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Hacía ya una temporada que la castidad se había apoderado de mis apetitos sexuales. Quizás por el estrés de empezar en un nuevo trabajo; por una ciudad desconocida para mí, Madrid; que no había ningún tío que me llamara la atención; o que hacía un tiempo que tenía la autoestima muy alta y no necesitaba a nadie más que a mí mismo.
Fuera como fuese, el caso es que ahí estaba yo, a mis veintitrés años trabajando en un almacén de muebles en un polígono industrial cercano a Azuqueca de Henares que, viviendo en un piso en la zona del centro de Madrid, la verdad es que me pillaba a tomar por saco.
Me levantaba cada mañana a las cinco y media, arrastrándome con los ojos cerrados hasta la ducha para dejar que el agua templada recorriera mi cuerpo, despertándome. Al salir me secaba el cuerpo y me miraba al espejo. Como ya he dicho, estaba en una época en la que me veía bastante bien. Ojos pardos con oscuras pestañas, una barbita no muy larga que enfatizaba una mandíbula cuadrada y un cabello castaño casi más corto todavía que la barba. Y, además, gracias a mi nuevo trabajo, mi cuerpo delgado había comenzado a tonificarse. Las horas y horas que pasaba corriendo de un lado a otro habían convertido mis gemelos en dos rocas. Y el sol de justicia que hace en Madrid en verano estaba bronceando mi piel poco a poco. Así que sí, estaba bastante satisfecho con mi físico.
Después del madrugón y desayunar por primera vez (porque siempre desayunada dos o tres veces, dependiendo de cómo fuera el día), me cogía dos metros, un cercanías y después un autobús. Vamos, una peregrinación en toda regla. Y a la vuelta más de lo mismo. Después de pasarse casi nueve horas cargando y descargando camiones, moviendo cajas y muebles de un lado para otro, y atendiendo clientes; a uno no le queda cuerpo para hacerse casi dos horas de vuelta a casa en transporte público.
Lo bueno es que la empresa en la que trabajaba no era muy grande. Seríamos unos veinte empleados o así, calculo yo; así que en seguida empecé a congeniar con otros compañeros. Comíamos en dos turnos, y yo muy pronto empecé a llevarme bien con un grupo de cinco y siempre nos sentábamos juntos. Vicky nos enseñaba fotos de su tercer hijo recién nacido, Santi contaba sus batallitas con las tías que hablaba en Tinder, Tere se quejaba de lo mal organizado que estaba todo en la empresa, Sara comentaba lo maravillosa que era su vida como yogui vegana y Lucas de cómo llevaba su reciente divorcio con una niña de por medio. Yo, por mi parte, solía quejarme del calor madrileño y alababa mi maravillosa costa asturiana.
-Joder, Fede. – Se reía Lucas de mí – Siempre te quejas de lo mismo. Te voy a regalar un coche de esos que van vaporizando agua para que te des unas vueltecillas por las naves, y así nos vas alegrando.
-Chaval, yo ya voy alegrando siempre por donde paso. – Le vacilé.
-Además – Interrumpió Tere, en tono burlón – Tu sueles estar en oficinas Lucas, no creo que el coche quepa entre las mesas.
-Y tenéis aire – rebatí – Sois unos privilegiados.
Lucas era uno de los supervisores de transporte, y aunque venía a las naves a menudo, lo cierto es que pasaba mucho tiempo con el resto de personal de oficinas. Entre ellos, con Santi y Vicky.
Un día comiendo, cambié mi queja acerca del tiempo en la capital por la de lo lejos que está este trabajo de la ciudad. Sara coincidía conmigo, y nos comentó que ella se tuvo que cambiar de piso y venirse más cerca del trabajo, porque tampoco tenía coche y le parecía una tortura tanto trayecto en transporte público. Ella era la única que era similar a mi edad. El resto eran más mayores. Santi y Tere rondaban los treinta, y Vicky y Lucas se acercaban ya a los cuarenta.
-Fede tío, yo no sabía que vivías en Madrid. – Se sorprendió Lucas.
-Hombre, no te acordarás, pero yo creo que ya lo había comentado.
-Tío, pues yo te puedo acercar a casa y al curro si quieres.
-Ah, es que yo pensaba que vivías en San Sebastián de los Reyes.
-Sí, vivía – Se rio por lo bajo – me mudé hace un par de semanas a Madrid con mi hermano, que tiene un piso cerca de Plaza Castilla. Hasta que encuentre otra cosa. Por el divorcio y eso.
