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Mi Primer Experiencia Parte 1

Mi primer experiencia total – Parte 1
Hola me llamo Hilda y tengo mas de cincuenta, soy de Mendoza, Argentina. El siguiente relato es un acontecimiento real e intentaré contarlo tal como lo viví hace muy pocos años.
Me considero una mujer bella y muy sensual aunque peco por ser demasiado verborrágica. Cuando me reúno con mis amigas suelo hablar mucho y a ellas les encanta escucharme. Es por eso quizá que al escribir este relato me explayaré mucho más de lo habitual en otras personas pero no veo como simplificar mi historia de una noche y les suplico que no dejen de leerla, creo que es emocionante, solo un poco larga al punto de tener que escribirla en 8 partes….disculpen, espero que les guste.
Todo comenzó cuando una de mis amigas, Mabel, me hizo una invitación para ir a un festejo en noche de Halloween en una fiesta de disfraces para matrimonios donde por regla general las mujeres debían concurrir provocativamente vestidas y sensualmente arregladas. Ella a su vez había sido invitada por otras amigas suyas, sin conocer exactamente los detalles de la fiesta, pero le habían dicho que el sexo no estaría ausente. Solo le dijeron que debía ir con disfraces muy atrevidos.
Ya decididas y luego de convencer a nuestros esposos, que no fue tarea fácil, con mi amiga concurrimos una tarde a una tienda donde alquilan prendas de todo tipo y también disfraces. De todos los que me ofrecieron había uno muy especial, constituido por un sensual vestido transparente de seda brillante con rayas negras y blancas que imitaba el pelaje de una cebra, con una capa de satén a rayas también negras y blancas haciendo juego.
El suave vestido era suelto y de largo sobre la rodilla y su atrevida transparencia dejaba translucir mis curvas resaltando mi colales azul. La delicada capa cebreada prendida adelante, me cubría el cuerpo también hasta las rodillas y las botas era de satén cebreadas. Tenía además unos finos guantes de seda negra y un turbante con dos simpáticas orejitas formando un sensual antifaz que solo dejaba descubierto la parte inferior de mi rostro hasta mitad de mi nariz.
Debo confesar que mi cuerpo a los 50 no era para nada despreciable, si bien soy algo baja, tengo una buena cola y cintura pequeña, sin abdomen, mis pechos son algo menudos pero bien formados y mis piernas y cola son lo que más atrae a los hombres.
Mabel y la vendedora me ayudaron a decidirme por ese atrevido disfraz, mientras mi amiga se probaba uno muy simpático de mucama con una falda negra muy corta y ajustada que apenas le cubría las nalgas resaltando sus hermosas caderas.
Su blusa de seda negra transparente dejaba translucir sus espléndidos senos desprovistos de sostén. Un pequeño delantal blanco con una pechera transparente hermosamente engarzada en puntillas dejaba entrever las dos aureolas rosadas con sus dos magníficos pezones que despertarían la atención de cualquier desprevenido. Un antifaz negro apenas cubría sus signos característicos que con sus hermosos ojos pardos ostentaba un aire de mujer fatal.
A mi esposo le elegí un disfraz de Zorro, con pantalón, chaqueta, capa y sombrero negros al igual que las botas y el antifaz formado por una tela de seda. Para su marido, mi amiga llevó un disfraz de pirata, muy simpático.
Esa noche llegamos los cuatro en un remise al lugar de la fiesta. El auto, se estacionó en el atrio de una importante casona, acercándose un hombre de cuerpo atlético y vestimenta de romano, para abrirnos la puerta e invitarnos a descender. Al trasponer el portal enorme de dos hojas entramos a un gran hall donde fuimos recibidos por una pareja vestidos de esclavos muy provocativos. Ella era una joven con un vestido tejido con trama abierta insinuando su sensual desnudez, con grillas y cadenas en sus muñecas, nos ofreció una bandeja plateada cargada de bocados exóticos y tropicales con frutos de mar y él, con el torso descubierto y también con grillas y cadenas en sus brazos y cuello nos acercó una bandeja dorada llena de copas de burbujeante champagne helado. Esta sala que se anteponía al salón mayor, estaba maravillosamente decorada con cortinados, espejos y mullidas alfombras y estaba tenuemente aclarada con luces celestes que me daban la sensación de haber entrado al paraíso.
