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Mi primer amor: una masoquista

¿FANTASÍA O REALIDAD?



Las calles del centro Coyoacán siempre tendrán un poder para hacerme sonreír como pocos lugares. Su arquitectura singular, la variedad de lugares que visitar y sobre todo su rica selección de antojitos mexicanos lo hacen un lugar imperdible, así como una visita obligada.



El simple hecho de sentarse a perder el tiempo al cobijo del kiosco mientras se ven las idas y venidas de tanta gente es uno de los placeres de la vida que más de un habitante de la capital mexicana ha disfrutado. Lugar predilecto de tantas, tantísimas cosas que suceden y se pueden dar en la inmensa Ciudad de México. Coyoacán.



Y ahí estaba yo, degustando uno de los famosos churros rellenos aunado a un sobrevalorado café que había comprado, más por costumbre que por gusto, en una de las esquinas más visitadas de aquél lugar. Bien abrigado, disfrutaba de esas tardes con olor a tierra mojada con la plena certeza de que, en cualquier momento, caería un diluvio.



Cuando, sin previo aviso y a media mordida, un par de manos nubló mi vista. En un inicio, el pánico se apoderó de cada centímetro de mi ser, al pensar que se trataba de un asalto o peor, de un secuestro. Y a plena luz del día. ¡Dios bendito! Sin embargo, al escuchar un femenino y amigable “¿Quién soy?” no pude evitar soltar un leve suspiro de alivio.



—Selene —respondí sonriendo. Una amiga de la infancia. Toda una sorpresa.



—¿Cómo es que puedes saber tan rápido? —Me reprochó sonriente y dejándome verla— Incluso fingí mi voz para despistarte. Y más después de años sin vernos.



—A ti te reconocería siempre —repuse galante y como recompensa obtuve esa sonrisa que me gustaba tanto y que, hasta que la vi, no supe cuánto extrañaba.



—¿Qué haces aquí? —me preguntó mientras recibía un efusivo abrazo que no reparé en corresponder.



—Vengo por trabajo —respondí casi en automático, puesto que, su sonrisa me había deslumbrado. No me di cuenta de que mucha de la gente que había alrededor del kiosco se estaba marchando. Estaba por llover



—¿En serio? —Preguntó divertida— No pareces muy trabajador ahorita…



—Terminé mis actividades por hoy, pero me quedan 3 días por delante —repuse un tanto desanimado ante la perspectiva del trabajo que tenía pendiente por realizar.



—¿Cuándo regresas a Tijuana? —quiso saber. Me volvió a sonreír y mi mundo se detuvo un breve instante.



—El viernes por la noche —alcancé a responder, aun embobado en ella. Era martes.



—¿Y por qué no me dijiste que estabas aquí? —me reprochó con dulzura— Si no paso por aquí, probablemente ni en cuenta de que andas en la ciudad. Te cotizas corazón —y el que sonrió fui yo.



Y sin pedir permiso, Selene hizo algo que me hizo verla de una manera distinta y que, generó en mí diferentes sentimientos; uno imperante: lujuria.



Se acercó a mí casi como si fuera a besarme. Fue un movimiento natural y desenvuelto, como si lo llevara haciendo siempre, pero en el último momento, cambió de dirección y le dio una mordida a mi churro. Sin embargo, no fue una mordida normal. Había algo más en todo ese movimiento. Quizá fue mi cabeza pervertida que siempre estaba pensando en sexo, pero estoy seguro de que hubo una carga sensual en todo ese movimiento que, incluso, se podría percibir en el aire.



Todo lo anterior pasó en 3 segundos máximo. Y, aun así, mi entrepierna comenzaba a despertar. La manera en que se acercó a mí, fluida, pero terriblemente provocativa. La forma en que mordió mi churro relleno fue… ¿Cómo explicarlo? Sugerente.



Probablemente nadie que nos estuviese mirando, no notaría nada raro, pero yo que estaba ahí… fue otro cantar. En retrospectiva, agradezco el tener la mente tan cochina y notar ese tipo de cosas que, quizá sin saberlo, me llevaron a encontrar una joya de mujer, que siempre, siempre estuvo ahí, oculta a mi vista. Reitero, probablemente fueron imaginaciones mías… y aun así…



—Perdón —se disculpó clavando esos ojos cafés en los míos y alcancé a percibir… ¿Picardía?— es que se me antojó —añadió sonriendo con “inocencia” mientras masticaba.



—No pasa nada —y le tendí el churro el cual rechazó con un ademán.



—Sólo quería una mordida —se negó cortésmente.



—¿Segura? —Insistí— ya no queda mucho. Puedes terminarlo si quieres.



—Bueno —accedió y en dos mordidas lo terminó.



Seguimos nuestra plática e intentamos ponernos al día. Cómo nos trataba la vida. Lo cansado del trabajo. Esto y aquello. Aunque, siendo honestos, yo estaba perdidamente embelesado con su belleza.