-Ah, vale, vale. Jo, ya lo siento. – Le consolé mientras la daba una palmada en el hombro.
-Pues nada chaval, ya tienes chófer. – Concluyó Sara para dar paso a una nueva conversación sobre lo sano que era tomar agua con limón en ayunas.
Me alegré mucho de encontrar a alguien con quien ir y volver, por la comodidad y la compañía. Así que ya, ese mismo día a las siete de la tarde ya me estaba esperando Lucas apoyado en su coche, listo para volver a casa. Y mirándolo ahí, reposando su espalda en el vehículo mientras sus ojos estaban absortos en la pantalla del móvil, fue cuando me fijé en cómo era él por primera vez. Sus bermudas vaqueras y su camiseta negra de manga corta me dejaban comprobar que era cierto eso que decía de que iba un par de veces al gimnasio por semana. Estaba fibrado, se veía. Su cabello ondulado entre negro y grisáceo enmarcaba unos rasgos faciales muy prominentes. También tenía una barbita corta que entonaba más oscura que el cabello, pero tampoco era negra. Lo cierto es que no me parecía guapo, pero atractivo desde luego que sí.
¡Venga, chaval! – Me decía a lo lejos metiéndome prisa en tono burlón. – Espero no tener que esperarte así todos los días.
-Ya lo siento. Es que no todos estamos sentaditos en una mesa tecleando. – Le vacilé. – Yo me tengo que quitar el uniforme.
-Que sí, pesado. Que te estoy picando. – Se rio.
Montamos en el coche y fuimos rumbo a casa. Lucas puso la radio y fuimos casi todo el rato hablando. Entre que se tarda menos en llegar en coche y la buena compañía, la verdad es que el trayecto se me hizo corto. Estuvimos hablando de series, de cine, de los viajes que habíamos hecho…
-Oye tío – le pregunté al llegar a la parada de metro en la que habíamos acordado que me dejara. – Que no hemos hablado de pasta ¿Cuánto te tengo que pagar?
-Nada, tío. – me contestó. – Ya lo hablaremos. Mañana a las siete de la mañana aquí.
-¡Vale! ¡Descansa Lucky Luke! – Le dije mientras bajaba del coche y cerraba la puerta.
-Lo mismo digo Fede.
Por la mañana ya no había tanta conversación. Normal, teníamos sueño. Íbamos comentando y riendo alguna gracia que decían por la radio, pero poca cosa más.
Al llegar al curro nos separamos. Yo me fui hacia el vestuario y él hacia su cubículo. Me cambié y en seguida me puse a tope a cargar un camión que tenía que salir.
A media mañana, cargando un segundo camión, noté un cachete en el culo mientras estaba flexionado cogiendo una caja del suelo. Me giré y me vi a Lucas sonriente con una carpeta en la mano.
– ¡Si es que vaya culito más bonito que tiene el Fede! – exclamó riendo – ¿Has visto como sí que vengo a las naves a sudar también como vosotros?
– ¡Já! Tú no sabes lo que es sudar aquí. – Dijo Tere de fondo, irónica.
Lucas estaba chequeando unos papeles de su carpeta para verificar el envío que estábamos cargando. Volvió a cerrar la carpeta, me dio con ella en el brazo y nos dijo:
-No, tienes razón. Pero esta tarde me lo cuenta Fede en el coche. Chao.
Y esbozándonos una sonrisa desapareció entre las cajas. Tere puso los ojos en blanco expresando desesperación y seguimos cargando las pocas cajas que quedaban.
Al salir del curro intenté cambiarme más rápido para que no me tuviera que estar esperando. Lucas estaba todavía saliendo por la puerta cuando le alcancé. Se alegró de no tener que esperar y en seguida pusimos rumbo a la ciudad.
Así pasó el resto de la semana. Yendo, viniendo. Charlando, riendo. Se abrió un poco más conmigo y me contó más detalles acerca de su divorcio. De que había sido culpa de él porque le había sido infiel, pero también de lo arrepentido que estaba por hacer sufrir a su hija con una separación siendo tan pequeña. Yo le animaba, diciéndole que todo iría a mejor. La verdad que nunca he sabido que decir en estos casos.