Al ingresar al salón principal, también suavemente iluminado con luces violetas, vimos innumerables mesas redondas suntuosamente arregladas con manteles rojos que contrastaban con la alfombra azul. Cada mesa con velas encendidas estaba cargada de platos con exquisitos bocadillos que eran paladeados por los concurrentes que de pie conversaban alrededor de ellas.
Mabel intentó en vano encontrar a sus amigas ya que la mayoría de las personas tenían su rostro semicubierto. Indudablemente, ella tampoco fue reconocida por sus amigas para lograr el encuentro, por lo que decidimos ubicarnos en un lugar algo alejado en una esquina del salón.
Al acercarnos a una de las mesas, donde había cuatro o cinco parejas, fuimos saludados por los integrantes con agradables sonrisas, invitándonos cordialmente a compartir la mesa.
Me ubiqué al lado de una mujer que aparentaba tener unos 40 años, muy hermosa y simpática, disfrazada de Gatúbela,. En el desarrollo de la conversación ella me contó que su esposo, que estaba a su lado disfrazado de Drácula, tenía 45 años y era Ingeniero en computación. Me contó también que de su matrimonio tenían 3 hijos entre 18 y 12 años.
Al lado de mi esposo estaba un hombre de unos 38 años de pelo largo y un pequeño antifaz, disfrazado de Tarzán, con el torso descubierto mostrando una magnífica musculatura. Su esposa, mucho más joven que él, vestía un disfraz muy sensual enterizo tipo body imitando la piel de una pantera y se cubría con un chal al tono. El enterito tenía entre piernas, un cierre invisible bajando desde el ombligo pasando entre las piernas y subiendo en su cola hasta la cintura, tal vez para posibilitarle sus necesidades sin tener que desvestirse, pensé. Otro cierre en el pecho lo llevaba abierto casi hasta el ombligo en forma de amplio escote ventilando la mitad de sus firmes pechos que sin sostén delataban su juventud.
En su cabellera rubia dos pintorescas orejitas se insertaban en una pequeña cofia que se continuaba en la frente hasta rematar en una nariz postiza con unos simpáticos bigotitos de cerda.
Junto a esta joven había una hermosa mujer disfrazada de India mostrando exquisitamente su cuerpo. Una ancha vincha bordada, coronaba su frente y ceñía su dorado cabello ondulado realzando los finos rasgos de su rostro que mostraba descubierto. A su lado estaba un hombre esbelto y delgado casi de 2 metros de altura, disfrazado de Domador de circo, con pantalón streech blanco ajustado tipo calza y una casaca roja también con el rostro descubierto. Ambos se veían bastante maduros aunque muy bien conservados.
Otra pareja, él un hombre atlético y buen mozo, con barba y rubios cabellos largos con disfraz de Vikingo y ella bellísima mujer de unos 30, con abundante pelo negro azabache, ojos verdes y piel trigueña, disfrazada de Amazona casi totalmente desnuda, con sus piernas esculturalmente dibujadas por cintas cruzadas de cuero. La hermosura y sensualidad la destacaba entre todas las que pude ver esa noche.
Me sentía tan cómoda entre estas parejas e irreconocible con mi antifaz, que pensé que seguramente en algún momento de la noche encontraría la oportunidad de sacarme la capa con la que cubría mi cuerpo y mostraría también mi silueta a través de la suave transparencia de mi sensual vestido de cebra.
