tan grande que hizo que no dejara escapar una gota mientras sentía los chijetazos de leche que brotaban de esa hermosa verga, llenando mi garganta e impactando también en mi rostro.
Al pasar la tormenta, busqué con mi mirada a Mabel y al moreno. Ellos ya estaban separados seguramente con sus cuerpos relajados después del fabuloso coito que habían tenido. En ese momento el musculoso esclavo le dijo algo a Mabel para luego marcharse de su lado, a continuar con su tarea.
El Domador me preguntó con su voz profunda como la había pasado y le dije que de maravillas, que tenía un miembro enorme, que no podía creer que hubieran penes de ese tamaño. Entonces él me contó que trabajaba con un equipo de cirujanos estéticos, no solo mejoran las formas femeninas sino también operaban
los genitales masculinos. Me dijo que él y su hijo se habían hecho extensiones del miembro con implantes de tejidos y siliconas. La verdad le dije, que el resultado es increíblemente maravilloso, y que imaginaba cuanto gozaría su mujer y su hijastra con semejante tiburón en la cama.
Luego de unos minutos, el veterano se puso de pié en el preciso momento en que venía mi esposo totalmente desgreñado arreglándose la camisa. Yo me quedé sentada, él se acercó y se sentó a mi lado cruzando su brazo sobre mi hombro, observando la partida del Domador. Yo estaba más que desgreñada e intenté cubrir con mi maltratado vestido cebreado, mi piel húmeda que olía a semen.
Con el hermoso cansancio que había coronado mi inmensa satisfacción, busqué relajarme recibiendo con agrado una copa fría de champagne que me ofreció mi esposo. Mi garganta se refrescó y limpió de la pegajosa secreción del Domador, aunque la burbujeante bebida no era el antídoto adecuado para apagar el calor que conservaba mi piel sino que por el contrario, lo mantenía elevado. Mi mente navegaba somnolienta cobijada en la suave melodía que sonaba, intentando darle forma a las sombras que se movían en el oscuro salón. La figura de Mabel brillaba por su ausencia.
Me resultaba extraño haber dejado que mi marido estuviera con otras mujeres, pero también él me había permitido hacer de las mías y no tenía nada que reprocharle. El fruto de tanto goce liberaba su jugo en pequeños derrames por mis dos orificios, haciéndome sentir los hilos del goteo por mis piernas.
Ambos estábamos en silencio, tranquilos, acariciándonos apenas, como expresando nuestra aceptación por las mutuas infidelidades que habíamos practicado en ese lugar.
Me incliné sobre la pelvis de mi Zorro y le desabroché el pantalón para observar su órgano que dormido delataba los combates que había tenido en ese lugar. Quería satisfacerlo yo también, chupándosela y demostrarle que no era menos que esas turras con las que había estado fornicando. Mi sensual pose con mi cuerpo apenas cubierto por el rayado vestido transparente estaba atrayendo la mirada de algún observador al acecho.
No tardé en sentir dos manos que me tomaron desde atrás por las caderas, mientras mi esposo me mantenía con el rostro entre sus piernas, sin dejarme voltear. Yo, sin saber de quién se trataba, me dejé acariciar siguiendo el juego que me proponía mi esposo. Estaba rendida y al sentir esas manos extrañas pensé que ni Robert Redford me movería un pelo. Encogida y algo cansada, continué echada besando el empequeñecido pene de mi esposo viendo que por momentos quería despertar su erección. Mi marido muy apacible, dejaba que el extraño levantara mi suave vestido sobre mis caderas y comenzara a acariciarme la vulva. Con una de sus manos tocaba suavemente los labios mojados de mi vagina, introduciendo apenas la yema de uno de sus dedos fugazmente. El hábil jugueteo de esos dedos gordos rozándome levemente el clítoris me hacía recobrar lentamente el sentido sexual. Luego sentí en mi cola el roce de algo mucho más gordo que no era un dedo exactamente, que se rebosaba en mi sexo. Lo miré a mi esposo como intentando transmitirle mi reproche por permitir que me cogieran junto a él. Mi rostro delataba un apacible cansancio pero mi esposo percibía también mi deleite al cerrarse mis ojos, disfrutando el placer de sentirme de nuevo excitada. Mi cuerpo aún afiebrado por el coito que acababa de tener con el Domador, se estremeció al sentir que el botón que empujaba y forcejeaba en la puerta de mi ano, era bastante voluptuoso. Me aferré al cuello de mi esposo y comencé a besarlo como con bronca ante el acoso del extraño que me iba a coger en su propia cara. Tomando con una de mis manos el pene de mi marido que había recobrado dureza quizá por el morbo de verme a punto de ser copulada por ese extraño en sus propios brazos, con la otra rebocé mi esfínter con el sémen que babeaba de mi vagina, lubricándolo para este nuevo evento. Entonces sentí como el robusto botón atravesó el ajustado anillo de mi cola, causándome un molesto dolor que me hizo clavar las uñas en el abdomen de mi marido.
Esta vez sentí como una manzana atascada en el recto sostenida por un tronco bastante gordo y de nuevo esa rara sensación que transmite a la vez la molestia y el deseo. Ante la quietud de mi esposo me desquité mordiéndole los labios en un gesto de reproche por lo que estaba permitiendo sin mi consentimiento. Pero el goce ya me invadía de nuevo y tras el mordisco comencé a besarlo con pasión, relajando mi músculos, para permitir la dilatación de mi agujerito y facilitar la labor del extraño. El semen que tenía aún en el recto lubricaba la penetración de esta gruesa y dura pija que me hacía entrar suavemente y sin dificultad en el conducto hasta los testículos, provocándome esa misma sensación de fuego en el recto que sentí con el Vikingo y después con el Domador.