El viernes salíamos antes. A las tres ya estábamos saliendo los dos por la puerta. Me propuso parar a comer en el polígono para no hacer todo el trayecto a Madrid con el estómago vacío. Yo le dije que sí, claro, que por mí mejor. Comimos en menos de media hora y arrancamos de nuevo. Íbamos escuchando música cuando me preguntó que yo qué tal iba de amores, que si tenía algo por ahí. Le dije que no.
-Joder, Fede tío, pero desarrolla un poquito más la respuesta. – rio. – Algún follamigo, alguien que te mole… Cuéntame tío.
-No, si es que no hay nadie. Sino te lo contaría con toda la confianza.
– ¿Y solo te molan los tíos?
-Sí. – le contesté. – Por el momento nunca me ha atraído ninguna chica.
-Buah, a mí es que las mujeres me flipan. Son mi perdición.
– ¿Sí? Yo probé una vez con una, pero ni punto de comparación a hacerlo con un tío.
-Tío pues a mi una tía con unas buenas tetas – me confesaba mientras con una mano gesticulaba como si tocara una – Me vuelven loco. Meter ahí la cabeza tío. Uff. O la polla y que te haga una buena cubana. Madre mía.
-Sí, con mucha saliva ¿No? – Le contesté tirando de la lengua. Su comentario anterior me acaba de poner un poco cachondo. Mira que no me gustan las tías, pero escuchar a un tío sobre las guarradas que hace me pone a cien.
-Hostia, tú, ya te digo. Que corra bien. Y que me mire así con carita de zorra. – Decía mientras se mordía el labio inferior. – Joder, me estoy poniendo cerdísimo.
-Normal – Me reí. – Es que son las cuatro. Es hora de paja. Y además con el solecito de cara…
-Ya te digo tío… Y por lo que veo tú también vas a tope. – Me dijo mientras señalaba con las cejas mi paquete. – Que, también te has puesto cachondo ¿no?
-Bueno, un poco – Mentí. Estaba con el rabo a tope. Hacía tiempo que no tenía la libido tan alta. – Que tú te imaginas las tetas, pero yo me imagino la polla.
– ¿La mía?
-Bueno, la tuya no sé. Nunca te la he visto.
Me sonrió, vacilón. Teníamos los ojos achinados por el sol. La mano que antes fantaseaba con aquellas tetas imaginarias alcanzó las gafas de sol del compartimento superior y se las puso. Pero, en lugar de volver al volante, su mano se posó en mi muslo.
– ¿Y yo? ¿Yo tampoco te molo?
Me quedé helado. No sabía que decirle. No me esperaba esa pregunta. No sé si estaba bromeando, o subiendo su ego al saber que le gustaba a un tío o si realmente esa mano en mi muslo significaba algo más.
– ¿Y eso a cuento de qué viene?
-Antes has dicho que no te molaba nadie. Te pregunto que si yo tampoco.
-Pues no. Em… no sé. – Tartamudeé – No. Bueno, yo que sé.
Su mano agarró la mía y la condujo hasta su paquete. Acto seguido volvió a conducir el volante con ambas manos mientras posaba la vista hacia el horizonte.
-Pues si te molo, aquí tienes.
Dudé unos segundos. En si dar rienda suelta a mis instintos más primarios, o contenerme y hacer como si no hubiera pasado nada. Al fin y al cabo, éramos compañeros de curro.
Pero pronto mi mano empezó a masajear levemente su paquete. Cuando noté donde estaba el tronco de su polla, me centré en él por encima del vaquero y empecé a estimularlo con más fuerza. Su mano bajó un segundo, desabrochó un par de botones de la bragueta y volvió a subir al volante. Yo le desabroché el resto y empecé a sobarle por encima del calzoncillo. Miraba con descaro su paquete, y pronto me fijé no sólo en cómo crecía de tamaño sino en una mancha húmeda que iba apareciendo.
-Es que me lubrico mucho. – Me dijo mientras me miraba.
Cuando noté que estaba cogiendo un tamaño considerable. Liberé su miembro de la prisión. Se la saqué del calzoncillo y lo que vi me encantó. Lucas tenía una polla increíble. De entre una mata de pelo rizado oscuro crecía por momentos un rabo que alcanzaría fácilmente los veinte centímetros. Era una polla muy gruesa, mucho, y con algunas venas marcadas. Aquel mástil estaba coronado por un glande rosado medio cubierto aún por el prepucio, por el que brotaba un líquido brillante que pronto empezó a gotear hacia abajo.
– ¿Te mola?
-Me flipa, tío. – Me sinceré.