Selene fue, algo así como un primer amor. Antes de conocer a Gabriela y caer en la deliciosa vorágine del BDSM, Selene fue, digamos, la primera novia “seria” que tuve. Y fue una relación maravillosa teniendo en cuenta lo que uno piensa y hace a esa edad. Ambos no éramos precoces ni nada por el estilo y lo que comenzó como un “noviazgo de manita sudada”, desembocó en un cariño que difícilmente alguien pueda igualar. Fue algo completamente diferente a la intensidad o el amor que he sentido por diferentes mujeres a lo largo de mi vida… Lo de Selene era algo inocente y puro. Si bien grande e intenso, pero a la vez, tranquilo y que generaba paz. Como un puerto seguro en días de tormenta o un refugio que siempre podía visitar en los días tristes. En resumen, un amor de niños. No lo quiero demeritar con eso; los niños pueden amar de manera muy intensa, pero ese amor no está pervertido por nada. Por eso es que lo consideraría muy especial.



Siempre mantuvimos contacto, pese a no ser tan frecuente como a mí me hubiese gustado. Mensajes esporádicos y, para ser honestos, declaraciones insinuadas y mutuas de cariño. Quiero pensar que, también proporcionaba alivio y consuelo como ella siempre me lo proporcionó.



Con ella me di mi primer beso en toda regla y comencé a descubrir, a pequeños pasos, lo bello de la sexualidad. Siempre tímidos, pero seguros el uno del otro. No recuerdo las razones por las que terminamos, pero… bueno… nadie sabe lo que hace a esa edad.



De todas las cosas que sentía por ella, para mí la más importante era la confianza que le tenía. Me sentía seguro con ella y tenía la certeza de que podía contarle cualquier cosa sin que ella se ofendiese, alarmase o me juzgase. Por ende, éramos confidentes, no sólo de nuestras situaciones diarias, sino también, de nuestras aventuras sexuales, aunque no profundizábamos mucho en el tema.



Ella fue de las primeras y pocas personas en enterarse de mis exabruptos con Elena (y su hermana) y también me consoló como nadie cuando Gabriela me dejó. Yo también supe de sus desencantos amorosos con los distintos novios que tuvo y también ofrecí el mismo trato. En ese sentido nunca comprendí cómo es que ella, siendo tan bonita, se metía con cada espécimen… que madre mía… y, además, los hombres siempre terminaban poniéndole el cuerno… Joder, teniendo a una hembra así y todavía van y… bueno, así sucede en muchos casos…



Ella es rubia (güera, como dirían en mi país) y de estatura media. Delgada. Pecho normal, nalga normal. Facciones anglosajonas… y para mí, siempre ha guardado un parecido a dos artistas que, creo yo, son bellísimas: Katherine Heigl y Julia Stiles. Selene, a mi muy particular punto de vista, es un híbrido entre esas dos mujeres… Lamento no poder describirla mejor. Es hermosa. Simplemente atractiva. Bella como pocas mujeres. Y resalta más al ser rubia natural, pese a que, por lo general, se tiñe el cabello de negro.



Y ahí estaba yo, embobado, escuchándola hablar, perdido en esos labios y esa sonrisa que siempre me atrajeron de una manera paranoica. Ella, quien siempre me quiso y yo, al ser un mujeriego empedernido, no pretendía lastimarla y, por consiguiente, nunca volví a intentar nada con ella, aunque ganas no me faltaban.



De pronto, un sonoro relámpago interrumpió nuestra amena charla, aunado a una leve llovizna que comenzaba a caer, en preludio a un inminente aguacero. Le propuse ir a un bar o algún restaurante cercano y continuar poniéndonos al día. Imaginé que terminaríamos en La Bipo, un bar que ella frecuentaba casi cada semana, pero, contrario a lo que suponía, me propuso ir a Sanborns.



—¡Qué poca! —exclamó efusivamente negando con la cabeza. Le acababa de contar mi último fracaso amoroso con una mujer que me había engañado durante 6 meses con otro tipo.



—Creo que tengo mala suerte en esto del amor —dije intentando restarle importancia



—Muy mala suerte —sentenció— te debiste de haber quedado conmigo y no andarías sufriendo —añadió, con lo que intuí, era una frivolidad calculada, pero en un tono sugerente



—Probablemente —solté viéndola a los ojos y ella me sostuvo la mirada —pero ya ves cómo es uno…



—Ay corazón —suspiró y le dio un sorbo a su café— pues al parecer somos compañeros del mismo dolor.



—¿Cómo? Pensé que te iba de maravilla con “Pedro” —comenté extrañado, pues lo que reflejaban sus redes sociales y sus tweets indicaban lo contrario



—Justo ayer me contaron que anda de cabrón, no con una, sino con varias —me dijo con visible enojo —pero aun necesito comprobarlo.



—¿Cómo? —pregunté confuso



—Pues sí, no confío mucho en la fuente que me dijo eso —me explicó— igual y sólo me está echando mentiras, pero como que sí tenía la sospecha. Siento que sí, pero tengo que asegurarme —me dijo e hizo algo que nuevamente tomó mi atención. Habíamos pedido cada uno un postre y cuando tomó un bocado del suyo, lamió de manera un tanto exagerada la cuchara. Lo hizo de una manera sumamente sexual y haciendo una referencia implícita a una felación.



—¿Y cómo piensas hacerlo? —quise saber, aunque mis ojos no se despegaban de sus labios. Me miró y sonrió al notar que observaba completamente embobado su “pequeño” espectáculo.