Degustando el postre se reunieron conmigo Gatúbela, la mujer India y la joven disfrazada de Pantera, dejando a los hombres charlando entre ellos. La chica que era muy simpática comentó que es modelo publicitaria de revistas y que también desfilaba en pasarelas como modelo top. En verdad, su perfecta silueta que recortaba una figura exquisitamente proporcionada no dejaba dudas de su profesión. La otra mujer mayor se distinguía además de su atractiva silueta, por su elegante imagen. En tono suave y sencillo contó casi con humildad que era asistente de su actual esposo, el maduro Domador de potros, que es médico y tenía una clínica de estética-plástica. Gatúbela al igual que yo se sorprendió cuando nos dijo que la joven era su hija de un matrimonio anterior. En realidad eran físicamente muy parecidas y yo le dije que más bien parecían hermanas. Ella se rio agradablemente y me agradeció pero aclaró que ya tenía más de cincuenta. En tono bajo nos comentó que se había hecho con su esposo algunos retoques, bajando la mirada hacia sus erguidos pechos que florecían resplandecientes entre la acordonada chaqueta. Ostentaba una hermosa madurez de refinado estilo conservando casi intactos los delicados atributos de sus años jóvenes. En la profundidad azul de su mirada se notaba la ternura que irradiaba esta sobria mujer.
Gatúbela y yo volvimos a sorprendernos cuando la joven nos contó que su esposo, el que estaba disfrazado de Tarzán era hijo del Domador. Nos explicó que el cirujano era viudo y había conocido a su madre cuando ella estaba de novia con su hijo. Comentaron que los cuatro se llevaban muy bien, que conviven en una gran casa y por ahora el joven matrimonio aún no planeaba tener hijos. Además la madre contó que hace mucho tiempo que concurren a estas fiestas y que estaba segura que a nosotras nos encantaría la velada.
En ese momento los dos hombres se acercaron a sus esposas y yo puede observar el gran parecido que había entre padre e hijo. El Domador riendo me guiñó simpáticamente un ojo y recorriendo atrevidamente de cabeza a pies mi figura apenas cubierta por el traslúcido vestido cebreado que delataba mi desnudez bajo la capa abierta. Yo no pude evitar mirar con discreción el abultado perfil que el médico ostentaba a la altura de su sexo.
En las otras mesas también se desarrollaba la misma armonía, entre las parejas que conversaban, vestidas con los más diversos y simpáticos disfraces, mientras los mozos vestidos de esclavos, con sus cuerpos semidesnudos, iban y venían llevando bandejas con bebidas y ricos bocados.
Entre estos sirvientes, había uno que se distinguía por su esbelto y atlético cuerpo. Era un mulato de piel obscura y brillante que mostraba una desarrollada musculatura muy bien distribuida. No podía evitar observar su atrayente figura, encontrándome varias veces con la mirada cautivante que irradiaban sus ojos claros. Algo irresistible en ese hombre despertaba en mí la admiración por su cuerpo y creo que Gatúbela y la Amazona se habían percatado de mis discretas aunque repetidas miradas hacia el esclavo negro.
Entre risas, champagne y cálidas melodías, al pasar la medianoche las luces se fueron atenuando y
un contagioso ritmo carnavalesco invitaba a las parejas a bailar.
Mi amiga se acercó con su esposo y nos tomaron a mi marido y a mí del brazo para llevarnos con entusiasmo hacia un sector más despejado aunque no menos íntimo donde ya otros estaban bailando.
Luego de algunos temas movidos en la penumbra de las tenues luces de colores, me saqué la capa, decidida a dejar ver las partes íntimas de mi cuerpo que había entrado en calor con el ritmo. No tenía nada que envidiarle a las otras mujeres y mi esposo aprobaba mi despojo. Él estaba feliz al igual que yo, disfrutando el lugar. Con la gracia y soltura de mis movimientos lograba que mi provocativa figura, no pasara desapercibida atrayendo las miradas y quizá el deseo de más de uno de los tipos que estaban cerca nuestro. Pero yo no dejaba de mirar con alegría a mi esposo, mostrando casi ingenuamente mis dotes.