-Sácame las pelotas también porfa.
Y sin rechistar volví a aventurar mi mano en sus gayumbos para extraer unos cojones que tuve que sacar con la ayuda de mi otra mano. Eran unos huevazos enormes, firmes, cubiertos por una fina capa de vello.
-Hostia, vaya huevos tienes.
Lucas sonrió. Empecé a pajearle a ritmo suave, descubriendo del todo su glande, y dejando que su líquido pre seminal lubricara poco a poco mi mano y el tronco de su rabo. Cuando noté su polla totalmente tiesa, comencé a pajearle a mayor ritmo. Apretando más su rabo. Notando como su polla palpitaba en mi mano.
-Cómemela cabrón.
– ¿Mientras conduces?
-Si, tío, joder, me tienes a tope. Mientras busco para parar.
Sus deseos son órdenes. A pesar de la incomodidad del coche, me agaché como pude y acerqué mi boca a su glande. Le di un lametón y él dio un respingo en el asiento. Mientras que con mi mano pajeaba por la base, me introduje a punta de su rabo en la boca y comencé a mamársela. Primero despacito, luego subiendo el ritmo. Y mientras incrementaba el ritmo también lo hacía la cantidad de polla que me metía en la boca.
Pronto empecé a escuchar más nítidamente el sonido que hacía la saliva en la polla de Lucas, y me di cuenta de que había aminorado la marcha. Yo seguí devorando aquel rabazo como mejor sabía hacer. Escupiendo mucho como me había confesado minutos antes que le gustaba. Relamía su capullo con mi lengua y me la volvía a meter.
Noté su mano en mi nuca, y levantando sus caderas, comenzó a atragantarme con su mástil. La notaba caliente, rellenando toda mi garganta. Cuando no pude más me la saqué de la boca, tosiendo.
Supe que había frenado cuando agarró mi cabeza con las dos manos y comenzó a follarme la boca con un vaivén frenético de cadera, bañando su cipote en saliva. Escuchaba sus gemidos. Sus bufidos. Parecía un toro. Y a mí me ponía a mil.
Tras un par de folladas de boca, sacó su polla empapada de mi garganta y comenzó a golpearme con ella en la cara.
-Espera – me dijo.
Salió del coche con los pantalones casi por los tobillos y se acercó a mi puerta. Me fijé en dónde estábamos. La luz del sol de la tarde se colaba entre los árboles que había a nuestro alrededor. A unos metros había un camino de tierra del que supongo que veníamos. Lucas abrió la puerta de mi lado y me ofreció de nuevo su polla, estando esta vez él de pie.
Me lancé de nuevo a devorar aquel pollón de mi compañero. Él me sujetaba la cabeza y me embestía todo lo hondo que podía, hasta notar sus huevos en mi barbilla y su vello en mi nariz. Desprendía un olor a hombre que no es descriptible. No era agradable, pero tampoco desagradable. Volvió a sacar su rabo y a darme golpes con él por toda la cara.
-Joder, que pena que no tengas tetas para darte con mi cipote en ellas.
Notaba cómo su miembro salpicaba por toda mi cara, y su tamaño y grosor realmente me golpeaba la cara con fuerza. Me encantaba.
-Ven, bájate – Me ordenó al tiempo que me levantaba con sus manos. – Ponte así, que te quiero reventar el culo.
Dejándome guiar por él, me di la vuelta y apoyé mis manos en la parte superior del coche. Notaba su cuerpo pegado al mío. Su polla recorría mi trasero por encima del pantalón, su pecho desbocado pegado a mi espalda y sus manos desabrochando mi bragueta. Me bajó los pantalones y los calzoncillos de golpe, dejándomelos por los tobillos, y volví a notar su rabo paseando por mi culo.
-Madre mía, te vas a enterar. – Me advirtió. – Ojalá todas las pibas se dejaran follar por detrás.
-Yo no soy una piba. – Le dije mirándole de reojo.
-Eso me da igual.
Agarró mi cadera con una mano. Escupió sobre su otra mano y la paseó por la entrada de mi culo, humedeciendo y lubricando. Noté su polla entre mis cachetes, deslizándose arriba y abajo. Volví a escuchar cómo escupía, cayendo parte en mi raja y parte en la punta de su rabo. Se la restregó y puso su misil en posición de ataque.