—Precisamente por eso te propuse venir aquí —me comentó con una sonrisa sugerente y volviendo a hacer ese gesto tan sensual, consciente de que la observaba y sonrió divertida



—¿En serio? ¿Por qué aquí? —quise saber, pero no podía separar mi vista de sus labios



—Me dijeron que lo habían visto en el bar de aquí regularmente los martes con una tipa —soltó con venenosos celos



—Y quieres que los esperemos… —deduje y ella asintió. Feliz de saberme confidente y de ayuda para ella, sonreí también y pregunté con honesta curiosidad— ¿Qué vas a hacer si lo descubres en la movida?



—No lo sé —dijo nerviosa y pensativa— me encantaría montarle una escena, pero al mismo tiempo me da hueva… ¿Tú qué harías? —quiso saber.



—Bueno… —me tomó completamente desprevenido— probablemente no haría nada. Simplemente terminaría con él mañana o en cuanto me busque. No soy tan melodramático.



—Pues si me está engañando se merece una escena —afirmó con seguridad



Continuamos conversando sobre nuestras vidas. Reímos, bromeamos y nos coqueteamos como siempre lo habíamos hecho; sin embargo, había algo diferente en esta ocasión, puesto que ella seguía teniendo esos gestos de provocativa sensualidad. Al poco rato, sin avisarme, se levantó como un relámpago y corrió hacia el bar.



Un diluvio de insultos estalló justo cuando me traían la cuenta y decidí permanecer sentado y al margen de la situación. Sonriendo para mis adentros, me adelanté hacia el bar y me divertí escudriñando la escena que Selene tanto quería hacer, dispuesto a intervenir si la cosa se ponía fea. De pronto, un sentimiento de celos me invadió tan profundamente que no cabía en mí. Confuso, intentaba darle sentido a tan súbita intervención de mis adentros.



Justo cuando le asestaba una sonora y certera cachetada al imbécil aquél, comprendí todo. Me sentía celoso del tipo. Me sentía celoso de que pudiera generarle tanta furia, celos y cariño a una mujer como Selene. Compartía su dolor, pues yo aún lo experimentaba y seguía sin comprender cómo es que, teniendo a una mujer como ella, necesitaba buscar en otros brazos lo que bien tenía con mi amiga.



Me considero fiel partidario de la monogamia y defensor a ultranza de exclusividad en la pareja; no obstante, si hay consenso, mucha perversidad y una confianza inconmensurable entre ambos, sería feliz de incurrir en la poligamia, la infidelidad consentida y los intercambios. Si no existe nada de eso, mejor ni rozar las posibilidades.



Selene caminó hacia mí, hecha una furia. Le tendí su bolso, ella lo tomó con todo el melodramatismo posible y se dirigió con paso decidido hacia la salida, dejándome plantado y sin mirar atrás. La mujer que venía que el imbécil estaba paralizada de la impresión y el tipo seguía sobándose la mejilla, también incrédulo de la situación. Después de un par de segundos, seguí a Elena.



Cuando salí del edificio aun llovía a cantaros. Selene estaba, bajo la lluvia con los brazos extendidos y mirando hacia el cielo, completamente ajena a los pocos transeúntes lo suficientemente valientes para aventurarse en semejante diluvio baja la exigua protección de un paraguas. Tentado por lo elevado de los sentimientos y la situación me uní a ella, aunque no hice nada, salvo permanecer a su lado. Ella me miró y sonrió, histérica y sincera. Le devolví el gesto y, sin esperarlo, me besó.



Fue uno de los besos más extraños y singulares de toda mi vida. Aunado al cliché que estábamos ejemplificando, mi mente viajó en automático a la primera vez que nos besamos. A aquella noche de viernes que habíamos compartido en una feria local y que culminó en el garaje de su casa, a la luz de la luna, con una serie de besos. Nuestro primer beso.



—¿Te estas quedando con tu papá? —me preguntó cuándo rompimos el beso



—No, estoy en un hotel, porque tengo que comprobar gastos y… —pero la sonrisa que me dedicó me dejó mudo de excitación. Fue una sonrisa completamente sugerente y, ahora sí, no me cabía duda de lo que significaba.



—Vamos a tu hotel —dijo con una tranquilidad pasmosa y, aun así, con una carga sexual implícita.



—¿Estás segura de que es lo mejor? Entiendo que estás vulnerable ahora mismo y… —comencé a decir, aunque a cada palabra que decía me arrepentía por completo, puesto que todo mi ser ansiaba intimar con ella.



—Pablo —me interrumpió y me miró a los ojos con furia y autoridad. Callé —vamos a tu hotel— sentenció y al instante, le tomé de la mano y nos subimos al primer taxi que encontramos.



Un silencio tácito impregnó el ambiente durante los 10 minutos del trayecto y en cuanto la puerta del elevador se cerró, me acerqué a ella en un intento audaz de besarle, pero por alguna razón desconocida, me contuve. Todo terminó en una serie fugaz y tímida de pobres “kikos”.



Estaba aterrado. No sabía qué hacer. Un sinfín de sentimientos se arremolinaban en mi interior y aunque me estaba dejando llevar por la situación, tengo que reconocer que no era dueño de ella. Distaba de serlo y, reitero, no sabía qué hacer. Me encontraba terriblemente paralizado.



La experiencia acumulada se me estaba escapando de las manos y toda la reputación de mujeriego estaba siendo sustituida por el niño que le aterraba dar un mal beso. Por otro lado, mi morbo estaba a mil por todo aquello, además de que estaba a punto de coger.