En eso, Mabel dejó a su esposo y tomó al mío por compañero bailando con el divertidamente mientras yo seguí con el suyo. En el mismo sector donde bailábamos también lo hacían las cinco o seis parejas que compartieron la mesa con nosotros y casualmente estábamos siendo servidos por el esclavo de piel obscura y ojos claros que tanto me atraía.
En otros sectores otras parejas se divertían con variados disfraces de romano, Batman, Vedette, Mujer Maravilla y muchos más. Los grandes espejos en los muros y el techo multiplicaban la algarabía de esa especie de carnaval carioca apenas iluminado con destellos de rayos luminosos.
En ese momento pasó muy cerca mío el Esclavo moreno y pude apreciar su atlética figura de quizá 1,80 a 1,90 m de altura. Nuestras miradas se enfrentaron, me quedé casi paralizada sin darme cuenta, interpuesta en su paso y obligado a pasar muy cerca mío rozó su pelvis con mi abdomen entre la apretada multitud, dejándome como electrizada.
La Pantera con toda su despampanante belleza se había bajado el cierre de su enterito hasta la pelvis mientras se movía ardientemente al compás de los temas tropicales.
El cirujano me dejaba muchas dudas sobre sus continuas sonrisas y guiños hacia mí.
En un momento en que las luces estaban muy tenues, mientras yo bailaba con mi esposo moviendo sensualmente mis caderas, sentí que alguien me tomó por la cintura desde atrás levantando mi vestido hasta mis nalgas, empujándome para hacer un trencito. Mi esposo que seguía bailando alegremente, aceptó el juego sonriendo a quien estaba tras de mi. Yo al principio pensé que era mi amiga que me estaba haciendo una broma, pero al apoyar el cuerpo en el mío sentí a la altura de mi cintura un bulto característico que era presionado con insistencia en mi cuerpo. Al voltearme descubro que se trataba del veterano Domador. La verdad es que el tipo era muy simpático y no supe que decirle, solo atiné a sonreírle y separarme con sutil delicadeza.
De pronto el joven y musculoso Tarzán se acercó bailando con su chica, la Pantera y me tomó de un brazo, mientras la joven mujer se puso a bailar con mi esposo.
A mi me resultaba simpática la compañía de esta pareja.
Al finalizar el tema, el apuesto cirujano devenido en Domador de circo se acercó y su hijo me dejó en sus manos. Yo hubiese querido no volver a toparme con este atrevido señor pero con el alcohol, mis sentidos no reaccionaban normalmente. El tipo cruzó su brazo por detrás de mi cintura acercando mi cuerpo al suyo lo suficiente como para sentir mis pechos apretados contra él. De inmediato me hizo sentir su bulto que con mis altos tacos sentí apoyar en bajo mi abdomen. El cirujano me inspiraba una extraña sensación, como una especie de magnetismo. Yo comencé bailando bastante pegada a su cuerpo aunque tratando de mostrar cierta cordura ante la mirada de su esposa, la India y de mi esposo que me sonreía sin percatarse del apriete.
Al compás de esa lambada, algo relajada por los tragos de champagne, me sentía flotar en el aire con los giros del avezado Domador que me mantenía apretada a su cuerpo, internando su pierna entre las mías. Me sentía extrañamente a gusto con el veterano y me solté para acompañarlo con todos mis bríos. Mis botas cebreadas con tacos muy altos por momentos se despegaban del piso y mi pelvis quedaba a la altura de su protuberante sexo. Yo intentaba separar algo mi vientre de su bulto, aunque su brazo rodeando mi cintura me mantenía ceñida a su cuerpo. En los espejos murales podía ver al trasluz mi suave y transparente vestido de cebra, que apenas cubría mis nalgas, delatando mi diminuta colaless devorada por los sensuales movimientos de mis glúteos. Esto me producía mucho morbo.
