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Quizá el mayor aliciente de las vacaciones en el pueblo, durante el largo mes de agosto, fueran los largos ratos que pasaba junto a mi prima Jeannette. Aunque habitualmente nos reuníamos un grupo de amigos numeroso no sé cómo, siempre, acabábamos el uno al lado del al otro. Nunca nos decíamos nada, salvo las conversaciones habituales entre amigos y amigas, pero sabíamos que en el fondo había entre ambos una gran atracción.
Cierto día llegó de Burdeos Genevieve, una amiga íntima y vecina suya en Francia. Nos la presentó y nos hicimos buenos amigos. Cierta tarde José nos propuso a los tres pasar una velada al aire libre, escuchando música y bailando. Nos encontramos en una zona en las afueras del pueblo, cerca de unas pequeñas casitas, entre las que estaba la de mi prima. Las dos entraron en su casa para cambiarse de ropa mientras José y yo esperábamos en el salón. Cuando salieron de la habitación, ambas llevaban puesto un vestido de falda corta que no les llegaba a la mitad del muslo, de una tela muy ligera que se adhería a sus esbeltos cuerpos marcándolas todas sus delicada y femeninas formas.
Salimos hacia una zona situada a unos doscientos metros de allí, muy solitaria. Eran los restos de una antigua edificación de la que sólo quedaba el suelo, y un par de paredes. Estuvimos un tiempo charlando hasta que cayó la noche y entonces José abrió su antiguo tocadiscos portátil, de esos en los que sólo se pueden poner discos de vinilo en los que cabe un solo tema por cada cara.
Empezamos a bailar, por supuesto música lenta, abrazado cada chico a una chica. Cada cambio de canción suponía un cambio de pareja. Y cada cambio de pareja suponía una mayor confianza y acercamiento entre los bailarines. Genevieve transpiraba excitación, apoyaba su pecho en mi cuerpo, con tanta fuerza que casi me hacía retroceder. En un momento determinado sentí como aproximaba su sexo a mi pierna, para después frotarse con fuerza... lo tenía ardiendo.
Jeannette no se quedaba atrás. Yo sabía que en el fondo Genevieve y José se gustaban, así que les propuse no cambiar de pareja con cada final de canción y seguir bailando siempre ellos dos y yo con Jeannette.
La noche estaba absolutamente oscura, no había Luna y no se podía ver más allá de un palmo. Jeannette y yo bailábamos como si fuéramos un sólo cuerpo. Sentía latir su corazón en mi pecho y cómo frotaba su sexo en mi muslo. Introduje la mano por debajo de su corta falda hasta llegar a sus bragas y se las quité. Ella me ayudaba con sus manos y sus movimientos. Bailaba descalza, sin bragas y con la falda levantada hasta la cintura. Poco a poco ella misma se fue subiendo el vestido hasta llegar a sus pechos, que quedaron al aire, porque no llevaba sujetador. Se sacó el vestido por la cabeza y quedó totalmente desnuda. Mi pene se puso tan erecto que me presionaba terriblemente los pantalones, me dolía. Así estuvimos bailando durante una hora, tocándonos, frotándonos, apretándonos, yo vestido y ella completamente desnuda. Estaba tan oscuro que los otros dos no se enteraban de lo que pasaba.
José se despidió porque había quedado con unos amigos para cenar y se llevó con él a Genevive. Nosotros les dijimos adiós desde una esquina y pensamos también en volver a nuestras casas. Comenzamos a buscar la ropa de Jeannette, pero no éramos capaces de encontrarla. Fue imposible, así que decidimos que tenía que volver tal y como vino al mundo. Como no llevaba calzado y el terreno estaba lleno de piedras y objetos que podían cortarla, tuve que llevarla en mis brazos, ella me rodeaba el cuello con los suyos y yo de vez en cuando la alzaba hasta que su ombligo quedaba a la altura de mi boca y se lo besaba, a la vez que besaba también su frondoso monte de venus.
Llegamos a su casa y tuvimos que despedirnos a toda prisa porque llegaba toda su familia. Nos miramos a los ojos con el deseo irrefrenable del acto no terminado y un sentimiento de profunda complicidad y amor. Entró a toda prisa y yo salí corriendo, no sin antes mirarnos lascivamente, sabiendo que la historia no terminaría así.
Continuará...
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