Cuando entramos a mi habitación, me quedo embobado viéndola caminar sensualmente de espaldas y admiré sus nalgas. Ella dejó sus pertenencias en una mesita. Se volvió hacia mí, con una expresión que me era difícil descifrar.



—¿Qué estás esperando? —me pregunta desabrochándose la empapada gabardina que traía puesta



—No lo sé —respondí con toda honestidad, aun sin creer o concebir la situación en la que me encontraba. Estaba clavado en el suelo y no podía moverme de la impresión. Tenía miedo de arruinar todo y al mismo tiempo, quería dar rienda suelta a mis instintos.



—Eso —me dice avanzando lentamente hacia mí, mientras se quita los zapatos y calcetines y desabrocha su pantalón— siempre me ha emputado de ti



—¿Perdón? —pregunté, sorprendido del comentario, el cual me descolocaba



—Que me cagas muchísimo —me dice tranquila mientras me rodea con sus brazos el cuello— MUCHÍSIMO



Me besa como debí de haberla besado en el elevador. Me introduce la lengua hasta la garganta y juega con ella. De pronto siento una de sus manos bajar por mi espalda para poco después agarrar descaradamente una de mis nalgas y aquello fue como un resorte. Uno físico y emocional.



Di un pequeño respingo y ella sonrió sin apartar sus labios de los míos. Pero eso me ayudó. Fue como si un chip cambiara en mi cerebro. Al instante la rodeé por la cintura y fui yo quien la besé, pese a que seguíamos jugando con nuestras lenguas. Mis manos recorrieron fugazmente todas sus zonas íntimas, mientras casi le arrancaba la blusa. Comencé por comerle el cuello mientras amasaba con brío su culo. ¡Qué delicia! Tenía unas nalgas hermosas. Redondas y bien formadas. Cuando mis labios y mi lengua estaban por devorar sus tetas me despegué de ella y la observé con lujuria, para con rapidez, despojarme de la camisa que traía.



Sin apartar mis ojos de los suyos, también me bajé el pantalón y el bóxer en un solo movimiento, dejando mi miembro al aire, ya inhiesto.



—No estás tan gordo como dices —me soltó con una sonrisa de verdadera lubricidad y se acercó a mí mientras desabrochaba su bra y me dejaba verle el pecho— Gordo esto —comentó elocuentemente tomando mi verga con una mano y volviéndome a besar



Su mano me comenzó a masturbar con una deliciosa desesperación. La tomé por la cintura nuevamente y al poco tiempo de un buen morreo, la empujé con brusquedad a la cama, en la cual cayó con un gemido y risas. La despojé de su pantalón y su tanga en un solo y fluido movimiento y ante mí se presentó una imagen digna de un retrato: Selene, desnuda.



La misma Venus no podría estar más magnífica, más hermosa. Incluso las actrices a las que se parecía jamás igualarían la belleza que mis ojos tenían el privilegio de admirar. Era perfecta. Sus pechos eran pequeños, pero divinos. Todo en ella me parecía tan grandioso que me creía morir.



Levantó ligeramente una de sus piernas, dejándome ver una hermosa mata de pelo que cubría la vagina más bella que hubiese visto jamás. Perfecta, simplemente perfecta. Me enardeció más aun su gesto de promiscuidad y me abandoné a mis instintos. Lo cual representaba un riesgo, debido a mis tendencias…



Le abrí las piernas con brusquedad y hundí mi cara entre sus muslos, pues moría por probarla. Sus jugos eran deliciosos y cuando di el primer lametón ya estaba empapada. Con mis manos separé más sus labios y me apliqué a disfrutar y que ella disfrutase de mi lengua. ¡Qué delicia! Selene gemía dulcemente ante el oral que le estaba dando. Con una de mis manos, subí para amasarle una teta y jugar con su pezón, mientras que, con la otra, subí un poco su cadera con la intención de lamerle el ojete.



Ella se dejaba hacer y eso me agradaba mucho, más porque, de vez en cuando, mordía con fuerza su clítoris o pellizcaba de más sus pezones. Selene no sólo soportaba aquello, sino que gemía más. Alternaba su culo con su concha, aunque me detenía más en la última y estuve así cerca de diez minutos. Cuando la sentí próxima al orgasmo, me separé de ella y le ordené que se pusiera a 4. Cuando lo hizo, me demostró que sabía lo que hacía.



Normalmente, cuando una mujer se coloca en esa posición, no lo hace bien. Reitero, normalmente. Simplemente se ponen de espaldas, cuando lo que, la mayor parte de los hombres quiere es que se expongan completamente y eso se logra, no sólo poniéndose en 4, sino, levantando el culo, exponiendo los agujeros. Inclinando la cabeza más hacia abajo y las nalgas hacia arriba. Selene hizo precisamente eso.



Me expuso su culo, colocando su cabeza completamente en la cama, levantando la cadera lo máximo posible y sacando las nalgas. Era completamente obsceno y eso me excitó bastante más, si cabe. Abandonado como estaba, no pude evitar soltarle dos buenas nalgadas en ese precioso par de blancas nalgas.