Los armónicos movimientos de las largas piernas del veterano, al compás del exótico ritmo, hacían que sintiera ya casi permanente el roce de su notable músculo sexual causándome una especie de acalorada vergüenza. Su muslo derecho se internaba entre los míos y en mi pelvis casi desnuda podía sentir apoyarse el extremo del semiendurecido miembro que se descolgaba apretado por la pierna de su ajustado pantalón. Me sentía extraña en esta situación aunque me tranquilizaba ver que las otras parejas, se movían en la penumbra como sombras, también entrelazándose las piernas y apretados como bailábamos con mi compañero. Incluso mi esposo también bailaba muy apretado con su compañera.
Los temas enganchados de ritmo carioca y el champagne bebido, me hacían sentir como en las
nubes. La verdad es que ese juego prohibido me estaba causando un oculto placer.
Cada vez me encontraba más apretada contra ese firme abdominal palpando con mi pelvis su respetable dote viril, que me lo hacía sentir desde el ombligo hasta el humedecido vértice inferior de mi empeine. Por momentos quería desligarme de este trance pero algo más fuerte que yo me mantenía entregada a esta mágica experiencia. Mi esposo que también bailaba apretado con la hermosa Amazona me miraba y me sonreía, sin saber o quizá sin preocuparle lo que estaba yo viviendo. Mis deseos me impulsaban a dejarme presionar y mantener mi pelvis contra ese firme músculo viril, para sentir el abotonado extremo tocando los pliegues empapados de mi ardiente sexo. Debo confesar que soy muy temperamental y multiorgásmica por lo me preocupaba no poder impedir ese final justo allí y con este desconocido. Intenté separarme del cirujano para evitar terminar pero él me mantenía casi alzada por momentos sin apoyar mis pies en el piso. El cosquilleo que ya invadía mi cuerpo me mantenía inconcientemente aferrada a él. Mi excitación pasó a ser desesperante, mi respiración y mis impulsos me mantenían en el borde del abismo. Separé mi rostro del pecho de mi Domador y levanté la mirada encontrando sus ojos certeros que me delataron la pasión que él también estaba viviendo. Ya las pelvis de ambos se balancean en un ritmo febril, friccionándonos los sexos con desenfrenada pasión.
Mis fuertes espasmos se acompañaron con sordos quejidos y aferrándome al Domador con mis brazos rodeando su cintura, me vine desesperadamente. Luego del clímax, la sensación no desapareció y la excitación me arrastró sin pausa hacia un nuevo orgasmo. Justo en ese instante cambió el ritmo de la música por un rock, sorprendiéndome en el comienzo de mi segunda descarga. Abrí los ojos como en un trágico despertar de un sueño morboso y con mis piernas apretadamente juntas y temblorosas, traté de disimular el momento sublime y sin retorno que estaba viviendo. En el final de la tempestad, apoyé mis manos en el pecho del acosante Domador para separarlo casi con desprecio, como desaprobando su atrevida actitud. Las demás parejas empezaban a dibujar sus pasos rítmicos al son de ese rock de Elvis. Me volví a encontrar con la mirada de mi esposo que a la distancia practicaba sus despliegues roqueros con su compañera. Entonces me alejé del maduro cirujano, algo confundida pero muy excitada, sintiendo aún en mi vientre la cosquilla de ese orgasmo que estaba finalizando con los últimos espasmos. Confundida, algo histérica, aunque muy excitada, me acerqué a mi marido haciendo que dejara a su zafada compañera y comencé a bailar con él. Mi esposo me dijo que me notaba rara y me preguntó si no me sentía a gusto en ese lugar a lo que le respondí que los hombres allí eran demasiado confianzudos. Imposible contarle en ese momento que había acabado dos veces mientras bailaba con el veterano cirujano.
Los temas enganchados y el magnífico sonido de los parlantes, hacían vibrar mi cuerpo y de inmediato despertaron en mí el espíritu de diversión, aunque mi excitación quedó latente.
Continúa en Parte 2

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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