Notaba su glande enorme a las puertas de mi ojal. Recé para que no me doliera demasiado. La verdad que tengo facilidad para el sexo anal, pero aquella polla era monstruosa, si no una de las más grandes que me había metido.
Comenzó a hacer presión hasta que su glande entró por completo, y poquito a poco fue aproximando sus caderas hacia mí, rellenándome con su miembro. La notaba caliente, como se abría paso. Comenzó a doler, pero no me importó. Aquel tío y lo cachondo que estaba valía la pena. Aguanté.
-Menudo coñito tienes aquí. – Me susurró.
-Métemela entera, hasta los huevos.
-Que zorra eres.
Metió dos dedos en mi boca, que comencé a lamer al tiempo que él comenzaba a bombear dentro de mí. Al principio suavemente, notando como su carne entraba y salía de mí. La sacaba hasta el capullo y volvía a darme una estocada profunda.
Pero poco a poco fue acelerando el ritmo y de repente me vi aguantando unas embestidas brutales. Mis manos intentaban agarrarse al coche con fuerza y las suyas fueron directas a mi cuello, sujetándolo con fuerza. Yo no paraba de gemir y el bufaba como un animal. Sus enormes huevos chocaban y rebotaban en mi trasero a ritmo frenético.
Mientras yo gemía y gritaba de placer, Lucas me susurraba las ganas que tenía de follarme y que menuda corrida se iba a pegar. Me agarré mi rabo y empecé a pajearme.
-Dame más fuerte, dame más. – Le alentaba. Quería correrme mientras me follaba el culo.
-Que cabrón, como te gusta mi polla.
Aceleró todavía más el ritmo y en cuestión de segundos eso hizo que me corriera, soltando una buena corrida.
-Ponte de rodillas. – Me ordenó mientras sacaba su miembro de mi culo. – Ahora me toca a mí. Te voy a bañar chaval.
Me arrodillé frente a él, con mis ojos puestos en los suyos, mi mano derecha masturbándole y la izquierda amasando como podía aquel buen par de huevos.
-Cómeme las pelotas. – Volvió a indicarme mientras su mano acompañaba a mi cabeza. – Así, eso es, caliéntame la leche.
Apartó mi mano de su rabo y comenzó a pajearse él mismo, observando detenidamente como mi lengua y mis labios relamían y jugaban con sus huevazos.
Lucas comenzó a soltar bufidos y acto seguido brotaron unos trallazos de lefa por toda mi cara. El primero cayó en mi mejilla izquierda, el segundo casi en el ojo. El tercero selló mis labios con su leche espesa. No sé cuantos más hubo, pero tenía la cara empapada.
-Uf, que zorra eres. – Me dijo. – Hacía tiempo que no me corría tan brutal. Que ganas tenía de vaciar las pelotas.
Sonreí. Un poco de su lefa resbaló hacia dentro de mi boca. Me relamí el labio, recogiendo más cantidad. Lucas comenzó a restregarme su rabo por toda la cara, recogiendo y esparciendo su corrida por todas partes. Cuando estuvo bien untada me dijo que se la limpiase, a lo que yo accedí abriendo mi boca e introduciéndome de nuevo aquel falo lleno de leche que poco a poco comenzaba a menguar. Se la limpié entera, haciendo especial hincapié en su glande, que aún soltaba alguna gota de leche.
-Joder, me has dejado seco.
-Tú a mí también. – respondí guiñándole un ojo.
Con su polla aún fuera, alargó su brazo hasta la guantera y sacó un paquete de pañuelos. Cogió uno y me los pasó.
-Anda, límpiate lo que te queda. Que te he dejado guapo. – rio.
Le hice caso y me limpié la cara lo mejor que pude, Me fijé que mi camiseta había recibido un par de lamparones, pero no había solución para eso ahora, así que los ignoré.
Ambos nos subimos los pantalones, nos montamos en el coche y reiniciamos rumbo a Madrid. Fuimos escuchando la radio y comentando alguna cosa como siempre. Cuando estábamos cerca de mi parada me dijo:
-Ey, Fede, esto que quede entre tú y yo mejor.
-Claro tío, sin problema.
-Y a ver si me ordeñas otro día como lo has hecho hoy.
– ¿Te molaría?
-Me ha flipado follarte.
El coche se detuvo y me fijé que ya estábamos en mi parada. Me deseó buen fin de semana y yo también a él. Cogí el metro que me quedaba para llegar a casa pensando en lo que había ocurrido. Y en las veces que podría volver a ocurrir.
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