La penetré en el acto y casi me pasa desapercibido que ni se inmutó por los golpes que le propiné. Cuando le solté un par más, le escuché un leve gemido. Al instante, aumenté de manera progresiva el ritmo de mi penetración mientras le soltaba, de cuando en cuando, una sonora nalgada. Ella gemía como una puta. Nunca me dijo nada, ni me impidió que la siguiese golpeando y eso hizo que me embargara la calentura a niveles que creía olvidados.



Mis embestidas eran fuertes y rápidas. Sus nalgas ya se habían tornado un poco rojas, de tanto golpe, pero la humedad de su vagina y sus gemidos me indicaba otra cosa. El sonido que hacía mi verga cuando entraba y salía, aunado al choque de mi pelvis con su culo era sumamente morboso. Desgraciadamente, no aguanté más que cinco minutos y cuando estaba por venirme, se la saqué para eyacular sobre sus nalgas.



—¿Por qué no terminaste adentro? —me preguntó sin moverse de la posición en la que estaba



—No quiero embarazarte —le respondí jadeante



—Puedo tomar la pastilla del día siguiente —repuso y sonriéndome me miró— así que quiero que me llenes de leche cabrón



Caí rendido a su lado y ella se recostó junto a mí, respirando agitadamente. La rodeé con mis brazos por la cintura y la atraje hacia mí. La besé como ella me había besado.



—¿No te molestó que te nalgueara? —le pregunté cuando nos hubimos tranquilizado



—No —me dijo acariciando mi pecho de una manera dulce



—¿En serio? —pregunté, aun incrédulo, aunque sus acciones me habían revelado que era honesta



—En serio —me dijo y cuando notó que me sentía un poco incómodo agregó— me gusta eso del sadomasoquismo



Aunque cuando lo dijo sonó completamente honesta y lo que había pasado hacía un rato me indicaban que así era, no me lo creí. Precisamente mi amiga de la infancia, mi primera novia, mi primer, primer amor, era afín a mis tendencias. Era algo que, sinceramente, no parecía real. ¿Acaso ella sabía que a mí me gustaba todo esto? Nunca se lo confesé ni mucho menos se lo insinué. Sin embargo, ella me soltaba esto y, una parte de mí recelaba.



—No te creo —le dije intentando reprimir una sonrisa de júbilo



—¿Me quejé de tus pequeños golpes? —repuso con altives— No sabes muchas cosas de mí



—Aun así, no te creo —le expresé renuente a concebir tanta ventura— No me lo puedo creer



—¿Por qué? —quiso saber, extrañada



—Porque —suspiré y me aventuré a desnudarle mi alma, la cual es, demasiado oscura y retorcida— A mí también me gusta todo eso del bdsm



—¿De verdad? —me miró sonriente y soltó una carcajada larga. Histérica.— ¿Dominar o ser dominado?



—Dominar —respondí al instante— ¿Tú?



—Que me dominen —respondió con una sonrisa que adiviné honesta y me miró con una complicidad que no había compartido con nadie en mucho, muchísimo tiempo— aunque no me molestaría probar cambiar el rol



—¿Qué te gusta que te hagan?



—Que me amarren —me dijo pegándose a mí y sin dejar de acariciarme— que me peguen con una fusta o con el látigo. Que me derramen cera caliente. —en ese momento se sonrojó y hundió su cara en mi pecho— también que me ahorquen



—¡Wow! —me dejó completamente sin palabras, pero terriblemente excitado. Mi verga comenzaba a crecer nuevamente



—¿A ti qué te gusta? —me preguntó aun oculta en mi pecho



—Me fascina azotar culos e infligir dolor físico —le expuse— Obviamente siempre con cierto cuidado, pero también con descuido calculado, si sabes a lo que me refiero. Me gustan las guarradas y las asquerosidades. Me gusta que me obedezcan y que sean pervertidas. Masoquistas. Me gusta el voyerismo y el exhibicionismo. Humillar. No soy nada bueno en eso del bondage, pero aprendo rápido. No le hago el feo a nada, excepto a unas cuantas cosas, la principal es la zoofilia



—A mí tampoco me gusta eso —me aseguró



—De ahí en fuera, creo que todas las filias me excitan, aunque no he probado ni la mitad de ellas —como no respondía nada agregué— eso sí, siempre tiene que haber consenso, si no, un polvo vainilla.



—En eso estoy muy de acuerdo —comentó despegándose un poco de mí y regalándome un beso— Yo no sé si me guste todo lo que a ti, porque he probado poco



—¿Tuviste un amo? —pregunté



—Sólo uno, aunque no era un amo como tal —me contó— Era mi novio, pero me dominaba. Sabía mucho de bondage y me ataba. Fuimos a clases y todo. También me pegaba y demás. Cera, fusta y todo eso. Me encantaba.



—¡Joder! ¡Qué loco! —respondí y me besó con ternura; comenzó a masturbarme lentamente mientras yo sobaba su trasero cubierto de mi esperma. Pasados un par de deliciosos minutos de aquellas caricias añadí— ¿Por qué coqueteaste conmigo hoy?



—Es obvio, ¿no? —Me dijo con soltura— me gustas y mucho y siempre me rechazas…



—Porque siempre estoy con novia o tú tienes novio —le interrumpí a la defensiva



—¿Y eso qué? Eres tú —me dijo y saber el peso de esas palabras me hizo querer llorar de felicidad— Me vale madres si soy la otra o yo corneo al que esté en turno, a ti jamás te diría que no a nada que me pidieras.



