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Pese al morbo y la excitación que la situación me provoca, el fotógrafo es todo un artista. De hecho, cuanto más formalidad y profesionalidad hay en una sesión de fotos eróticas, más me pone. Es un hombre bastante serio de unos 40 años que, además, es uno de los tipos más fetichistas que conozco. Pero, nunca pierde la compostura. Eso me encanta; controlar las pulsiones para poder hablar libre y sosegadamente sobre el deseo, es algo que no deja de fascinarme.
Después de casi doscientas fotos Bondage, me encuentro agotada de posar. Es casi la hora de comer y me muero de hambre. Mientras me desata, sólo pienso en cocinar algo exquisito. Se me hace la boca agua pensando en lo que puede salir de mi cocina… Pero, ¿dónde están mis modales? Cuanto menos, tengo que ofrecerle un café. La sesión ha sido larga y lo acepta de inmediato. Me levanto, me pongo un albornoz y voy a la cocina, mientras él recoge su cámara y los focos.
Una vez en el sofá de mi salón con el café, nos ponemos a hablar de lo bien que ha ido la sesión de hoy y empezamos a compartir ideas para las siguientes.
–Me encantaría fotografiar a gente cuando se despierta para observar su rutina matinal –dice.
–Pues yo siempre me masturbo por la mañana… De hecho, siempre he querido que hicieran fotos de mi cara cuando me corro; de mi petite mort –digo, mirando hacia la ventana antes de tomar un sorbo de café.
–¿Quieres hacerlo ahora? –pregunta–. Si tienes tiempo, claro –añade.
Pensaba que la sesión de fotos eróticas se había terminado, pero me doy cuenta de que la verdadera está a punto de comenzar. De repente, me olvido del hambre y noto un cosquilleo en la entrepierna que soy incapaz de obviar. La comida puede esperar, hay otro apetito que necesito saciar. Es más, sé muy bien que oportunidades como esta no se presentan cada día, y pienso aprovecharla.
–Vale –le digo, con sonrisa pícara.
A continuación, me levanto del sofá y voy corriendo a mi cuarto en busca de un juguete. Quiero un conejito rampante; necesito sentir algo dentro. Además, mi clítoris está latiendo como si fuera un corazón entre mis muslos, exigiendo ser el centro de atención. Cojo INA Wave, vuelvo al salón y encuentro al fotógrafo de pie con su cámara entre las manos, listo para disparar de nuevo.
–Sólo la cara –le recuerdo, antes de quitarme el albornoz y tirarlo sobre el sofá.
–Tranquila –me asegura con firmeza.
Me tumbo en el suelo. Aunque no es el lugar más cómodo, estoy pensando en la foto, más que en mi comodidad. Me coloco el pelo para combinar mi rojizo cabello con el parquet. El fotógrafo se acerca y se queda de pie dejando mis caderas entre sus piernas, para no ver la secuencia porno que voy a rodar de cintura para abajo. Oculta su cara con la cámara, esperando a hacer el primer clic. Cierro los ojos y abro los muslos. Acaricio mi vulva con los dedos. Estoy tan mojada que el juguete entra con facilidad. Y una vez dentro, lo enciendo. El fotógrafo comienza a disparar fotos pero, a pesar de la evidente excitación, me siento nerviosa. Sé que voy a tardar en correrme porque mi cabeza aún está procesando este extraño e inesperado evento. A pesar de que sólo va a fotografiarme la cara, siento que estoy revelando algo mucho más íntimo que si estuviera exhibiendo mi desnudez.
Al punto que oigo el sonido de su cámara, mi mente comienza a volar. Pienso en las petites morts de mis amantes pasados: la pérdida del control, la expresión que parece una mezcla de sufrimiento y éxtasis siempre me provoca un nudo en el estomago. También, pienso en todas las veces que mi propia petite mort me ha producido vergüenza; deseando ocultar el orgasmo, tapando mi cara con la almohada o escondiéndola bajo mis cabellos. Y sin embargo, hoy estoy dispuesta a enseñarla a alguien que ni siquiera me está follando… No puedo evitar pensar la ironía de la situación.
Me acerco y me alejo del orgasmo varias veces. Hay demasiadas cosas distrayéndome y me cuesta concentrarme. Espero que el fotógrafo no se aburra… Debe estar pensando: ‘¿cuánto más? ‘. Por un instante, pienso que todas las fotos que llevamos son iguales, y ya ha pasado un buen rato. Pero no es el momento de fijarme en las poses, tengo que soltarme. De esto se trata; mostrar naturalidad para ver con mis propios ojos, inmortalizada, una de las expresiones más personales.
Abro las piernas un poco más para exponer mi clítoris, subo la intensidad del juguete y lo sujeto con firmeza. Necesito más estimulación; enciendo el modo Wave. Suspiro al notar cómo el juguete se balancea dentro de mí. Mi respiración se acelera, acompañando el clic, clic, clic de la cámara.
Pero es sólo al dejar de oírlos, cuando realmente me enciendo. Sin abrir los ojos, me doy cuenta de que el fotógrafo me está mirando de verdad, con las lentes naturales de sus ojos. De repente, noto que ya no es un proceso mecánico y siento su mirada penetrante como si fuera una inyección de morbo, estimulando mi lado más exhibicionista.
Respiro hondo y espero. Me muerdo el labio inferior, frunzo el ceño y aguanto la respiración hasta notar que mis piernas se han puesto a temblar. He llegado al punto sin retorno. ¡Por fin! Mi cuerpo se pone aún más tenso, antes de soltarse. Ahora… –Oh, my God! ¡Me voy a correr ya!
Al notar el primer espasmo, echo la cabeza hacia atrás, y grito de placer mientras mis nalgas rebotan contra el suelo de forma rítmica. Necesito cerrar las piernas contra el juguete… Lo intento meter todavía más. Toda la tensión acumulada se disipa. Ahora oigo los clics de la cámara de nuevo, pero con más frecuencia, observando y capturando mi éxtasis; mi petite mort.
Vuelvo a la realidad respirando fuerte. Cuando abro los ojos, le veo aprisionando mi cintura con sus pies, al igual que cuando habíamos empezado.
–¡Qué locura! –exclamo antes de soltar una risita de alivio y de nerviosismo mientras él hace un par de fotos más a mi cara pos-orgásmica.
–Creo que ya lo tenemos –dice el fotógrafo, como si masturbarme delante de él fuera la cosa más natural del mundo.
Esa naturalidad sólo aumenta más el morbo de la situación. Me levanto y me vuelvo a vestir con el albornoz. El fotógrafo recoge su cámara y se pone la chaqueta, listo para irse.
Más tarde, recibo el email con las fotos; las imágenes sólo retratan mi cara pero, cada una vale más que mil pornográficas. Estudio toda la secuencia desde el obvio nerviosismo del inicio; cómo mi expresión va cambiando y, poco a poco, se tensa hasta el desvanecimiento final. Observo todos los pequeños cambios y cómo mi piel se ruboriza, el maquillaje se deshace y aparecen venas en el cuello y líneas en mi frente que ni siquiera sabía que tenía. Algunas imágenes evocan sensualidad y sexualidad pura mientras que otras transmiten dolor, de alguna forma como si hubiera dado a luz.
Mientras las miro, recuerdo la sensación de estar masturbándome delante del fotógrafo. No puedo creer lo que he hecho, pero son precisamente estas locuras las que me dan esa dulce vidilla. Repaso la secuencia, y cada vez encuentro más detalles nuevos. No son las más guapas, pero las fotos mi petite mort son los recuerdos del momento en que me sentí más viva que nunca.
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