Mi esposo mirándome en los ojos podía leer el especial goce que me provocaba ese pene enterrado en el orto, incitándome a mordisquearle los labios y entrelazar mi lengua con la suya en besos desenfrenados, mientras el tipo que me cogía movía mis nalgas haciéndome saborear cada bombeo. Mi marido sin duda disfrutaba el placer de verme tan caliente observando el movimiento de mis caderas tragándome esa pija por el orto. Eso me provocaba también un morbo total que me hacía declamar gritándole en el rostro que quería más.
Jamás hubiera imaginado que el tipo que me estaba rompiendo el culo era nada menos que el esposo
de mi amiga Mabel.
Mi esposo después me contaría que él y nuestro amiguito habían hecho un pacto cuando se fueron al bar. El gordito le había propuesto a mi esposo que se cogiera a Mabel a cambio de tener sexo conmigo y mi queridísimo cabrón había aceptado. En el interior seguramente se sentía complacido conmigo al ver que yo estaba pagando su pacto de caballero, después que él se cogiera a mi amiga en el jardín. Yo solo sentía esa rica pija de un largo normal como la de mi esposo, pero bastante más gruesa y cabezona que la del Vikingo y el Domador. En exquisito vaivén me la hacía deslizar en rítmico bombeo y en cada envión me estremecía, golpeándome en la concha con los hinchados testículos, haciéndote sentir que me la mandaba hasta el tope. Este sostenido pistoleo me producía un placer infernal arrancándome quejidos de goce mientras me aferraba a la pija de mi esposo que disfrutaba mi calentura y la masturbación que yo le prodigaba. Con febril excitación fui entrando nuevamente en el maravilloso éxtasis del clímax mientras mi esposo me acariciaba tenazmente los pechos hinchados observando como entraba y salía de mi culo esa gorda pija. Mi desesperación hizo que me tragara hasta la campanilla la pija de mi esposo que completamente dura se disponía descargar su contenido. En mis caderas sentía las apretadas manos del tipo que me estaba culiando tan maravillosamente abriéndome los cachetes para mandármela hasta el fondo en su delirante viaje hacia el momento crucial. Finalmente llegó el éxtasis cuando mi garganta recibió el espeso semen de mi marido que tragué con placer para mezclarlo en mi estómago con la leche que le había extraído al esclavo y al Domador.
En mi incontenible cosquilleo con mis dedos agitando mi vulva sentía vibrar mi clítoris al compartir mi maravilloso orgasmo con la eyaculación del hombre que me estaba culiando y llenando el orto. Con el cuello hinchado y los ojos muy abiertos grité mi goce delirante en el rostro de mi esposo mientras sentía caliente en mi recto el esperma que estaba recibiendo.
Luego de esos momentos en que declina el fervor, llegó el relax que invadió poco a poco mi cuerpo como el mar que deja morir su furia en la cálida arena. Al final, exhausta y relajada sentí que el órgano moribundo abandonó mi recto. Al salir la voluptuosa cabeza sentí un leve ardor en el interior, que me duraría varios minutos.
No tuve ni las ganas ni la intención de enterarme quién había sido mi afortunado fornicador que seguramente desapareció en la penumbras del salón.
Me quedé allí tirada sobre el sillón junto a mi esposo con la cola sonrojada y ardida, sintiendo de nuevo chorrear el jugo meloso por el pliegue de mis nalgas mientras pensaba en lo increíblemente maravillosa que es la vida si la disfrutamos de este modo. Con el relajamiento de mi cuerpo lentamente se fue apagando la llama que aún ardía en mi interior.
Debo decir que me siento tan agradecida con la genética que me ha dado la naturaleza, que hace que ante cualquier mínima muestra de expresión erótica, me transformo en segundos en una loba alzada y caliente que desea buscar como sea su satisfacción, casi desesperación, descargando con desenfreno, mis repetidos espasmos. Esto lo había experimentado siempre con mi esposo. Por supuesto que los juguetes no nos faltan en nuestras sesiones ya que él sabe que nunca logra solo, colmar totalmente mis deseos. Aunque veníamos practicado con aparatos de distintos tamaños que hemos comprado juntos en los sexshop, mi colita hasta esa noche, no estaba tan dilatada como para soportar penetraciones como las que me prodigaron el Domador y el esposo de Mabel. Tengo un cono para dilatación anal, de 6 cm de diámetro con el que suelo practicar. Nunca había logrado hasta entonces introducirme mas del medio cono en el trasero, pero luego de esa noche mi esfínter se dilata sin mayores esfuerzos cuando me pierdo todo el cono haciéndolo pasar hasta el cuello. También me encanta practicar el fishting anal. Casi siempre disfrutamos con mi esposo, cuando él me penetra por delante y yo me masajeo con un aparato metido en el ano, o viceversa. En esas sesiones hablamos como si hubiéramos tres en la cama, él yo y un amigo. Esto nos produce un morbo increíble. Luego de uno o con mucha suerte dos coitos con mi esposo, él continúa acariciándome y yo también lo hago, masturbándome con los consoladores, haciendo que continúen las descargas de mis impulsos hasta quedar agotada, luego de una o dos horas. Incluso muy a menudo cuando él se queda dormido y yo continúo excitada, logro mis orgasmos resguardada en su sueño, boca abajo o boca arriba con el solo roce de la sábana e incluso sin ningún roce, sin siquiera tocarme con mis manos. Siempre me pregunto si esto también lo experimentan otras mujeres pero lo mío es impresionantemente delicioso.
Realmente esa noche pude comprobar que mi delirio sexual no tiene límites.
En esa noche de fiesta conseguí descargar mis deseos de todas las formas y con varios buenos colaboradores. Todo había sido para mí extremadamente maravilloso.
Continúa en Parte 7

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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