—¿A nada? —repuse, pero con una carga explícitamente sexual y pervertida



—No Pablo, a nada, ni en la cama ni fuera de ella —sentenció un tanto perversa y un tanto en serio y aquella declaración casi me hace estallar en un orgasmo, no por lo sexual, sino por la muestra de amor que significaba



—¿Y si te digo que te quiero machacar las nalgas a golpes? —le dije sobando y amasando fuertemente sus nalgas



—Pues hazlo —me dijo sacando el culo— creo que está más que claro que compartimos gustos y ambos estamos más que dispuestos.



—¿Estás segura? —Pregunté soltándole una pequeña nalgada, pero asintió— Porque no sólo quiero molerte las nalgas…



—Pablo, haz lo que se te de tu pinche gana —me sentenció segura— Tu ordena, yo obedezco



—¿Tienes palabra de seguridad? ¿Alguna prohibición o algo que no toleres? —pregunté, incorporándome



—Normalmente te diría que sí, pero hoy no quiero nada de eso —dijo estirándose un poco y observándome con perversidad— quiero ser completamente tuya.



—¿Y si me paso? —pregunté con cautela



—Pues pásate —respondió resuelta— Aunque, conociéndote sé que no te vas a pasar



—Hay mucho que no conoces sobre mí —repuse con ironía, imitando lo que ella me había dicho



—Pues déjame conocerlo —me retó



—No me lo puedo creer —comenté. Ella se incorporó también y me abrazó. Ambos de pie, nos besamos como dos enamorados… y lo éramos, desde siempre. Desde hacía más de diez años. Se despegó de mí y me miró con decisión.



—¿Qué quieres que haga? —me preguntó



—Que te cases conmigo —respondí honesto y ella sonrió.



Cuando se acercaba para besarme otra vez le crucé el rostro con un buen golpe, que la tomó completamente desprevenida. Fue uno fuerte. Le volteé completamente la cara.



Sin darle tiempo a reaccionar, la tomé por el pelo y jalé para levantarle el rostro de manera brusca y le metí la lengua en la boca. Ella correspondió el beso. Con la otra mano, tomé uno de sus pezones y lo retorcí con verdadera saña. Selene gimió de dolor, pero me seguía besando. Por otro lado, yo estaba comenzando a perder los estribos, loco de excitación, como no había estado hacía tanto tiempo. Me sentí libre, pero, sobre todo, genuinamente feliz.



La obligué a hincarse, aun manteniendo su cabello firmemente agarrado en mi mano y ella comprendió al instante que era lo que tenía que hacer. Sin yo ordenar nada, Selene se insertó mi verga hasta la garganta. ¡Por Dios! En verdad tenía que casarme con ella. Vaya mujer…



No le costó mucho trabajo, debido a que no la tengo tan grande, pero fue delicioso. Había olvidado lo bien que se siente que una mujer se trague por completo tu miembro. Y ella lo hizo con maestría. Dejé que ella hiciera su trabajo y vaya que lo hacía divinamente. Mamaba como una profesional y recorría cada centímetro de mi verga con su lengua y sus labios. En breves momentos, bajaba más y me lamía los huevos con delicia. Me miraba cuando lo hacía y aquella mirada de pervertida feliz me enardecían inmensamente. Después regresaba y se volvía a introducir mi verga hasta el fondo, permanecía ahí unos segundos y se retiraba, lentamente. La besaba, escupía en ella. Lo volvía a hacer.



Yo estaba en la gloria. Literalmente en la gloria. Hacía un trabajo fenomenal, pero quería follarle la boca. La dejé hacer durante unos cinco minutos, porque en verdad era una excelente mamada, pero la jalé fuertemente del cabello y le ordené que abriera la boca. Ella lo hizo obscenamente, consciente de lo que estaba por venir. Le introduje mi verga, nuevamente hasta el fondo y la dejé ahí un poco más de tiempo. Ella tosió e intentaba apartarse, pero la tenía firmemente sujeta. Cuando consideré conveniente, la retiré y casi al instante la volví a clavar hasta la garganta. Comencé a moverme, manteniendo firme su cabeza. El notar que ella estaba llorando por todo aquel esfuerzo, pero que seguía ahí, abriendo la boca, ya sin ninguna resistencia, sumisa a cualquier cosa que yo quisiera, casi me hace estallar en un orgasmo.



La dejé respirar y descansar unos buenos diez segundos y acerqué mi miembro nuevamente a su boca, la cual abrió al instante. Se la clavé lentamente de nuevo hasta que su nariz chocó con mi pubis y la mantuve así por unos segundos, durante los cuales, le volví a soltar tres sonoras cachetadas, que le hicieron soltar más lágrimas y gemir de dolor. Le volví a follar la boca durante otros cinco minutos y 6 cachetadas más, que Selene aguantó estoica. Aunque ya no sonreía, seguía en pie de guerra.



Le solté la cabeza, pero le acerqué mi miembro nuevamente y ella comenzó a mamar nuevamente, como lo hizo al principio. Estaba por venirme y cuando bajó a lamerme las bolas, volví a tomarle la cabeza y bajé un poco más, con la intención de que fuera, ahora ella, la que me lamiera el ojete, intentando ver hasta qué punto lo que decía era verdad.



No se detuvo. Al contrario, lo hizo más ávidamente. Mi excitación y felicidad crecían cada vez más. La retuve en mi ojete un rato, disfrutando de las sensaciones del beso negro, para después regresarla a mi verga. La dejé unos instantes más y la hice parar.



Tomé nuevamente con rudeza su cabello y la hice incorporarse, para besarla. Nuestras lenguas jugaron unos buenos veinte segundos. Me despegué de ella y la observé: tenía la cara roja y llena de lágrimas, el rostro congestionado y el pezón que había retorcido se notaba irritado. Su mirada me retaba a seguir y no la hice esperar. La volví a empujar hacia la cama para cogerla en posición de misionero. Se la clavé de una y al instante comencé un ritmo frenético.



Ambos gemíamos y la besé. No podía dejar de besarla. Era sumamente adictivo el sabor de sus labios, de su saliva. Me despegué un tanto de ella, para literalmente estrujar con ambas manos sus pechos. Ella sonrió. Estaba por venirme a cada instante, porque coger con ella era delicioso. Hacía tantísimo tiempo que no tenía a una mujer así. Además, notaba como su vagina se contraía, tratando de exprimirme y aquello era delicioso.



Estaba dubitativo sobre intentar algunas cosas más, pero sólo me decanté por una. Mientras apoyaba mi peso sobre una de mis manos, dirigí, aun inseguro, la otra a su cuello. Le miré intentando preguntarle si podía hacerlo y ella simplemente asintió. Apreté, quizá demasiado fuerte, pero ella aguantó todo. Jamás había hecho algo así, con nadie y la sensación me gustó. Tenía su vida en mis manos y ella me la estaba ofreciendo. Cuando noté que se estaba quedando sin aliento, la solté para permitirle respirar y lo hizo, entre gemidos. Yo la seguía penetrando, aunque no separé mi mano de su cuello. La dejé recuperar el aliento y volví a apretar. Notar su rostro contraerse por la falta de aire mientras la taladraba con fuerza era una combinación ganadora. Era como coger con una muñeca de trapo. Sublime. Dejé que se pusiera roja y volví a soltar. De pronto, sentí un chorro de flujo inundar mi verga y mi vientre. Al instante ella gemía como loca, presa del primer orgasmo de la noche y sonreí como un niño. Le dejé disfrutarlo unos instantes, para después volver a ahorcarla. Justo cuando se comenzaba a poner roja de nuevo, yo estallé en el mío. Aunque ya me había venido una vez, aquél orgasmo fue muy intenso y puedo asegurar que solté más leche que en el anterior.



La vista se me nubló y nuevamente caí rendido a su lado, jadeando como un perro. Ella gemía aún y tosía de repente. ¡Vaya orgasmo! Sin ánimo de ser repetitivo, hacía mucho tiempo que no me venía de esa manera. Todas las sensaciones, tanto nuevas como las ya conocidas se combinaron para culminar en una muerte chiquita. Simplemente brutal.



—Te amo —le escuché susurrar aun entre gemidos



—Yo también —le dije y me volví hacia ella, para observarla. Estaba hermosa, aunque lastimada por mí.— Disculpa si te lastimé



—Ese es el punto —me soltó volviéndose hacia mí. Me sonrió.— Me hiciste venir muy rico



—Y tú a mí —le conteste sonriendo, incapaz de expresar la magnitud de mi orgasmo.— Perdona si me pasé…



—No corazón, no te pasaste en nada —me aseguró tomando mi mejilla y acariciándola con amor— de hecho, creo que te contuviste



—Un poco —admití, pero sólo en algunos momentos, puesto que en otros si me dejé ir y sentí que me había pasado



—Pues no te contengas —me instó feliz— de todas formas, no creo que te pases conmigo y si lo haces ya me lo repondrás de otras maneras



—¿Cómo cuáles? —pregunté con una sonrisa en los labios



—No lo sé, pero espero averiguarlo —dijo con una pregunta claramente establecida



—Quiero que seas mi puta



—No —sentenció con rotundidad



—Acabas de serlo —objeté



—Ya lo sé



—¿Entonces? —pregunté



—No quiero ser tu puta —reiteró con verdadera decisión y una expresión que me confundía, pues estaba sonriendo



—No entiendo



—En primer lugar, Pablo —me dijo un tanto impaciente— no quiero ser SÓLO tu puta y espero que ésta no sea un pinche acostón de sólo una noche



—Oh, por supuesto que no —le dije tranquilizándola y entendiendo— Después de todo lo que nos hemos dicho a lo largo de los años y después de lo de hoy… ¿Cómo crees que me voy a ir y dejar semejante joya? Te quiero a mi lado.



—¿Crees que soy una joya? —me preguntó sonriendo nuevamente



—Mucho más que eso. Si antes estaba enamorado de ti, ahora lo estoy más —le aseguré y la atraje más cerca de mí— Hace mucho que no disfrutaba así del sexo con alguien. Y quiero seguir disfrutándolo



—Yo tampoco —combino y me besó. Tiernamente, dulce, con amor.



—Además, tú también puedes hacerme lo que quieras —le aseguré— Absolutamente lo que sea



—Ajá si, como no —soltó incrédula



—En reciprocidad, yo me comprometo a ser tu puto



—Eso suena mal —dijo riendo, aunque aun acariciándome y mirándome a los ojos



—Ya lo sé, pero quiero que entiendas que esto es completamente recíproco —le expliqué— Lo que yo te haga a ti, tú lo puedes hacer conmigo. Absolutamente todo y más



—Lo dudo —volvió a decir



—Es en serio —le aseguré de nuevo— Mujer, tú puedes violarme si quieres o si prefieres que cambiemos de rol, también estaría feliz de hacerlo.



—¿Neta? —preguntó sonriente, aunque con cierto recelo. Noté un brillo en su mirada.— ¿Me dejarías ser tu ama? ¿Torturarte, azotarte, humillarte?



—Por supuesto. Nunca lo he hecho, pero la idea me atrae y quien mejor que tú para hacerlo.



—No te creo



—Es neta. De verdad. Soy enteramente tuyo —le aseveré con rotundidad —así que, ¿Qué me dices?



—Si es sólo en la cama, sí —convino y me plantó un “Kiko”— A mí me tratas bien fuera de ella



—Selene, me conoces perfectamente —le dije— ¿Crees de verdad que te trataría así fuera de la cama?



—Nunca está de más asegurarse —me dijo sonriendo— Además, creo que ya te demostré que soy tu puta



—¿Quieres ser mi novia? —le pregunté



—Por supuesto que si



Nos besamos nuevamente y aunque sentía que ella se retiraba, no se lo permitía, porque sus besos eran deliciosos. Podría estar pegado a sus labios siempre. Toda la vida, hasta que mi boca se quedase seca.



—Selene, me quedan, como mucho dos erecciones más antes de que mi verga ya no pueda más. —le comenté rompiendo los besos que no habían cesado.— Tienes una vagina deliciosa mujer, pero quiero probar tu culo



—Pues serás el primero —me dijo y yo no podía creer lo que mis oídos escuchaban.



—¿No has cogido por el culo? —pregunté atónito ante semejante oportunidad



—Mi novio, con el que hacía todo esto, lo intentó una vez —comentó con una tranquilidad pasmosa que me hizo enloquecer de placer— pero no lo logró.



—Entonces, ¿eres virgen de ahí? —volví a preguntar, aun incrédulo de aquello



—Si —me aseguró— pero si quieres lo dejamos para otra ocasión, porque no me preparé bien para eso



—¿A qué te refieres? —inquirí, curioso



—Pues que probablemente lo tengo sucio por dentro



—¿Y?



—¿No te molesta que me la metas y te salga llena de mierda? —preguntó con obviedad



—Por supuesto que no



—¿Y las enfermedades? ¿Todo lo que te puedes contagiar?



—Selene, tu puedes cagarte en mi cara y yo sería feliz de comerme tu mierda —le espeté con plena seguridad para hacerle entender que estaba hablando en serio



—Estás loco —me dijo alejándose de mí— ¡Qué asco!



—¿Por qué? —Quise saber— Lo entiendo si fuese al revés…



—Aun así —me soltó con cierta aberración



—¿Eso quiere decir que no me vas a dejar cogerte por el culo? —pregunté un tanto ofendido por tan tonto pretexto. Si bien la coprofagia no me atraía tanto, en ese momento, estaba demasiado caliente, demasiado fuera de mí. Me encontraba terriblemente excitado



—Claro que te voy a dejar, pero hoy no.



—Ya te dije que no me molesta eso —aseveré y al ver que ella no cedía— es más, si no me crees, pues déjame limpiártelo con mi lengua



—De verdad que estás enfermo —me dijo, pero podía percibir el conflicto dentro de ella. Al final, tras un par de minutos de meditación, me miró con una sonrisa— pero va



—¿Va qué? —Pregunté— ¿Lo de coger o lo de limpiarte?



—Lo que quieras Pablo —suspiró— lo que pinches quieras. Si me quieres coger, hazlo. Si me quieres limpiar, hazlo. Esta noche soy tuya. Haz lo que quieras conmigo. Ya te lo dije, tu ordena yo obedezco.



—¿Sólo esta noche? —pregunté feliz



—¡Ya cállate y vamos a coger! —me espetó sonriendo y me besó.



Feliz de su disposición, me retiré de ella y me senté al borde de la cama. Le ordené levantarse y colocarse frente a mí. Besé su vientre y aspiré con embriaguez su delicioso olor. A hembra caliente. Amasaba sus nalgas mientras la cubría de besos. Le solté dos buenas nalgadas que, al parecer, no sintió.



—Antes de cogerte por el culo, me muero por azotarte como se debe —le dije y la fui inclinando poco a poco hasta colocarla en la posición en que, hacía mucho tiempo, los padres castigaban a sus hijos por alguna travesura, con sus nalgas a mi disposición— Yo sé que te gustaría que tuviera una fusta o un látigo, pero yo prefiero hacerlo con la mano. Y voy a ser duro. ¿Está bien?



—Deja de preguntar si puedes hacer algo o no —me espetó— ¿Qué parte del soy tuya no has entendido?



—Nunca está de más asegurarse —le respondí lacónico, imitándola.— Pero si es así la cosa, te advierto que no voy a parar hasta que esté satisfecho y después te voy a romper el ojete



—Pues pa luego es tarde corazón —me dijo sacando un poco más las nalgas



Embriagado de felicidad y con la verga más dura que nunca, descargué el primer golpe…



CONTINUARÁ…


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